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Reportaje:

60 a?os del Estado de Israel

A tiro de piedra de la residencia oficial del presidente de Israel, la cristiana y elegante palestina Claudette Habesch se?ala con el dedo: "La mitad de ese ¨¢rbol da limones; la otra mitad, naranjas". Su padre, un pr¨®spero hombre de negocios, adoraba entretenerse en el jard¨ªn de su casa. En 1947 alquil¨® el s¨®tano a un joven y otra vivienda contigua a una familia jud¨ªa, los Jacoby. Claudette, entonces una ni?a de siete a?os, jugaba con Ruth Jacoby. Hasta que un d¨ªa el padre de Claudette descubri¨® una bomba en su hogar. "La coloc¨® el inquilino, que pertenec¨ªa al Irgun", recuerda la mujer palestina. Eran tiempos muy agitados. El movimiento terrorista jud¨ªo sembraba el caos. Los francotiradores de la Legi¨®n ?rabe jordana disparaban desde las murallas de la ciudad vieja de Jerusal¨¦n. Los Habesch decidieron trasladarse a su casa de veraneo en Jeric¨®. Nunca volvieron a Talbieh, el barrio de la burgues¨ªa palestina. Hace un mes, Claudette cay¨® en la tentaci¨®n. Visitaba de nuevo la casa de su infancia. Se adentr¨® en el jard¨ªn. Con voz tenue, deseando eludir a Ruth, habl¨® de los desgastados azulejos del suelo en el p¨®rtico de entrada, de las viejas puertas blancas de hierro, de la fuente y los ¨¢rboles asilvestrados que su padre cuidaba. Ruth se asom¨® a una ventana y pregunt¨® qui¨¦n andaba por ah¨ª. Se reconocieron al instante. Se saludaron, se fotografiaron y se despidieron en el lugar en el que se divert¨ªan juntas. Sin efusividad. El reportero coment¨® que no le agradaba allanar una propiedad ajena. "Lo entiendo", afirm¨® Claudette emocionada, "pero yo s¨ª entro. Es mi casa. Ruth dice que la compr¨®, pero no a sus due?os".

Israel mira al futuro atado a su pasado, siempre con enemigos. Los palestinos ven en su futuro un t¨²nel negro
Originarios de 70 pa¨ªses de todo el mundo, los israel¨ªes carecen de una identidad com¨²n
Para los palestinos, el desastre sigue vivo. No pueden olvidar el expolio porque nunca ces¨®
La sociedad est¨¢ dividida. Un viejo chiste dice: cuando dos jud¨ªos se re¨²nen fundan tres partidos
La muerte de un soldado se atribuye ahora siempre al terrorismo, la causa que todo lo justifica
La confianza palestina en la comunidad internacional se ha esfumado, se sienten solos
En 1948, los palestinos huyeron sin plantar cara. Sus hijos han dado la vuelta a la tortilla
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"La novia es bonita, pero ya est¨¢ comprometida". La delegaci¨®n sionista que visit¨® Palestina medio siglo antes de la fundaci¨®n de Israel llev¨® ese mensaje a los l¨ªderes jud¨ªos europeos que calibraban d¨®nde fundar su Estado. ?Argentina? ?Uganda? La escogida, Palestina, sigue siendo escenario de una cruda batalla por la tierra. Probablemente, lo ¨²nico que permanece inmutable desde que, tras el Holocausto, los jud¨ªos perseguidos en Europa desembarcaran de viejos buques en las playas de Haifa. Seis d¨¦cadas despu¨¦s del d¨ªa -14 de mayo- en que David Ben Guri¨®n declar¨® la independencia en la avenida Rotschild de Tel Aviv -"en Jerusal¨¦n se fue la luz, no pude escucharla por la radio", recuerda el historiador y ex vicealcalde Meron Benvenisti-, Israel y los territorios palestinos atraviesan una coyuntura crucial. Del Israel que so?aron y forjaron los fundadores quedan s¨®lo vestigios, y el panorama es sombr¨ªo. Las celebraciones -miles de israel¨ªes han firmado contra los excesivos dispendios en los fastos- ser¨¢n austeras. ?Y los palestinos? El profesor universitario Bashir Bashir, ¨¢rabe con pasaporte israel¨ª, se apresura a precisar: "Yo no celebro el 60? aniversario. Yo conmemoro la Naqba, la cat¨¢strofe". Un desastre que para ellos sigue muy vivo, y no s¨®lo en la memoria. Les resulta imposible olvidar el expolio porque nunca ha cesado. Malviven sus cuatro millones de almas bajo ocupaci¨®n en Cisjordania, y asediados econ¨®mica y militarmente en un gueto: Gaza. Profundamente divididos. La pobreza crece. Nunca, ni durante el imperio otomano (hasta 1918), el mandato brit¨¢nico (1948) o la dominaci¨®n egipcia (1967), han sufrido tanto.

