Diario de una princesa
A las siete suena el despertador en casa de los pr¨ªncipes de Asturias. Los ventanales del primer piso se iluminan. En el horizonte, la nevada sierra de Madrid. Y un buc¨®lico decorado de ciervos y encinas. Poco despu¨¦s de las ocho, la pareja deja a Leonor, su primog¨¦nita, de dos a?os, en la escuela infantil de la Guardia Real, tras los muros del cuartel El Rey, en El Pardo. Tardan 10 minutos. El Pr¨ªncipe conduce un todoterreno japon¨¦s comprometido con el medio ambiente. Comienza la jornada laboral de los herederos de la Corona. Despu¨¦s cubren el kil¨®metro que separa su residencia del palacio de la Zarzuela. All¨ª tienen sus despachos. En la planta baja. Justo debajo del Rey. Escuetos, convencionales, sin lujos. "Econom¨ªa de medios", repiten en la Casa. Imposible estirar m¨¢s el edificio. La oficina de la Princesa fue una sala de visitas; la del jefe de su secretar¨ªa, Jaime Alfons¨ªn, un comedor. Se lee la prensa. Sin expurgar. Llega la correspondencia. Se rastrea Internet. Empiezan las reuniones. Qu¨¦ invitaciones aceptar. Qu¨¦ viajes efectuar. A qu¨¦ personas recibir. Hay miles de peticiones. En los pasillos se cruzan uniformes militares, trajes oscuros y ordenanzas de chaquetilla blanca. El ambiente es fr¨ªo y pausado; la luz, tenue; se habla a media voz. Empieza un d¨ªa de trabajo en la Casa del Rey. El cabeza de familia es jefe del Estado. Como lo ser¨¢ su hijo.
La residencia de los Pr¨ªncipes es el primer edificio que se divisa al acceder al vasto complejo de la Zarzuela. Est¨¢ anclada sobre un promontorio. Como una isla. Con su propio per¨ªmetro de seguridad. Ligeramente oculta entre ¨¢rboles. Custodiada por infantes de Marina. Letizia Ortiz lleg¨® a esta inmensa finca en las afueras de Madrid en noviembre de 2003. Tras el anuncio de su compromiso con el heredero. Vivir¨ªa seis meses como una hu¨¦sped en el pabell¨®n de invitados, hasta la boda. Para el personal de la Casa fue, desde el primer momento, "la se?ora". Se acab¨® el tuteo. Y conducir su coche. Y salir sola. La Reina se puso manos a la obra. Har¨ªa de ella una princesa. Se convertir¨ªan en buenas amigas y aliadas.
Universitaria, divorciada, de clase media, a sus 31 a?os Letizia estaba en su mejor momento profesional. Era la presentadora del telediario de mayor audiencia. Una cara conocida. De moda. En brecha. Hab¨ªa hecho con esfuerzo el camino que conduce de viajar en metro al Ibiza, y de ah¨ª el salto al Audi A3. Letizia Ortiz no sali¨® a cazar un pr¨ªncipe, se lo encontr¨®. Se enamoraron. Y hab¨ªa que querer mucho al heredero para abandonar todo por lo que hab¨ªa luchado. No era lo mismo que cambiar de cadena de televisi¨®n. Era cambiar de vida. Despojarse de lo anterior. Lanzarse al vac¨ªo. Con millones de ciudadanos por testigos. Le dio muchas vueltas. Lo har¨ªa por amor. El Pr¨ªncipe era un hombre que val¨ªa la pena. Trabajar¨ªa duro a su lado. El 3 de noviembre de 2003, en su primera aparici¨®n p¨²blica, lo expres¨® con claridad; hab¨ªa tomado "una decisi¨®n madura, fruto de reflexiones intensas, y con el peso y la solidez del profundo amor que nos tenemos y del proyecto com¨²n que ahora iniciamos. Hasta los 31 a?os he trabajado como periodista con ganas, ilusi¨®n y fuerza, y de esa misma manera afronto lo que ahora iniciamos con responsabilidad y con vocaci¨®n de servicio a los espa?oles". Un desapacible 22 de mayo de 2004, a cambio de un "s¨ª quiero", se convert¨ªa en princesa de Asturias, futura reina de Espa?a, futura madre de reina, e, incluso, hipot¨¦tica reina regente en caso de la muerte de su marido durante la minor¨ªa de edad de la primog¨¦nita. Hab¨ªa dado el paso. No hab¨ªa marcha atr¨¢s.
