El oficio de ser Tirofijo
Pese a su halo rom¨¢ntico, Manuel Marulanda convirti¨® a las FARC en una guerrilla terrorista que vive del narcotr¨¢fico y el secuestro
Por qu¨¦ a veces usa una toalla roja y otras veces blanca o amarilla?", le pregunt¨®, curiosa, una periodista a Manuel Marulanda, Tirofijo, hace seis a?os, cuando en la zona del Cagu¨¢n, al sur del pa¨ªs, se adelantaban di¨¢logos de paz con la guerrilla izquierdista de las FARC (Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia), comandada por este hombre, en ese momento de 72 a?os. Y Marulanda, que, por campesino, aprendi¨® desde muy joven a llevar sobre los hombros una toalla para secar el sudor y espantar los zancudos de su cara, le respondi¨® tras un largo silencio: "Siempre que viene ¨¦l llega con la camisa azul; entonces yo me pongo la toalla roja; por liberal". Azul y rojo distinguen a los partidos tradicionales que durante d¨¦cadas se disputaron el poder en Colombia.
Se gan¨® el apodo de Tirofijo por su buena punter¨ªa y porque miraba con sus ojos peque?os, arrugados, de ¨¢guila
El veterano guerrillero, que muri¨® de infarto, seg¨²n las FARC, el pasado 26 de marzo a las 18.30, hab¨ªa invitado aquel s¨¢bado de hace seis a?os a un grupo de periodistas a almorzar en la Casa Roja, como llamaban al sitio dedicado a eventos sociales, en medio de la inmensa zona desmilitarizada que sirvi¨® de escenario al fallido intento de paz.
Fue una charla informal con el hombre que estuvo a la cabeza de una guerrilla que perdi¨® su rumbo por negociar con seres humanos como si fueran mercanc¨ªas, por sus lazos con el narcotr¨¢fico y por sus pr¨¢cticas terroristas. "Yo no escog¨ª la guerra; la guerra vino a por m¨ª", les dijo.
Fue por liberal que Pedro Antonio Mar¨ªn -as¨ª es su nombre original- se ech¨®, por primera vez, un fusil al hombro. "Alzarse en armas era la ¨²nica manera de sobrevivir", cont¨® a Arturo Alape, su bi¨®grafo, al explicar su salto de campesino a hombre de guerra. Ocurri¨® en 1948, en medio de un pa¨ªs incendiado por la violencia bipartidista exacerbada por el asesinato del l¨ªder liberal Jorge Eli¨¦cer Gait¨¢n. Hasta ese momento, en su pueblo daba igual ser liberal o conservador, pero, de repente, la diferencia entre ser rojo o azul se vino sobre su familia "como alud de tierra". Todos eran liberales. "Era la se?al de la cruz que siempre se lleva en la frente; la familia de nosotros era gaitanista", le cont¨® a Alape. Por eso se convirtieron en blanco de los chulavitas y los p¨¢jaros, como se llamaba a los matones conservadores. Para salvarse se escondi¨® en la casa de un t¨ªo; pronto supo que, de todas maneras, lo iban a matar. Empez¨® entonces a preguntarse: ?d¨®nde est¨¢n las armas? ?c¨®mo se consiguen? Al poco tiempo ten¨ªa organizada una guerrilla de 14 hombres; todos ellos primos suyos. "Ni siquiera ten¨ªamos escopetas, s¨®lo machetes y palos", confes¨® a los periodistas en el almuerzo. El grupo fue creciendo hasta convertirse en una autodefensa liberal que compart¨ªa terreno con otra de origen comunista. Cuando se plante¨® el enfrentamiento entre las dos corrientes, Marulanda se par¨® en una asamblea y dijo: "De mi fusil jam¨¢s saldr¨¢ un disparo contra los comunistas". Ve¨ªa, asegur¨®, mejores cualidades en ellos que en sus copartidarios. "Desde entonces se me apolill¨® en el cerebro el lenguaje liberal", declar¨® a Alape.
