C¨®mic y m¨²sica popular
El c¨®mic y la m¨²sica popular son dos disciplinas cercanas, pero a lo largo del siglo XX su relaci¨®n no hab¨ªa sobrepasado ngunca lo puramente anecd¨®tico (con honrosas excepciones). El nuevo milenio parece estar cambiando las cosas, como m¨ªnimo en nuestro pa¨ªs, en el que el c¨®mic nunca hab¨ªa gozado de entidad cultural, delegado a subproducto para ni?os.
La legitimaci¨®n cultural del tebeo est¨¢ propiciando su expansi¨®n con contendidos m¨¢s adultos y, en esa b¨²squeda de nuevos campos, la m¨²sica popular era un terreno casi virgen. En los ¨²ltimos meses se han editado en Espa?a varias novelas gr¨¢ficas que abordan con inteligencia el universo musical desde prismas muy variados.
Voodoo Child, la leyenda de Jimi Hendrix (El ?lamo / Gl¨¦ant), de Bill Sienkievicz (reputado por sus historietas de superh¨¦roes), aborda la tumultuosa vida del guitarrista que cambi¨® el devenir de la guitarra el¨¦ctrica. Son 132 p¨¢ginas en las que la imagen es tan sugestiva como la m¨²sica que la inspira. Los textos de las canciones se mezclan con la vida real en un entramado impactante.
En un extremo casi opuesto, pero con el mismo inter¨¦s gr¨¢fico y narrativo, se encuentra Cash, I see a darkness (Planeta DeAgostini), del alem¨¢n Reinhard Kleist. M¨¢s de doscientas p¨¢ginas en un sobrio blanco y negro que narra, en clara herencia de Will Eisner, las venturas y desventuras del hombre de negro.
No s¨®lo de biograf¨ªas (m¨¢s o menos fieles) se nutre el c¨®mic musical. Marjane Satrapi (la creadora de Pers¨¦polis) ha publicado una peque?a obra maestra sobre el atormentado mundo interior de un int¨¦rprete de tar (una especie de la¨²d) en el Teher¨¢n de finales de la d¨¦cada de 1950. Pollo con ciruelas (Norma) es sencillamente apasionante y, una vez m¨¢s, el trazo simple y el blanco y negro contribuyen a magnificar el contenido.
Tambi¨¦n se podr¨ªan citar, aunque ya en un escal¨®n inferior, a algunos m¨²sicos de jazz protagonistas de historias paralelas, siempre con g¨¢nsteres de por medio (inevitable paralelismo desde los tiempos del Cotton Club). Moonlight Blues (Astiberri), de Stephano Casini, encierra algunos aciertos claros deudores de nuestro Torpedo, aunque su protagonista toca el saxo siempre al rev¨¦s (imposible tocarlo as¨ª, incluso para un zurdo). M¨¢s flojo es el entramado en el que se mueve el m¨²sico de Jazz Club (Bang), de Alexandre Cl¨¦risse, y excesivamente tangencial la relaci¨®n del protagonista de Jazz Maynard (dos vol¨²menes, Di¨¢bolo), de Raule y Roger, que toca la trompeta en El Raval barcelon¨¦s como podr¨ªa ejercer cualquier otro oficio.
Muy distinta es la historia que narra Hate Jazz (Sin Sentido), de Horacio Altuna y Jorge Gonz¨¢lez. Aqu¨ª, en im¨¢genes atormentadas y tormentosas, el jazz m¨¢s contempor¨¢neo (con Albert Ayler en la mente) colisiona estrepitosamente contra su propia realidad interior y el agresivo mundo que le rodea. Un c¨®mic para jazzistas plagado de buenas improvisaciones visuales.
Todos estos ejemplos recientes no son m¨¢s que el presente de una historia que apunta descaradamente hacia el futuro.
El c¨®mic nace como arte en los albores del siglo XX. Tal vez un poco antes, todo depende de si aceptamos ya a Yellow Kid como el primer c¨®mic en sentido estricto de la historia o dejamos ese m¨¦rito para su colega Little Nemo. En realidad, tanto da, porque las aut¨¦nticas ra¨ªces de este arte se pierden en la noche de los tiempos: muchos historiadores del tema (incluido el inefable Robert Crumb, que no es un historiador pero casi) han querido encontrar ya trazas de aut¨¦nticos c¨®mics en los frisos asirios.
Richard Felton Outcault comenz¨® a publicar su Yellow Kid en las p¨¢ginas dominicales del New York World el 24 de diciembre de 1893, aunque el personaje no se desarrollar¨ªa plenamente hasta 1896, cuando Outcault se pasa a un diario de la competencia, New York Journal, y el peque?o Yellow Kid comienza a hablar ya en los t¨ªpicos globos del c¨®mic contempor¨¢neo.
A Yellow Kid se le pueden poner algunas dudas sobre la paternidad del nuevo arte, que se disipan cuando el 15 de octubre de 1905 la primera obra maestra del c¨®mic, el Little Nemo de Windsor McCay, aparec¨ªa en las p¨¢ginas dominicales del New York Herald. Aqu¨ª ya podemos hablar de c¨®mic tal como lo conocemos ahora y con hallazgos que tardar¨ªan muchas d¨¦cadas en ser igualados.