Hoy no se arrepiente. Es feliz. En su vida y su trabajo. Un trabajo at¨ªpico. No existe ley, estatuto, tradici¨®n, costumbre ni pr¨¢ctica que lo regule. Hay que darle contenido cada d¨ªa. En estos cuatro a?os ha cumplido su parte del contrato. No ha metido la pata. Ha dado descendencia y continuidad a la Corona, y es una princesa digna y aplicada. ?til y comprometida. Impecable en las formas. Obstinada en la perfecci¨®n. Buscando su camino. La nueva imagen de la Monarqu¨ªa espa?ola: nuestra marca m¨¢s conocida en el mundo. Quiz¨¢ no sea la princesa m¨¢s elegante del planeta; no tiene el chic de Carolina de M¨®naco ni el perfil piadoso de Matilde de B¨¦lgica. Pero sabe lo que es pagar una hipoteca y viajar en los autobuses La Veloz entre Madrid y el extrarradio. Ha dado frescura a la instituci¨®n. Y alegr¨ªa al funcionamiento de la Casa. Conoce a todos los empleados, les tutea y llama por su nombre. De vez en cuando baja a las ni?as a sus despachos para que las vean crecer. Y recalca que no vive en una burbuja. Que su marido y ella no est¨¢n rodeados de sirvientes de librea pertrechados de bandejas de plata dispuestos a cumplir sus deseos. Que sus hijas son su prioridad. Sus amigos, los de siempre. Y todav¨ªa sabe cu¨¢nto cuesta la barra de pan.
Fue la ¨²ltima en llegar a La Zarzuela. Era la m¨¢s joven. Y adem¨¢s, mujer. Y proced¨ªa de un mundo muy distinto al del palacio. No hab¨ªa nacido princesa, como su marido, cuyo bautizo ya supuso un acontecimiento pol¨ªtico. Letizia era una estrella televisiva. En horas supimos todo sobre su vida. El nombre y rostro de sus anteriores parejas. Que sus padres estaban divorciados, su abuelo era taxista y su cu?ado hab¨ªa trabajado de barrendero. Su biograf¨ªa pasada ten¨ªa techo de cristal. La presente se comenz¨® a escribir a base de rumores. Algunos medios comenzaron a frotarse las manos. Era un fil¨®n.
El fen¨®meno de acoso y derribo a un miembro de la realeza no era nuevo. La monarqu¨ªa brit¨¢nica pag¨® la novatada. Su imagen, la leyenda, la magia de siglos, se desmoron¨® el d¨ªa en que los tabloides comenzaron a ocuparse de la vida privada de sus integrantes a partir de la boda del pr¨ªncipe Carlos con lady Diana Spencer, en 1981. Hasta entonces hab¨ªan sido intocables. Curiosamente, los primeros medios en disparar fueron los del magnate conservador Rupert Murdoch. Val¨ªa todo. La situaci¨®n lleg¨® a su apogeo amarillo en 1992, un a?o calificado por Isabel II como "horribilis".
