Las ¨²ltimas estrellas
Quiz¨¢ habr¨ªan preferido que la fecha pasara inadvertida. En el negocio de la m¨²sica popular, viejo parece ser la palabra m¨¢s fea: el de la edad es el flanco desprotegido, por el que llegan ataques triviales. Olvidemos esas mentes simplonas. Cada uno envejece como mejor puede. Ni Madonna ni Prince parecen haber bajado su ritmo, dentro o fuera del escenario; el caso de Michael Jackson tiene otras peculiaridades, que desdichadamente le alejan de las giras regulares y los discos entregados con puntualidad. Aun as¨ª, Michael cuenta con un extraordinario capital: se trata de una de las personas m¨¢s reconocibles del planeta. Y todos los desastres acumulados en los ¨²ltimos 20 a?os, desde su reconstrucci¨®n f¨ªsica hasta sus crisis de liquidez, no oscurecen sus logros: seguramente, Jackson tiene m¨¢s canciones universales que Madonna y Prince juntos.
Prince y Michael, siempre distantes. Prince y Madonna, unidos por la colaboraci¨®n
Los tres se mantienen porque tienen carisma. Los artistas de hoy est¨¢n miniaturizados
El producto principal de Madonna es ella y su pasmosa vida
En realidad, entre ellos hay m¨¢s contrastes que coincidencias. S¨ª, se podr¨ªa hablar de un origen similar: la Am¨¦rica proletaria, clase media-baja. Ninguno de ellos naci¨® con una cuchara de plata, aunque tampoco pasaron estrecheces. Todos crecieron en familias fr¨¢giles o problem¨¢ticas.
Prince Rogers Nelson vino al mundo en Minneapolis el 7 de junio de 1958. Hijo de un pianista de jazz y una cantante, la pareja se separ¨® y Prince no congeni¨® con su padrastro. Algo parecido, con respecto a la mujer que reemplaz¨® a su madre fallecida, le ocurri¨® a Madonna Louise Veronica Ciccone, nacida el 16 de agosto de 1958 en un suburbio de Detroit. Madonna tuvo la desgracia de ser la mayor de una familia numerosa, una adolescente abrumada por tareas de persona adulta. Mientras que Michael Joseph Jackson fue el juguete de otra tropa de mocosos desde que se materializ¨® en Gary (Indiana) el 29 de agosto de 1958. No le duraron mucho los mimos: Michael tuvo que lidiar con las ansiosas expectativas de su padre, que deseaba que sus hijos se hicieran un hueco en el mundo del espect¨¢culo.
Y lo logr¨® gracias a la potente maquinaria de Motown Records: Michael Jackson ya era toda una estrella cuando Prince y Madonna todav¨ªa iban a la escuela. Triunf¨® primero con sus hermanos, los din¨¢micos Jackson Five, y con su carrera paralela como solista a partir de 1971. En realidad, la experiencia vital de Michael es ¨²nica. De cr¨ªo conoci¨® los locales m¨¢s s¨®rdidos de los barrios negros, donde los Jackson actuaban como una novedad, entre veteranos humoristas resabiados y damas del strip-tease. Dicen que lo que all¨ª vio, incluyendo alguna broma pesada de sus hermanos, le cre¨® una fobia al sexo que puede explicar algunas de sus desdichas.
Estamos hablando de alguien que apenas tuvo ni?ez, alguien que ingres¨® a los 11 a?os en el olimpo de la fama y que nunca lo ha abandonado. Michael ha pasado cuatro quintas partes de su existencia en una burbuja dorada, y su conexi¨®n con el mundo real ha sido tirando a tenue. Todos sus actos parecen calculados para seguir escalando por la cuca?a, incluyendo la construcci¨®n de su personaje de gran exc¨¦ntrico, una creaci¨®n tan lograda que estuvo a punto de mandarle a la c¨¢rcel.
