S¨ªmbolos
Estos d¨ªas el f¨²tbol ha vuelto a mostrar que los s¨ªmbolos sociales no s¨®lo afloran donde menos lo parece, sino que son capaces de organizar importantes zapatiestas. Los semi¨®logos (?quedan tan pocos!) y Manolo V¨¢zquez (qu¨¦ gran maestro en sacar punta a la cultura popular) se hubieran divertido con las mil y una interpretaciones sobre lo que, objetivamente, s¨®lo son unos t¨ªos (no unos se?ores, lo siento) corriendo, esta vez con gracejo y precisi¨®n, tras una pelota.
Un hecho sencillo como ¨¦ste ha logrado soliviantar y excitar multitudes sacando banderas a las calles, lo cual habla de la facilidad de los contempor¨¢neos para emocionarse cuando un colectivo trenza una alianza y deslumbra al mundo. Lo importante (por ser lo que hoy cuenta) ha sido eso: ser el centro de la atenci¨®n. As¨ª es nuestra cultura: la roja (un color, una camiseta) quedar¨¢ como s¨ªmbolo para la historia despu¨¦s de convertirse en la moda del verano. De paso, quiz¨¢ el color rojo pierda las connotaciones infernales que en otro momento tuvo entre nosotros.
Nuestra cultura tiene escasa sensibilidad hacia uno de los fen¨®menos sociales m¨¢s fascinantes: la moda
Dada esta circunstancia, quiz¨¢ sea oportuno recordar que lo m¨¢s simb¨®lico en cualquier individuo es el traje que lleva. La indumentaria ha sido y es -todav¨ªa nos vestimos- una fotograf¨ªa social de primera magnitud. El miri?aque de Mar¨ªa Antonieta, la peluca de Luis XIV, el color negro de la corte espa?ola del Siglo de Oro, los sans-culottes revolucionarios, las vamps del cine mudo, Marilyn Monroe, los Beatles, Jackie Kennedy, Lady Di, entre otros muchos, evocan momentos hist¨®ricos reconocidos universalmente por su forma de vestir. Esta lecci¨®n de la historia ha sido aprendida: desde Nicolas Sarkozy y Carla Bruni hasta Isabel II y la princesa Leticia, pasando por Bel¨¦n Esteban, Paris Hilton, Elton John, Rafa Nadal o David Bisbal, muestran que el vestido hace al s¨ªmbolo.
No es raro, pues, que tras el s¨ªmbolo apareciera una industria, cada vez m¨¢s sofisticada, encargada de transformar a individuos anodinos en aspirantes a h¨¦roes. El vestido, hoy como en la Edad Media, daba cuenta de su situaci¨®n social: de ah¨ª que el 8 de brumario del a?o II los revolucionarios franceses establecieran que "cada uno es libre de llevar el vestido o adorno de su sexo que le convenga". El decreto ha funcionado hasta que, a mediados del siglo XX, el sexo dej¨® de ser tab¨² en la indumentaria. El traje y la moda han adquirido progresiva importancia, que ha culminado hoy en una potent¨ªsima industria de la imagen que responde al culto al que estamos entregados los contempor¨¢neos.
Los catalanes fuimos en su momento pioneros de esta evoluci¨®n a trav¨¦s de la industria textil: sin tejido, obviamente, era imposible vestirse. Aquella industria, entonces, fue un ¨¦xito. Una sensibilidad art¨ªstica especial, encarnada por Mariano Fortuny y Madrazo (lo cito por su relaci¨®n con lo catal¨¢n aunque vivi¨® en Venecia), complet¨® y consagr¨®, a finales del siglo XIX, el avance del modelo actual que ha hecho de la moda y de la imagen un s¨ªmbolo de nuestra ¨¦poca. Barcelona, dentro de la penuria espa?ola (que envi¨® a sus mejores talentos a Par¨ªs), mantuvo viva aquella llama con su industria textil y su especial inquietud cultural sobre el s¨ªmbolo que es el vestido. Personajes como el coleccionista de trajes Manuel Rocamora o figuras como Pedro Rodr¨ªguez, Manuel Pertegaz, Toni Mir¨® o Custo Barcelona son eslabones de una cadena de sensibilidad que hoy no s¨®lo alcanza su m¨¢ximo apogeo global sino que es un negocio de consideraci¨®n.
Esta tradici¨®n catalana se materializ¨® en el Museo Textil y de la Indumentaria de la calle de Montcada, que alberg¨®, entre otras piezas de mucho inter¨¦s, la valiosa colecci¨®n Rocamora. El museo, pese a la lamentable precariedad de medios y atenci¨®n institucional, permit¨ªa al visitante situar esa fotograf¨ªa social que ofrece el vestido y relacionarlo, de paso, con nuestra propia historia. Su cierre, hace unos meses y sin contemplaciones, con el fin de incorporar sus fondos a un nuevo y pretencioso supermuseo del dise?o, tiene una lectura simb¨®lica: nuestra cultura colectiva actual est¨¢ guiada por la escasa sensibilidad hacia uno de los fen¨®menos sociales actuales m¨¢s fascinantes: la moda, la imagen. ?Otro s¨ªmbolo de decadencia barcelonesa?
m.riviere17@yahoo.es
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