La socializaci¨®n del rojo
"Esta noche, todas con la roja", esta frase se ha le¨ªdo en los peri¨®dicos y se ha o¨ªdo en radios y televisiones. Como por arte de magia la rojigualda se ha convertido en roja. Y la palabra que serv¨ªa para estigmatizar o identificar a la mitad de Espa?a que perdi¨® la guerra ha sido astutamente recuperada para identificar a la selecci¨®n espa?ola cuyo imaginario -en torno al mito de la furia espa?ola- ha estado tradicionalmente mucho m¨¢s asociado al azul de los vencedores. Con una izquierda suficientemente domesticada como para que ya no asuste a nadie, la socializaci¨®n de lo rojo conten¨ªa la voluntad nada subliminal de sacar a la selecci¨®n espa?ola, tan err¨¢tica y poco atractiva, de la confusi¨®n identitaria en que estaba atrapada. De la furia hemos pasado a los siete enanitos (los bajitos del toca-toca del centro del campo espa?ol). Roja y moderna, es decir, formada por gente joven pero sobradamente preparada, han sido las claves sobre las que se ha tratado de reconstruir la identidad de una selecci¨®n que nunca estaba a la altura de la expectativas y que ¨²ltimamente viv¨ªa celosa de los ¨¦xitos del baloncesto.
El nacionalfutbolismo se ha convertido directamente en una mercanc¨ªa para el consumo
La exitosa trayectoria de la selecci¨®n espa?ola de f¨²tbol ha generado una oleada de nacionalfutbolismo en la que algunos han querido ver los s¨ªntomas de un neonacionalismo espa?ol con mayor capacidad de consenso. Por fin habr¨ªa llegado a la selecci¨®n de f¨²tbol una renovaci¨®n de los estilos y de las maneras acorde con los tiempos que corren, que otros deportes hab¨ªan conseguido ya mucho antes. La presencia en la l¨ªnea media del equipo de tres jugadores catalanes como Cesc, Iniesta y Xavi, ha hecho que algunos hablaran incluso de la selecci¨®n de la Espa?a plural, como si la presencia de jugadores del Bar?a en la selecci¨®n fuera una novedad.
La selecci¨®n espa?ola de f¨²tbol ha sido siempre una anomal¨ªa porque -en el franquismo como en la democracia- ha tenido un peso internacional muy inferior al que tienen los clubes de f¨²tbol. La mediocridad ha presidido casi siempre su actuaci¨®n en las competiciones internacionales, hasta el punto de que la sala de trofeos se reduc¨ªa a una copa de Europa y a un subcampeonato, lo que equivale casi a cero al lado de los t¨ªtulos internacionales acumulados por el Madrid, el Barcelona, el Sevilla y otros equipos de club.
Esta anomal¨ªa se explica en parte porque el Real Madrid y el F¨²tbol Club Barcelona han ejercido el papel encubierto de selecci¨®n espa?ola y selecci¨®n catalana, respectivamente. Para muchos aficionados de estos clubes las victorias de sus equipos eran y son mucho m¨¢s importantes que los resultados de la selecci¨®n nacional. Y un t¨ªtulo europeo no va a cambiar de modo determinante las cosas. La estructura del f¨²tbol espa?ol, dominada por dos monstruos como el Madrid y el Barcelona, algo que no tiene equivalente en Europa, es una herencia del franquismo, donde estos dos equipos permitieron dirimir simb¨®licamente en los estadios batallas que no se pod¨ªan dar en otos escenarios, y es tambi¨¦n la expresi¨®n de una realidad nacional compleja, en la que sobre el tapiz de la naci¨®n espa?ola se dibujan otras naciones inscritas. Esta realidad est¨¢ aqu¨ª para quedarse. Y no ser¨¢ uno ni diez ¨¦xitos de la selecci¨®n de f¨²tbol lo que va a cambiarla.
