Las tres noches fantasmales de Abilene
Quienes hayan visto Deadwood, una de las mejores series recientes de televisi¨®n (casi a la altura de Los Soprano, El Ala Oeste de la Casa Blanca y Hermanos de sangre), sabr¨¢n c¨®mo, el 2 de agosto de 1876, muri¨® el legendario Wild Bill Hickok, que yace enterrado en esa peque?a ciudad de South Dakota, lo mismo que su acompa?ante Calamity Jane. Ten¨ªa treinta y nueve a?os, que si hoy parecen pocos, en el Oeste de la ¨¦poca lo convert¨ªan, si no en un viejo, s¨ª en un veterano superviviente. Su verdadero nombre era James Butler Hickok, y aunque estuvo del lado de la ley en sitios como Hays y Abilene, tambi¨¦n se gan¨® una reputaci¨®n considerable como pistolero y tah¨²r: un hombre de gatillo f¨¢cil, o m¨¢s bien de gatillos, pues, como record¨¦ el domingo pasado, se lo representa siempre con dos pistolas y se dice que era igual de r¨¢pido con las dos manos. Aquella tarde, en Deadwood, estaba jugando a las cartas en el saloon de Nuttall and Mann cuando un individuo llamado Jack McCall lo vio, se le acerc¨® por la espalda y le peg¨® un tiro en la nuca, sin darle oportunidad ni de levantarse de la mesa. McCall adujo que Hickok hab¨ªa matado a su hermano en Abilene, a?os atr¨¢s, pero pronto se descubri¨® que el asesino no hab¨ªa tenido ning¨²n hermano, lo cual no fue impedimento, extra?amente, para que se lo declarara inocente en el juicio que se celebr¨® all¨ª mismo. Se le hizo justicia algo m¨¢s tarde, pero esa es otra historia, y me llama m¨¢s la atenci¨®n la del fantasma que se veng¨® de Wild Bill en Abilene.
La he conocido gracias a Nancy Roberts, autora de la que s¨®lo s¨¦ que naci¨® en 1924 y que es una de las mayores estudiosas del folklore fant¨¢stico americano, y se encuentra en su libro Ghosts of the Wild West. Hickok fue contratado como marshal de esa poblaci¨®n de Kansas cuando era un lugar tan salvaje que ya se hab¨ªa llevado por delante a su predecesor, Tom Smith, pese a no haber hecho ¨¦ste mal trabajo, y nadie quer¨ªa heredar su puesto. Los vaqueros disparaban a los carteles de "Se proh¨ªbe disparar" y, cuando se intent¨® erigir una c¨¢rcel, la demolieron. Esa clase de sitio. Hickok impon¨ªa miedo, con su fama y con su porte, y obtuvo algunos logros que le crearon m¨¢s enemigos. No menos de ocho se presentaron en Abilene con la sola intenci¨®n de carg¨¢rselo, y a siete de ellos les quit¨® sus armas antes de que pudieran emplearlas contra ¨¦l. Pero no al octavo. Una noche sali¨® del saloon The Alamo y estaba ya cerca del Merchant's Hotel cuando vio a un hombre salir de las sombras y llevarse la mano a su funda. Wild Bill era m¨¢s r¨¢pido que casi todos, as¨ª que desenfund¨® al instante y su rival cay¨® abatido. Pero antes de morir ¨¦ste alz¨® la cabeza y le dijo: "Wild Bill, ya me las pagar¨¢s". Nadie sab¨ªa qui¨¦n era, as¨ª que se lo enterr¨® en Boot Hill en una tumba sin nombre.
A la noche siguiente, Hickok hizo el mismo recorrido, y, cerca ya del hotel, vio a otro pistolero salir de las sombras y tuvo la sensaci¨®n de que aquello ya hab¨ªa ocurrido, porque el hombre se parec¨ªa al de la v¨ªspera y busc¨® su rev¨®lver con el mismo adem¨¢n. La sensaci¨®n de d¨¦j¨¤ vu o v¨¦cu hizo que Hickok dudara y fuera menos veloz que de costumbre. As¨ª que crey¨® que esta vez le tocar¨ªa caer a ¨¦l, pero sorprendentemente, a pesar de su lentitud, s¨®lo oy¨® el estruendo de sus dos armas, y no el de la que lo amenazaba. Y a¨²n le sorprendi¨® m¨¢s ver que no s¨®lo ¨¦l segu¨ªa en pie contra todo pron¨®stico, sino tambi¨¦n su enemigo. ?C¨®mo pod¨ªa no haberle dado? Entonces la figura empez¨® a desaparecer por los pies, y luego se deshizo entera como si fuera humo. Hickok fue a beberse un whisky y no se lo cont¨® a nadie.
A la noche siguiente un individuo que se la ten¨ªa jurada, el tah¨²r Phil Coe, se present¨® ante el saloon con sus secuaces y abri¨® fuego en la calle. Hickok sali¨® a ver qu¨¦ suced¨ªa y Phil Coe lo desafi¨®. "Me he cargado a un perro", le dijo. "Si ahora quieres mi pistola, ven por ella", y la desenfund¨®. Hickok sac¨® las dos suyas y dispar¨®, alcanz¨¢ndolo mortalmente en el est¨®mago. Pero en aquel mismo instante vio a una figura surgir de las sombras, la mano sobre el rev¨®lver. No se arriesg¨® a ser lento esta vez y le dispar¨®, seguro de estar ante el mismo hombre por tercera noche consecutiva. En esta ocasi¨®n, sin embargo, ¨¦ste no sigui¨® en pie ni se desvaneci¨® en el aire a continuaci¨®n, sino que se desplom¨®. No era su fantasma particular, sino su ayudante y amigo Mike Williams, que acud¨ªa en su apoyo.
Cuenta Nancy Roberts que Hickok fue por un p¨¢rroco para que atendiera al tah¨²r agonizante, y luego recogi¨® con tristeza el cuerpo de su amigo. Mand¨® dinero a la madre para que pudiera desplazarse a Abilene, compr¨® un buen ata¨²d y corri¨® con los gastos del env¨ªo del cad¨¢ver a Kansas City, de donde era originario Williams, aquel amigo a trav¨¦s del cual se veng¨® el pistolero sin nombre que ¨¦l hab¨ªa matado dos noches atr¨¢s y que le hab¨ªa jurado que se las pagar¨ªa. Poco despu¨¦s de aquel tr¨¢gico e inexplicable error, las fuerzas vivas de Abilene le pidieron a Hickok que devolviera la placa y siguiera su camino. Lo que no cuenta Nancy Roberts es lo que se me ocurri¨® pensar nada m¨¢s acabar su relato: que acaso aquel fantasma fuera el hermano que nunca tuvo el asesino de Hickok, y que, lo mismo que ¨¦ste lo vio y le dispar¨® la segunda noche, cerca del Merchant's Hotel, tal vez Jack McCall tambi¨¦n lo llevara viendo su vida entera, desde su infancia en com¨²n.
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