Carabanchel, 'in mem¨®riam'
Trabajadores y presos trazan una historia de la c¨¢rcel, que desaparece en octubre
Al otro lado de la puerta se oye c¨®mo se rasga el papel. ?Ras, ras! El sonido se amplifica. Sube hasta la enorme c¨²pula. A¨²n no ha entrado en vigor la ley penitenciaria de 1981. La democracia no se ha filtrado entre los muros de la c¨¢rcel de Carabanchel -hoy llenos de pintadas y maleza-, a la que el convenio entre el Ayuntamiento e Interior ha puesto fecha de caducidad: octubre.
Pero volvamos a nuestra historia. Los presos pol¨ªticos ya han sido amnistiados. "?C¨®mo tiene usted los huevos de ponerme un recurso a m¨ª, el director!". La voz truena. "Lo que dice la norma", protesta sin mucha convicci¨®n el recluso. "?La ley y el recurso me los paso yo por los cojones!", grita el funcionario. "Tengo derechos", insiste el preso. "T¨² tendr¨¢s los derechos que yo te diga". Punto final.
Algunos dicen que cuando se derribe hallar¨¢n los huesos de los desaparecidos
Eso sucedi¨®, dicen, en 1980. ?poca de cambios. Un proceso que comienza en 1977 con la desmilitarizaci¨®n de las c¨¢rceles. Se cierra la represi¨®n franquista. Se abre el descontrol. Los presos comunes piensan que tambi¨¦n se merecen la amnist¨ªa. La sociedad es la culpable y el c¨®dex legal que les tiene confinados es el franquista. Nace la Coordinadora de Presos en Lucha. Nuevos mitos. Fugas, haza?as de patio y motines que se transmiten de galer¨ªa en galer¨ªa.
La c¨¢rcel es redonda. Tiene tent¨¢culos que salen de una gigantesca sala central circular. Un grito vuela por el presidio hasta regresar al punto de partida en minutos. Esa tradici¨®n oral llega a EL PA?S a trav¨¦s de un funcionario, un jurista, una trabajadora social y un preso experto en fugas. En cada brazo hay talleres y zonas comunes abajo y celdas arriba. Unos dormitorios en los que en esa ¨¦poca conviven cuatro o cinco presos. En total, hay unos 2.000. El esquema de las c¨¢rceles modelo, como la de Carabanchel, es radial. Desde una posici¨®n central se puede vigilar todo. Pero tiene inconvenientes: ninguna zona se puede aislar. As¨ª, las drogas y los motines cambiaron el concepto de prisi¨®n. Se cre¨® la estructura celular. Una parte se puede incomunicar.
- Manteando funcionarios. Hace calor. Es verano. Agosto de 1976. Todo el centro es como un queso gruy¨¨re. Cada celda est¨¢ agujereada y los internos se deslizan sin control de una a otra. En ese ecosistema vive Santos Torres. Uno de los l¨ªderes. Hay mot¨ªn. La c¨¢rcel queda tomada por los presos. A un funcionario la algarada le sorprende en uno de los extremos. Est¨¢ perdido. Pero un grupo de presos le ayuda. Como est¨¢ un poco gordo, no puede escalar el muro. Un grupo de internos bondadosos le colocan encima de una manta. ?Ale-hop! ?Ale-hop! Hasta que consiguen catapultarlo a la calle. Otro carcelero vivi¨® cuatro d¨ªas de revuelta escondido bajo el jerg¨®n de un interno. La celda estaba cerrada desde dentro... con el manojo de llaves del propio funcionario.
Ninguna de esas revueltas funcion¨®. Aunque c¨ªrculos de intelectuales, entre ellos Fernando Savater y Jos¨¦ Luis L¨®pez Aranguren, firmaron manifiestos a su favor. "Acababa entrando la polic¨ªa a hostia limpia y se aplicaba el reglamento a los amotinados", zanja el jurista Jos¨¦ D¨ªaz. Eran tiempos en los que a los presos, en ocasiones, se les esposaba a los radiadores para tenerlos controlados.? Pelotas de hach¨ªs voladoras. La c¨¢rcel fue cambiando. Se instaur¨® el vis a vis en 1983. Arranca la d¨¦cada de la hero¨ªna, "ese caballo que galopa", que entonaban con mucho sentimiento Los Calis. Las pelotas de tenis con un agujero relleno de droga y despu¨¦s cubiertas con celo llueven sobre el patio. Algunas caen en los tejados de las galer¨ªas y las recogen los funcionarios. Pero, en general, llegan donde deben y las reciben sus destinatarios.
