Eclipse en Berl¨ªn
La consigna es recuperar la modernidad. Y por eso esta historia debe comenzar por el soci¨®logo Georg Simmel (aunque desfilar¨¢n tambi¨¦n Eisenstein y Frank Lloyd Wrigth, Le Corbusier y Mies van der Rohe). El lema apunta a Algunas cosas que no producen sombra. Y por eso la V Bienal de Berl¨ªn se plantea como un desaf¨ªo a las tinieblas. Una vez conjurado lo oscuro, entonces quedar¨¢ lugar para el d¨ªa, pero tambi¨¦n para la noche. Para los ¨¢mbitos cerrados y para los abiertos. Para la ciudad y para la naturaleza (si bien ¨¦sta es intencionadamente artificial). Confiados en el resplandor de su planteamiento, los comisarios, Adam Szymczyk y Elena Filipovic, se reservan el final del cat¨¢logo, precedidos por los nombres ilustres que apuntalan su proyecto, aunque se cuidan de subir el tipo de letra y marcar diferencia editorial con respecto a los dem¨¢s textos, firmados entre otros por Oksana Bulgakova, Bettina Vismann & J¨¹rgen Mayer H., Pelin Tan, Beatriz Coloma o Francis Ponge.
?Hasta qu¨¦ punto se puede hablar de esa modernidad esquivando el fascismo y el comunismo?
Los comisarios de la bienal convierten Berl¨ªn en un laboratorio de la cr¨ªtica al capitalismo
Con estas vituallas, la V Bienal de Berl¨ªn se concibe desde dos tiempos -el d¨ªa y la noche-, desarrollados fundamentalmente en tres espacios: el KW, la Neue National Galerie y el llamado parque de las Esculturas, un descampado que ha dejado de tener uso p¨²blico pero que, a punto de ser deglutido por la especulaci¨®n, todav¨ªa mantiene la inc¨®gnita sobre su futura funci¨®n privada. Entre estos mundos y criterios, se columpian m¨¢s de un centenar de proyectos y obras de distintos soportes y ¨¦pocas. En Ground control, el asfalto de las calles invade el hall de KW, seg¨²n lo dispuesto por Ahmet ?g¨¹t. En Soft city, Pushwagner realiza una exhaustiva narraci¨®n de Londres entre 1969 y 1975 mediante una serie de dibujos que anticipan trabajos contempor¨¢neos, como el de Lars Arhenius, y encuentran su contrapunto en Daniel Guzm¨¢n, que atraviesa zonas de la vida contempor¨¢nea y la violencia juvenil en Brutal youth o How to make a monster. Pedro Barateiro realiza, en pleno espacio p¨²blico, dos paradas de bus en Naked city. El trabajo en v¨ªdeo de Sung Hwan Kim evoca los d¨ªas de verano en Keijo...
En su exiguo ep¨ªlogo, los comisarios se reconocen, sobre todo, como organizadores del abundante material conceptual y art¨ªstico del evento, acaso como los albaceas de unos discursos que necesitan ser reordenados: humildes armadores de una bienal que es, al mismo tiempo, una cita del arte y el modelo de una ciudad posible.
-?Hay algo en esa ciudad que no sea, hoy, susceptible de ser capitalizado?
Eso se preguntan, con angustia, Szymczyk y Filipovic. Y por eso, acto seguido, consideran pertinente colgar la pregunta sobre Berl¨ªn, al que convierten, de s¨²bito, en un laboratorio de la cr¨ªtica al capitalismo, una tribuna cr¨ªtica sobre la especulaci¨®n del suelo, una plataforma donde poner en evidencia al liberalismo de estos tiempos. Pregunta id¨¦ntica pudo plantearse en Barcelona o Mosc¨², en Madrid o en el aeropuerto de cualquier megal¨®polis. El problema se complica (se oscurece) cuando esta interrogaci¨®n tiene lugar en la ¨²nica ciudad del mundo (y no es que otras no arrastren sus respectivos cat¨¢logos de horrores) que ha alojado, con toda su energ¨ªa negativa, las sombras del fascismo y el comunismo, las dos formas extremas de esa modernidad que ahora se intenta revisar. El asunto se pone turbio (se ensombrece todav¨ªa m¨¢s) cuando se amputan a conveniencia esos dos momentos fundamentales del siglo XX y se pasa de puntillas entre esas dos construcciones tenebrosas que, entre otras cosas, no se explican ¨²nicamente desde el pasado. Nublan, y mucho, el presente de esa ciudad, separados tan s¨®lo por una calle, un muro, una puerta. Caminar por Berl¨ªn es suficiente para percibirlo, pero si la calle resulta poco est¨¦tica, basta con prestar atenci¨®n a la Cita con la historia, de los rumanos Mona V?t?manu y Florin Tudor, instalaci¨®n que nos permite captar la atm¨®sfera que emana de la relaci¨®n entre las masas y el totalitarismo pasado y presente. El del estalinismo, s¨ª, pero igualmente el de las hordas del nuevo fascismo de hoy.