En Espa?a, a mediados de los noventa, los nuevos programas televisivos del coraz¨®n iban a romper tambi¨¦n los esquemas de la mesurada y opaca Casa del Rey. En el preciso instante que se intentaba reforzar la imagen del Pr¨ªncipe, reci¨¦n llegado a Espa?a tras su m¨¢ster estadounidense, como futuro Rey, que apareciera caricaturizado en los mismos programas que Jesul¨ªn y su troupe supon¨ªa un desastre de imagen para el heredero. Un desprestigio. Y lo que es peor, una batalla perdida. El Pr¨ªncipe estaba indefenso. La Casa ha sido siempre partidaria de no perderse en pleitos. Por tanto, era cuesti¨®n de cubrirse con una piel de elefante. Relativizar. Y aguantar. Y esperar que pasara el chaparr¨®n. Escamp¨®. Diez a?os m¨¢s tarde le tocaba el turno a la reci¨¦n llegada.
"No es que la Princesa sea el eslab¨®n m¨¢s d¨¦bil de la Corona; es el eslab¨®n que m¨¢s vende", explica una fuente de la Casa del Rey. "Es el nuevo producto. Del Rey se ha escrito mucho, y lo mismo del Pr¨ªncipe. Pero una vez que el heredero se hab¨ªa prometido y casado, su vida privada ya no ten¨ªa morbo. Dej¨® de interesar. No era noticia. Y en esto lleg¨® un nuevo miembro a la familia real. Y la Princesa pod¨ªa hacer ganar mucho dinero".
La Princesa vende. Cada uno de los actos a los que asiste, sobre todo sin el pr¨ªncipe de Asturias, constituye un espect¨¢culo medi¨¢tico seguido por decenas de fot¨®grafos y c¨¢maras de v¨ªdeo que circulan a codazos para captar el mejor plano. No importa lo que diga. Ni lo que haga. Importa su imagen. El factor rosa. El largo de la falda. La altura de sus tacones. La masa corporal. Su perfecto maquillaje adquiere irreales tintes azulados por la cascada de flashes. Ella, que nunca supo posar, abre mucho los ojos, mira fijamente en direcci¨®n a un punto indeterminado y adopta una postura hier¨¢tica, casi r¨ªgida. Cada uno de sus m¨ªnimos movimientos -arreglarse, beber un sorbo de agua, sonre¨ªr, aplaudir- provoca mil disparos. Se trata de interpretar su estado de ¨¢nimo. La segunda parte llega en cuanto se mezcla con los invitados y un aluvi¨®n de fot¨®grafos aficionados se bate por una imagen suya como recuerdo. Surgen c¨¢maras de lugares insospechados. Y un aluvi¨®n de tel¨¦fonos m¨®viles. Ella hace lo que puede. Sin perder la sonrisa. "?Pero es que s¨®lo quer¨¦is fotos? ?No quer¨¦is contarme nada?", pregunta a un grupo de adolescentes que la asaetean. ?Ellos quieren su foto! Aunque salga con los ojos cerrados y la boca abierta. Durante una visita a la factor¨ªa Talgo, un soldador de mono azul surge bajo un vag¨®n a sus pies y la inmortaliza con su tel¨¦fono m¨®vil. La Princesa pone ojos como platos ante la aparici¨®n.
Estos cuatro a?os no han sido un cuento de hadas. Le han pegado duro. "Como la prensa amarilla no pod¨ªa contar nada raro sobre su matrimonio, porque no lo hab¨ªa; como no hab¨ªa una historia truculenta que relatar, la bolsa se ha llenado de rumores, bulos y barbaridades que se han ido consolidando como leyenda urbana", explican desde su entorno. "Ya estamos apostando por el pr¨®ximo rumor".
- ?Cu¨¢l va a ser?
- Hay dos opciones: que est¨¢ embarazada de un var¨®n y se va a provocar un problema constitucional por la sucesi¨®n, o que los Pr¨ªncipes duermen en habitaciones separadas.
Lo pas¨® mal, especialmente en su primer a?o de matrimonio. No es un aut¨®mata que se limita a recitar discursos que otros escriben y a entregar premios. Tiene sentimientos. Y criterio. Y personalidad. Se llev¨® muchos palos. No entend¨ªa nada. De la noche a la ma?ana se hab¨ªa convertido para algunos medios en una maleducada que interrump¨ªa en p¨²blico al Pr¨ªncipe; un demonio de la ambici¨®n; una mujer arribista, fr¨ªa, agresiva y calculadora dispuesta a cargarse la Monarqu¨ªa. Y no ten¨ªa posibilidad de rechazar esa versi¨®n. ?Qui¨¦n defend¨ªa a Letizia?