Algunos ingenuos creen que aquellas acusaciones de pederastia acabaron definitivamente con sus posibilidades de reconquistar algo parecido a la posici¨®n que tuvo en los a?os ochenta, cuando Thriller le convirti¨® en el vocalista (?y el bailar¨ªn!) m¨¢s popular de la Tierra. Pero no, siempre hay margen para un retorno triunfal: nos encantan las narrativas del h¨¦roe destrozado que, rompi¨¦ndose las u?as, vuelve a salir a la superficie tras p¨²blico arrepentimiento.
De hecho, Michael tiene relativamente f¨¢cil volver a triunfar. La industria de la m¨²sica negra funciona con productores que aportan su conocimiento de las ¨²ltimas tendencias en dosis matem¨¢ticamente calculadas para destacar en el mercado. Michael ya ha contado con este tipo de mercenarios y podr¨ªa volver a hacerlo. El problema es que Michael no deber¨ªa conformarse con sonar como alguien del mont¨®n: en Thriller y su maravilloso predecesor, Off the wall, funcion¨® como sintetizador de tendencias, y all¨ª estaba un Quincy Jones para potenciar sus hallazgos. En el siglo XXI, con sus garrafales errores de juicio, cuesta imaginar a un Michael Jackson ejerciendo de alquimista.
Pero siempre se puede regresar. Lo demostr¨® Prince al romper con Warner, la discogr¨¢fica en la que desarroll¨® la parte m¨¢s brillante de su trayectoria, tras una sonrojante batalla p¨²blica en la que incluso se escribi¨® la palabra ?esclavo? en la cara. Sin embargo, su emancipaci¨®n se ha demostrado mod¨¦lica. Desde hace 10 a?os, Prince no busca contratos de grabaci¨®n: prefiere los acuerdos de distribuci¨®n, firmados disco a disco. Se puede permitir irregularidades como regalar su ¨²ltimo lanzamiento a los lectores de un peri¨®dico brit¨¢nico, o ?lo hizo en Estados Unidos? a los compradores de una entrada para verle en directo.
La fiereza con que Prince pelea por sus derechos resulta agobiante. Se halla en litigios con YouTube y eBay para que no comercien con su m¨²sica. Se ha ganado la antipat¨ªa de sus fans m¨¢s devotos al exigir que eliminen de sus p¨¢ginas web cualquier foto, portada, m¨²sica o letra sujeta a copyright. Est¨¢ tan seguro de sus poderes que puede permitirse irritar al n¨²cleo duro de su p¨²blico.
La base econ¨®mica de Prince son sus conciertos. Por lo menos en su pa¨ªs, ha prescindido de los intermediarios: es el promotor de sus propias giras, alquila grandes recintos y deja que Internet difunda la noticia. Saca rendimiento a su afici¨®n por tocar: explota sus jam sessions, que tienen lugar despu¨¦s del concierto, en clubes que pagan caro por el privilegio. Ese sistema le permite una ins¨®lita flexibilidad.
Incluso est¨¢ pensando en quedarse en Las Vegas: en vez de viajar buscando a su p¨²blico, exige que los paganos viajen para verle. Lo hizo el pasado verano: 21 noches en un recinto londinense. Funcion¨®, ya que sus seguidores saben que suele tener bandas extremadamente ecl¨¦cticas. Un concierto de Prince puede sorprender incluso al seguidor habitual, algo imposible en otras superestrellas, milimetrados de principio a fin.
Lo que hace grande a Prince es la confluencia de arquetipos. Primero, ejerce de m¨²sico itinerante, como los bluesmen y jazzmen de leyenda. Segundo, se parece mucho a ese mito del genio total: domina los secretos del estudio, puede grabar en total soledad, es extraordinariamente prol¨ªfico, se expresa en muchos lenguajes musicales. Tercero, se vende como amante perfecto, incluso ahora, que ha renunciado a sus fantas¨ªas libertinas.