Israel mira al futuro encadenado a su pasado. Siempre con enemigos -ahora Ir¨¢n, Hezbol¨¢, Ham¨¢s, Siria- a la vista. "No se ha digerido el Holocausto, y su traducci¨®n es que siempre existe una amenaza existencial. Es con lo que juega la clase pol¨ªtica: ahora conecta el terrorismo con la cuesti¨®n nuclear iran¨ª. El israel¨ª medio est¨¢ abrumado y mira hacia otra parte. A los israel¨ªes y a los palestinos les gustar¨ªa que desapareciera el enemigo. Pero eso no va a suceder", opina Mario Sznadjer, profesor de ciencias pol¨ªticas de la Universidad Hebrea. Los palestinos coinciden en describir el porvenir: un t¨²nel negro. S¨®lo Ham¨¢s conf¨ªa en su fe para superar la enorme frustraci¨®n. Un factor decisivo para el futuro inmediato, porque tras 50 a?os de hegemon¨ªa indiscutible de los laicos de Al Fatah, la islamizaci¨®n de la sociedad palestina se antoja imparable. Un proceso que comenz¨® hace un cuarto de siglo, cuando las mujeres a¨²n luc¨ªan falda y melena. Sus nietas, la mayor¨ªa con orgullo, llevan velo. Israel¨ªes y palestinos son rehenes de una tr¨¢gica historia.

Originarios de 70 pa¨ªses, los israel¨ªes carecen de una identidad com¨²n. "Incluso para mis hijos y nietos es muy extra?o todo lo que pienso. Me siento un extranjero en mi pa¨ªs. Soy un f¨®sil, nost¨¢lgico y desilusionado", cuenta Benvenisti, nacido en 1934 en Jerusal¨¦n. Sus padres hab¨ªan emigrado desde Grecia y Lituania 10 a?os antes. "Hoy s¨®lo quedan 60.000 jud¨ªos, el 1% de la poblaci¨®n israel¨ª, que recuerdan el nacimiento del pa¨ªs". La memoria y el presente se abofetean. "Tuvimos una actitud antisemita hacia nuestros padres porque detest¨¢bamos la vida que llevaban los jud¨ªos en Europa. Cre¨ªmos que ¨¦ramos buenos, sionistas socialistas que construir¨ªamos una sociedad nueva basada en los kibutzim. Y muy pronto, en los a?os cincuenta, empezamos a crear una sociedad injusta, mediocre. Tuvimos que acoger oleadas de inmigrantes, de gente destrozada. Nos desilusionamos muy pronto", agrega el profesor.

Los 'kibutzim' guardan ya poca relaci¨®n con el m¨ªtico sistema comunal, al tiempo que las privatizaciones impulsadas hace una d¨¦cada adelgazan el Estado de bienestar. La aliya (inmigraci¨®n de los jud¨ªos a Israel) est¨¢ en sus estertores, hasta el punto de que la Agencia Jud¨ªa se dispone a abandonar su misi¨®n de atraer correligionarios al Estado. La seguridad, anclada en un potent¨ªsimo ej¨¦rcito, comenz¨® a quebrarse en la guerra de Yom Kipur, en 1973. En el verano de 2006, por primera vez en 40 a?os, la guerra tambi¨¦n se libr¨® en suelo israel¨ª: 33 d¨ªas soportando cohetes sobre el norte, convertido por Hezbol¨¢ en un p¨¢ramo. Los pilares sobre los que se fund¨® la utop¨ªa se caen.