Con sus nuevos aliados, crearon una zona de resistencia campesina, Marquetalia, en el departamento del Tolima, al suroeste de Bogot¨¢. Al amanecer del 14 de junio de 1964 vieron c¨®mo, desde helic¨®pteros, empezaban a descolgarse cientos de soldados. Ten¨ªan la orden de tomar, como fuera, esa "rep¨²blica independiente", como se llamaba desde la capital, Bogot¨¢, al refugio de Tirofijo -por entonces un hombre delgado, con cara de asustadizo y con un bigote que parec¨ªa pintado con l¨¢piz-, y a "sus secuaces". All¨ª viv¨ªa medio centenar de familias, organizadas en comuna, como ocurr¨ªa ya en otros sitios del pa¨ªs.
Tirofijo y sus 48 hombres lograron huir. Con sus armas protegieron luego las llamadas columnas de marcha: campesinos que en un intento de desplazamiento ordenado, en medio del asedio militar para acabar los focos comunistas, atravesaron la cordillera y crearon, m¨¢s all¨¢, nuevos caser¨ªos. En 1966, en la primera conferencia guerrillera, nacieron las FARC. Y naci¨® una leyenda: a Tirofijo se le empez¨® a ver simult¨¢neamente en varios sitios. Muchas veces se dijo que hac¨ªa pactos con el diablo porque escap¨® de cercos militares que le tendieron 15 gobiernos distintos... muchas veces se dio la noticia cierta de su muerte... "Con la Operaci¨®n Marquetalia, la clase dirigente de este pa¨ªs cre¨® el movimiento armado colombiano; cre¨® las FARC", sostuvo siempre Arturo Alape, fallecido recientemente. Esta guerrilla ha llegado a tener, en sus mejores momentos, seg¨²n fuentes oficiales, m¨¢s de 17.000 hombres y 70 frentes desperdigados en la dif¨ªcil geograf¨ªa de un pa¨ªs de 44 millones de habitantes y dos veces m¨¢s grande que Espa?a.
Pedro Pablo Mar¨ªn, padre del guerrillero, aseguraba que el mayor de sus cinco hijos naci¨® el 12 de mayo de 1928 en G¨¦nova, un pueblo cafetero colgado de las monta?as de la cordillera Central. Tirofijo lo contradec¨ªa: "Yo soy del a?o 30, o sea de cuando el mandato de Olaya Herrera". Y Olaya Herrera fue para los liberales aut¨¦nticos de comienzos del siglo XX una suerte de h¨¦roe: rompi¨® 30 a?os de hegemon¨ªa conservadora.
De los primeros a?os de Marulanda se sabe que s¨®lo hizo la escuela primaria, que sali¨® de casa a los 13 a?os porque quer¨ªa "formar su propio patrimonio", que a los 16 manejaba un negocio de corte de madera, que aprendi¨® esgrima -blandiendo machete- al lado de su t¨ªo Jos¨¦ de Jes¨²s. Amaba practicar este deporte, como amaba encerrarse en su cuarto, despu¨¦s de echar el candado a su negocio, para tocar el viol¨ªn: "Me apasionaba, me hac¨ªa vibrar el cuerpo entero".
Sobre la esgrima, confes¨® a Alape: "Se debe actuar con los ojos, porque en la esgrima se ve que la otra persona movi¨® un ojo y a consecuencia uno puede decir: 'Para ese lado va el machete' y puedes cortarle las intenciones a ese pr¨®jimo". Tal vez de esa pr¨¢ctica naci¨® su destreza al disparar e hizo su mirada m¨¢s penetrante, m¨¢s astuta.
Tirofijo fue el apodo que gan¨® muy pronto por su buena punter¨ªa. Cuando hizo suyas las ideas comunistas, tom¨® el nombre de un sindicalista asesinado a golpes: Manuel Marulanda V¨¦lez. Su sue?o -le cont¨® a su bi¨®grafo- era borrar ese moquete; jam¨¢s lo logr¨®. Cuando alguien le lanzaba una pregunta, ¨¦l miraba con sus ojos peque?os, arrugados, de ¨¢guila. Observaba, reflexionaba y luego respond¨ªa. Muchas veces devolv¨ªa la pregunta: "?Usted por qu¨¦ pregunta eso?".
