La trascendencia
El hecho es conocido: la religi¨®n, despu¨¦s de un periodo de contenci¨®n en la vida privada, ha vuelto a la escena p¨²blica. En esta nueva edad de los esp¨ªritus santos, la fe vuelve a repartir dividendos econ¨®micos y r¨¦ditos pol¨ªticos y militares, adem¨¢s de ping¨¹es beneficios editoriales.
Aunque se trate de hechos que poseen etiolog¨ªas diferenciadas, despu¨¦s del 11-S tenemos la impresi¨®n de que existe alg¨²n parentesco entre, por ejemplo, la constituci¨®n del lobby de te¨®logos de la Administraci¨®n conservadora estadounidense, la competici¨®n del "dise?o inteligente" con la biolog¨ªa cient¨ªfica, el conflicto de los s¨ªmbolos sagrados que conmueve a la opini¨®n e incluso la salida de los obispos espa?oles a las manifestaciones callejeras armados con banderas.
Hay que defender el derecho a no creer en ninguno de los dioses del sufrimiento
Gracias a este giro espectacular, adem¨¢s de volver a disfrutar de las gloriosas guerras de religi¨®n, tenemos otra vez (?qui¨¦n lo hubiera dicho!) teolog¨ªa en los peri¨®dicos; y no en L'Osservatore Romano o en el prodigioso Alfa y Omega, en donde dormitaba como una rancia antig¨¹edad, sino en las mism¨ªsimas tribunas de opini¨®n, disputando el sitio a la calderilla de las controversias nacionales o internacionales y adorn¨¢ndolas con el timbre de profundidad contemplativa de cuya carencia tanto nos lament¨¢bamos, ese toque de seriedad que estremece el gesto del lector cada vez que se pronuncia el ominoso vocablo trascendencia; un vocablo cuyo sabor a muerte se dir¨ªa calculado para convertir todo lo que le rodea en intrascendente.
En nuestro entorno, los militantes m¨¢s patri¨®ticos de la oposici¨®n transfiguran a sus l¨ªderes en iconos de la imaginer¨ªa sacra y los m¨¢s p¨ªos intelectuales de id¨¦ntica filiaci¨®n se afanan abrillantando con aditivos dignos de la comida r¨¢pida las demostraciones medievales de la existencia de Dios en algunos medios especializados en el periodismo especulativo; cosa que no deber¨ªa sorprendernos considerando que, como nos recuerda Jos¨¦ Mar¨ªa Ridao en su antolog¨ªa Por la gracia de Dios, en Espa?a la expresi¨®n "derecha liberal" ha designado frecuentemente una quimera, y el consenso letrado en torno a la separaci¨®n entre la Iglesia y el Estado ha sido bastante ilusorio.
?ltimamente se ha unido a la faena teol¨®gico-period¨ªstica el ilustre Peter Singer (?El Dios del sufrimiento?, EL PA?S del 1 de junio), mejor pertrechado de sentido del rid¨ªculo que nuestros sabios conservadores, relat¨¢ndonos su pol¨¦mica con Dinesh d'Souza sobre la existencia de Dios, tema que hasta ahora no hab¨ªamos incluido en la agenda de nuestros sobresaltos cotidianos. As¨ª que, antes de que los tertulianos se vean obligados a posicionarse en torno a este problema y la disputa llegue al Parlamento, perm¨ªtanme un aviso: el cl¨¢sico pero imbatible argumento que presenta Singer -el sufrimiento de los justos y de los inocentes en este mundo- no prueba que Dios no exista (s¨®lo Gustavo Bueno, hasta donde llega mi informaci¨®n, estar¨ªa en condiciones de acometer un programa cient¨ªfico de esta envergadura), sino que es un ser malo y despiadado, inferior en sensibilidad moral a muchas de sus criaturas, pues de otra manera su omnipotencia no podr¨ªa tolerar ese dolor. Cierto.
Pero, en lugar de perder tiempo en refutaciones escol¨¢sticas contra los te¨®logos que extraen su malbaratada actualidad de estas controversias, ?por qu¨¦ no concentramos nuestros esfuerzos en las deidades accesorias que, d¨ªa tras d¨ªa, sirven en el mundo para justificar, no solamente el sufrimiento de los animales que tanto preocupa al profesor Singer, sino tambi¨¦n el de millones de seres humanos cuya aspiraci¨®n a la dignidad y a la felicidad es sacrificada en nombre de las m¨¢s variadas causas, que, incluso aunque no lleven el nombre de Dios grabado en su frente, operan como iglesias triunfantes aplicadas a calmar la sed de trascendencia de los mortales?
El motivo ¨²ltimo del rendimiento social de la religi¨®n reside en que ella es -junto con la patria, de la que resulta a menudo indisociable- la principal productora de una de las m¨¢s tir¨¢nicas divinidades despiadadas de estos d¨ªas, la identidad, elemento dominante de la nueva forma de pobreza material y moral que se extiende por nuestras sociedades sustituyendo el Estado de derecho por esos estados de emergencia que a veces amenazan con imponerse en Europa, y que aprovecha el vac¨ªo de proyecto pol¨ªtico para ocupar el espacio p¨²blico con conflictos privados, pasionales e irresolubles, que hacen aparecer a la democracia como un r¨¦gimen superado y prescindible.
Quienes luchamos por una polis verdaderamente aconfesional hemos de defender hoy en¨¦rgicamente el derecho de los no creyentes, es decir, el derecho a no creer, pero no solamente en el Dios de Dinesh d'Souza, sino en ninguno de los dioses del sufrimiento, por muy aparentemente laicos que sean sus atuendos. No creo que nos resulte dif¨ªcil detectar a nuestro alrededor la presencia de estos demonios de la trascendencia. Otro d¨ªa les hago una lista.
Jos¨¦ Luis Pardo es profesor titular de Filosof¨ªa en la Universidad Complutense de Madrid.
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