"La sociedad israel¨ª", precisa Benvenisti, "est¨¢ completamente fragmentada porque conviven varias subculturas: emigrantes rusos, ultraordoxos, los jud¨ªos de los pa¨ªses ¨¢rabes, los religiosos sionistas y los hijos seculares de los padres fundadores. Lo ¨²nico que les une es el odio a los ¨¢rabes. Una manera de definir la identidad israel¨ª es preguntarse: ?qui¨¦n no eres? Lo relevante es el enemigo exterior. Admitir esto es muy dif¨ªcil para todo israel¨ª, porque pretenden mantener la ilusi¨®n de una identidad y quieren aferrarse a unos valores. Pero cuanto m¨¢s fragmentada est¨¢ la sociedad, m¨¢s necesaria es la propaganda. El Holocausto es un elemento important¨ªsimo en la construcci¨®n de la identidad del pueblo. Es macabro".

Los j¨®venes m¨¢s ilustrados tambi¨¦n desesperan. El escritor Ron Leshem, de 32 a?os, ejemplifica esa ansiedad. "Perdimos la ingenuidad. Tras el trauma de Yom Kipur se produjo una grave herida y perdimos la confianza. En 1982 comenz¨® otra guerra, y desde entonces no hay consenso. Las guerras han provocado que la gente est¨¦ exhausta, sobre todo los j¨®venes. Israel es una gran instituci¨®n psiqui¨¢trica en la que los doctores son muy malos. Parte de la poblaci¨®n cree en las soluciones m¨¢gicas, aunque eso sea rid¨ªculo, y luchan con fanatismo por esa soluci¨®n. Soy muy pesimista, esto es deprimente. Es una esquizofrenia. Este pa¨ªs son un mont¨®n de tribus aisladas que tienen miedo a cualquiera que sea diferente, que se odian. Sospechan de todos. No formamos una sociedad".

Los ultraortodoxos se enclaustran en las burbujas de sus barrios, sinagogas y escuelas talm¨²dicas. Apenas se relacionan con sus conciudadanos. Los mizrahi (jud¨ªos originarios de pa¨ªses ¨¢rabes o musulmanes) acusan todav¨ªa a las ¨¦lites askenaz¨ªes (jud¨ªos procedentes de Europa central, los fundadores del Estado) de marginarles. La discriminaci¨®n de las minor¨ªas beduinas, drusas, ¨¢rabe-israel¨ªes o et¨ªopes es insultante. El mill¨®n de rusos, incorporados tras el derrumbre de la Uni¨®n Sovi¨¦tica, editan peri¨®dicos en su lengua, y, claro est¨¢, tienen su propio partido pol¨ªtico. Porque, como dice el chiste, cuando dos israel¨ªes se re¨²nen fundan tres partidos.

Nada es hoy lo que fue en los a?os cuarenta, cuando los jud¨ªos arriesgaban sus vidas y corr¨ªan a luchar. El bienestar merma la disposici¨®n al sacrificio. La muerte de un soldado es ahora un drama nacional atribuido siempre al terrorismo, el pretexto que todo lo justifica. No importa que el uniformado cayera invadiendo la ocupada Gaza. "Hoy", asegura Leshem, "el 35% de los j¨®venes no va al ej¨¦rcito. El sue?o es ser ingeniero inform¨¢tico, no oficial. La mayor¨ªa de los hijos de los ricos, o no sirven en las Fuerzas Armadas, o lo hacen en los servicios de inteligencia. Al frente de batalla van los inmigrantes, los pobres o los religiosos sionistas. Las ¨¦lites no tienen un compromiso. En Tel Aviv no pensamos en los cohetes que se disparan contra Sderot, a s¨®lo 30 minutos en coche. Vivimos en un sue?o y no percibimos que un d¨ªa los cohetes pueden alcanzarnos".

