Ah¨ª viene mayo
Supongo que era cuando Luis Emilio Batall¨¢n cantaba la de Curros , "ah¨ª ven o maio de flores cuberto", y todos nos sent¨ªamos unidos en la protesta con Batall¨¢n, con Dylan, con Paco Ib¨¢?ez tendiendo nuestras gorras no a las casta?as sino al mundo que nos negaba la limosna laica y alternativa que anhelan los poetas comprometidos. Supongo que era mayo cuando las tierras cobraban un insoportable olor a esti¨¦rcol y las moscas amenazaban la santidad de las vacas ya que era tiempo de labranza y de campos arados hasta la l¨ªnea del horizonte. Luego vendr¨ªan las patatas y el ma¨ªz, m¨ªstico man¨¢ de la tribu, luego llegar¨ªa el viento en los maizales tan alto que nos cubr¨ªa y volv¨ªa fantasmas cuando lleg¨® el h¨ªbrido americano, resistente a todas las plagas b¨ªblicas, fuerte y duro como un pedernal. Mayo con sus ecos agrarios y sus ritos de fertilidad, preparados todos para arrojar los p¨¦talos a la Vigen de F¨¢tima que pasaba por las corredoiras con los pastorcillos inmortales, ya se me olvid¨® el nombre, en busca del milagro: dar¨¢n m¨¢s lana las ovejas, en invierno no se ir¨¢ la luz, engordar¨¢ el cerdo, vendr¨¢n los t¨ªos de Am¨¦rica y por fin aprender¨¦ a bailar la cumbia como es debido para las fiestas de Rianxo...
So?ar en el 68 por estos pagos era delito contra la propiedad del sue?o aquel que Franco acaudillaba
Mayo, es inevitable, tiene para m¨ª esa eterna contradicci¨®n revolucionaria entre la ra¨ªz y el futuro, entre el pasado de la tierra y el futuro de la especie. Ahora que se cumplen 40 a?os de que se volvi¨® loco Par¨ªs y Praga y Ciudad de M¨¦xico y Londres y Budapest y San Francisco, de que los j¨®venes empezaron a pedir lo imposible y a ponerse una corona de flores en el pelo, de que el LSD y la filosof¨ªa de Marcuse se hermanaban en una misma comuni¨®n lis¨¦rgica, ahora, digo, me viene al coraz¨®n m¨¢s el llanto por la tierra bald¨ªa y abandonada que por la estudiantina subida a las estatuas de La Sorbona dici¨¦ndole al mundo ilustrado que ya ten¨ªa bastante raz¨®n en todo, que ya era demasiado pesada la carga que nos imped¨ªa so?ar y pisar la hierba con el pie descalzo.
Una y otra imagen - la de Dani el rojo y el arado de hierro, la de la Sorbona y la rebeli¨®n en la granja- se sobreponen en el inconsciente hasta constituir un ¨²nico collage: el viento de la insurrecci¨®n soplaba a favor de los hijos y en contra de los padres, soplaba en contra del arado y en contra de las f¨¢bricas, soplaba a favor de la clase obrera y en contra de la esclavitud de la clase obrera...
Curioso vendaval que lleg¨® indistintamente a casi todas las partes del mundo donde hab¨ªa una universidad, una revoluci¨®n pendiente, un ajuste de cuentas contra lo que entonces se llamaba la burgues¨ªa y en Espa?a no era m¨¢s que el fosilizado mundo de la prebenda franquista que no dejaba resquicio alguno en aquella f¨¦rrea dualidad Iglesia-Estado. So?ar era por entonces un martirio, so?ar en el 68 por estos pagos era delito contra la propiedad del sue?o aquel que Franco acaudillaba, al decir de Paul Preston, "fr¨¢gil, vulnerable y peque?o como el Mago de Oz".
?Qui¨¦n se atrev¨ªa a repartir panfletos en la aulas y en las f¨¢bricas? ?Qui¨¦n profanaba el bostezo del dinosaurio? ?Qui¨¦n compromet¨ªa en lengua gallega el salario del miedo? S¨®lo unos cuantos locos que en Praga se pon¨ªan delante de los tanques y en Compostela ocupaban la Facultad de Letras, all¨ª donde las lecturas de Marx y Engels, de Castelao y Curros, impulsaban a aquellos j¨®venes con barba y pelo largo a creer que la revoluci¨®n era cosa de minutos y que al despertar todo seguir¨ªa inm¨®vil.
Ya, pero mientras unos ocupaban las aulas en Compostela nosotros en la parroquia, nosotros parroquianos, ¨ªbamos con flores a Mar¨ªa y segu¨ªamos cantando el Cara el Sol en la escuela p¨²blica, as¨ª unos cuantos a?os hasta que el Mago de Oz desapareci¨® entre los tubos y el ardor de la clase obrera pudo por fin alcanzar el descanso de los s¨¢bados, el pollo frito de los domingos, el primer coche a plazos o el primer hijo universitario all¨ª donde llegar¨ªamos unos cuantos mayos m¨¢s tarde con la conciencia de que, en otro tiempo, otros hijos de mayo se subieron a las estatuas, ya fuera Par¨ªs, ya fuera San Francisco, hermanos de esa revoluci¨®n que a¨²n ahora sigue durando unos minutos antes que el Eur¨ªbor, o el c¨¢ncer, o Bagdad, o la declaraci¨®n de la renta, descorazone y siegue un rato m¨¢s nuestro poema de mayo con flores cubierto.
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