De tanto evitar las sombras, puede que terminemos por sufrir un eclipse.
Hay algo escolar en esta bienal y en el ensimismamiento libresco de sus creadores. Un conocimiento en fase digestiva (y a punto de la indigesti¨®n) de "los demasiados libros" y las muchas teor¨ªas sin elaborar. Todo esto, desde luego, desborda cualquier cr¨ªtica puntual (al final las obras terminan por ilustrar estas u otras estrategias) y se expande como una alerta sobre la vacuidad de una zona del sistema del arte que, cada vez m¨¢s, confunde la denuncia con la cr¨ªtica, frivoliza la producci¨®n y ha amanerado de tal forma la documentaci¨®n que va camino de convertirla en un estilo m¨¢s, en otro g¨¦nero art¨ªstico.
La anterior bienal, comisariada por Maurizio Cattelan, era, sin duda, m¨¢s ¨¢spera: objetual, t¨¢ctil, un punto anacr¨®nica y tal vez demasiado literal, pero ten¨ªa la personalidad de esos proyectos con algo importante que decir. Comenzaba en un hospital de maternidad y terminaba en un cementerio, pasando por hospicios, una sala de fiesta, alguna galer¨ªa y los pisos de la gente, todo en la misma calle: Augustrasse. No necesitaba hacerse defender por ning¨²n maestro, consciente acaso de que ¨¦stos brillan con una intensidad proporcional a la sombra que refractan. En aquel encuentro se dejaba escuchar, aunque fuera ag¨®nico, el grito del individuo que resiste. Esta bienal parece aceptar, de antemano, la derrota de esa disidencia tanto como parece ignorar que, aunque se manifieste a plena luz del d¨ªa, hay pocas cosas m¨¢s sombr¨ªas que la masa.
?ltima sombra en Berl¨ªn: ?hasta qu¨¦ punto se puede hablar de esa modernidad esquivando el fascismo y el comunismo; sin el campo y el muro, las SS y la Stasi? Para una cr¨ªtica del liberalismo, sobre todo para ella, es importante pensar y explicar estos agujeros negros de la tradici¨®n occidental, esos astros relativamente apagados. De hecho, uno de los eufemismos de ese liberalismo, en su pretendida historia feliz, ha sido, precisamente, dejar al fascismo en las afueras de la modernidad. Como si el capitalismo no hubiera producido -bajo la luz radiante de la raza perfecta, de Ford y de IBM- al fascismo. Si el capitalismo existe hoy con una relativa tranquilidad, y con muy escasa originalidad, es porque a¨²n puede presentarse como alternativa a esos males peores. De ah¨ª que sus contradicciones, tambi¨¦n en Berl¨ªn, parezcan remezcladas por un dj. Nos suenan, actuales y digeribles, propias de ese limbo entre ingenuo y ut¨®pico en que suele extasiarse la cultura contempor¨¢nea. Es sabido que las utop¨ªas, esos mundos sin lugar, hu¨ªan a toda costa de las sombras; La ciudad del sol lleg¨® a llamarse la de Campanella. Pero s¨®lo los fantasmas no producen sombras. Los grandes horrores -como los del fascismo o el estalinismo-, s¨ª. Las grandes obras -la de Georg Simmel, sin ir m¨¢s lejos-, tambi¨¦n.
V Bienal de Arte Contempor¨¢neo de Berl¨ªn. Hasta el 15 de junio. www.berlinbiennial.de
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