La ciudad mediterr¨¢nea es otra burbuja en la que trabaja Miri Weingarten, activista de M¨¦dicos por los Derechos Humanos. "Hay un muro tambi¨¦n en las mentes. Tel Aviv no ser¨ªa tan tolerante y abierta si se conociera bien lo que sucede en Gaza y Cisjordania. Aqu¨ª se puede ser homosexual o izquierdista, pero Jerusal¨¦n refleja mejor la esencia de Israel". No es de extra?ar que amplios segmentos de la poblaci¨®n ignoren lo que sucede en los territorios ocupados. El Gobierno israel¨ª proh¨ªbe a sus periodistas trabajar en la franja. La matanza de 130 palestinos en Gaza -la mitad mujeres, ni?os y hombres desarmados- a comienzos de marzo s¨®lo mereci¨® unas pocas l¨ªneas en una p¨¢gina perdida de los peri¨®dicos m¨¢s le¨ªdos.

El novelista David Grossman ha escrito que Israel es un pa¨ªs sin compasi¨®n. Y eso que alud¨ªa, preferentemente, a las relaciones entre sus compatriotas. El desprecio al palestino y el desinter¨¦s por su porvenir es la regla. Desde hace seis a?os apenas ven esa mano de obra barata. La oleada de atentados suicidas ejecutados por Ham¨¢s mat¨® a cientos de civiles, y el Gobierno de Ariel Sharon anul¨® los permisos de trabajo y levant¨® el muro de hormig¨®n y las alambradas electrificadas en Cisjordania. Es la frontera que deseaba imponer. Sin negociar. En agosto de 2005 evacu¨® a los 8.000 colonos de Gaza. Los israel¨ªes se han convencido de que el divorcio es una necesidad imperiosa. Cuesti¨®n aparte es que sea ya posible.

Palestina e Israel son para¨ªsos del odio. Mutuo y arraigado. Cientos de palestinos celebran en las calles cada atentado terrorista. Los israel¨ªes expresan su animadversi¨®n m¨¢s comedidamente. "?Que mueren civiles? No me da ninguna pena", exclama un ejecutivo bancario. La impunidad es casi norma cuando la v¨ªctima es ¨¢rabe. El jefe de bomberos de la regi¨®n norte ha confesado sin reparos en un diario israel¨ª que asesin¨® a dos hombres desarmados en Gaza en 1967. "Hab¨ªa que disuadir", recordaba ufano. Ahora se lanzan bombas de fragmentaci¨®n en Gaza que despedazan a inocentes. Cientos de muertos al a?o. M¨¢s disuasi¨®n. Los gobiernos israel¨ªes han demolido 18.000 casas palestinas y admitido la pr¨¢ctica de la tortura. Un ex soldado reconoci¨® el verano pasado haber disparado a un hombre de Hebr¨®n porque le mir¨® mal. Hubo confesi¨®n, pero no castigo. Se discrimina flagrantemente a la minor¨ªa ¨¢rabe-israel¨ª en las inversiones p¨²blicas, se veta su acceso a la venta de tierras estatales, se les impide construir viviendas?

Seis guerras despu¨¦s (1948, 1956, 1967, 1973, 1982 y 2006), Israel atraviesa otro periodo de tensi¨®n b¨¦lica y tambi¨¦n de hast¨ªo por el continuo brotar de esc¨¢ndalos de corrupci¨®n que aquejan a una clase pol¨ªtica desacreditada. Parad¨®jicamente, la bonanza econ¨®mica se prolonga desde hace un lustro. Aunque las desigualdades sociales, efecto de las reformas liberalizadoras, son desgarradoras.

El banco central acaba de difundir un informe preocupante: el 34% de los ciudadanos no puede comprar varios alimentos b¨¢sicos. Decenas de miles de familias han recibido comida de organizaciones caritativas para celebrar la pascua jud¨ªa. El sistema educativo, advierten los expertos, est¨¢ hecho unos zorros, aunque algunas universidades -s¨®lo la Hebrea de Jerusal¨¦n cuenta con m¨¢s premios Nobel que Espa?a- alcanzan la excelencia. Junto a ciudades con enormes bolsas de pobreza -Ramla, Lod, Kiryat Malachi?- se alza el moderno y vibrante Tel Aviv. Rico, aunque descuidado. El reino de los laicos. "Es el Israel pr¨®spero que puede permitirse el lujo de subvencionar las dos periferias: las ciudades en desarrollo, basadas en la industria y en sectores econ¨®micos obsoletos, y los colonos, que viven del empleo p¨²blico, trabajan en Jerusal¨¦n o Tel Aviv y no disponen de una econom¨ªa real", explica Sznadjer.

