El infierno son los espectadores
Castellucci dirige en Avi?¨®n una po¨¦tica y original 'Divina comedia'
Durante a?os los montajes de Romeo Castellucci pod¨ªan ser acusados, sin faltar a la verdad, de que "tomaban el nombre del autor, de Shakespeare a C¨¦line, en vano". En esta edici¨®n de Avi?¨®n de 2008, al afrontar la Divina Comedia, parec¨ªa que Dante iba a sumarse a la lista de autores traicionados o calumniados por la especial concepci¨®n del espect¨¢culo de Castellucci. El reto inicial era hacer resonar los cantos del Inferno en el palacio de los Papas, un edificio construido al mismo tiempo que el poema de Dante. Y Castellucci lo ha resuelto a su manera, genial y discutible: a trav¨¦s de un "teatro de poes¨ªa". Castellucci dice "no saber adaptar la poes¨ªa al teatro porque el teatro ya es en s¨ª mismo poes¨ªa", que le permite no decir ni un solo verso durante toda la representaci¨®n.
El montaje de la obra de Dante tiene poco que ver con la cartograf¨ªa infernal
El festival franc¨¦s acoge 'Airport kids', gran ejemplo de teatro documental
Inferno arranca con el propio director, embutido en un traje protector, atacado por tres perros gigantescos. Es un inicio pasoliniano y que deja bien claro que ¨¦l, Castellucci, asume solo todos los riesgos. Luego un actor procede a escalar, sirvi¨¦ndose s¨®lo de manos y pies, los 38 metros de muro de piedra que constituyen el decorado de la Cour d'honneur. Y desde lo alto lanza al escenario un bal¨®n de baloncesto. A lo largo de la funci¨®n la pelota pasar¨¢ de mano en mano, como una culpa, como una amenaza, como un obsequio. Los actores se ayudar¨¢n o se asesinar¨¢n entre ellos, se embarcar¨¢n en in¨²tiles esfuerzos colectivos o asistir¨¢n paralizados a la llegada del caballo blanco del Apocalipsis.
Castellucci propone una sucesi¨®n de visiones. Muy poco que ver con la cartograf¨ªa infernal de Dante y sus nueve c¨ªrculos, con la pasi¨®n clasificatoria que hizo que Nietzsche calificase al autor de la Divina Comedia de "hiena que versifica entre las tumbas". Pero el miedo y la evocaci¨®n de la muerte est¨¢n presentes en la escena. Como la de la vida, a trav¨¦s de ni?os que juegan dentro de un cubo de cristal, ajenos al horror. A los ruidos de coches que chocan. Al sonido distorsionado de la disecci¨®n de un cad¨¢ver. A la crepitaci¨®n de las l¨ªneas el¨¦ctricas. De pronto, la palabra Inferno sube al escenario y es colocada de espaldas al p¨²blico, es decir, el infierno est¨¢ donde nosotros, los espectadores. Luego desaparecer¨¢ la palabra y s¨®lo quedar¨¢n las comillas que la encuadraban, que nos encuadran. Al final unos televisores componen otra palabra: etoile (estrella), pero tres de los monitores son destruidos para que el espect¨¢culo se acabe con toi (t¨²). Castellucci no cree en la sentencia sartriana de "el infierno son los otros".
Lo m¨¢s sorprendente de ese espect¨¢culo deslumbrante es que Castellucci haga expl¨ªcita la advocaci¨®n de san Warhol, que diga que nadie como el artista norteamericano "ha pintado la oscuridad del presente, que no es la del dolor o de las guerras, sino el abismo de la superficie". De la vacuidad, de la pura imagen. Los t¨ªtulos de las telas de Warhol se inscriben en el palacio de los Papas como sucesi¨®n inquietante de iconos del siglo XX. La presentaci¨®n de Inferno fue puntuada con igual n¨²mero de "?Bravos!" que de pateos.
Avi?¨®n 2008 ha acogido otro montaje excepcional: Airport kids, del suizo Stefan Kaegi y la argentina Lola Arias. Se trata de un ejemplo de "teatro documental", de un texto construido a partir de una encuesta sociol¨®gica sobre los ni?os y adolescentes que estudian en el Instituto Internacional de Lausanne. Y ellos, entre seis y 14 a?os, ser¨¢n protagonistas de Airport kids, una visita a nuestro futuro mundializado, a una sociedad en la que la noci¨®n de "patria" es tan confusa como la de "identidad". Eso s¨ª, ellos hablan varios idiomas, pero el ingl¨¦s es la garant¨ªa de supervivencia. Y cada uno de ellos sue?a con un futuro distinto, pero sus deseos tienen en com¨²n dos cosas: la desaparici¨®n de los impuestos y que ellos, los ni?os de ninguna parte, cuando tengan 20 a?os, nos reemplazar¨¢n a todos. Porque ser¨¢n mejores.
Kaegi cre¨® en 2006 Mnemopark, un montaje que contaba la historia oculta de Suiza a partir la memoria de unos jubilados y con la ayuda de un gigantesco tren el¨¦ctrico. Ahora explora el futuro a trav¨¦s de Oussama, Garima, Kristina, Patrick, Aline, Clyde o Sarah, hijos de padres que trabajan en Nestl¨¦, Tetra Pak o Philip Morris, siempre dispuestos a cambiar de ciudad, a servirse del pasaporte como ariete que derriba todas las puertas. Las videoc¨¢maras ayudan a la complejidad del relato, que mezcla esperanzas infantiles y cr¨®nica biogr¨¢fica: tener el primer carn¨¦ de cr¨¦dito a los 10 a?os o explicar la guerra de Angola a partir del combate entre tres caracoles colocados sobre un mapamundi. Los chavales dicen su texto y cantan un par de canciones. Son originarios de Angola, Marruecos, Rusia, Irlanda, Italia, Brasil o Indonesia pero se saben ciudadanos del mundo.
Babelia
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