?C¨®mo ha logrado aguantar? La respuesta es sencilla: desde el primer momento tuvo fe en lo que estaba haciendo, en el trabajo que estaba realizando; cre¨ªa en la Monarqu¨ªa parlamentaria, la ¨²nica forma de gobierno que hab¨ªa conocido desde que tuvo uso de raz¨®n. Y en esa l¨ªnea, ya como Princesa, se plante¨® servir a los espa?oles teniendo como referente al Pr¨ªncipe. Ha aguantado todo por amor. El primer choque con la realidad fue visitar a los heridos del atentado del 11-M. A¨²n era la prometida. Las fotos de aquel d¨ªa la muestran al borde del colapso del brazo de la Reina a la salida de un hospital. Ah¨ª se dio cuenta de que ser princesa no iba a ser f¨¢cil.
En la distancia corta, la Princesa es una mujer espigada y de mediana estatura. Estrecha de hombros y caderas. Con tobillos de cristal y los omoplatos dibujados bajo la chaqueta. Tiene una media melena casta?a un poco mate, grandes ojos verdosos ribeteados con l¨¢piz verde, una dentadura perfecta y un cutis transparente. Las manos son peque?as, huesudas, con las u?as cortas, y revelan, con sus movimientos, sus emociones. Las manos le traicionan. De frente es guapa; de perfil ofrece un aspecto m¨¢s duro, con una nariz grande e imperfecta y una barbilla prominente. Su sonrisa es permanente; el trato, cari?oso. Est¨¢ c¨®moda en su papel, con la derecha y la izquierda; junto al presidente Rodr¨ªguez Zapatero, Esperanza Aguirre o el lehendakari Ibarretxe, que fue su galante cicerone en el Museo Guggenheim de Bilbao durante una visita el mes pasado.
No s¨®lo con los poderosos. Tambi¨¦n se la percibe a gusto, sin distancias, con naturalidad, con los trabajadores, los ni?os, los acad¨¦micos, el clero, los banqueros y las empresarias. Hasta con los fabricantes de maquinaria para la construcci¨®n. Para todos tiene una palabra. Y un inter¨¦s que parece aut¨¦ntico. Durante una visita a una feria en Zaragoza logra rizar el rizo al preguntarle a un vendedor de excavadoras: "?C¨®mo se conjuga la tecnolog¨ªa con la seguridad del operario?". El industrial traga saliva. Y le regala una maqueta de un cami¨®n. Es la s¨¦ptima del d¨ªa. "?Qu¨¦ bien, a la mayor le encantan estas cosas!". Y sigue su camino.
A Letizia le gusta intervenir, debatir, rebatir, opinar. Pregunta m¨¢s que responde. Puede ser un volc¨¢n dial¨¦ctico. Nunca da una causa por perdida. Tiene una memoria envidiable. Y ojo de lince. Sobre todo cuando acompa?a al Pr¨ªncipe y ¨¦l es el protagonista, y ella se puede dedicar a curiosear. Le gusta observar la reacci¨®n de la gente ante las palabras de su marido. Despu¨¦s de cada acto, la pareja realiza un an¨¢lisis cr¨ªtico. No se le escapa ni una. Es capaz de detectar un rostro conocido en un auditorio de 500 personas. Posiblemente su mayor esfuerzo en estos a?os como princesa haya sido aprender a controlarse. A mantener un perfil bajo. A metabolizar que su papel es secundario. Y siempre lo ser¨¢.