Israel cuenta con una potente industria inform¨¢tica y de f¨¢rmacos gen¨¦ricos, es uno de los l¨ªderes mundiales en patentes y en investigaci¨®n de nuevos materiales, es pionero en energ¨ªa solar, y su industria armament¨ªstica es poderos¨ªsima: acaba de desplazar al Reino Unido como cuarto exportador mundial de armas. Pero al mismo tiempo, su econom¨ªa tambi¨¦n depende de sectores caducos como la agricultura o los sectores qu¨ªmico y textil, que emplean a la mitad de los siete millones de israel¨ªes. A un nutrido grupo de ciudadanos, estos avatares les importan un bledo.

Viven en sus mundos. Hasta los 23 a?os, Amid Peer, nacido en Tel Aviv, pisaba poco las sinagogas; ahora -tirabuzones y ataviado con levita negra- pide donaciones en el Muro de las Lamentaciones. A sus espaldas, el presidente Simon Peres se dirige a centenares de cadetes de las escuelas militares. Recuerda el mandatario que Israel no ten¨ªa tanques en 1948, que cinco pa¨ªses ¨¢rabes les atacaron? La mayor¨ªa cree la narrativa heroica, aunque historiadores prestigiosos hayan desmontado la versi¨®n oficial: los soldados jud¨ªos siempre gozaron de n¨ªtida superioridad num¨¦rica y armada frente a los ej¨¦rcitos ¨¢rabes. "Peres s¨®lo dice tonter¨ªas. Tenemos enemigos porque no rezamos. Si pudiera hablar, les dir¨ªa a esos j¨®venes que no se alistaran. Necesitamos m¨¢s fe. Si todos los jud¨ªos luch¨¢ramos por el objetivo com¨²n de la salvaci¨®n no necesitar¨ªamos al ej¨¦rcito. Dios nos proteger¨ªa". En cuanto a la tierra, no hay debate. "Eretz Israel, entre el r¨ªo Jordan y el Mediterr¨¢neo, fue entregada por Dios a los jud¨ªos. As¨ª lo dice la Biblia. ?Sabes que los palestinos tienen 22 Estados ¨¢rabes donde pueden habitar?", interroga Peer. Se marcha sonriendo. Es feliz.

Esa mueca de eterna felicidad ilumina tambi¨¦n el semblante de Dina Rajamim. Vive desde hace 25 a?os con su marido y siete hijos en el asentamiento de Eli, residencia de 600 familias protegidas por el ej¨¦rcito, sobre una colina en Cisjordania. No estrecha la mano por imperitavo religioso, pero es pura amabilidad. "No es sencillo vivir aqu¨ª. Ha de amarse el lugar. Esta tierra es nuestra. Y la tierra lo sabe. Por eso a nosotros nos da frutos, porque sabe que nuestro coraz¨®n est¨¢ con ella. Mira los ¨¢rabes. Nos marchamos de Gaza y no pueden cultivar porque a ellos la tierra no les da frutos".

Dima, falda larga y cabello cubierto, cree fervientemente lo que dice. Pero tampoco ignora, como tanto israel¨ª, que el sue?o del Gran Israel no ser¨¢ el futuro. Se aprecia su resignaci¨®n. "No haremos como en Gaza. No queremos enfrentarnos al ej¨¦rcito porque nuestros hijos son soldados. Nos ir¨ªamos con dolor. Aqu¨ª nos trajo Ariel Sharon y ahora nos quieren sacar. Estamos cansados del conflicto, pero los ¨¢rabes lo quieren todo. Quieren Jerusal¨¦n, y eso no puede ser. Es nuestro. Est¨¢ escrito en la Biblia. Los palestinos viven aqu¨ª y no los podemos expulsar. Pero todo se agrav¨® cuando Sharon subi¨® al Monte del Templo (Explanada de las Mezquitas, septiembre de 2000). No deb¨ªa haber provocado, porque, adem¨¢s, nadie debe pisar el monte. S¨®lo cuando llegue el Mes¨ªas". Si llegara el Mes¨ªas se topar¨ªa en Cisjordania con un mar de alambradas, de muros y de torretas militares. De bloques de cemento que taponan las carreteras palestinas. Es agobiante. Los colonos, atrincherados en sus 120 asentamientos y 100 colonias salvajes de casas prefabricadas, disponen de las suyas. En los tramos comunes no se detienen en los check-points. Tienen su carril. Un muro de hormig¨®n de ocho metros de altura asfixia varias ciudades -Bel¨¦n, Kalkilia, Tulkarem?-. Israel ha ganado en seguridad despu¨¦s de dos intifadas. Las cifras de v¨ªctimas mortales israel¨ªes han ca¨ªdo en picado en los ¨²ltimos cinco a?os, y la presencia permanente de los soldados en Cisjordania y las redadas diarias abortan ataques y atentados. Cuentan con miles de soplones a su servicio.

