Miembra, por fin
Me gusta "miembra". Me gusta esa palabra. Es una palabra euf¨®nica. Pero sobre todo me gusta lo que revela. Y me gusta el peque?o terremoto que ha ocasionado en algunas mentes y medios.
Dice m¨¢s de lo que parece, o al menos dice mucho m¨¢s all¨¢ de lo que expresa el lapsus de la ministra Bibiana A¨ªdo, un lapsus, por otra parte, natural y hasta elegante, como si ya formase parte de una normalidad que acabar¨¢ por llegar. Y deber¨ªa llegar al menos para ese t¨¦rmino en concreto: el femenino de miembro, por muy epiceno que ¨¦ste sea. Si hubiera ocurrido con otra palabra, muchos varones, algunos de reconocido renombre, no habr¨ªan puesto tan en el cielo su grito.
El problema de la palabra "miembra" es que se enfrenta directamente a "miembro"; lo refleja, lo var¨ªa, lo feminiza. Le quita su dominio, en todo caso, lo reta a que reparta papeles y derechos, lo destrona, lo divide, lo contemporaneiza (perd¨®n por el verbo).
La ministra ha encendido una luz en las tinieblas del campo gen¨¦rico
Con otra palabra tal vez no pasar¨ªa lo mismo. Pero es que miembro es una palabra muy patrimonializada por el var¨®n. Es "su" palabra por excelencia, la que acarrea todas las gracias de los chistes presuntuosos, la que remite a fantas¨ªas eufem¨ªsticas, y la que le hace ser miembro, nunca mejor dicho, del colectivo de la masculinidad universal: el miembro le hace miembro de esa morfolog¨ªa que llamamos hombre. Por eso, para muchos varones de cualquier cultura y lugar del mundo la mujer se define como un ser que no tiene miembro. As¨ª de simplista y as¨ª de complejo. Sobrentendido, obviamente, "miembro viril", segunda de las acepciones del vocablo "miembro" en los diccionarios.
"Miembro" es una palabra intocable, casi sagrada en su g¨¦nero -o condici¨®n epicena, para ser exactos- por representar algo muy profundo y b¨¢sico de lo masculino. He aqu¨ª, entonces, que "miembro" y "var¨®n" est¨¢n muy unidos, demasiado unidos entre s¨ª. Incluso a una gran mayor¨ªa de hombres, cuando le tocan precisamente el miembro-palabra, algo muy profundo en su subconsciente se remueve e incomoda: eso es s¨®lo cosa suya y de nadie m¨¢s. ?A qu¨¦ viene ahora modificar su condici¨®n y repartirla con la mujer? ?Por qu¨¦ precisamente "miembro" (y no "cartucho", por ejemplo) ha de ser feminizable?
El lapsus de la ministra tiene m¨¢s calado positivo del que se cree. En su caso, tal vez, fue meramente involuntario. Sin embargo, pens¨¢ndolo mejor, revela una carga simb¨®lica muy potente, extremadamente significativa para una ministra de Igualdad. Afecta de lleno al predominio masculino que existe en much¨ªsimos estratos y parcelas de la sociedad europea, a todos los niveles, desde los salarios hasta los cargos ejecutivos en las empresas e instituciones. Un predominio, o dominio a secas, que tiene una cruel punta de iceberg en la lacra de violencia de g¨¦nero (masculina). La importancia de que el lapsus lo haya cometido la ministra A¨ªdo reside en que, sin querer, ha evidenciado que en ese oscuro fondo est¨¢ el n¨²cleo de la esencia de su ministerio: la lejana y real igualdad que queda por lograr, y por ello la existencia m¨¢s que necesaria de su gesti¨®n.
Los malos tratos, la violencia sexista, la pederastia (casi exclusivamente como una aberraci¨®n masculina) y la explotaci¨®n sexual y laboral de la mujer, adem¨¢s de la sutil desigualdad dom¨¦stica que pasa por "normal", tienen como sustrato esa identificaci¨®n psicoanal¨ªtica con la condici¨®n epicena del miembro (viril, claro) y, por extensi¨®n, con toda acepci¨®n de "miembro" como parte y dependencia. Para muchos varones, por desgracia, "miembro" se asocia ¨²nicamente a la parte del hombre a la que va unido el resto de su cuerpo, incluido su cerebro.
Ahora lo que le ha dado miedo a muchos varones es que al miembro, por fin, le ha salido una posible variante liberadora, la posibilidad de que la mujer tambi¨¦n lo pueda ser sin tener que renunciar a su identidad de mujer, es decir, por fin puede ser miembra. Todo rechazo ante la palabra, si no es por razones m¨¢s simb¨®licas o profundas, cuando no oscuras, no deber¨ªa escandalizar a nadie, ni hacerle re¨ªr. Es s¨®lo cosa de repetirla varias veces para darse cuenta de que no suena nada mal, incluso de que, una vez se acepte por la normativa de la RAE (que todo llegar¨¢), ser¨¢ vista como apropiada.
La ministra, sin querer (o con improvisada habilidad, qui¨¦n sabe), ha hallado un camino muy serio por el que seguir, ha encendido una luz en las tinieblas del campo gen¨¦rico de su ministerio, un espejo en el que muchos se van a retratar. Si sigue as¨ª, podr¨¢ ser una ministra muy interesante. E innovadora, algo que se necesita mucho en su campo, donde siglos de lenguaje se amontonan sobre nuestra pobre, desgastada pero muy agobiada palabra "miembro".
Adolfo Garc¨ªa Ortega es escritor.
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