Una narraci¨®n inici¨¢tica
Pocos gigantes de la literatura han sido tan menospreciados en vida como lo fue Herman Melville. Tras sus dos primeros ¨¦xitos relativos, Typee y Om¨² (Alba, 1999), su vida literaria fue casi siempre cuesta abajo. A las dos novelas antedichas le sigui¨® una extra?a fantas¨ªa, Mardi, que desconcert¨® tanto a cr¨ªticos y a lectores como al mismo Melville que, sin embargo, se rehizo ante su p¨²blico con dos narraciones marineras: esta que comentamos, Redburn, en la que relata de modo m¨¢s o menos autobiogr¨¢fico su primera embarcada, y Chaqueta blanca (Alba, 1998). Detr¨¢s vendr¨ªan: una de las cumbres de la literatura de todos los tiempos, Moby Dick o La ballena, que fue acogida con indiferencia; la singular y extraordinaria Pierre o las ambig¨¹edades (Alfaguara, 2002), que acab¨® de echar por tierra su ya mermado prestigio, y sus prodigiosos y arriesgados relatos, como los reunidos en los Tales of the Piazza ('La Piazza', 'Bartleby', 'El campanario', 'El vendedor de pararrayos', 'Las encantadas' y 'Benito Cereno'), entre otros. Excepto 'Las encantadas' (Berenice, 2008) y 'Benito Cereno' (C¨¢tedra, 1998), todos sus relatos est¨¢n reunidos en Cuentos completos (Alba, 2006). Agobiado por las deudas y el mantenimiento de la familia, acab¨® consiguiendo un puesto de inspector de aduanas en los muelles de Nueva York. A¨²n escribir¨ªa otro relato soberbio, Billy Budd (C¨¢tedra, 1998), que no lleg¨® a publicar en vida.
Redburn
Herman Melville
Traducci¨®n de Miguel Temprano Garc¨ªa
Alba. Barcelona, 2008
520 p¨¢ginas. 26 euros
Entre los recuerdos asoma de pronto un cuadro que contiene la "estampa de una enorme ballena, tan grande como un barco y cubierta de arpones..."
Redburn -primera traducci¨®n al castellano- es un relato de iniciaci¨®n que se apoya en su experiencia personal a bordo del St. Lawrence en la ruta Nueva York- Liverpool-Nueva York. Este viaje fue su primer contacto con el mar como marinero y podemos dividirlo en tres partes. La primera cuenta su trabajoso descubrimiento de la vida en el mar; la segunda, su estancia en Liverpool -con una escapada a Londres-, y la tercera es el viaje de regreso llevando a bordo un gran n¨²mero de inmigrantes. Y en este libro es donde empieza a dibujarse la legendaria figura del ¨²nico que qued¨® para contar la aventura de la ballena blanca.
El comienzo recuerda al ni?o del poema de Baudelaire que trata de imaginar el mundo a trav¨¦s de los mapas. El joven Redburn, hijo de un caballero arruinado y ¨¦l mismo en un lamentable estado de precariedad, se embarca por necesidad y por sue?o. La descripci¨®n de tal estado no admite concesiones; no hay un ¨¢pice de ret¨®rica, pinta las cosas como son y prende la atenci¨®n de inmediato por su fiabilidad. No tendremos duda sobre lo que espera al muchacho, pero, por eso mismo, la poderosa verosimilitud del estilo nos empuja a leer m¨¢s: no hay misterio en el desarrollo de la historia sino en cada uno de los avatares de la misteriosa iniciaci¨®n a la vida. El relato de la partida, la primera salida al mar y la primera salida de Am¨¦rica arrancan con una fuerza de convicci¨®n que allana y estimula la lectura. En esta novela semibiogr¨¢fica no hay intriga encadenada propiamente dicha, pero tiene al lector siempre pendiente del relato por su capacidad de atender a lo significativo de la sucesi¨®n de hechos que pasan como estampas ante los ojos del lector; la mayor¨ªa de ellos (la conciencia de la extensi¨®n del oc¨¦ano, el primer cruce con otro barco en la inmensidad del mar...) contienen un alto valor simb¨®lico, marca de la casa.