"La ocupaci¨®n dura 40 a?os", explica Miri Weingarten. "Dos tercios de la historia de Israel. Pero la historia de 1948 no ha terminado. Los israel¨ªes dicen a los palestinos que la Naqba es el pasado. Para ellos no lo es. Siguen viviendo en los campos de refugiados, sufriendo expropiaciones, mueren en manifestaciones. Todo les lleva a recordar 1948. La Naqba no ha terminado".

Sonr¨ªe Amer Awad en su modesta casa de la ciudad de Gaza. "?Qu¨¦ me vais a contar de los 60 a?os?", espeta de entrada. Su pueblo, Hamam¨¦, se alzaba a 15 kil¨®metros al norte de la franja, hoy Israel. "Nunca olvidar¨¦ lo que vi. Yo ten¨ªa 12 a?os en 1948. Recuerdo que ten¨ªamos buenas relaciones con los jud¨ªos porque forma parte de nuestra tradici¨®n ser hospitalarios. Les visit¨¢bamos en sus fiestas. No me arrepiento. Pero el mundo no sabe lo que nos hicieron. Dos semanas despu¨¦s de que nos expulsaran regres¨¦ con mi padre, mi t¨ªo y unos primos para recoger las cosas. Dormimos en nuestras casas. A la ma?ana siguiente fui a la de mis primos. Uno estaba sin cabeza, otro con las tripas fuera. Mientras hu¨ªamos otra vez nos bombardearon. Hac¨ªan cr¨¢teres tan grandes como camellos". Cuando, muchos a?os despu¨¦s, pudo volver a su aldea identificaba los lugares por los ¨¢rboles. No quedaba nada m¨¢s: 500 pueblos fueron borrados del mapa -el historiador Ilan Pappe tilda de "limpieza ¨¦tnica" la expulsi¨®n de unos 800.000 palestinos a los pa¨ªses vecinos-, y sobre esos lugares Israel cre¨® parques nacionales. Entre los pinos y abetos, ajenos a la flora aut¨®ctona, a¨²n pueden encontrarse ruinas.

Recordar¨¢n su 14 de mayo. El d¨ªa m¨¢s triste. Embargados por la melancol¨ªa, el resentimiento, el miedo, la impotencia, la incomprensi¨®n y una econom¨ªa de subsistencia. Sus miradas lo dicen todo. Les cuesta comprender por qu¨¦ Israel, que ignora desde hace cuatro d¨¦cadas la resoluci¨®n de Naciones Unidas que exige la retirada de los territorios ocupados, goza de impunidad. La confianza en las buenas palabras de la comunidad internacional se ha esfumado. Se sienten solos. En los ¨²ltimos dos a?os, tras el bloqueo econ¨®mico impuesto a Ham¨¢s despu¨¦s de su triunfo en unas elecciones impolutas, el recelo hacia Europa se ha disparado. "?No quer¨ªan democracia?", se preguntan.