Y es cierto, est¨¢ muy delgada. Lo achaca a su constituci¨®n. Su madre era as¨ª de joven, y tambi¨¦n sus hermanas, y en pantalla parec¨ªa menos escu¨¢lida porque la televisi¨®n engorda y no sal¨ªa de perfil. Estar delgada no es delito. Pero ha sido una gran fuente de rumores. Apenas casada, la afirmaci¨®n de ciertos medios era que padec¨ªa anorexia, una enfermedad que, supuestamente, ya hab¨ªan sufrido otras princesas como Lady Di, Victoria de Suecia o Masako en Jap¨®n. Durante el a?o anterior a su primer embarazo, esa delgadez era la evidencia para esos medios de que no pod¨ªa tener hijos. Que estaba recibiendo un tratamiento de fertilidad en Valencia o Barcelona (viajaba en aviones de la Fuerza A¨¦rea). Y estaba ansiosa y deprimida. Despu¨¦s, los rumores dieron por sentado que el parto de su primog¨¦nita a punto hab¨ªa estado de terminar en tragedia, que la infanta Leonor hab¨ªa nacido con una enfermedad incurable (la segunda versi¨®n es que s¨®lo era muda). Y la siguiente tanda de rumores apuntaba que la Princesa era una d¨¦spota, que la Guardia Real cortaba el tr¨¢fico en las calles de Madrid a su paso, que su familia se beneficiaba de su posici¨®n, que se hab¨ªa aficionado a pegar tiros en las cacer¨ªas y presum¨ªa de en¨®loga. Que dominaba a su marido, detestaba al Rey y las Infantas, se enfrentaba a los grandes de Espa?a y hab¨ªa enviado a la Reina exiliada a Londres.
Sufri¨®. M¨¢s de lo que nunca sabremos. El tiempo se encarg¨® de desmentir los bulos. Nadie se disculp¨®. Letizia pod¨ªa tener hijos; Leonor y Sof¨ªa gozaban de excelente salud, y su matrimonio con el Pr¨ªncipe no hac¨ªa agua. El Rey, durante la ¨²ltima Pascua Militar, vestido de capit¨¢n general, la cogi¨® del brazo delante de los poderosos de la naci¨®n, en el Palacio Real, e hizo un largo aparte con ella, entre bromas, ajeno al protocolo, para demostrar al mundo que se lleva bien con su nuera. "?Qu¨¦ mal nos llevamos!, ?verdad, Letizia?", dijo el Rey en voz alta. Y rompieron a re¨ªr. Un gesto. Y la Corona se mueve a base de gestos. Es su arma de defensa y ataque. De complicidad con los ciudadanos. El Rey es un maestro en esa pol¨ªtica gestual.
Por eso, afirmar que la princesa de Asturias tiene un papel dominante en la Casa de Su Majestad supone ignorar c¨®mo funciona la Corona. El Rey es el jefe del Estado. El patr¨®n, como le llaman sus tres hijos. El ¨²nico miembro de la familia cuyas funciones est¨¢n perfectamente descritas en la Constituci¨®n. El que controla. El que decide c¨®mo se emplea un presupuesto que este a?o asciende a 8,663 millones de euros. El que nombra y cesa libremente a todos los miembros civiles y militares de su Casa. "Esa casa funciona a toque de silbato del Rey", explica un antiguo miembro del Gobierno. "El Rey es la ¨²nica voz. Como un d¨ªa ser¨¢ la del pr¨®ximo rey. Y ella es s¨®lo la consorte".
