Max Planck y el honor en tiempos dif¨ªciles
La vida del gran f¨ªsico que sirvi¨® sucesivamente a la monarqu¨ªa del k¨¢iser Guillermo, a la Rep¨²blica de Weimar, al r¨¦gimen de Hitler y a la Alemania controlada por los aliados, permite la reflexi¨®n sobre los l¨ªmites de la lealtad
Hay historias que merecen ser contadas e individuos que deben ser recordados. Uno de ellos es Max Planck (1858-1947), el f¨ªsico alem¨¢n de cuyo nacimiento se cumplen hoy, 23 de abril, 150 a?os.
Debemos a Planck un descubrimiento que puso en marcha una de las grandes revoluciones de la historia de la ciencia, la de la f¨ªsica cu¨¢ntica, cuyos frutos terminar¨ªan cambiando el mundo. Fue en 1900 cuando Planck obtuvo un resultado que no encajaba bien con la continuidad que la f¨ªsica supon¨ªa para la radiaci¨®n electromagn¨¦tica. Y tuvo grandes dificultades para entender las novedades radicales que fueron surgiendo. "Mis infructuosos intentos de incorporar de alg¨²n modo el cuanto de acci¨®n a la teor¨ªa cl¨¢sica", escribi¨® en su autobiograf¨ªa, "se prolongaron varios a?os y me exigieron mucho trabajo. Algunos colegas han visto en ello una especie de tragedia, pero tengo otra opini¨®n al respecto: el provecho que obtuve de tan exhaustiva indagaci¨®n fue muy valioso". En 1905, un todav¨ªa desconocido f¨ªsico de nombre Albert Einstein se tomaba en serio la discontinuidad que Planck a¨²n no aceptaba, mostrando que era necesario suponer que a veces la luz se comporta como un conjunto de part¨ªculas, de "cuantos de luz" regidos por los resultados de Planck, y otras como una onda continua. Por este trabajo, Einstein recibi¨® el Premio Nobel de F¨ªsica de 1921. Tres a?os antes, el galard¨®n hab¨ªa reca¨ªdo en Planck. Fue, por consiguiente, Planck un cient¨ªfico notable, aunque no de la talla de un Newton o un Einstein. El que dejase una huella que nunca se borrar¨¢ nos ayuda a comprender mejor qu¨¦ es la ciencia, una empresa colectiva que no se puede reducir a los genios supremos.
Se quej¨® ante Hitler de que la expulsi¨®n de jud¨ªos afectar¨ªa a la ciencia alemana
Su hijo Erwin fue ejecutado por presunta participaci¨®n en el atentado contra el F¨¹hrer
Con ser todo esto importante, hay m¨¢s. Y es que la biograf¨ªa de Planck no se puede reconstruir ¨²nicamente en t¨¦rminos cient¨ªficos. Si pretendemos comprenderle hay que tener en cuenta el tiempo en que vivi¨® y su personalidad. Con respecto a ¨¦sta, se asemej¨® al tipo de servidor p¨²blico cuyas m¨¢s nobles virtudes ensalz¨® Max Weber cuando escribi¨® en 1919: los funcionarios son "un conjunto de trabajadores intelectuales altamente especializados mediante una larga preparaci¨®n y con un honor estamental muy desarrollado, cuyo valor supremo es la integridad".
Planck, catedr¨¢tico en Berl¨ªn y por tanto funcionario p¨²blico, fue un hombre de honor de esa clase. Hoy podemos -y debemos- cuestionar su sentido de la honorabilidad. No tanto porque cuando la Primera Guerra Mundial apenas hab¨ªa comenzado firmase un vergonzante nacionalista Llamamiento al mundo civilizado. No han sido, al fin y al cabo, demasiados los que en el pasado han sabido librarse de la exaltaci¨®n patri¨®tica que acompa?a a las guerras. Pero, ?y cuando, ocupando una posici¨®n de privilegio y liderazgo cient¨ªfico como presidente de la Academia Prusiana de Ciencias, respetado y admirado, vivi¨® sin renunciar a sus cargos en la Alemania gobernada por Hitler? ?No debemos repudiar entonces su sentido del honor, que entend¨ªa la misi¨®n de mantener la dignidad como un deber individual integrado dentro del bien superior de servir al Estado?
Planck sirvi¨® con lealtad a la monarqu¨ªa del k¨¢iser Guillermo, a la Rep¨²blica de Weimar, al r¨¦gimen de Hitler y a la Alemania controlada por los aliados que surgi¨® al t¨¦rmino de la Segunda Guerra Mundial. ?Acomodaticio? No seamos tan r¨¢pidos en llegar a semejante conclusi¨®n. Cierto, es moralmente reprobable obedecer a un r¨¦gimen injusto, m¨¢s a¨²n si es -como el de Hitler- asesino, pero tambi¨¦n es conveniente que un Estado disponga de servidores p¨²blicos que est¨¦n por encima de las ideolog¨ªas de los distintos gobiernos. En Espa?a, donde las opiniones o simpat¨ªas pol¨ªticas han llegado a afectar hasta a la administraci¨®n de justicia, sabemos bien de esto. ?D¨®nde se encuentra la frontera? ?Son los funcionarios, individuos al fin y al cabo, o el "pueblo" el que debe oponerse a la injusticia gubernamental? La historia nos responde con claridad a estas cuestiones, mostr¨¢ndonos d¨®nde se encuentran los l¨ªmites que no hay que traspasar, pero la historia es visi¨®n del pasado hecha desde el hoy.
