La curva del toro
Isaac Babel se refer¨ªa a la dificultad del empe?o para explicar "la curva misteriosa que describe la l¨ªnea recta de Lenin". Como dir¨ªa Jesul¨ªn, esa curva es como un toro, cuya ecuaci¨®n aparece descrita por H. Brocard en sus Notes de bibliographie des courbes g¨¦om¨¦triques (Bar-le-Duc, 1897). En resumen, la curva del toro es la que describir¨ªa un toro buscando reunirse con el diestro, suponiendo que ¨¦ste sigue un camino dado, con un movimiento uniforme. Se trata de un caso particular de las curvas o l¨ªneas de persecuci¨®n, as¨ª designadas por Bouguer con ocasi¨®n del problema de la ruta del barco que quiere interceptar a otro, al que dio soluci¨®n en la Memoire de l'Academie des Sciences de 1732.
Aceptemos que el arte del toreo incluye muchos de estos momentos de fuga pero brilla sobre todo en las situaciones contrarias, cuando el diestro se atornilla en el ruedo y cita al astado que se arranca en l¨ªnea recta. Entonces, todo lo aprendido sobre las curvas de persecuci¨®n queda inservible y cobran su plena vigencia los principios de la tauromaquia de Pepe Hillo, el primero de los cuales es una adaptaci¨®n del de la impenetrabilidad de la materia: "Que viene el toro, te quitas t¨²; que no te quitas t¨², te quita el toro". Adem¨¢s, para que el lance se verifique con valor art¨ªstico a?adido, es preciso que el matador intervenga en la venida del toro, que le cite en debida forma, y que le d¨¦ salida con el enga?o sin necesidad de quitarse o que si en ¨²ltimo extremo debe hacerlo proceda de manera irreprochable.
Sabemos que un acuerdo no es tan f¨¦rtil como un desacuerdo a la hora de estimular el di¨¢logo, pero la lidia no es exactamente un di¨¢logo, aunque requiera alguna colaboraci¨®n del toro, cuya embestida nadie garantiza y sin la cual se multiplican los m¨¦ritos pero se hacen imposibles los logros art¨ªsticos. En todo caso, convengamos en que la concepci¨®n del arte del toreo es una forma de conocimiento basada en el "principio de comunicabilidad de las complejidades inteligibles", a la que se ha referido con acierto Jorge Wagensberg en el libro Proceso al azar. Por eso, es innecesario empapuzar a los japoneses con teor¨ªa alguna. Basta con que sentados en el tendido se dejen invadir por la belleza de la ejecuci¨®n, entren en resonancia con los aficionados y queden arrebatados por emociones que les ser¨¢ imposible explicar en Tokio.
Babelia
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