La Casa del Rey es una estructura piramidal de unas 140 personas, dirigidas por el jefe de la Casa (desde 2003, el diplom¨¢tico Alberto Aza, de 70 a?os), con categor¨ªa de ministro, y, bajo ¨¦l, por un secretario general con categor¨ªa de secretario de Estado. De ellos dependen ocho direcciones, que gestionan el ritmo diario de la instituci¨®n y apoyan al Rey en sus funciones como jefe del Estado. Una estructura endog¨¢mica y reducida, "muy diferente a la de un ministerio", explica una fuente de la Casa, "que hace que el trato entre nosotros sea continuo, pr¨®ximo y casi familiar". La mayor¨ªa de sus integrantes tiene sus despachos en el funcional edificio de Magnolias, anexo al palacio de la Zarzuela. Un mundo de hombres, con una media de edad de 60 a?os, en la que abundan los militares (cinco de los 11 puestos directivos) y los diplom¨¢ticos (cuatro). La mayor¨ªa ha desarrollado gran parte de su carrera en la Casa. Es normal que, llegado el momento, el segundo jefe de Seguridad suceda al jefe de Seguridad, y lo mismo pasa en Protocolo o en el Cuarto Militar. Cada departamento es independiente del resto. Cada cual sabe su trabajo. Son gente muda y sin rostro que da mucho y recibe poco.
A este n¨²cleo duro en torno al Rey hay que a?adir los 1.900 hombres y mujeres de la Guardia Real, que se encargan de la vigilancia del complejo, rinden honores de ordenanza a la familia y cumplen misiones b¨¢sicas en la log¨ªstica de la Casa, desde m¨¦dicos, administrativos, peluqueros y conductores hasta cocineros, camareros y sumilleres. Y m¨¢s all¨¢, el servicio de seguridad, responsable de la protecci¨®n inmediata de la familia: una unidad conjunta de cientos de polic¨ªas y guardias civiles de paisano dirigida por un coronel de Infanter¨ªa. Los escoltas del Rey y los Pr¨ªncipes pertenecen a la Guardia Civil, y los de la Reina y las Infantas, al Cuerpo Nacional de Polic¨ªa. Nadie explica el motivo de esta divisi¨®n.
Letizia fue la ¨²ltimaen integrarse en ese microcosmos. En cuanto lleg¨® a La Zarzuela, aquel noviembre de 2003, supo que estaba obligada a encontrar su sitio y su papel dentro de esta peculiar instituci¨®n en la que todos se conocen hace a?os y funcionan con la precisi¨®n de una maquinaria de relojer¨ªa. La periodista de raza cogi¨® un bol¨ªgrafo y un bloc de notas de los que abundan en La Zarzuela, con el escudo real en el frente, y se sumergi¨® en las tripas de la Jefatura del Estado, en cada departamento; habl¨® con sus responsables, quer¨ªa estar al tanto de los entresijos. Era el ¨²ltimo reportaje de su vida. Nunca lo podr¨ªa publicar. Hoy conoce a cada funcionario y escolta por su nombre. Y c¨®mo funciona cada departamento. Y da la sensaci¨®n de moverse como pez en el agua.
Ya antes de la boda, la Casa del Rey hab¨ªa comenzado a reforzar la m¨ªnima secretar¨ªa del Pr¨ªncipe que dar¨ªa cobertura a la nueva Princesa. Cuando la secretar¨ªa fue creada, en 1995, como apoyo inmediato al heredero, y dependiendo org¨¢nicamente del jefe de la Casa (se intentaba evitar a toda costa el ejemplo brit¨¢nico, con una Casa de la Reina y una Casa del Pr¨ªncipe separadas, discordantes y siempre enfrentadas), se compon¨ªa de una sola persona, Jaime Alfons¨ªn, de 51 a?os, un abogado del Estado de s¨®lida formaci¨®n y discreci¨®n enfermiza. Ha ido creciendo a partir de ese embri¨®n. Hoy, la parte administrativa de la secretar¨ªa consta de siete funcionarios y un jefe de oficina. Y de tres ayudantes militares. Antes de la boda se fich¨® como adjunto a Emilio Tom¨¦, de 54 a?os, un coronel de Infanter¨ªa con un buen ingl¨¦s, que fue profesor y primer ayudante militar del Pr¨ªncipe. Tom¨¦ se ocupa de la organizaci¨®n de las actividades de los Pr¨ªncipes. El ¨²ltimo en aterrizar, tambi¨¦n como adjunto, es Jos¨¦ Zuleta, duque de Abrantes, un teniente coronel de Caballer¨ªa, de 47 a?os, anterior n¨²mero dos de Protocolo. Un cl¨¢sico en la Casa. El trabajo de Zuleta es apoyar a la Princesa. Es la persona que est¨¢ continuamente en contacto con ella. Su sombra. El que se hace cargo del bolso si hace falta. Durante meses se habl¨® de la posibilidad de que ese puesto lo ocupara una alta funcionaria del Estado. Ante la filtraci¨®n se cort¨® por lo sano, y se decidi¨® que el elegido fuera alguien con experiencia en La Zarzuela. ?Que supiera c¨®mo funciona esto, lo que no es f¨¢cil; de esa forma podr¨ªa ser de m¨¢s utilidad para la Princesa. Eso era m¨¢s f¨¢cil que buscar alguien de fuera que tuviera que empezar de cero?, explica una fuente del palacio. En estos momentos no hay una sola mujer en el entorno de la Princesa. A excepci¨®n de alguna guardia civil en su escolta.
