Si las mujeres mandasen...
En una antigua zarzuela se cantaba: "Si las mujeres mandasen/ en vez de mandar los hombres/ ser¨ªan balsas de aceite/ los pueblos y las naciones". Es decir, si exceptuamos, por ejemplo, a la se?ora Thatcher y su guerra de las Malvinas y a la belicosa se?ora Aguirre, las mujeres suelen querer la paz en el mundo. Por ser instrumento privilegiado de la creaci¨®n vital, se comprende que amen la vida porque la dan. Matarles los hijos es matarlas por dentro. Odian, pues, guerras, terrorismos, hambrunas y enfermedades que matan cada d¨ªa a millones de seres, muchos de ellos ni?os. No entienden que los gobernantes promuevan o consientan tanta inhumanidad mientras ellas ponen paz, hacen justicia, gobiernan sin violencia, son diplom¨¢ticas pero decididas, son pr¨¢cticas y no se pierden en discusiones te¨®ricas, procuran que el hogar y el lugar de trabajo funcionen con armon¨ªa, son cautas y prudentes, saben aconsejar. Tienen, por tanto, todas las virtudes del buen pol¨ªtico al llevar siglos practic¨¢ndolas con toda naturalidad, sin darle importancia, ya que ha sido en el pasado su costumbre familiar y un deber asumido. Sin embargo, las mujeres son a¨²n una minor¨ªa en pol¨ªtica y trabajan en ella con dificultad y tensi¨®n, siempre amenazadas por unos hombrecillos que, si las elogian con hipocres¨ªa, impiden a menudo su promoci¨®n y su influencia positiva. No han logrado las mujeres cambiar la mentalidad, la ideolog¨ªa y el malhacer masculino en pol¨ªtica. No han impuesto todav¨ªa un nuevo estilo no agresivo ni han logrado impulsar pol¨ªticas justas y humanas contra el sistema depredador y corruptor del capitalismo salvaje. Algunas, para seguir en la brecha, se ven obligadas a comportarse como sus actuales jefes.
La pre?ez de Chac¨®n evoca el papel de la mujer en la tarea de frenar la destrucci¨®n del planeta
Hace 25 siglos, Arist¨®fanes, genio de la s¨¢tira pol¨ªtica griega, supo sintetizar simb¨®licamente el papel decisivo de lo femenino en la vida p¨²blica a trav¨¦s de Lis¨ªstrata, la joven ateniense que convoca a las mujeres de una Grecia, desgarrada por guerras fratricidas para imponerles la paz a los contendientes; armisticio finalmente logrado gracias a ellas. Su estrategia es negarse al deseo de sus maridos si no dejan de combatir. Si hacen la guerra, no har¨¢n el amor. De momento se apoderan del erario militar. "Salvamos el dinero porque es el culpable de la guerra. Lo administraremos nosotras, ?no lo hacemos en casa?". A un comisario pol¨ªtico le recuerda que las oligarqu¨ªas utilizan las guerras para robarle la riqueza al pueblo y proclama que la guerra es innecesaria. Seguidamente formula toda una declaraci¨®n de principios femeninos que puede resumirse as¨ª: "Los hombres nos t¨¦neis en el hogar sin darnos explicaciones porque dec¨ªs que la guerra es cosa de hombres y, al quejarnos de vuestros errores, nos mand¨¢is callar. Ahora salvaremos a Grecia aplicando a la pol¨ªtica nuestras artes dom¨¦sticas. Como se desanudan los hilos enmara?ados y sucios que impiden girar al huso, as¨ª hay que limpiar la corrupci¨®n ciudadana, eliminar a los ambiciosos que se conjuran para copar los cargos p¨²blicos, mezclar nativos y extranjeros amigos en un cesto de buena voluntad com¨²n, y con los hilos de todas las regiones tejer una t¨²nica para el pueblo". Cuando el comisario se escandaliza de que hablen y act¨²en de ese modo mujeres que no han participado ni una brizna en la guerra, Lis¨ªstrata estalla: "?C¨®mo, dos veces maldito? Nosotras soportamos la guerra el doble que vosotros. En primer lugar, somos las que hemos parido los hijos que a ella os llev¨¢is".
Como emblema de todo este razonamiento, Arist¨®fanes crea una escena divertida y altamente simb¨®lica. Una joven, para negarse al coito marital, finge estar embarazada ocultando bajo la t¨²nica el casco de Atenea, diosa de la guerra. Con ello el autor de Lis¨ªstrata indica la necesidad de convertir las armas en instrumentos de paz y de progreso, y destaca que una y otro son fruto del amor como lo son los hijos. En definitiva, la vida y la paz contra la muerte y la guerra. No puedo vencer la tentaci¨®n de evocar un hecho reciente como s¨ªmbolo similar. Esta vez sin fingimiento de pre?ez, pero con el mismo mensaje profundo, la visita de una ministra de Defensa (que no de la Guerra), en estado de gestaci¨®n avanzada, a las fuerzas que defienden la paz en lejanos pa¨ªses, v¨ªctimas del beneficio econ¨®mico de los ricos belicosos, me parece una bella evocaci¨®n de la ingeniosa escena aristof¨¢nica, que denuncia el horror mundial y constituye la m¨¢s pedag¨®gica proclamaci¨®n del papel pol¨ªtico, revolucionario, de la mujer en la urgente tarea de frenar la destrucci¨®n del planeta, el dolor de los pueblos y la violencia entre las naciones. Si las mujeres mandasen en vez de mandar los hombres: he ah¨ª nuestra gran esperanza.
J. A. Gonz¨¢lez Casanova es catedr¨¢tico de Derecho Constitucional de la UB
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