?Lo que hay que o¨ªr!
Rouco volvi¨® a llevarse el gato al agua y, consecuentemente, su comunicador estrella -ese peculiar personaje que se ha pasado la segunda mitad de su vida veng¨¢ndose p¨²blicamente de lo que quiso ser en la primera- pudo renovar su contrato. Pobre Rajoy. El apocal¨ªptico predicador de la p¨¦rdida de Espa?a seguir¨¢ despotricando contra la Dolchstoss ("pu?alada en la espalda") que el traidor "Maricomplejines" habr¨ªa asestado a media docena de "referencias morales" del Partido Popular. Quiz¨¢s su mentor arzobispal haya pensado en adjuntar al contrato renovado -con el fin de facilitarle su trabajo "comunicador"- un ejemplar del admirable El gran libro de los insultos (La Esfera de los Libros), de Pancracio Celdr¨¢n Gomariz, un complet¨ªsimo diccionario de vituperios, en el que se puede "encontrar el calificativo ajustado a todo tipo de conductas sin necesidad de repetir ning¨²n improperio o agravio". As¨ª, por ejemplo, el ep¨ªteto "traidor" podr¨ªa sustituirse por "vendepatrias" o, incluso, "vendecristos", de uso m¨¢s apropiado, dadas las caracter¨ªsticas de la parte contratante. Pero el dicterio y el insulto no son los ¨²nicos instrumentos disponibles para contaminar el lenguaje y corromper la comunicaci¨®n: tambi¨¦n lo son la ambig¨¹edad y el eufemismo, aut¨¦nticas plagas de nuestro tiempo. As¨ª, por ejemplo, entre las sorpresas que nos depara la renovada p¨¢gina de b¨²squeda del ISBN -esa que, precisamente ahora que se habla de privatizar la Agencia, tiene fumando en pipa a los libreros- se encuentra la desaparici¨®n del t¨¦rmino "agotado", sustituido por la enigm¨¢tica expresi¨®n "no disponible", que nadie sabe qu¨¦ significa. De perversiones del lenguaje como ¨¦sas -y mucho peores- y de c¨®mo hemos llegado a decir lo que no queremos (o a no decir lo que queremos) trata precisamente El saqueo de la imaginaci¨®n (Debate), de Irene Lozano, cuyo subt¨ªtulo es 'C¨®mo estamos perdiendo el sentido de las palabras'. Lozano, que ya hab¨ªa obtenido el Premio Espasa por un ensayo sobre la corrupci¨®n pol¨ªtica de la lengua por los nacionalismos, analiza con erudici¨®n y amenidad ese generalizado deterioro de los conceptos que, desde el poder y la oposici¨®n hasta los medios, pasando por las instituciones y las empresas (las de telefon¨ªa son particularmente proclives al cambiazo l¨¦xico), ha ido modificando lo que llam¨¢bamos "comunicaci¨®n", sustituy¨¦ndola a menudo por un estr¨¦pito en que lo ¨²nico que importa "es producir constantemente mensajes nuevos que se alcen por encima del ruido ensordecedor". Lozano indaga en las causas y consecuencias de ese desbarajuste ling¨¹¨ªstico y sem¨¢ntico, deteni¨¦ndose de modo especial en el que se disemina desde los centros de poder y puede llegar a alterar las reglas de juego de la pol¨ªtica (y de la ¨¦tica). Un libro para enterarse mejor de lo que no dice (o dice) lo que (constantemente) hay que o¨ªr. Y escuchar.