Redburn es un muchacho educado y puritano y de los sucesos extraer¨¢ siempre consecuencias morales y de comportamiento. Asimismo, Melville muestra su gusto por traer a la historia informaci¨®n interesante y minuciosa de todo orden sobre aquello donde se posa la mirada del chico, sea el oficio del mar o los objetos que descubre o las peculiaridades de la gente con la que convive. De este modo de hacer dar¨¢ sobrada muestra en Moby Dick. Por cierto, entre los recuerdos asoma de pronto un cuadro en el sal¨®n de su casa que contiene la "estampa de una enorme ballena, tan grande como un barco y cubierta de arpones...".
La segunda parte muestra su estancia en Liverpool, que empieza con un chasco encantadoramente propio de un chico provinciano que nunca antes hab¨ªa salido de su casa: trata de conocer la ciudad siguiendo una vieja gu¨ªa de su padre viajero celosamente guardada y rele¨ªda y descubre que ya nada est¨¢ en su sitio. Las descripciones de Liverpool transmiten su curiosidad y arrojo, cuyo motor es el deseo de conocer; son, en parte, de corte dickensiano, con algunas escenas formidables, como la estremecedora historia del pasaje Lancelot o un viaje a Londres que parece propio del m¨¢s admirable follet¨®n g¨®tico. Son relatos de miseria, trapacer¨ªa, perversi¨®n, ingenuidad, envilecimiento, piller¨ªa... Pero Redburn es un chico decente que juzga con severidad a las malas personas y se alegra y es generoso con los desgraciados. En su boca pone Melville reflexiones sobre el funcionamiento de la sociedad, las relaciones humanas, las leyes... perfectamente insertas en el cuadro de vida que despliega ante nuestros ojos.
El viaje de vuelta es menos tenso, en lo personal, que el de ida, porque ya est¨¢ m¨¢s impuesto en las leyes y la vida del mar. Aqu¨ª, con gran astucia, hace entrar a un personaje que es su contrafigura, lo que revela su instinto narrativo. Harry Bolton, un joven fr¨ªvolo, desenvuelto en la buena sociedad pero sin un c¨¦ntimo por su mala cabeza, fantasm¨®n y simp¨¢tico, se hace querer por Redburn y se convierten en compa?eros de aventura. Bolton decide volver con Redburn a Am¨¦rica... y ah¨ª veremos la utilidad de ese contraste entre ambos para completar el car¨¢cter de nuestro h¨¦roe.
Redburn surge como una narraci¨®n inici¨¢tica, muy pegada al mar, en la l¨ªnea de un Richard Dana, pero en la que ya asoman tanto el mundo como esa cualidad formidable de Melville que es su capacidad de creaci¨®n basada en lo simb¨®lico, determinante en la lucha del h¨¦roe obsesionado y desgraciado contra la representaci¨®n del mal en la naturaleza que representa la ballena blanca. Por cierto, que es de justicia aprovechar este comentario para advertir sobre la existencia de una edici¨®n de Moby Dick que tiene vocaci¨®n de can¨®nica por su justeza y el magn¨ªfico aparato informativo que la rodea. Me refiero a la edici¨®n y traducci¨®n de Fernando Velasco (Akal, 2007).
Y a este respecto, no me resisto a plantear una duda: la traducci¨®n de Moby Dick comienza como todas, con ese solemne y plural "Llamadme Ismael". La pregunta es: ?a qui¨¦n se dirige el n¨¢ufrago? ?A una cofrad¨ªa de oyentes? ?A una asamblea? No. El ¨²nico interlocutor de Melville y de su personaje es el lector individual. ?Por qu¨¦, entonces, no traducir ese "Call me Ishmael" por "Ll¨¢mame Ismael"? -
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