Guant¨¢namo
Los paisajes donde negociamos nuestros recuerdos y nuestro futuro se convierten de forma inevitable en una alegor¨ªa. S¨®lo tomamos verdadera conciencia del tiempo y de la fragilidad de las realidades m¨¢s s¨®lidas, cuando paseamos por la ciudad en la que fuimos ni?os. Los edificios desaparecidos, los comercios cerrados, las alamedas transformadas en urbanizaciones, conviven con el espect¨¢culo irrefrenable de un nuevo urbanismo. Lo desaparecido no est¨¢ ausente, porque permanece como una alegor¨ªa. Caminamos por una realidad doble, miramos con los ojos y con la memoria. Ocurre lo mismo al imaginar los paisajes de la felicidad futura, esos rincones en los que pensamos retirarnos para aprovechar las ¨²ltimas luces y mantener una conversaci¨®n serena y ¨²ltima con la existencia. Tambi¨¦n creamos una realidad aleg¨®rica, en la que conviven los materiales del presente y una intuici¨®n amable del mundo. El paisaje de mi felicidad se llama Rota. Me imagino como un jubilado tranquilo y m¨¢s enamorado que nunca, con mucho tiempo para escribir y para pasear por la playa, en direcci¨®n a Punta Candor, mientras los pinares alzan sus cuellos sobre las dunas para ver c¨®mo las olas del oto?o, todav¨ªa azules, se deshacen a los pies de la mujer que quiero. Comprender¨¢n que me conmueva la posibilidad de que la sombra de un avi¨®n norteamericano pase por encima de nuestras cabezas, cargado de bombas para destrozar una ciudad o con un preso secreto, al que se le niega a la vez un abogado defensor y la condici¨®n humana, y que ser¨¢ torturado en Guant¨¢namo. Durante los veranos de Rota, en una de las playas m¨¢s hermosas del mundo, los ni?os levantan sus cabezas y saludan inocentes el paso ruidoso y criminal de las bombas racimo y de los cuerpos condenados a la tortura.
Guant¨¢namo es una met¨¢fora de nuestro futuro. Todo lo s¨®lido se desvanece en el aire. La modernidad siempre fue un di¨¢logo entre la melancol¨ªa y la ilusi¨®n, entre lo que est¨¢ condenado a desaparecer y el deseo de un porvenir m¨¢s justo. El fracaso de la modernidad no se produce cuando la melancol¨ªa afecta al pasado, sino cuando se apodera del futuro. Tenemos ahora muchos motivos para sentir melancol¨ªa por el futuro en el que nos hab¨ªamos atrevido a creer, mientras vemos a un avi¨®n modern¨ªsimo, una tecnolog¨ªa avanzada de la raz¨®n occidental, volar hacia un campo de concentraci¨®n sin ley y sin derechos humanos. El control p¨²blico es la forma colectiva de la verg¨¹enza, y nosotros hemos perdido la verg¨¹enza. Cuando llegaron los americanos a Rota, en los a?os de la posguerra profunda, un aire de modernidad se impuso en el pueblo, con d¨®lares, coches deportivos, guitarras el¨¦ctricas y soldados negros que compet¨ªan con el verde de los guardias civiles y con el otro negro espiritual de las sotanas. Tal vez la Base siga volando hacia la modernidad, pero en direcci¨®n a un porvenir sin futuro, en el que no hay derecho a los convenios laborales, la tecnolog¨ªa se pone al servicio de la destrucci¨®n y se justifica la tortura. El capitalismo devorador de los neoconservadores ha acabado con la pol¨ªtica y supone el mayor peligro contra una democracia que naci¨® para hacer del futuro un lugar p¨²blico, razonable, libre, defendido por las leyes y por los derechos humanos. Es inevitable sentir melancol¨ªa por nuestro futuro, cuando desde el propio coraz¨®n de Occidente se traiciona a la raz¨®n ilustrada, se fundan campos de concentraci¨®n, se permite la tortura, se criminaliza la pobreza, se queman campamentos gitanos y se justifican leyes de extranjer¨ªa marcadas por el racismo. Lo que se est¨¢ preparando no va a impedir la entrada de inmigrantes. Se necesita m¨¢s bien dejarlos sin derechos, para que sean tratados como esclavos. Es otra forma de tortura. Todos somos Berlusconi y Guant¨¢namo. Nos parecemos demasiado. Sobre la playa de Rota vuelan malas sombras que nos dejan sin futuro.
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