Los gestos y actitudes de Marulanda reflejaron siempre su origen campesino: extremadamente malicioso, calmado, con su espa?ol salpicado de anacronismos -"haiga", dijo siempre-. No se alteraba; fue un hombre que manej¨® otro concepto del tiempo, otro lenguaje. Siempre se levant¨® de madrugada, a las 4.30, y se acostaba a las ocho de la noche.
Los que conoc¨ªan su ra¨ªz campesina sintieron como un discurso profundamente pol¨ªtico el que escribi¨® para el acto de creaci¨®n de los di¨¢logos de paz, el 7 de enero de 1999. ?l nunca lleg¨®. Dej¨® la silla vac¨ªa al lado del presidente Andr¨¦s Pastrana, en el acto que dio inicio a los di¨¢logos de paz. Joaqu¨ªn G¨®mez, uno de sus hombres m¨¢s cercanos, fue el encargado de leerlo. Para los otros fue una simple lista de reclamos por las gallinas, las vacas y los marranos que el Estado les hab¨ªa arrebatado en Marquetalia y luego en Casa Verde -sede por muchos a?os del secretariado de las FARC-, bombardeada intempestivamente en el Gobierno de C¨¦sar Gaviria, el mismo d¨ªa de las elecciones para la Asamblea Constituyente de 1991.
En el Cagu¨¢n, durante los tres a?os que dur¨® este ¨²ltimo intento de paz, Marulanda aparec¨ªa por sorpresa en el escenario de las discusiones. Se dej¨® ver de civil: camisa de cuadros, pantal¨®n blanco, botas pantaneras, pistola al cinto. Y permiti¨® que lo fotografiaran con su pastor alem¨¢n; los perros y el tango fueron sus pasiones.
En su vida privada fue muy reservado. Se sabe que al menos tuvo varios hijos y dos mujeres; la ¨²ltima, m¨¢s de 40 a?os menor que ¨¦l. Una caricia captada por una c¨¢mara de televisi¨®n dej¨® al descubierto que la muchacha que siempre lo acompa?aba, que manejaba la moderna camioneta en la que se mov¨ªa por el Cagu¨¢n, era su compa?era: Sandra. Marulanda com¨ªa s¨®lo lo que ella le preparaba. Como campesino, como viejo zorro, era extremadamente desconfiado.
Alberto Rojas Puyo, ex senador y militante marxista durante m¨¢s de 40 a?os, narr¨® a EL PA?S la primera impresi¨®n que tuvo al conocer a Tirofijo hace ya casi tres d¨¦cadas. "Es un hombre inteligente, un guerrero impresionante, de gran modestia en su actitud personal, nunca habla de sus haza?as, extremadamente cauteloso y reservado". Y esta modestia fue uno de sus rasgos acentuados; siempre fue esquivo con la prensa, no buscaba figurar. "Uno mantiene en reserva sus dotes y conocimientos; no es para andar faroleando", le confes¨® a Alape.
Pero tambi¨¦n lo alejaba de la prensa la desconfianza. Siempre la vio como potencial enemiga: "Todo lo tergiversan, nunca dicen la verdad. Por ejemplo, nos tratan de terroristas, entonces, ?para qu¨¦ quieren hablar con terroristas? Nos tratan de secuestradores, entonces, ?para que quieren hablar con secuestradores? Ellos tienen deuditas con nosotros".
Algunos le reconocen tambi¨¦n habilidades de negociador. Ten¨ªa, dicen, una gran capacidad para penetrar "en los adentros de su interlocutor". Escuchaba y observaba mucho, reflexionaba, sacaba conclusiones. Rojas Puyo lo conoci¨® en medio de los di¨¢logos de 1984, cuando firm¨®, con el presidente Belisario Betancur, el primer cese el fuego bilateral; de ah¨ª naci¨® un partido pol¨ªtico: la Uni¨®n Patri¨®tica. Era la puesta en pr¨¢ctica de la combinaci¨®n de todas las formas de lucha. M¨¢s de 3.000 de los militantes de la UP murieron luego asesinados en un cap¨ªtulo oscuro de la historia reciente de Colombia. El fracaso de aquel intento de paz marc¨® el fin de la ¨¦poca rom¨¢ntica -si cabe el t¨¦rmino- de esta guerrilla. A partir de entonces, el narcotr¨¢fico se convirti¨® en fuente de financiaci¨®n. En esos tiempos, los narcos empezaron a montar sus laboratorios en zonas sin control del Estado, las mismas por donde campeaban las FARC.
