C¨®mo prevenir una largu¨ªsima depresi¨®n
Aqu¨ª no puede pasar eso". Son las famosas ¨²ltimas palabras de la gente que construye en costas tropicales inmediatamente antes de que un hurac¨¢n, un maremoto, un terremoto o un volc¨¢n destruyan sus felices hogares. La econom¨ªa no es una excepci¨®n. All¨¢ por 1929, justo antes de que las acciones de Wall Street cayeran en picado, la comisi¨®n de expertos del presidente Hoover declaraba, en efecto, que el futuro estaba despejado y que los ciclos empresariales no eran m¨¢s que los dolores hist¨®ricos que experimenta el capitalismo al crecer. Pero ahora estamos en una nueva era.
La mayor¨ªa de mis lectores ya hab¨ªan nacido cuando tuvo lugar la denominada D¨¦cada perdida de Jap¨®n. Eso puede considerarse una largu¨ªsima depresi¨®n: de hecho, el malestar econ¨®mico japon¨¦s se ha prolongado hasta bien entrada la d¨¦cada de 1990. A fecha de hoy, el pa¨ªs no ha recuperado a¨²n los niveles de tipo de inter¨¦s positivo que prevalecen en todo el mundo; y mientras que sus hom¨®logos tienen que esforzarse por contener una inflaci¨®n impropia, Jap¨®n sigue luchando por poner fin a la deflaci¨®n posterior a la d¨¦cada de 1990.
Es posible que los mercados inmobiliarios sigan cayendo durante un n¨²mero considerable de a?os
Pero s¨®lo los historiadores saben que en la d¨¦cada de 1920, despu¨¦s de la recesi¨®n mundial posterior a la Primera Guerra Mundial, Jap¨®n ya hab¨ªa vivido previamente otra d¨¦cada perdida. Ese periodo de tensi¨®n no s¨®lo hizo peligrar su democracia de tipo occidental; en un sentido metaf¨ªsico, se puede sostener que fue la semilla que gener¨® la aventura de Pearl Harbor en 1941. Moraleja: las d¨¦cadas perdidas alimentan las tensiones pol¨ªticas y crean vecinos geopol¨ªticos peligrosos.
Si saco a colaci¨®n estas peque?eces es para ayudarnos a entender y resolver los pr¨®ximos y fundamentales debates que se desarrollar¨¢n tanto en Estados Unidos como en el resto del mundo. Quieran o no, las autoridades en todas partes -y eso incluye a los bancos centrales, las haciendas p¨²blicas y los organismos reguladores que controlan los mercados financieros- no tendr¨¢n m¨¢s remedio que hacer algo para ayudar a curar las graves heridas nuevas de nuestros sistemas financieros.
Una duda importante: ?deber¨ªa limitarse la funci¨®n del Estado a que (1) los bancos centrales establezcan tipos de inter¨¦s oficiales a corto plazo para bonos del Estado m¨¢s cortos (y m¨¢s seguros); y a (2) dise?ar programas de gasto deficitario limitados y de corta duraci¨®n?
En los habituales altibajos moderados de los ciclos econ¨®micos, esas armas convencionales hacen bastante bien su trabajo. Pero no bastaron en el Jap¨®n de entre siglos. Y tampoco fueron suficientes cuando se probaron a rega?adientes durante la gran depresi¨®n de 1929-1939.
Sabemos que los grandes dirigentes, los grandes ejecutivos de empresa e incluso los grandes especialistas pueden perder la calma, de manera temporal o incluso permanente. Actualmente, en Jap¨®n, tanto los consumidores como las empresas dan la impresi¨®n de estar sufriendo una crisis de identidad. De hecho, en la d¨¦cada de 1930, la antipat¨ªa por cualquier tipo de riesgo paraliz¨® a la gente dada a gastar en cuatro continentes.
Por eso, hasta los tipos de inter¨¦s cero establecidos por los bancos centrales se encontraron con una trampa de liquidez: dichos tipos no ten¨ªan el poder suficiente para hacer que la recuperaci¨®n arrancara con normalidad y se mantuviera. Por el contrario, los consumidores y los inversores asustados se vieron racionalmente impulsados a ahorrar en vez de gastar.
?Nos diferenciamos en algo de los traumatizados japoneses? Pens¨¦moslo bien. Tras media docena de recortes de los tipos de inter¨¦s oficiales por parte de la Reserva Federal, ?el dinero y el cr¨¦dito en Estados Unidos "escasean" o "abundan"? Formulen la misma pregunta en el caso de la Uni¨®n Europea.
