Frank
Esa mirada h¨²meda pase¨® por todos los canales. Eran las ¨²ltimas penas de Frank Rijkaard tras la despedida atroz del Bernab¨¦u y justo antes de la otra despedida, la definitiva. Se le pod¨ªa reprochar cualquier cosa menos falta de elegancia. No perdi¨® los nervios cuando las cosas iban mal, ni mostr¨® arrogancia luego, cuando el Barcelona se com¨ªa el mundo. Este a?o, en la temporada del desastre, propicia al exabrupto, se port¨® como un caballero.
Quiz¨¢ tome calmantes, o cualquier otra cosa. Da igual: s¨®lo funcionan hasta cierto punto. El m¨¦rito de Rijkaard radica en la bondad de car¨¢cter, innata, y el autocontrol, algo que ha conseguido imponerse a s¨ª mismo. Rijkaard fue un futbolista explosivo en todos los sentidos. Fue c¨¦lebre su bronca con el alem¨¢n Rudi Voeller en un Holanda-Alemania de 1990 (Rijkaard escupi¨® varias veces a su rival, le retorci¨® la oreja y le dio un pisot¨®n), como lo hab¨ªa sido, en 1987, su bronca con Cruyff, por entonces su entrenador en el Ajax. En un entrenamiento, a Rijkaard se le cruzaron los cables y abandon¨® el estadio jurando que no quer¨ªa verle m¨¢s. Y se fue, a Lisboa, Zaragoza y Mil¨¢n, donde estableci¨® el manual del moderno mediocentro.
Dicen que Cruyff fue consultado por el Barcelona sobre la conveniencia de contratar a Rijkaard como t¨¦cnico. Y dicen que Cruyff, que se ha ganado su fama de sabio con frases surrealistas y sin demasiado sentido, no entr¨® en m¨¦ritos profesionales. Se limit¨® a tres palabras: "Es bien persona". En efecto, lo es. Las buenas personas son las que mejoran con el tiempo. Rijkaard ha respetado a sus jugadores (aunque no siempre lo merecieran), a los rivales, a los directivos, a la prensa y al p¨²blico. Ha sido un elemento de sosiego en el m¨¢s atractivo y caro espect¨¢culo televisivo. Y, encima, ha dado al barcelonismo m¨¢s ¨¦xitos que Cruyff. En un negocio que abunda en saltimbanquis infantiloides y paranoides zafios constituye una feliz anomal¨ªa: un adulto equilibrado. F¨²tbol al margen, todos perdemos algo con su marcha.
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