Leila Sansour, de 42 a?os, es cineasta. Hay que tener coraje para serlo en Cisjordania, donde s¨®lo hay un cine abierto. Trabaja con ONG extranjeras, y a muchas las critica ¨¢cidamente. "Se gu¨ªan por agendas propias. Hay una nueva moda. Si quieres hacer un v¨ªdeo sobre la ocupaci¨®n de Palestina, es muy dif¨ªcil. Los temas deben ser los derechos de la mujer o la transparencia en el Gobierno. Nos tratan seg¨²n un modelo colonial. No ayudan a crear una industria, s¨®lo dan una c¨¢mara a un principiante y nos acostumbran a la caridad. Eso hace dif¨ªcil que seamos ambiciosos", explica Sansour. Todo ayuda a alimentar el extremismo. "La fuga de cerebros nos da?a. En los a?os setenta y ochenta, muchos activistas pacifistas acabaron en la c¨¢rcel o exiliados, y, tras ese fracaso, el relevo lo han tomado fuerzas m¨¢s radicales. Hemos intentado que el mundo nos ayudara, pero nada se ha conseguido". La frustraci¨®n respecto a la comunidad internacional es inmensa. "La simpat¨ªa de Europa no es suficiente. La gente se ha convencido de que hay que enfrentarse a la ocupaci¨®n con la fuerza que tengamos", dice Sansour.

Y es que los Gobiernos israel¨ªes han destrozado sistem¨¢ticamente los liderazgos palestinos. Yasir Arafat siempre fue considerado un terrorista. Que en 1988 diera el complicad¨ªsimo paso de reconocer la legitimidad de Israel sirvi¨® para alumbrar el proceso de Oslo en 1993. Las negociaciones embarrancaron. Arafat fue encerrado en la Mukata de Ramala hasta la partida, en 2004, hacia su muerte en Par¨ªs. El actual presidente, Mahmud Abbas, fue humillado sin escr¨²pulos. "Es irrelevante", repet¨ªan los gobernantes israel¨ªes que ahora lo consideran su socio. El historiador Benvenisti no se traga ese anzuelo: "El mundo est¨¢ sobornando a los palestinos con miles de millones de d¨®lares para mantener la ilusi¨®n de un proceso de paz. La Autoridad Palestina no existe, son una banda de ladrones. Y el Estado de Israel se fundamenta en la superioridad sobre los inferiores aplicando un r¨¦gimen de apartheid".

No hay palestino de a pie que crea en el di¨¢logo con Israel. Durante 60 a?os han mirado hacia adelante y hacia atr¨¢s, a derecha e izquierda, y hacia abajo. No han hallado la salida. Han padecido tambi¨¦n los desmanes de sus propios clanes pol¨ªticos, corruptos hasta l¨ªmites escandalosos. Ahora cientos de miles dirigen su mirada hacia arriba. Hacia su Dios. "En Yabalia [Gaza], hace 20 a?os s¨®lo hab¨ªa dos mezquitas", comenta Fayez. "Algunos viejitos iban a rezar. No hab¨ªa salas para las mujeres. Hoy, s¨®lo en este campo de refugiados hay docenas de templos, y no se construye una sin una planta para mujeres. Los viernes est¨¢n a rebosar". La tendencia se atisba irreversible. "Mi hijo tiene cuatro a?os y va a la mezquita. No se lo hemos ense?ado. Cuando oye al im¨¢n lo deja todo". Impera la miseria, la luz y el gas escasean, las materias primas no entran en Gaza desde hace un a?o, el desempleo es atroz, el sector privado casi ha desaparecido? Como hace seis d¨¦cadas, el burro a¨²n es un medio de transporte. En la franja se fermenta el radicalismo. Nadie puede aislarse del cerco bestial que padece el territorio. "Tengo otra hija de dos a?os", a?ade Fayez, "que el otro d¨ªa me pidi¨® que le comprara ropa de muyahidin. Quiere luchar contra los israel¨ªes porque nos cortan la luz".

La desolaci¨®n tambi¨¦n conduce a otros caminos. Vera Baboun ense?a literatura en la Universidad de Bel¨¦n. Enviud¨® a los 45 a?os y alimenta a cinco hijos. Es creencia extendida que las mujeres palestinas se limitan a sus labores caseras. Craso error. Abundan las que son m¨¢s duras y decididas que muchos hombres. Hay que tener arrestos para ser mujer y jugar al f¨²tbol. Como Honey Thaljieh. "Jugamos en asfalto, afrontamos el problema del muro y la mentalidad machista. Las mujeres vienen a animarnos; pero los hombres, a comprobar si somos capaces de jugar". Vera Baboun tampoco se rinde. "Los palestinos", apostilla, "tienen varios estereotipos: los refugiados del interior, los del exterior, emigrantes que decidieron marchar para no volver, los palestinos que viven en Israel. ?Sabes lo que es bueno? Permanecer. Los que vivimos bajo asedio somos los m¨¢s afortunados. Creo que eso nos fortalece. S¨®lo podemos escoger entre el negro y el negro".