"No dependemos de la coca", dijo muchas veces, cortante, Tirofijo. As¨ª, tajantes, eran sus respuestas a las preguntas que le resultaban inc¨®modas. "La pregunta de la pesca milagrosa -secuestros al azar en retenes en medio de carreteras- me la han formulado por m¨¢s de mil veces. Y si hasta ahora no han logrado entenderla es porque nunca la van a entender". No aceptaba este delito. Para ¨¦l las FARC reten¨ªan a paramilitares y a personas con capital superior a un mill¨®n de d¨®lares, para "pedirles una contribuci¨®n". No es as¨ª: las FARC se convirtieron pronto en los mayores secuestradores del pa¨ªs; los colombianos saben que cualquiera, rico o pobre, puede caer en la trampa.
Otra cosa fueron para ¨¦l los secuestrados pol¨ªticos, los canjeables. "Del canje se ocupa mi persona", dej¨® muy en claro cuando puso el tema sobre la mesa. So?aba con una ley de canje que permitiera el intercambio permanente de combatientes en prisi¨®n por secuestrados pol¨ªticos. "Los canjeables pueden durar mucho tiempo secuestrados; los cuidamos bien", afirm¨® alguna vez, displicente, como si el tiempo de los rehenes desperdiciado en la selva no importara.
Era un guerrero, un estratega. Devoraba libros sobre t¨¢ctica militar. "No hay en el pa¨ªs un lector m¨¢s atento a la literatura del Ej¨¦rcito colombiano que ¨¦l", narraba en el Cagu¨¢n alguien que lo conoc¨ªa de cerca. Estuvo, hasta el final, pendiente de las escuelas de cuadros guerrilleros. Las cuidaba, como la ni?a de sus ojos. Nunca permiti¨® que estuvieran al frente de esa tarea personas que no fueran de su extrema confianza. Dictaba cursos, sacaba lecciones de los combates librados por sus hombres. Defendi¨® sin ruborizarse, como armas de guerra v¨¢lidas, las pipetas de gas repletas de metralla. Con ellas, las FARC han destruido pueblos, asesinado a campesinos indefensos, a gente corriente.
Es indiscutible que Tirofijo marc¨® la historia de este pa¨ªs en los ¨²ltimos 60 a?os. Para los generales, que corrieron tras ¨¦l durante seis d¨¦cadas, fue un viejo zorro que con habilidad supo hacerles el quite; un hombre que se fue sin pagar sus infinitas cuentas con la justicia. Les resulta dif¨ªcil aceptar que haya muerto as¨ª, en la cama, tranquilo, abrazado a su mujer, rodeado de su guardia personal. Abrigan una esperanza: encontrar su cuerpo y descubrir alojada, en lo m¨¢s profundo, una bala oficial. As¨ª, piensan, deber¨ªa haber sido el final del guerrillero m¨¢s viejo del mundo, del hombre que, para ellos, nunca fue m¨¢s que "un facineroso, un bandido".
Para los suyos es distinto. Fue la figura paterna que manten¨ªa unida a "la familia de las FARC"; ve¨ªan a su jefe con veneraci¨®n. Por eso, la gran duda: ?tendr¨¢ su sucesor, Alfonso Cano, tama?a capacidad de liderazgo? Marulanda se anticip¨® a los interrogantes que genera su muerte: "Si me llego a morir, aqu¨ª -en las FARC- no hay l¨ªneas duras ni blandas; si me llego a morir, aqu¨ª hay mil que me reemplazan", dijo en el Cagu¨¢n. Luego, a manera de reto, ya como despidi¨¦ndose, solt¨®: "Para que lo vayan sabiendo...".
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