Con todo, fue eclipsado durante sus triunfales a?os ochenta por el estrellato de Michael. Prince tambi¨¦n gener¨® una niebla m¨ªstica a su alrededor, pero su misterio empeque?ec¨ªa al lado de la megaloman¨ªa imperial de Jackson: sus fantas¨ªas eran m¨¢s asimilables, con su para¨ªso privado (Paisley Park, combinaci¨®n de residencia y centro de trabajo), un supuesto har¨¦n, su control de los medios de producci¨®n, su club particular. Tiene gracia que semejante hedonista haya terminado convertido en testigo de Jehov¨¢, miembro de una Iglesia que cont¨® con la familia Jackson entre sus devotos. Las casualidades no cesan: uno de los hijos de Michael es apodado Prince, y otro se llama ??de verdad!? Prince Michael Jackson II.
Las relaciones entre Prince y Michael han sido distantes y llenas de suspicacias. Por el contrario, Prince ha entrado cautelosamente en el planeta Madonna, con la que ha colaborado discogr¨¢ficamente. Eso no debe sorprender: Madonna tiene un d¨¦ficit en lo musical y est¨¢ abierta a transfusiones de talento, siempre que ella regule el flujo. En realidad, la gran obra de la chica material es su propia carrera, y all¨ª ha realizado jugadas que Prince no ha sabido concluir con ¨¦xito. El chico p¨²rpura tuvo que aguantar que Warner cerrara el grifo que alimentaba su sello particular, Paisley Park Records, mientras que la misma multinacional termin¨® comprando la parte de Madonna en su exitosa discogr¨¢fica, Maverick Records.
Y est¨¢ el cine. Prince ha abandonado sus pretensiones en este campo tras sus pinchazos como director en Under the cherry moon (1986) y Graffiti bridge (1990), dos endebles pel¨ªculas a su servicio. Por su parte, Madonna no ha logrado establecerse como actriz respetable, pero sigue en la batalla: supervisa sus sucesivos documentales y hasta acaba de estrenarse como realizadora con Filth and wisdom.
Ocurre que la de cantante es una definici¨®n escasa para Madonna. Ella es una vedette, una luminaria del show business cuyo principal producto es ella misma y su pasmosa vida. Es lo menos rock and roll del mundo: pertenece a la generaci¨®n de las discotecas, gente que considera el rock como algo risible por sus ¨ªnfulas y por su machismo. Nada ten¨ªa que ver Madonna con el resto de los que recibieron ese d¨ªa el mismo honor: Leonard Cohen, The Ventures, John Mellencamp o los Dave Clark Five.
Madonna no iba a despreciar esa oportunidad de pavonearse. En vez de buscarse un introductor venerable, se llev¨® a Justin Timberlake, un peso ligero del pop que est¨¢ a su servicio en su nuevo disco, Hard candy (para m¨¢s inri, un antiguo novio de una competidora, Britney Spears). Luego, ella solt¨® un largo discurso en el que tuvo un recuerdo especial para los que dudaban de su arte: ?Esos que dec¨ªan que no ten¨ªa talento, que estaba gordita, que no pod¨ªa cantar, que no iba a conseguir m¨¢s que un ¨¦xito, me empujaron a hacerlo mejor?.
El rencor puede ser parte del combustible que alimenta a Madonna; el resto se llama, sin duda, ambici¨®n. Esa combinaci¨®n se hace evidente en sus encuentros con la prensa. A diferencia de Prince o Michael Jackson, cervatillos que evitan las entrevistas, Madon?na se deleita en acobardar a los periodistas. Ni siquiera disimula su desprecio por el interrogador: no se rebaja a explicar o discutir, lo suyo es imponer sus argumentos con un gesto de suficiencia. Para intimidar m¨¢s, est¨¢ respaldada por su jefa de prensa, Liz Rosenberg, que trabaja silenciosa desde un rinc¨®n de la habitaci¨®n.