El mundo atraviesa actualmente una estanflaci¨®n h¨ªbrida: empleo y beneficios d¨¦biles coincidiendo con una aceleraci¨®n de la inflaci¨®n de precios. Gracias a las anteriores crisis del petr¨®leo y de las cosechas en la d¨¦cada de 1970, hoy se entiende muy bien la estanflaci¨®n. Lo que es bastante m¨¢s novedoso y de importancia vital es la respuesta a la siguiente duda: en Nueva York, Londres, Par¨ªs, Se¨²l y Tokio, ?escasean o abundan el dinero y el cr¨¦dito? Respuesta: la nuestra es la enfermedad del cr¨¦dito al mismo tiempo escaso y abundante. En los bonos del Estado m¨¢s seguros, el dinero abunda. En los activos con riesgo, aunque sea moderado, el cr¨¦dito puede ser mortalmente escaso.
Este an¨¢lisis nos lleva a lo que los economistas aprendieron durante la gran depresi¨®n. Por aquel entonces el new deal de Roosevelt acab¨® d¨¢ndose cuenta poco a poco de que ten¨ªa que crear una Sociedad Financiera para la Reconstrucci¨®n. Su funci¨®n era la de asumir inversiones de riesgo, aunque al final muchas de ellas produjesen p¨¦rdidas. P¨¦rdidas en el presupuesto de la Hacienda p¨²blica, s¨ª, pero tambi¨¦n un aumento del empleo y del PIB total entre 1933 y 1939.
Sociedades parecidas pero con distintos nombres -como la Sociedad de Pr¨¦stamos a Propietarios de Viviendas, la Autoridad Nacional de la Vivienda y otras por el estilo- son herramientas que una econom¨ªa mixta probablemente tendr¨¢ que emplear con cautela para zanjar o acortar la enfermedad que supone una depresi¨®n maligna de larga duraci¨®n.
No existe una norma perfecta que pueda seguirse para las necesarias intervenciones p¨²blicas. A modo de lista imperfecta, que siempre es mejor que no tener ninguna, me atrevo a plantear las siguientes consideraciones prudentes:
1. No se debe premiar la estupidez de los compradores de viviendas m¨¢s insensatos que adquirieron casas que no se pod¨ªan permitir.
2. No se debe ni se puede volver a poner en pie a los prestamistas m¨¢s temerarios, ya sean agentes hipotecarios de mala muerte, Bear Stearns Investment Bank o Merrill Lynch. Los Gobiernos deber¨ªan asumir s¨®lo sus mejores operaciones subsidiarias, que pudieran ser temporalmente (?!) il¨ªquidas debido al p¨¢nico financiero. Warren Buffet, astuto multimillonario, intent¨® una estratagema cuando se ofreci¨® a hacerse cargo de los activos buenos de los aseguradores de bonos y pr¨¦stamos incautos. Ellos rechazaron la oferta porque ten¨ªan la esperanza de usar lo bueno como llave maestra para abrir la puerta a una ayuda estatal.
3. La mayor¨ªa de las propuestas sugeridas hasta ahora en Estados Unidos y en Europa s¨®lo proporcionan soluciones a corto plazo a prestamistas y prestatarios. Eso no hace m¨¢s que retrasar el d¨ªa terrible, porque s¨®lo podr¨ªa ser una ayuda a largo plazo si se tiene la dudosa esperanza de que el precio de la vivienda vuelva a subir pronto.
Esto pasa por alto una verdad fundamental. Como la vivienda y los edificios comerciales son en s¨ª tan duraderos, no hay m¨¢s remedio que aceptar la posibilidad de que los mercados inmobiliarios sigan cayendo durante un n¨²mero considerable de a?os.
Afortunadamente, en noviembre de 2008 las elecciones sustituir¨¢n a los legisladores y a los jefes de gabinete de los tiempos de Bush por otros menos incompetentes. El realismo le impide a uno confiar en que un cambio del partido en el poder vaya a hacer de manera f¨¢cil y r¨¢pida lo necesario para devolver cierta estabilidad a los mercados financieros de Estados Unidos y de otros pa¨ªses. Pero siempre ser¨¢ mejor, aunque no sea lo mejor, que las chapuzas de los ¨²ltimos tiempos.
? 2007, Paul A. Samuelson. Distribuido por Tribune Media Services.
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