Kultur, cultura, cultureta
Una misma palabra puede significar cosas distintas. Hablando de cultura, el alem¨¢n nos llena la boca con una resonancia grandilocuente y elitista al gran pensamiento filos¨®fico, la literatura m¨¢s excelsa, la m¨²sica sinf¨®nica, la ¨®pera y el arte monumental. Incluso escribiendo en otro idioma, a veces usamos Kultur -siempre con may¨²scula- para enfatizar, del mismo modo en que el derivado catal¨¢n cultureta nos sirve para aludir exactamente a lo contrario: el medio pelo, el querer y no poder, el gato por liebre, el to er mundo ¨¦ g¨¹eno.
Tanto en castellano como en gallego cultura est¨¢ a salvo, por el momento, de connotaciones tan inoportunas. Por el momento, porque no faltan usos que poco a poco se van extendiendo y que nos cuesta mucho aceptar si entendemos la palabra en ese sentido amplio, no restringido, que no olvida ninguna manifestaci¨®n de la creatividad humana. Cultura entendida como la creaci¨®n del valor a?adido que las personas somos capaces de aportar a mayores de lo que es natural o puramente material: la gastronom¨ªa es el resultado culto de la alimentaci¨®n tanto como la literatura lo es del lenguaje. Cuando leemos t¨ªtulos como A cultura do pan de Xos¨¦ Luis Ripalda entendemos perfectamente qu¨¦ se debe seguir entendiendo por cultura, aunque circulen ciertas variantes deturpadas a este respecto.
Nunca antes en la historia de la Humanidad la gente fue m¨¢s culta
Pienso, por caso, en la denominada "cultura de la droga", o la expresi¨®n "la cultura de la muerte", m¨¢s recientemente introducida para referirse no al trasfondo de creencias, ritos, expresiones art¨ªsticas, musicales, folcl¨®ricas o populares que tan destacada presencia tienen en pa¨ªses como M¨¦xico o Galicia, sino la brutalidad de los verdugos hacia sus v¨ªctimas. Por mucho que respetemos la capacidad incesante de las lenguas para producir nuevos significados, catalizada hoy por el enorme poder de los medios de comunicaci¨®n, no deber¨ªamos olvidar que el sentido m¨¢s genuino del concepto es consustancial a pasiones positivas como la est¨¦tica, la empat¨ªa, el di¨¢logo, la comprensi¨®n de lo diverso y la generosidad. Y que la cultura siempre apunta hacia la perfecci¨®n y la excelencia de la sensibilidad humana y al logro de la belleza, como las propias creaciones populares han reflejado invariablemente a lo largo del tiempo.
En los a?os 60 del siglo pasado Umberto Eco daba a las prensas un famoso libro en el que expresaba la inquietud entonces existente hacia la creciente democratizaci¨®n de los bienes culturales promovida por la proliferaci¨®n de mensajes transmitidos a trav¨¦s de novedosos cauces. Su observaci¨®n de partida era rotunda: desde una concepci¨®n elitista, desde la Kultur, "la mera idea de una cultura compartida por todos, producida de modo que se adapte a todos, y elaborada a medida de todos, es un contrasentido monstruoso. La cultura de masas es anticultura". En su ¨²ltima novela, Enzensberger pone en boca de un personaje reaccionario y est¨®lido una afirmaci¨®n semejante. "?Cultura para todos? (...) La cultura es un hecho minoritario. Las llamadas personas normales prefieren el jaleo y la diversi¨®n". Y clama contra lo oneroso de que Alemania tenga 150 teatros en activo y varias docenas de orquestas sinf¨®nicas, o de que todav¨ªa se sigan representando ¨®peras.
Frente a esta postura apocal¨ªptica, Eco registra tambi¨¦n la reacci¨®n optimista del integrado: los nuevos tiempos presentan una oportunidad ¨²nica contra la que, sobre todo, no cabe la indiferencia. El universo de las comunicaciones de masas es el nuestro, y gracias a la proliferaci¨®n de productos culturales -generadores, todo hay que decirlo, de una poderosa industria- no es inexacto afirmar que nunca antes en la historia de la Humanidad la gente fue m¨¢s culta, se escribieron, editaron, vendieron y leyeron tantos libros, se escuch¨® tanta y tan buena m¨²sica, y el arte fue tan accesible al p¨²blico en general no solo a trav¨¦s de los museos, sino tambi¨¦n por gracia de lo que Benjamin denominaba "la era de la reproductibilidad t¨¦cnica". No nos convence, como a la Josefine de Hans Magnus, la idea rancia de la Kultur, pero es cierto que conviene estar en guardia para que la cultura no se convierta, como quien no quiere la cosa, en cultureta.
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