Su ego es tan descomunal como su dedicaci¨®n. Consagra las 24 horas del d¨ªa a idear planes y a esculpir su principal instrumento, su cuerpo. El secreto de su carrera reside en su constante reinvenci¨®n, un proceso para el que cuenta con los m¨¢s habilidosos dise?adores, fot¨®grafos, estilistas, videoartistas, core¨®grafos, etc¨¦tera.
Sus metamorfosis dan quebraderos de cabeza a los analistas que intentan descodificar sus reencarnaciones. Qu¨¦ asombrosa audacia la de Madonna: la exploradora de los tab¨²es sexuales se transforma en autora de cuentos infantiles, la vituperadora del catolicismo se convierte en devota de la c¨¢bala, la propagandista del carpe diem tiene espasmos de activismo pol¨ªtico. Todas las paradojas que quieran: la irreverente yanqui que se recicla en almidonada dama brit¨¢nica, la disco girl que adopta el modo confesional de las cantautoras, la reina del videoclip que proh¨ªbe a sus hijos ver televisi¨®n.
Tal capacidad para la regeneraci¨®n explica que Madonna no haya sufrido graves bajones. Si tropieza en alg¨²n proyecto, generalmente cinematogr¨¢fico, inmediatamente resurge con una poderosa imagen o un disco adhesivo. Si no tiene producto para vender proclama a los cuatro vientos alg¨²n contrato deslumbrante con Warner, H&M o Live Nation (su segunda carrera triunfal es la de business woman). Adem¨¢s cuenta con inapreciables ayudas: cuando su discurrir parece rutinario truenan en contra de ella los portavoces del Vaticano, el juda¨ªsmo ortodoxo o alguna ONG indignada por su adopci¨®n de un hu¨¦rfano africano (que result¨® tener padre). Y vuelta a empezar con el entretenimiento global: qui¨¦n es, qu¨¦ pretende esta mujer.
En realidad, la tr¨ªada de Madonna, Michael y Prince se mantiene por proceder de una ¨¦poca en la que las figuras ten¨ªan carisma. Ahora los artistas est¨¢n miniaturizados: nos llegan a trav¨¦s de una ventana en nuestro ordenador, su m¨²sica se pierde en las entra?as de nuestros reproductores de MP3. Las estrellas actuales descubren que es imposible conservar un enigma cuando sus vidas est¨¢n vigiladas siete d¨ªas a la semana por necesidades de la industria del voyeurismo, que proporciona materia prima a un mill¨®n de blogs y columnistas comodones. Sin ese elemento enigm¨¢tico resulta duro mantener la fascinaci¨®n.
Los tres llegan a los 50 a?os con unas finanzas s¨®lidas. Perd¨®n, aqu¨ª tambi¨¦n deber¨ªamos aplicar la excepci¨®n a Michael, el m¨¢s inclinado al despilfarro. Pero Jackson tiene el colch¨®n de sus felices inversiones de los a?os ochenta, cuando se hizo con los derechos editoriales de los Beatles y otros artistas en una jugada. Con semejante m¨¢quina de hacer dinero sin sudar, se puede permitir no explotar la principal cantera de sus coet¨¢neos: los directos. Aun as¨ª puede verse obligado a volver a la carretera en los pr¨®ximos tiempos.
Michael har¨ªa bien en tomar lecciones de Mick Jagger, un amigo ocasional al que desprecia por sus carencias vocales. Pero aunque sexagenarios, los Rolling Stones lideran las estad¨ªsticas de ingresos brutos por actuaciones. Al final va a ser cierto aquello que cantaba la juvenil Aaliyah: ?Age ain?t nothing but a number?. Ella usaba lo de ?la edad no es nada m¨¢s que un n¨²mero? para justificar sus amor¨ªos con R. Kelly, un mayor de edad. Ahora se puede aplicar a otros casos: este verano podremos ver a Leonard Cohen, un se?or de 73 a?os, encabezando el cartel de festivales para veintea?eros. En comparaci¨®n, los nacidos en 1958 lucen como unos pipiolos.
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