Es decir, el c¨®mic nace en las p¨¢ginas de reputados diarios neoyorquinos m¨¢s o menos al mismo tiempo en que en las calles de Nueva Orleans asist¨ªan sorprendidas al nacimiento del jazz, la base sobre la que se edific¨® toda la m¨²sica popular posterior. As¨ª, por ejemplo, la p¨¢gina del peque?o Nemo volando sobre los tejados de Nueva York se publicaba el 26 de julio de 1908. Aquel mismo verano se fundaba la que ser¨ªa la primera gran orquesta de jazz: la Original Creole Jass Band.
As¨ª, el c¨®mic y la m¨²sica popular del siglo XX nacieron al mismo tiempo y en el mismo territorio pero en ambientes muy distintos. Probablemente este distanciamiento social inicial fue el causante de que tardaran tanto en darse la mano. El acercamiento se inicia por parte de los m¨²sicos que t¨ªmidamente utilizan la est¨¦tica c¨®mic para algunas portadas en los primeros elep¨¦s a mediados de la d¨¦cada de 1950. Una posici¨®n est¨¦tica m¨¢s que una clara declaraci¨®n de intenciones.
Por supuesto que posteriormente ha habido memorables homenajes en disco a algunos h¨¦roes del c¨®mic, de Garfield a Charlie Brown, pero nunca la m¨²sica se ha apropiado de los nombres m¨¢s populares del g¨¦nero.
En la utilizaci¨®n de la est¨¦tica c¨®mic para las portadas podr¨ªamos encontrar muchos ejemplos en la d¨¦cada de 1950 (con el dibujante Jim Perla a la cabeza) y, sobre todo, en los a?os posteriores. Tanto entre la m¨²sica negra como entre el rock californiano o el beat brit¨¢nico, la est¨¦tica del c¨®mic fue siempre muy bien recibida. Baste recordar el ejemplo del bueno de Robert Crumb, un personaje singular que dej¨® para el futuro algunas portadas hist¨®ricamente memorables como la de Janis Joplin tantas veces imitada.
Sin lugar a dudas, el paradigma musical de la d¨¦cada de 1960 son The Beatles. Si alguna de sus portadas apuntaba descaradamente en esta direcci¨®n, Rev¨®lver y, ?por qu¨¦ no?, Sgt Peppers, fue con Yellow Submarine cuando los Fab Four se zambulleron totalmente en este mundo, incluyendo en el doble elep¨¦ un c¨®mic resumen de la pel¨ªcula. Y de ah¨ª saltaron directamente al c¨®mic, DC Comics (en castellano, los mexicanos de Editorial Novaro) les convirtieron en h¨¦roes de vi?etas ingenuas y olvidables.
El salto del rock al c¨®mic ha dado algunas otras sorpresas como la conversi¨®n de Kiss (un c¨®mic ya en s¨ª mismo) en superh¨¦roes Marvel, y tambi¨¦n, en el otro extremo, algunas obras mayores como casi todas las firmadas por Crumb con sus m¨²sicos de blues rebeldes, sus ingenios coleccionistas de viejos discos y sus d¨ªscolas y sensuales groopies. M¨¢s recientemente, en Estados Unidos, Revolutionary Comics ha llevado a la vi?eta con desigual resultado a muchos h¨¦roes del rock, de Elvis Presley a los Beatles, pasando por Led Zeppelin o algunos iconos del rock m¨¢s duro.
En Europa, encontramos en Italia a Guido Crepax, el creador de la inolvidable Valentina, que realiz¨® una de las cimas del c¨®mic musical con su Harlem Blues. Posteriormente, el guionista argentino Carlos Sampayo ha dejado un pu?ado de buenos ejemplos con el dibujante Jos¨¦ Mu?oz. Recordemos al detective Alack Sinner siempre mezclado con m¨²sica y m¨²sicos de jazz o su trabajo conjunto sobre Billie Holiday. Recientemente, Sampayo ha realizado con el dibujante italiano Igort un curioso ¨¢lbum dedicado a Fats Waller.
En algunos casos esta relaci¨®n ha sido algo m¨¢s intensa y la m¨²sica ha servido en sentido m¨¢s estricto (es decir, sonando en disco) para acompa?ar a las vi?etas y aportar as¨ª un plus de atractivo al conjunto. As¨ª suced¨ªa con el magn¨ªfico Tango de Corto Malt¨¦s, de Hugo Pratt, que en su primera edici¨®n inclu¨ªa el disco del mismo t¨ªtulo que grab¨® el Tr¨ªo Esquina de C¨¦sar Stroscio con tangos.
Al mismo tiempo, alg¨²n grupo de rock ha recurrido al c¨®mic para ilustrar sus canciones, un ejemplo cercano lo encontramos en el ¨²ltimo disco de Ojos de Brujo, Techar¨ª, del que existe una edici¨®n especial con un c¨®mic de cada tema desarrollado por un dibujante diferente.
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