Prada
Paso por delante de una iglesia y leo, clavada en su puerta como si se tratara de las 95 tesis de Lutero, y encabezada por la cita (adaptada de Mateo, 10:16) "los cat¨®licos tenemos que ser astutos como serpientes", una entrevista con el escritor Juan Manuel de Prada, de quien se anuncia una pr¨®xima conferencia en el sal¨®n parroquial. Prada, que en los ¨²ltimos a?os parece haberse esforzado por convertirse en lo que antes se llamaba un "escritor cat¨®lico" (y los hubo grandes, adem¨¢s de ingleses), dice en ella que se imagina la voz de Dios como la de Rutger Hauer en Blade Runner. Supongo que se refiere a la de Roy Batty, que es el personaje -un replicante rebelde de la camada Nexus 6- encarnado por el estupendo actor en la inolvidable pel¨ªcula de Ridley Scott (1982). En todo caso, discrepo. Puestos a aprovechar el mismo escenario, yo imaginar¨ªa la voz de Dios como la del doctor Eldon Tyrel (Joe Turkel), el cient¨ªfico-magnate de un imperio econ¨®mico basado en la producci¨®n de esclavos gen¨¦ticamente manipulados: como el propio Batty o la neum¨¢tica Pris (Daryl Hannah). O, regresando en la moviola teol¨®gica del tiempo, como tantos seres humanos a los que el arbitrario, omnipotente e improbable demiurgo habr¨ªa dado cuerda y puesto a caminar, conden¨¢ndolos a pasar lo que Quevedo llam¨® "la mayor parte de la muerte" en este maldito valle de l¨¢grimas. Claro que es posible que Prada, que confiesa rezar las Horas, escuche la voz de Dios con menos interferencias que yo. Tampoco estoy de acuerdo cuando afirma que su fe "ha influido en el trato cada vez peor que me dispensa el mundillo de la cultura en Espa?a": olvida el a¨²n joven escritor que desde Co?os (1995) hasta El s¨¦ptimo velo (2007) sus libros y art¨ªculos han obtenido algunos de los m¨¢s afamados premios que se conceden en este pa¨ªs. Y que su dossier de prensa debe abultar como un mamotreto. Otra cosa es que sus art¨ªculos comprometidos con la iglesia de aqu¨ª y de ahora irriten a quienes no comulgan (con sus creencias) y se niegan a disociar literatura y opini¨®n. Uno de esos premios, por cierto, le fue concedido por Las m¨¢scaras del h¨¦roe, su primera novela, que ahora reedita Seix Barral con entusiasta pr¨®logo de Gimferrer y que, en realidad, iba a ser el motivo central de este peque?o comentario. P¨¦rez-Reverte dijo de este libro (y la editorial utiliza la cita en los paratextos) que era "quiz¨¢s la mejor novela espa?ola de estos ¨²ltimos veinte a?os". Yo tengo otras candidatas, pero estoy convencido de que ¨¦sta es una de las mejores de su autor. Si no la conocen, l¨¦anla. Para disfrutarla no hace falta ser cat¨®lico.
Reencuentro
Como recordaba Juan Benet, sin juicios sint¨¦ticos, es decir, sin met¨¢foras, no existir¨ªa la literatura. Y de (buena) literatura est¨¢n repletas las nouvelles que componen Tres cuentos de oto?o (Bruguera), la ¨²ltima entrega narrativa de Javier Fern¨¢ndez de Castro (Aranda de Duero, 1942), un nada estridente virtuoso del arte de contar historias con el que la suerte (editorial) nunca se port¨® demasiado bien. En 1972 form¨® parte, con su exigente novela Alimento del salto, del cartel publicitario con el que Barral Editores y Planeta (una joint-venture s¨®lo te¨®rica y circunstancial, pero premonitoria) anunciaban el "lanzamiento" de una "nueva novela espa?ola" compuesta por un total de 17 t¨ªtulos (de, entre otros, F¨¦lix de Az¨²a, Ana Mar¨ªa Moix, Ram¨®n Hern¨¢ndez, Manuel V¨¢zquez Montalb¨¢n o Jos¨¦ Antonio Gabriel y Gal¨¢n) que pretend¨ªan renovar el escu¨¢lido panorama narrativo espa?ol y dar respuesta al boom que ven¨ªa de Am¨¦rica. Aquella propuesta era demasiado heterog¨¦nea y, adem¨¢s, naci¨® demasiado pronto. La respuesta del p¨²blico fue decepcionante -har¨ªa falta todav¨ªa un lustro y La verdad sobre el caso Savolta para que se renovase el llamado "pacto narrativo" con el lector com¨²n- y todo qued¨® en buenos deseos. Fern¨¢ndez de Castro no se subi¨®, como algunos de sus colegas, al carro del ¨¦xito de los ochenta, pero sigui¨® en la brecha. Y ahora cuenta sus historias con el ¨ªmpetu (y la juventud) de un maestro.
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