Es apropiado en este punto recordar la entrevista que Planck mantuvo con Hitler en mayo de 1933, para intentar convencer al F¨¹hrer de que la emigraci¨®n forzada de jud¨ªos afectar¨ªa a la ciencia alemana y que los jud¨ªos pod¨ªan ser buenos alemanes. La entrevista termin¨® con Hitler vociferando. Planck sin duda sufri¨® una gran decepci¨®n, pero no se rebel¨®, ¨¦l que puso en marcha una revoluci¨®n cient¨ªfica.
Es complicado -y muy arriesgado- mantener el honor en tiempos dif¨ªciles. En el caso de Max Planck nos consuela recordar otra de sus actuaciones, en las que se comport¨® con la dignidad que querr¨ªamos ver siempre en quienes son los mejores exponentes de la racionalidad que da la ciencia. Me refiero a su comportamiento tras el fallecimiento del qu¨ªmico Fritz Haber, una de las figuras m¨¢s prominentes de la ciencia alemana y un hombre que se hab¨ªa esforzado por ser un buen patriota. Haber era de origen jud¨ªo y aunque sus servicios durante la Gran Guerra (fue el padre de la guerra qu¨ªmica) le permit¨ªan conservar su puesto ante la ley de abril de 1933 que impon¨ªa la exclusi¨®n en empleos p¨²blicos de, entre otros, los jud¨ªos, no quiso utilizar tal privilegio cuando algunos de sus colaboradores eran despedidos y dimiti¨®. Pronto, el 30 de enero de 1934, falleci¨®.
A instancias de otro f¨ªsico eminente, Max von Laue, Planck decidi¨® organizar una sesi¨®n p¨²blica para honrar la memoria de Haber. El Gobierno y el partido nazi intentaron impedirla, aunque ¨²nicamente pudieron prohibir a los funcionarios que asistieran a ella. La sesi¨®n se celebr¨® con muchas mujeres asistiendo en lugar de sus maridos, obligados a no participar. Al final de la ceremonia, Planck declar¨®: "Haber fue leal con nosotros; nosotros seremos leales con ¨¦l". Requer¨ªa valor en aquellos tiempos organizar una reuni¨®n as¨ª.
Sirvi¨®, en cualquier caso, Planck a Hitler y a su odioso r¨¦gimen, aunque seguramente termin¨® arrepinti¨¦ndose, cuando ese mismo r¨¦gimen acab¨® con la vida de su ¨²ltimo hijo, Erwin (los tres anteriores hab¨ªan muerto antes: sus dos hijas gemelas, en 1917 y 1919, al dar a luz; su hijo mayor en Verd¨²n, de heridas sufridas mientras serv¨ªa a su patria en la guerra). Erwin Planck fue ejecutado el 23 de enero de 1945, acusado de haber participado en el famoso intento de acabar con la vida de Hitler. Parece que no intervino en ¨¦l, aunque sin duda conoc¨ªa a muchos de los conspiradores y simpatizaba con su causa. Su padre movi¨® cielo y tierra para intentar que la pena de muerte fuera conmutada, y crey¨® haberlo logrado: el 18 de febrero supo que el perd¨®n llegar¨ªa pronto. Pero cinco d¨ªas despu¨¦s lo que lleg¨® fue la noticia del ajusticiamiento.
Acaso se consolase pensando en que le quedaba la cultura, la gloriosa cultura germana. Tal vez podr¨ªa haber mitigado su dolor en su espl¨¦ndida biblioteca, rodeado de sus queridos libros y con su m¨²sica, pero la noche del 15 de febrero de 1944, durante un ataque a¨¦reo de los aliados, su casa de Berl¨ªn, con su biblioteca y papeles personales, fue destruida. Especialmente dram¨¢ticos fueron los ¨²ltimos momentos de la guerra. Para escapar de los bombardeos de Berl¨ªn, el octogenario Planck y su esposa se trasladaron a Rog?tz, en la orilla oeste del Elba. Cuando Rog?tz se convirti¨® tambi¨¦n en un campo de batalla, los Planck tuvieron que vagar por los bosques, durmiendo donde pod¨ªan. All¨ª fueron encontrados por militares estadounidenses.
No sobrevivi¨® mucho. Falleci¨® el 4 de octubre de 1947. Antes, el 11 de septiembre de 1946, la Sociedad K¨¢iser Guillermo -una magn¨ªfica organizaci¨®n para el fomento de la investigaci¨®n cient¨ªfica, que ¨¦l hab¨ªa presidido antes y despu¨¦s de la guerra- fue sustituida por una nueva "Sociedad Max Planck para la investigaci¨®n cient¨ªfica en la zona brit¨¢nica". Despojada de la referencia a la partici¨®n pol¨ªtica posterior a la guerra, esta asociaci¨®n contin¨²a existiendo para cuidar y promover la ciencia alemana, transmitiendo as¨ª a las nuevas generaciones el nombre de aquel cient¨ªfico que intent¨® ser honorable en tiempos en que el honor fue un atributo muy dif¨ªcil de conservar. Como en el caso de tantos otros alemanes de entonces, no podemos recordar su nombre con orgullo, con agradecido recuerdo, pero s¨ª, al menos, con dolorosa comprensi¨®n.
Jos¨¦ Manuel S¨¢nchez Ron es miembro de la Real Academia Espa?ola y catedr¨¢tico de Historia de la Ciencia de la Universidad Aut¨®noma de Madrid.
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