?Un mal necesario?
El abogado Oriol Giralt se siente ahora mismo tan valiente que ya no se conforma con que le comparen con el letrado Joan Laporta, portavoz de Elefant Blau que present¨® una moci¨®n de censura contra Josep Llu¨ªs N¨²?ez en 1998, sino que aspira a tener el mismo protagonismo que alcanz¨® el hoy presidente del Bar?a cuando gan¨® las elecciones de 2003. Nadie repar¨® en Giralt hasta que la pasada semana anunci¨® que le sobrar¨ªan firmas para censurar la gesti¨®n de Laporta de la misma manera que el triunfo del actual mandatario no se adivin¨® hasta la vigilia de los comicios. Ambos han capitalizado el descontento de los socios de manera tan abrumadora como sorprendente quiz¨¢ porque fueron menospreciados por el poder precisamente por su capacidad de revertir las situaciones que se dan por descontadas, cosas del f¨²tbol.
V¨¢zquez Montalb¨¢n aseguraba que contra N¨²?ez se viv¨ªa mejor, y a Giralt le ha sido relativamente f¨¢cil reunir a muchos de los que est¨¢n enfadados con Laporta y quieren descontarle el voto que le dieron cuando aglutin¨® en las urnas a los distintos sectores que abonaban un cambio radical sin condiciones. Ocurri¨® que, una vez que Laporta cumpli¨® la promesa de sanear el club deportiva y econ¨®micamente, su gobierno se ha convertido en un culto desmedido a su obra y al personalismo hasta perder parte de su raz¨®n de ser. De la singularidad, como valor que preservar, se ha pasado en cinco a?os a vender el modelo como f¨®rmula de ¨¦xito. Y a d¨ªa de hoy nadie se quiere fotografiar con el presidente despu¨¦s de ser utilizado por pol¨ªticos de formaciones opuestas, de conceder entrevistas a los medios extranjeros m¨¢s prestigiosos y de ennoblecer con su presencia los actos m¨¢s variados de la sociedad civil catalana.
Laporta dio vuelo y grandeza al Bar?a sin reparar en las miserias del juego, que pasan entre otras cosas porque al alegre Ronaldinho no le diera un ataque de tristeza como ha sucedido. Inicialmente desacomplejada y audaz, su apuesta se ha convertido al final en tan arrogante que presumiblemente s¨®lo se puede mantener desde la cultura del ¨¦xito, de la excelencia y la endogamia. A la que el equipo ha dejado de ganar, el presidente se ha pegado un costalazo. Del boato interesado y del glamour se pas¨® al silencio y despu¨¦s a la bronca de la hinchada sin que el palco se haya dado por enterado del fracaso tras capitalizar el ¨¦xito.
Perdida la complicidad interesada, Laporta puede que a¨²n tenga el viento a favor de la opini¨®n p¨²blica y del barcelonista sin carnet. No se sabe, en cambio, el calibre de la ira del socio. Habr¨¢ que validar las firmas para saber si se formaliza la moci¨®n y, si procede, contar los votos. Justificada o no la censura, y m¨¢s all¨¢ de quien la ha financiado, auspiciado y firmado -la foto con los Boixos Nois le compromete especialmente-, muchas de las quejas de Giralt son tan comprensivas como las que Laporta curs¨® a N¨²?ez. El presidente ha desatendido a los que discrepan de su acci¨®n de gobierno por entender que es v¨ªctima de una conspiraci¨®n urdida por el nu?ismo sociol¨®gico, el colectivo que le dio la mayor¨ªa absoluta en 2003 cuando le ceg¨® la posibilidad de un ¨¦xito rotundo. Alcanzado el trono, ha actuado como si dependiera de los accionistas y patrocinadores m¨¢s que de los socios simplemente porque su cuota de aportaci¨®n al presupuesto es muy inferior a la de los ingresos at¨ªpicos. La pol¨ªtica del consejo ha sido tan implacable que ha escapado a los ¨®rganos de control social, presididos por militantes m¨¢s que por observadores, de manera que la presentaci¨®n de un voto de censura puede ser entendido incluso por algunos como un mal necesario.
Laporta no merece una mala salida del Bar?a, pero tampoco puede continuar ejerciendo como si tal cosa, igual que si no pasara nada, utilizando la alfombra de Gaspart para disimular las cuentas y la cara de Ronaldinho para justificar los resultados deportivos. Necesita ganarse de nuevo a los socios y no le resultar¨¢ f¨¢cil porque no ha fidelizado el voto, circunstancia que aun siendo dram¨¢tica para sus intereses le permite distanciarse de N¨²?ez, que contaba con un saco de 25.000 adhesiones para resolver cualquier contencioso electoral.
Frente a la mayor¨ªa silenciosa de N¨²?ez, Laporta ha hecho excesivo ruido para que ahora exija una par¨¢lisis institucional a todos los efectos. El presidente sabe que el voto de censura es una cuesti¨®n personal y, como tal, superarlo en caso de que se formalice depende exclusivamente de ¨¦l y de su capacidad para corregirse y atender a la gente como Dios manda. No se trata de ningunear o neutralizar al contrario, sino de ganarle con todas las de la ley.
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