Ahora, en la crisis, se lleva el blanco
Cuando el porvenir se pone negro, los coches se pintan de blanco. La ecuaci¨®n vale tanto para aquella crisis de la energ¨ªa en los a?os setenta como para la que ahora vivimos y seguiremos viviendo.
Todos los coches, en su origen, fueron completamente negros, como las cacerolas, los tel¨¦fonos, los paraguas, las m¨¢quinas de escribir y las locomotoras del pasado. S¨®lo el j¨²bilo de los a?os cincuenta norteamericanos del siglo XX cubrieron las carrocer¨ªas de cromados y cromatismos, combinaciones bicolores o monocolores basados en una escala feliz inspirada primordialmente en los helados.
Pero esto sucedi¨® en Estados Unidos porque los europeos tuvimos que esperar hasta los a?os sesenta para que en Espa?a fueran luciendo los azul marino, los verdes botella, los guinda y los vainilla. El coche fue entonces patrimonio casi exclusivo de una estrecha minor¨ªa que pod¨ªa permitirse el ch¨®fer, la prestancia del charol y la arrogancia del negro eximio.
En la psicolog¨ªa de los colores, el blanco alude a la pol¨ªtica sin ideolog¨ªa
En la convenci¨®n aeron¨¢utica, un avi¨®n oscuro hace creer que pesar¨¢ m¨¢s
M¨¢s adelante, con el Seat 600 y su abanico de alegr¨ªa vial fue abati¨¦ndose la solemnidad gen¨¦rica y el coche fue ti?¨¦ndose de tonos festivos, m¨¢s divertidos y hasta fe¨ªsimos. Con la l¨®gica de esta trayectoria, el rojo acab¨® ocupando el lugar m¨¢s alto del parque crom¨¢tico, y as¨ª se lleg¨® hasta bien entrados los ochenta en la automoci¨®n popular. Atr¨¢s qued¨® la significativa proliferaci¨®n del blanco, escueto, neutro y conciso, que se extendi¨® como una s¨¢bana de hospital sobre la larga fase de la crisis petrol¨ªfera de 1973.
Por entonces abundaron blancos muy blancos que borraron del coche su jactancia y desplegaron, como una base minimalista, el valor del habla m¨¢s desvestida y llana en la circulaci¨®n general. Siendo blanco, el auto se aven¨ªa con cualquier paisaje al que se incorporara, pero, a la vez, simb¨®licamente se deslizaba mejor en la matizada graduaci¨®n de los estatus y en los tiempos de la transici¨®n.
Porque, al contrario de enaltecerse por s¨ª mismo en cuanto objeto de lujo, el coche se expresaba tambi¨¦n en la marca, el modelo y la prestaci¨®n interior. La vistosidad inmediata ajustaba su encanto a la intensidad de su prestigio y su funcionamiento esencial. El exterior blanco, en fin, atenuaba la provocaci¨®n en los duros tiempos de inflaci¨®n y v¨ªsperas democr¨¢ticas. As¨ª, pr¨¢cticamente todos los taxis de Espa?a pasaron a ser blancos siguiendo la conveniencia de ahorrar costes a producciones antes especialmente concebidas para los taxistas.
Cada ciudad cruz¨® las portezuelas con una banda de color diferente, roja, verde, amarilla, morada seg¨²n la ense?a local y, excepto la elecci¨®n municipal de Barcelona, pendiente de acentuar su identidad, casi el resto de las dem¨¢s ciudades renunciaron a su extrema singularidad para sumirse en la com¨²n masa del blanco.
Como consecuencia, los clientes empezaron a sortear esta opci¨®n. En 1990 pocos deseaban ya el sofocante rojo de la etapa anterior, pero tampoco un coche blanco, extendido entre una surtida variedad de oficios y servicios, incluida la polic¨ªa, se ofrec¨ªa como una buena decisi¨®n particular.
No pesa menos un autom¨®vil blanco que otro de negro, pero?qui¨¦n duda que tiene toda la pinta de ser as¨ª? No hay aviones negros ni demasiado foscos en la aviaci¨®n civil. Las compa?¨ªas a¨¦reas tienden a identificarse mediante logos y trazos sobre la base general de un fuselaje blanco.
En la convenci¨®n aeron¨¢utica, un avi¨®n oscuro hace creer que pesar¨¢ m¨¢s y, por tanto, puede desplomarse con probabilidad mayor. Se trata s¨®lo de una impresi¨®n, pero de una firme impresi¨®n negativa que suscita igualmente el fuselaje pelado, sin pintura alguna y en cuya superficie se distinguen las costuras y remaches del ensamblaje. Hay que pintar, y atinadamente, los aviones, rebozarlos psicol¨®gicamente aunque con pintura pesen m¨¢s, porque la piel de un color jubiloso o tranquilo contribuye a favorecer los presagios dulces.
