Coraz¨®n tan tricolor
Fue un momento /
un momento /
en el centro del mundo
Idea Vilari?o
En la d¨¦cada de los noventa entabl¨¦ cierta amistad con futbolistas que le¨ªan. Con Pardeza y Pep Guardiola, muy especialmente. Ellos quer¨ªan que les hablara de literatura, y yo en cambio que me contaran secretos del f¨²tbol. A los dos les martiric¨¦ en diferentes noches pregunt¨¢ndoles si exist¨ªan futbolistas de ¨¦xito que en el mismo terreno de juego hubieran sido conscientes, un d¨ªa, de que acababan de hacer la mejor y ¨²ltima gran jugada de su vida. Se trataba obviamente de una pregunta que, en t¨¦rminos literarios, pocos escritores aceptar¨ªan responder. Yo, al menos, no he conocido a nadie que est¨¦ dispuesto a reconocer que su mejor libro ya lo ha escrito. Pardeza y Guardiola capearon el temporal con tacto y terminaron siempre eludiendo la respuesta a mi pregunta nocturna y obsesiva.
La respuesta la hall¨¦ casualmente, a?os despu¨¦s, en la historia tr¨¢gica de Abd¨®n Porte, medio centro del Nacional de Montevideo. Rostro afilado, cabellera lacia, muy alto, tenacidad combativa. Corr¨ªa el mes de marzo del a?o de 1918 y en Uruguay se jugaba en aquellos momentos el mejor f¨²tbol del mundo. Abd¨®n Porte ten¨ªa 27 a?os y era el ¨ªdolo de los hinchas del Nacional, aunque ¨¦stos no sab¨ªan que Abd¨®n sab¨ªa perfectamente que hab¨ªa hecho ya la ¨²ltima gran jugada de su vida. Hab¨ªa entrado en un ligero declive del que era consciente, y se ve¨ªa suplente de otro medio centro en la siguiente temporada. Toda la hinchada tricolor (blanco, azul y rojo son los colores del Nacional) amaba a Abd¨®n Porte, y aquel d¨ªa de marzo el equipo derrot¨® por 3 a 1 en su estadio del Parque Central al Charley. Tras el partido, Abd¨®n fue a festejar la victoria con sus compa?eros. A la una de la madrugada se despidi¨® de todos y dijo que tomar¨ªa el tren en la Estaci¨®n Central. Pero algo sucedi¨® cuando se qued¨® solo y cambi¨® de idea, regres¨® al estadio. En medio de la noche, fue hasta el c¨ªrculo central del campo, donde ten¨ªa la costumbre de reinar. Ya no le sustituir¨ªa nadie. All¨ª, en el centro mismo del estadio, se mat¨® de un disparo en el coraz¨®n.
A la ma?ana siguiente, el cancerbero del equipo, que fue el primero en entrar en el estadio, encontr¨® el cuerpo del medio centro. Junto al rev¨®lver, un sombrero de paja, con dos cartas. En una se desped¨ªa de los seres amados. Y en la otra -para que luego digan que literatura y f¨²tbol est¨¢n re?idos- unos versos copiados a mano: "Nacional aunque en polvo convertido / y en polvo siempre amante / no olvidar¨¦ un instante / lo mucho que he querido / Adi¨®s para siempre".
Coraz¨®n tan tricolor. Todav¨ªa hoy, en todos los partidos jugados en el Parque Central, se puede ver en la tribuna una bandera con la leyenda Por la sangre de Abd¨®n. "Pavada de alegor¨ªa -escribi¨® alguien-. All¨ª donde estaba, siendo patr¨®n del medio, quer¨ªa que el tiempo se hiciera eterno". Pavada o no, dos semanas despu¨¦s de aquel suicidio, Horacio Quiroga, cuentista magistral y una de las vidas m¨¢s tr¨¢gicas de la literatura, se bas¨® en la historia de Abd¨®n para escribir Juan Polti, half-back, un relato que public¨® en la revista Atl¨¢ntida en mayo de 1918. "Cuando un muchacho llega, por A o B, y sin previo entrenamiento, a gustar de ese fuerte alcohol de varones que es la gloria, pierde la cabeza irremediablemente". De ese alcohol de varones y del m¨ªtico suicidio hablar¨ªa tambi¨¦n, a?os m¨¢s tarde, el relato Muerte en la cancha, de Eduardo Galeano.
El 13 de julio de 1930, sin relaci¨®n alguna entre el suicidio del medio centro y la competici¨®n universal que se inauguraba, se jug¨® en el estadio del Parque Central el primer partido de toda la historia de los mundiales de f¨²tbol. Se enfrentaron Estados Unidos y B¨¦lgica. As¨ª que puede decirse que el primer bal¨®n del primer mundial comenz¨® a rodar desde el lugar exacto donde Abd¨®n cayera muerto, desde aquel c¨ªrculo central en el que el medio centro decidi¨® jugar su ¨²ltimo partido, eternizarse en el centro del mundo, de su mundo.
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