La generaci¨®n que se alej¨® del centro
Thomas Bernhard ha sido un modelo para escritores que han perdido un Imperio. Autores que no pretendieron retomar el centro transitado por ep¨ªgonos del Boom, sino que se hallaron, ante un vaciado de utop¨ªas y realismo m¨¢gico, succionando como eucaliptos el fondo ¨¢spero de cuanto rastrojo quedara por los alrededores. Estos autores, que se consagraron en los a?os 90, disfrutaron por la falta de un centro, hallaron diferentes niveles de ficci¨®n y realidad, creando novelas cortas y fragmentadas, con lo pasajero, la hibridez de g¨¦neros (lo variopinto), la contaminaci¨®n; lo enrarecido, hacia una b¨²squeda experimental. Alta tensi¨®n entre una llamada "est¨¦tica del cinismo", la violencia y el deseo de trastocar juicios sobre aspectos pol¨ªticos y culturales manoseados por la costumbre y la Historia, desmitific¨¢ndolos de golpe y porrazo.
Ellos toman por caminos que se extrav¨ªan hasta llegar a "una historia de terror... que no lo parecer¨¢", dijo Roberto Bola?o (Santiago de Chile, 1953-Barcelona, 2003): Los detectives salvajes, La literatura nazi en Am¨¦rica, Amuleto, Nocturno de Chile, Amberes y su gran obra p¨®stuma, 2666. Peregrinaje de esos buscadores de vida y de matices, tratando de remendar "algo parecido a la vida" hasta lograr un libro a modo de diccionario literario, como si la literatura fuera el ¨²nico centro posible. Con El cuchillo del mendigo, Lo que so?¨® Sebasti¨¢n, Ning¨²n lugar sagrado, Rodrigo Rey Rosa (Guatemala, 1958) entra en "la burbuja artificial del momento presente": del secuestro, aquellos s¨®tanos, el dinero y el precario equilibrio actual, para dejar abierta la pregunta: "?Estaba vivo o no?".
Jorge Volpi (M¨¦xico, 1968) sabe que, "el fracaso es evidente desde el principio", haciendo nudos con lo real y el sentimiento, se dirige a los lectores y les pide que compartan su mundo en A pesar del oscuro silencio, La paz de los sepulcros, para "disecar los abismos de nuestro tiempo". Mientras Santiago Gamboa (Colombia, 1965) escribe como si filmara estampas. Sordidez, hipocres¨ªa y polaridad de las convenciones. Entre estos narradores de los noventa, Fernando Iwasaki (Per¨², 1961) trae divertimentos ante la depresi¨®n, humor y erotismo: Helarte de amar, Ajuar funerario, La caja de pan duro.
Ella se regodea en los gestos, perfilando cada detalle como aceptaci¨®n social, creando un espejo. Es Cristina Rivera-Garza (M¨¦xico, 1964), La muerte me da, Nadie me ver¨¢ llorar, donde un personaje ve "muchachas con el vello p¨²bico afeitado": la vida como un ensayo sin terminar. Entre borrachos, perros callejeros, hijos que no deben nacer, flota lo ilusorio, la desilusi¨®n, el escepticismo.
Artesan¨ªa en la escritura de Mario Bellatin, nacido en Per¨² y radicado en M¨¦xico (1963), autor de Damas chinas, El gran vidrio, El jard¨ªn de la se?ora Murakami que, cansado del realismo m¨¢gico y de los compromisos sociales, coquetea con mundos ex¨®ticos, travestismo, "chiner¨ªas"; inyectando historias dif¨ªciles de comprender, provocando esa curiosidad que proporcionan los misterios y la crueldad. Artista conceptual, estructura un libro infinito, como si sacara pedazos a flote reciclados para otra puesta en escena, donde la palabra y el cuerpo se manifiestan. Escritura a tajazos, parapl¨¦jica, que no pretende moralidad alguna, sino contar posibles fugas, usando esa sustancia "inadaptada" que es "lo literario" y donde el Hecho se vuelve voz.
Con fragmentos de una conversaci¨®n se estructuran tres relatos de El asco, de Horacio Castellanos Moya (Honduras, 1957), entre palimpsestos de testimonios ataca los poderes, o en Derrumbamiento, las fobias de un ni?o, que durante un bombardeo siente m¨¢s que miedo, odio por los nacionalismos. Contrabando de sombras, de Antonio Jos¨¦ Ponte (Cuba, 1964), transcurre en un cementerio donde habitan personajes excluidos: fantasmas. Ya en su cuento Coraz¨®n de Skitalietsz, Veranda y Escorpi¨®n prefieren vagar antes de ser parte de un censo y un asilo, reflejando la libertad como met¨¢fora. La violencia est¨¢ en c¨®mo corren riesgos para sobrevivir sin ser cuantificados. La fiesta vigilada, novela entre el ensayo y la ficci¨®n, hace un recorrido por la ciudad, a la novela de espionaje que le sirve de puente y, a la historia oficial de la cultura cubana, subvirtiendo espacios arquitect¨®nicos por espacios de pensamiento donde el tiempo es protagonista y juez.
Estos autores tan diversos han desertado buscando un sitio laber¨ªntico, sinuoso. Heredan de Bernhard su reacci¨®n contra la sacralizaci¨®n literaria y buscando alternativas al trauma de la creencia y a los centros desperdigados de la familia y del poder. .
Reina Mar¨ªa Rodr¨ªguez (La Habana, 1952) es poeta. En Espa?a est¨¢ publicada su obra Al menos, as¨ª lo ve¨ªa a contraluz (Archione Editorial).
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