Ni mujeres, ni consejeros. Mucho se habl¨® de los supuestos asesores de los que se rode¨® a la nueva Princesa para que aprendiera a ser princesa. Ni los hubo, ni los hay. "?C¨®mo iba a necesitar un experto en protocolo si aqu¨ª hay un departamento de protocolo? ?Qui¨¦n va a saber mejor c¨®mo funciona la Casa que los que trabajamos aqu¨ª?", se preguntan en La Zarzuela. "Su asesor¨ªa ha sido su familia pol¨ªtica, que conoce el oficio mejor que nadie. Especialmente la Reina".
- ?Ni siquiera hay un asesor de imagen?
- Nadie le dice que se corte el pelo o que se ponga tal traje. Es ella solita. Y adem¨¢s est¨¢ convencida de que la imagen no puede ir disociada de c¨®mo es la persona y su misi¨®n. Nadie le da directrices. Lo hace ella, como lo ha hecho siempre do?a Sof¨ªa.
Y el primer consejo de la Reina fue que no se complicara la vida con la ropa. Que se buscara un dise?ador de su total confianza que le hiciera todo el fondo de armario y no se liara. La Reina tiene desde hace 20 a?os a la modista Margarita Nuez. Y Letizia, a la que nunca le fascin¨® la moda y que rara vez hojea una revista femenina, tom¨® nota y apost¨® por Felipe Varela, que le ha creado un look muy de uniforme: gris, c¨®modo, atemporal, conservador y sin sorpresas. La Princesa, en ocasiones especiales, apuesta por otros dise?adores espa?oles como Miriam Ocariz o Lydia Delgado. Y prescinde radicalmente de las grandes marcas internacionales, consciente de que los comentaristas nunca se lo perdonar¨ªan. No pretende ser la m¨¢s fashion ni la m¨¢s ideal; pretende ir a trabajar c¨®moda y correcta. No le interesa la moda, lo que no quiere decir que no est¨¦ preocupada por su imagen. Le gusta preguntar a los pr¨®ximos c¨®mo la ven en su papel. En televisi¨®n era conocida por sus compa?eros por una frase que hizo historia: "?Qu¨¦ tal lo he hecho?".
La Reina ha sido su c¨®mplice. Su ejemplo. Desde el primer d¨ªa. Letizia ha aceptado tambi¨¦n de su suegra la sugerencia de mantener una vida familiar lo m¨¢s ¨ªntima y normal posible. En la casa de los Reyes siempre ha sido as¨ª. Franco com¨ªa a diario con sus ayudantes militares y el jefe de la guardia. En La Zarzuela, por el contrario, a las 14.30, la casa de los Reyes se convert¨ªa en un castillo inexpugnable que reun¨ªa en torno a la mesa a los cinco miembros de la familia. Un h¨¢bito que siempre mantuvieron.