- El detector de droga falso. El Gitanillo vend¨ªa hach¨ªs en el patio. As¨ª, compraba sus cosas -tabaco, leche-. Se lo tra¨ªa su mujer. El funcionario lo sab¨ªa. Pero no pod¨ªa registrarla. Eso era cosa de mujeres. Y no hab¨ªa mujeres. Cuando la se?ora cruz¨® el arco detector de metales, Joaqu¨ªn puls¨® el bot¨®n para que pitara. "?Suelte la droga!". La mujer no se lo crey¨®. Volvi¨® a pasar y volvi¨® a sonar. Tampoco qued¨® convencida. Hizo pasar a su hija bajo el arco. La ni?a no pit¨®. Entonces, convencida de haber sido sorprendida, se sac¨® del sujetador la pelota de hach¨ªs.
Aquel miembro hist¨®rico de ETA no era de los peores. Saludaba. Un funcionario le encontr¨® un kilo de nueces llenas de hach¨ªs. Era la ¨¦poca en la que la banda asesinaba a vendedores de droga. El preso suplic¨® que no se diese parte. Ten¨ªa miedo. El trabajador de la prisi¨®n asinti¨®. No conven¨ªa tener problemas.
- El novato despistado. A principios de los ochenta entr¨® a trabajar en la c¨¢rcel un muchacho. Llevaba su camisa verde impoluta. Y cara de no enterarse de nada. Un veterano le pidi¨® que se quedase en la garita central mientras ¨¦l se tomaba un caf¨¦. Ese d¨ªa desapareci¨® un preso. Se volatiliz¨®. No era el primero. En Carabanchel hay reclusos a los que nunca se ha encontrado. Se ir¨ªan. Otra teor¨ªa asegura que cuando se derrumbe el edificio aparecer¨¢n huesos bajo los cimientos. Pero retomemos la historia del funcionario primerizo. A los 15 d¨ªas de la desaparici¨®n del interno, el chaval se derrumb¨® ante su jefe: "Creo que se me ha escapado a m¨ª. Durante la media hora que estuve en la garita se march¨® un tipo vestido con uniforme. No le he vuelto a ver". El jefe le recomend¨® silencio. De nada val¨ªa ya denunciarlo.
Santos Rejas, s¨ª, el de los motines, tambi¨¦n intent¨® fugarse. Pero lo hizo de un modo menos sutil. Consigui¨® una pistola y enca?on¨® en la cabeza a un capit¨¢n de la Guardia Civil. Otros 19 militares le apuntaron a ¨¦l con sus fusiles. "Santos, si disparas s¨®lo te va a dar tiempo a llevarte a uno por delante". Santos, muy duro pero listo, tir¨® el arma al suelo.
- La fuga del vengador de Dios. A aquel "vengador de Dios" tampoco le sali¨® la jugada. Por minutos. Le llamaban El Liban¨¦s y era parte de un reducido grupo terrorista isl¨¢mico: su padre, su t¨ªo y ¨¦l. Le toc¨® una celda en una esquina. Lejos de todo, menos de la cocina, que le quedaba tres metros por debajo. Exactamente donde se colocaban los cubos de basura. El Liban¨¦s adelgaz¨®. Hasta que cupo, embadurnado en grasa, por el espacio entre los barrotes y la pared, que hab¨ªa limado con un papel. Se desliz¨® antes del recuento y se meti¨® en el cubo. Los encargados de las basuras ya estaban en la salida cuando el funcionario grit¨®: "?Parad, co?o, que va un t¨ªo metido dentro!". Mejor suerte tuvo aquel preso de confianza que siempre barr¨ªa las garitas. Llevaba a?os. Pero un d¨ªa de 1988 sigui¨® barriendo hasta que lleg¨® a la calle. Tir¨® la herramienta y se larg¨® corriendo.
Marco se escap¨® tres veces. Sin imaginaci¨®n. Escalando los muros. La tercera fue un d¨ªa ventoso de invierno. Marco us¨® la cuerda hecha con s¨¢banas anudadas. La s¨¢bana descend¨ªa justo frente a la ventana del cuarto en el que dormitaba el jefe de servicio. El nudo estuvo golpeando, por el efecto de aire, el cristal toda la noche. El funcionario roncaba. No se dio cuenta hasta la ma?ana siguiente. Marco se hab¨ªa vuelto a fugar. Pero fue la ¨²ltima. A su regreso fue confinado en primer grado.
La d¨¦cada terminaba. El sida ya era el protagonista. La c¨¢rcel avanzaba hacia el ¨²ltimo recodo de su historia. Una memoria transmitida de boca a boca, desde la represi¨®n de los a?os cuarenta al delincuente multicultural de 1998, que sobrevivir¨¢ a la piqueta. Carabanchel, descanse en paz.
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