Que se lo digan a Hagar Kandil, vecina de Rafah, fronteriza con Egipto. Su marido est¨¢ desempleado desde hace siete a?os. Hagar trabaja en el sector educativo y gana 500 euros al mes. No ve a dos de sus hermanos emigrados ni a su hijo, en una escuela militar en Yemen, desde hace tres a?os. No hay que buscar para hallar familias con tres o cuatro miembros en el exilio. Hagar, sin embargo, s¨®lo sali¨® de Gaza una vez en su vida, en 1980, y para ir a Cisjordania. "Cuando mandaban los egipcios hab¨ªa seguridad, pero la pobreza era tremenda. Con los israel¨ªes mejor¨® la econom¨ªa, pero la gente se sent¨ªa amenazada en sus casas. Ahora no nos podemos considerar seres humanos. Creo que vivimos peor que nunca".

Majed Shahin casi no puede comparar. Es uno de los 600.000 palestinos encarcelados en alg¨²n momento en Israel: 23 de sus 50 a?os los ha pasado entre rejas. Cumpli¨® su condena en 2007. Eterno militante en Al Fatah, no se arrepiente de nada. Cobra una pensi¨®n de 1.000 euros -"como un general", asegura- por su condici¨®n de ex prisionero. Y tampoco conf¨ªa en las negociaciones con Israel que dirige su partido. "No hay otro remedio. Al Fatah sabe que eso destruye su imagen, pero ese gobierno est¨¢ muy presionado por la comunidad internacional. La alternativa es la resistencia, pero la divisi¨®n que existe ahora entre los palestinos la hace inviable. Adem¨¢s, necesitamos la unidad ¨¢rabe. Sin ella s¨®lo podr¨¢ haber peque?os ataques". Largo lo f¨ªa.

Son legi¨®n, no obstante, quienes disienten de Majed. Los m¨¢s aguerridos, los 25.000 milicianos islamistas. Dispuestos a lo que sea. "Por mi patria y mi religi¨®n", claman. Disciplinados, han alcanzado el modesto estatus de mosca cojonera frente al ej¨¦rcito m¨¢s poderoso de Oriente Pr¨®ximo, y han situado bajo la amenaza de sus cohetes Kassam, todav¨ªa artesanales, a 250.000 israel¨ªes. En 1948, los jud¨ªos pelearon a muerte y los palestinos se fugaron sin apenas plantar cara. Los hijos de los refugiados han dado la vuelta a la tortilla, fundaron Ham¨¢s en 1987 e inculcaron a los nietos la disposici¨®n al sacrificio. Saben que van a sufrir lo indecible, y que, casi con certeza, nunca ver¨¢n los frutos. Pero su vida es un tormento. Y juran que aguantar¨¢n.

Claudette Habesch cree que no hay que lanzar siquiera una piedra. Insiste en que hay que persuadir a las potencias mundiales. Y en cierto modo coincide con el profesor Benvenisti. "No quiero", afirma la mujer, "echar a nadie al mar, pero tampoco quiero que me expulsen al desierto. ?Sabes? Los jud¨ªos son las v¨ªctimas. ?Es ¨¦sta su victoria? Yo veo lo que 40 a?os de ocupaci¨®n han causado a sus generaciones. No me gustar¨ªa ver a mis hijas trabajando en el aeropuerto Ben Guri¨®n y pidiendo el sujetador a las mujeres. ?Es eso seguridad? Ya no me pongo elegante cuando viajo. Me visto con ch¨¢ndal".

Una patrulla de soldados israel¨ªes por Jerusal¨¦n en 2008.
Una patrulla de soldados israel¨ªes por Jerusal¨¦n en 2008.ALFREDO C?LIZ

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