La ciudad de la desesperanza
1.200 inmigrantes subsaharianos se hacinan en la ciudad marroqu¨ª de Oujda, en el l¨ªmite con Argelia, a la espera de una oportunidad para llegar a Espa?a
En los ¨²ltimos cuatro a?os la ciudad marroqu¨ª de Oujda, a 15 kil¨®metros de la frontera con Argelia, se ha convertido en una zona de espera forzosa para 1.200 inmigrantes subsaharianos que luchan por entrar en Espa?a. Para ellos, estar en esta ciudad es s¨ªmbolo de fracaso. La polic¨ªa marroqu¨ª les deja muy cerca de all¨ª cada vez que les detiene en pleno intento por llegar hasta Europa. Sin dinero, papeles, ni pertenencias, terminan por agruparse en campamentos en la periferia, donde muchos duermen al raso y malviven mendigando. All¨ª intentan rehacerse, tanto moral como econ¨®micamente, y emprender un nuevo viaje.
Kayadi, nacido hace 33 a?os en la peque?a Rep¨²blica de Ben¨ªn, fronteriza con Nigeria, lleva cuatro a?os regresando c¨ªclicamente a esta ciudad. Un d¨ªa de 1992, mientras ve¨ªa en la televisi¨®n, se "enamor¨®" de Barcelona. "Estaba viendo los juegos ol¨ªmpicos y me dije: 'Yo vivir¨¦ all¨ª", cuenta en su refugio de los bosques de Oujda, de donde salieron los inmigrantes que naufragaron el pasado 28 de abril, tras pinchar, supuestamente, su lancha neum¨¢tica una patrullera de la Marina marroqu¨ª. Perecieron al menos 29 personas. Apoyado en una tienda de campa?a con armaz¨®n de ramas de eucalipto, Kayadi explica su andadura: "He estado muchas veces en Casablanca y en T¨¢nger, pero la Polic¨ªa me detiene y siempre me trae aqu¨ª".
Kayadi regres¨® a Oujda hace un mes, junto a su amigo Isaac T., de 29 a?os y nacionalidad nigeriana. Seg¨²n sus testimonios, ambos fueron detenidos en Casablanca y pasaron una semana en los calabozos. "Yo estaba m¨¢s fuerte, pero no me dieron de comer en todo ese tiempo", dice Isaac.
Las asociaciones de apoyo a los inmigrantes de esta zona de Marruecos calculan que existen unos 25 lugares en los que los inmigrantes subsaharianos se refugian y ocultan de la polic¨ªa marroqu¨ª. Esas zonas, a las que llaman "tranquilos", pueden ser estables o m¨®viles. Las primeras, situadas en los bosques o los barrios perif¨¦ricos de la ciudad, suelen tener tiendas de campa?a en las que guardan sus pocas pertenencias y algunos utensilios de cocina.
Los tranquilos m¨®viles implican un desplazamiento continuo por el riesgo de ser descubiertos o porque la gendarmer¨ªa visita esos lugares a ciertas horas del d¨ªa. Los alrededores de la Universidad entran dentro de esta categor¨ªa. Durante el d¨ªa, unos 400 inmigrantes se agrupan en esta zona, en la que la Polic¨ªa no puede entrar porque es un espacio dotado de autonom¨ªa. Cuando cae la noche se reparten entre los bosques o las mezquitas.
Los grupos suelen estar organizados por nacionalidades y tienen un l¨ªder, que toma las decisiones importantes para la comunidad y est¨¢ en contacto directo con las organizaciones no gubernamentales que les ayudan. Una de ellas, la Asociaci¨®n Beni Znassen, calcula que el 40% de los inmigrantes asentados son de Nigeria, seguidos de los de Camer¨²n (20%), Mal¨ª (11%) y Senegal (9,2%). "La mayor¨ªa no tiene qu¨¦ comer y cada vez les cuesta m¨¢s trabajo conseguirlo, porque van en aumento", asegura un cooperante.
En los bosques, sembrados de bolsas de pl¨¢stico usadas, cada uno de los campamentos funciona como una peque?a aldea. Las tiendas de campa?a no superan la media docena y est¨¢n separadas unos dos kil¨®metros del asentamiento m¨¢s pr¨®ximo. Para llegar a ellas hay que caminar por zonas abruptas, atravesar arroyos secos en los que pastan ovejas, o vertederos con basura reci¨¦n quemada.
Los inmigrantes pasan el d¨ªa mendigando en el mercado. Sobre las 14.00, regresan con garrafas de agua y algunas monedas. Entonces aprovechan para lavar los cacharros de cocina, comidos de moscas desde la noche anterior, y almuerzan. Pasan la tarde visitando amigos y charlando.
En la ¨²ltima semana, el naufragio de una patera con 70 inmigrantes en la costa de Alhucemas y la muerte de una treintena de sus ocupantes es el ¨²nico tema de conversaci¨®n. La noticia no les quita las ganas de llegar a Espa?a. "Estamos cansados de rogar una oportunidad, cualquier cosa es mejor que esto", dice Deborah Rose, una de las supervivientes.
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