Muy pocos conocen la parte privada de la casa de los Pr¨ªncipes. El primer piso. All¨ª nadie entra. Ni los ayudantes ni los escoltas. Es el hogar de un matrimonio joven con dos hijas, que frecuenta los cines de Madrid, se escapa cuando puede al supermercado y hace planes con ni?os los fines de semana al abrigo de los paparazzi. ?C¨®mo est¨¢n educando a las infantas? Como a ni?as normales. Con los h¨¢bitos de cualquier familia espa?ola. No se ha contemplado, de momento, nada especial en su educaci¨®n, m¨¢s all¨¢ de que Leonor pida las cosas por favor, d¨¦ las gracias y los buenos d¨ªas, se siente bien en la mesa y pida ir al ba?o.
La Princesa sabe que Leonor, su primog¨¦nita, nunca ser¨¢ una ni?a m¨¢s. Ser¨¢ la heredera del trono. Y habr¨¢ que explicarle poco a poco su destino. Y tambi¨¦n sabe que Leonor tiene la ventaja, como la tuvo el Pr¨ªncipe, de haber nacido en ese mundo. Dentro de una familia real. Por eso, para Letizia, el mejor modelo de educaci¨®n que Leonor puede recibir es el que el Rey aplic¨® a Felipe: que est¨¦ presente en los acontecimientos del Estado, que conozca Espa?a y a los ciudadanos, que est¨¦ a su lado en las situaciones importantes, como aquella noche del 23-F.
Cuatro a?os de matrimonio, dos malos embarazos, dos ces¨¢reas, dos periodos de lactancia, la muerte de su hermana peque?a. A comienzos de este a?o comenz¨® por fin a vislumbrarse lo que ser¨¢ la agenda de actividades de la Princesa. Por un lado, acompa?ar a todos los actos oficiales al heredero, excepto las maniobras militares y algunas tomas de posesi¨®n de jefes de Estado latinoamericanos. Y a sus viajes europeos. Y adem¨¢s, presidir no m¨¢s de tres actos en solitario cada mes, centrados en el mundo de la infancia y la juventud. La semana pasada vol¨® a Polonia con su marido, en un viaje de calado pol¨ªtico, en el que estren¨® agenda propia. Sin embargo, prefiere estar fuera de casa lo menos posible. Su obsesi¨®n es conciliar su trabajo con su vida familiar. Y encontrar su sitio, su papel, como ha hecho la Reina, que nunca quiso ser el florero de la Monarqu¨ªa y se ha volcado con ¨¦xito en asuntos como la lucha contra el alzheimer, la droga, el c¨¢ncer de mama y a favor de los microcr¨¦ditos.
Letizia ha terminado su periodo de pr¨¢cticas. Es la princesa de Asturias. Ya no es aquella periodista que lleg¨® a La Zarzuela como hu¨¦sped hace cuatro a?os y medio. Hoy es un valor firme para la Corona. La nueva imagen de la Monarqu¨ªa. Y el Pr¨ªncipe est¨¢ feliz. Nunca se hab¨ªa mostrado tan comunicativo, relajado y entregado. Con tantas ganas de agradar. Y de trabajar. La complicidad entre los dos es absoluta.
Y da la sensaci¨®n de que esos gestos que se prodigan, sus sonrisas, esas frases entre dientes que nadie m¨¢s escucha, son el s¨ªntoma de que, adem¨¢s de estar bajo los focos, han logrado desarrollar una m¨ªnima vida en pareja que es s¨®lo de ellos. Cuando llegan de un viaje a Zaragoza y se bajan del AVE, se dan la mano y se distancian del s¨¦quito. En el aparcamiento, el Pr¨ªncipe abre su Lexus gris y parten los dos solos en direcci¨®n a La Zarzuela. Detr¨¢s brama una caravana de Audis negros y motocicletas. La Princesa acaricia al Pr¨ªncipe en la mejilla. ?ste sonr¨ªe. Y se pierden en el tr¨¢fico de Madrid.
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