La selecci¨®n espa?ola ha ganado despu¨¦s de d¨¦cadas de no hacerlo, y la victoria siempre tiene arrastre. Los millones de seguidores del equipo espa?ol han celebrado el ¨¦xito como hacen los seguidores de todos los pa¨ªses del mundo cuando ganan sus selecciones o sus clubes, con ligeras variantes de car¨¢cter idiosincr¨¢sico. Y los s¨ªmbolos que en estos casos se despliegan no forman precisamente parte del museo de las mejores creaciones de la humanidad. Cada cual tiene sus cruces: por mucho que se hable de un nuevo clima en torno a la selecci¨®n espa?ola, no han podido evitarse los toros y los tricornios e incluso alg¨²n que otro aguilucho. Pero el que se crea que las celebraciones de los suyos son muchos m¨¢s distinguidas que las de los dem¨¢s s¨®lo demuestra su facilidad para ver la paja en el ojo ajeno y su dificultad para ver la viga en el propio. Hemos tenido que soportar toda la retah¨ªla del patriotismo basto (dudo que pueda haber un patriotismo que no lo sea), como en cualquier celebraci¨®n del Bar?a o del Madrid: somos los mejores, orgullo nacional, a por ellos, la vendetta, y, por supuesto, los vivas de ritual. Nada nuevo.
La novedad relevante tiene que ver con la evoluci¨®n de los medios de comunicaci¨®n de masas, que tienen en el deporte una mina de explotaci¨®n muy atractiva. La competencia entre grupos de comunicaci¨®n y la necesidad de rentabilizar las inversiones cada vez m¨¢s grandes que las transmisiones deportivas requieren, han puesto en marcha todo tipo de mecanismos promocionales de movilizaci¨®n de los aficionados y han mantenido una especie de estado de excepci¨®n permanente en las ondas, con jornadas enteras dedicadas al gran evento. De modo que la movilizaci¨®n en torno a la selecci¨®n espa?ola no ha sido de Estado -como lo fue hace 44 a?os en pleno franquismo-, sino que ha sido desde las empresas privadas de comunicaci¨®n, testigos y promotores a la vez del entusiasmo colectivo. El modelo fue ya ensayado en el Mundial de F¨²tbol de hace dos a?os, pero entonces la selecci¨®n espa?ola, fiel a su tradici¨®n, no ayud¨®, al quedar eliminada tempranamente por Francia. Ahora, la selecci¨®n ha puesto los buenos resultados, material indispensable para que el evento funcione. El nacionalfutbolismo se ha convertido directamente en una mercanc¨ªa para el consumo.
Puesto que en todas partes, y no s¨®lo en las periferias como creen algunos, el nacionalismo vende, el discurso patriotero ha sido el natural acompa?ante de esta gran movida comercial. No cuesta ning¨²n trabajo conseguirlo: es lo que sale espont¨¢neamente a cualquier locutor deportivo cuando le ponen delante de un equipo nacional (la selecci¨®n espa?ola) o en funciones de equipo nacional (el Bar?a, pongamos por caso). Un discurso que empieza con: "Esta noche todos con la selecci¨®n", en una falta de respeto manifiesta a los miles o millones de ciudadanos que tienen otras devociones o que carecen de sensibilidad para estas creencias. Cuando oigo la palabra todos, sea donde sea, se me ponen los pelos de punta.
Coincidencias de la vida, el ¨¦xito de la selecci¨®n espa?ola ha eclipsado el ruido originado por el refer¨¦ndum de Ibarretxe. Sirva de atenci¨®n a los que, enfrascados en los ¨¦xitos deportivos, olvidan a menudo que la realidad es compleja. Tambi¨¦n ha coincidido con un Congreso del PP en el que Mariano Rajoy ha dirigido con ¨¦xito una operaci¨®n de lifting que no parece haber alcanzado m¨¢s all¨¢ de la piel. Y, tercera coincidencia, ha salido por estos d¨ªas un manifiesto por la lengua com¨²n. De estas casualidades algunos han sacado conclusiones precipitadas sobre la eclosi¨®n de un neonacionalismo espa?ol. Que la faz de Espa?a ha cambiado, y que el nacionalismo espa?ol poco a poco se va liberando del estigma franquista para adquirir una dimensi¨®n acorde al pa¨ªs moderno que es Espa?a es una cosa. Pero las euforias futboleras se desvanecen como el humo en el aire, y m¨¢s en tiempos de crisis. Francia gan¨® el campeonato del mundo, con una selecci¨®n nacional que se presentaba como la Francia de la diversidad. Se escribieron monta?as de papel sobre este nuevo nacionalismo franc¨¦s mestizo y diverso. Pocos a?os despu¨¦s estallaban los barrios perif¨¦ricos de las principales ciudades francesas.
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