S¨®lo si el respetuoso miedo a volar desapareciera, las compa?¨ªas podr¨ªan cumplir con el deseo de privarlos de botes de pintura y ahorrarse litros de combustible. Este factor de respetuoso temor que despierta el viaje en avi¨®n desapareci¨®, sin embargo, pronto, en la conducci¨®n de coche y, en su ¨¢mbito, siguiendo la moda de la inspiraci¨®n tecnol¨®gica en la arquitectura, las artes pl¨¢sticas, el dise?o o la m¨²sica, el modelo de la pintura evocando la materia prima del aluminio o el acero gan¨® a la clientela.
Durante unos a?os pareci¨® que todos los compradores eleg¨ªan sin vacilaci¨®n un plateado. El coche ense?aba su carne sin tratar, al estilo de los edificios que dejaban al descubierto sus estructuras y sus conducciones tal como postulaba el emblem¨¢tico edificio de Rogers para Lloyd's en Londres.
Aquel tiempo del nervio industrial y financiero ocup¨® la feliz imagen de la automoci¨®n desde los noventa hasta hace unos cuantos meses, satur¨® el mercado de autom¨®viles metalizados, bronceados, dorados, acerados, como se?al de confianza en su presente tecnol¨®gico y el porvenir inmediato.
Lo gris¨¢ceo y brillante significaba distinci¨®n y contemporaneidad, un no color encimado sobre la rancia comunidad de los colores, una superficie convincente que desde?aba cualquier intento de comparaci¨®n. Bastaron, no obstante, unos a?os para que lo distintivo fuera la m¨¢s com¨²n y lo convincente la m¨¢s socorrida de las preferencias.
El empacho del plateado se correspondi¨®, efectivamente, con el empacho de la tecnolog¨ªa y sus traidoras burbujas, de cuya exuberancia irracional se dedujeron fracasos y tambi¨¦n el ascenso del negro, que, aun conviviendo con el plateado, se manten¨ªa hasta entonces en segundo plano y sobre coches mist¨¦ricos, militarizados o no.
Plata o negro, negro o plata, su reino hoy ha deca¨ªdo y el nuevo referente es blanco. No hay m¨¢s que visitar los nuevos Salones del Autom¨®vil en Madrid, en Detroit, en Ginebra, en Tokio o en Par¨ªs para comprobar que las grandes marcas, desde Jaguar a Toyota, desde General Motors a Audi, exhiben sus coches preferidos con relucientes tintes blancos. No ya con el blanco lechoso de los taxis, los polic¨ªas o el Seat 850, sino con blancos rotos, amarfilados, aporcelanados, perlados, en un retro-amor que alcanza hasta el m¨ªtico blanco de los Mercedes y Jaguar en los dolorosos y europeos a?os cincuenta.
Frente a la violenta subida de los precios del crudo, la suave venialidad del color. Ante el desbocado aumento de los precios del barril, el recogido embozo del coche. No pesar¨¢ menos pero parece que, en efecto, se deja impulsar con mayor facilidad, presenta una menor resistencia al medio y se comporta delicadamente sin la peste del funesto CO2.
El blanco del auto actual comunica con el blanco que cunde tambi¨¦n ya sobre la nueva superficie de los m¨®viles, se complace en el Wii, la vanguardia de Apple desde el iPod hasta sus ordenadores, y se plasma, como una modulaci¨®n del 68, en los muebles blancos, lacados o no, y en muchas de las fachadas de la nueva arquitectura.
En la psicolog¨ªa de los colores, el plata alude a la velocidad, el dinero y la Luna, mientras el blanco viene a ser el color de los fantasmas, la pol¨ªtica sin ideolog¨ªa, la mente vac¨ªa y la bandera de la rendici¨®n. Pero tambi¨¦n la actual comparecencia del blanco podr¨ªa interpretarse como una t¨¢cita conjura crom¨¢tica para convertir esta crisis en su superaci¨®n, la recesi¨®n en exultaci¨®n, lo malo en bueno, la corrupci¨®n (dinero negro) en un nuevo mundo blanqueado global. ?Verdad? ?Mentira? En ingl¨¦s, white lie, mentira blanca, significa tambi¨¦n "mentira piadosa". Un pietismo oficial y mendaz, tan al uso, a prop¨®sito de la calamidad de la situaci¨®n.
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