El agitador Ricc¨° hace dudar a los cardenales
Los pretendientes dedican al estudio la primera etapa de monta?a, donde el escalador asusta con una exhibici¨®n
Y entonces, de repente, el monaguillo se subi¨® al p¨²lpito y le enmend¨® la plana al cardenal, tan atento a la liturgia, a los ritos sacralizados simplemente por su repetici¨®n religiosamente respetada a?o tras a?o, que se hab¨ªa perdido el recuerdo incluso de su significado.
Y a la gente le complaci¨® lo que oy¨®, el verbo agitado, demagogo, y pidi¨® m¨¢s. Y, entonces, los cardenales dudaron, siguieron repitiendo lo mismo, pues no conoc¨ªan otro serm¨®n, pero por dentro pensaban distinto: ?y si ahora resulta que despu¨¦s de tantos a?os nos hemos estado equivocando?
Todos vigilaban a todos cuando apareci¨® Piepoli llevando de la mano al ganador
"Que yo recuerde, s¨®lo he visto a Armstrong hacer algo as¨ª", dijo Pereiro
"En Hautacam actuaremos los grandes de verdad", anunci¨® Menchov
Especial del Tour de Francia |
El Tour es cada d¨ªa una cl¨¢sica, un campeonato del mundo cotidiano, con sus propias reglas, su propia dramaturgia interna, su peripecia primera, nudo y desenlace, pero, para dar complejidad al asunto, son historias abiertas, no parten de cero, se dejan contaminar por lo que pas¨® el d¨ªa anterior, influyen en la etapa siguiente. De la contradicci¨®n entre una y otra historia nace la acci¨®n. Pas¨® todo eso ayer por la vieja ruta de los Pirineos, desde el Peyresourde hasta el pie del Tourmalet por el Aspin luminoso y abierto. All¨ª toda la teor¨ªa se hizo carne -bueno, mayormente, huesos y un poco de pellejo para completar 59 kilitos de escalador- en el cuerpo de Riccardo Ricc¨°, monaguillo irreverente, peque?o diablo con alma de pirata, alimentado espiritualmente en su casa con v¨ªdeos de Pantani e intelectualmente durante la carrera en la oficina, ya c¨¢tedra, de Leo Piepoli.
Leo Piepoli, veterano escalador de la Apulia, m¨ªnimo de cuerpo, grande de cabeza, tiene la costumbre desde hace a?os de pasar toda la primera semana del Tour, la que hasta ahora s¨®lo consist¨ªa en etapas llanas en las que ¨¦l, y todos los escaladores, lo ¨²nico que pod¨ªan ganar era unos cuantos coscorrones, a cola de pelot¨®n. All¨ª establece su oficina a la espera de su terreno y all¨ª, aparte de alg¨²n otro amigo, se ha pasado unos d¨ªas Ricc¨°. All¨ª se corre el riesgo de perder tiempo alg¨²n d¨ªa si se producen cortes -como le ocurri¨® a Ricc¨° y a Menchov, precisamente, la v¨ªspera de la contrarreloj: s¨®lo 38s porque los grandes equipos no quisieron castigarlos-, pero tambi¨¦n se aprende mucho y, sobre todo, se transita con calma, sin apenas estr¨¦s fatigante los primeros, peligrosos, d¨ªas de Tour. Pero cuando la carretera se empina, Leo hace mudanza. Traslada su escuela a la cabeza del pelot¨®n, ti?e de blanco y amarillo p¨¢lido, los colores de su equipo, el Saunier Duval, los primeros puestos, siembra el desasosiego y transforma la palabra en victoria. Lo hizo el jueves pasado en el tobog¨¢n de Super-Besse, peque?a capilla de barrio, donde su disc¨ªpulo m¨¢s querido, su amigo Ricc¨°, gan¨®; lo repiti¨® ayer en un escenario m¨¢s grande, la catedral del Aspin. Y a su alrededor la gente se mira. Ricc¨°, que perdi¨® en la contrarreloj, 30 kil¨®metros, tres minutos con Evans y Menchov, dos con Valverde y Sastre, est¨¢ a m¨¢s de cuatro minutos.
Era el d¨ªa de la contemplaci¨®n y la reflexi¨®n, hab¨ªan decidido las vacas sagradas. D¨ªa en el que, pensaban, la lucha de los que quieren ganar la etapa -como los Euskaltel, que, perdida la fuga inicial, se uncieron al yugo de la cabeza, se convirtieron en reata y tiraron y tiraron desde el Peyresourde hasta el Aspin-, no debe influir en las decisiones de los que quieren ganar el Tour, quienes bastante tendr¨ªan con clavar sus miradas en los detalles que consideran reveladores de sus rivales, las venas del cuello, por ejemplo, los jadeos extempor¨¢neos, los movimientos intempestivos, los faroles. As¨ª Evans miraba a Valverde y miraba a Menchov y miraba a Sastre, y todos se vigilaban a todos en un c¨ªrculo rec¨ªproco y Evans, adem¨¢s, se miraba a s¨ª mismo, c¨ªrculo reflexivo, pues se hab¨ªa ca¨ªdo -ay, la terrible combinaci¨®n de las fuerzas de la gravedad y centr¨ªfuga en una curva cuesta abajo y mal peraltada sobre asfalto con gravilla- y llevaba magullado todo su costado izquierdo, desde el hombro hasta la rodilla.
Y as¨ª estaban todos, felices en su contemplaci¨®n, obedientes a su liturgia, cuando por all¨ª apareci¨® Piepoli llevando de la mano a Ricc¨°. Hab¨ªan decidido que iban a ganar la etapa. Faltaban a¨²n 10 kil¨®metros para la cima del Aspin: de all¨ª a la meta, 26 kil¨®metros m¨¢s en abrupto descenso y en falso llano. R¨¢pidamente actuaron: primero Piepoli tens¨® la cuerda, juguete¨® con Pereiro y con algunos otros y luego se apart¨®. Fue el detonante, al segundo, un cohete como un ciclista llamado Ricc¨° -y no Pantani como creyeron algunos, por la espalda encorvada, las manos en la parte baja del manillar, la velocidad incre¨ªble de las piernas contra un desarrollo enorme: adem¨¢s, Pantani est¨¢ muerto y nunca subi¨® con casco- espant¨® a Pereiro, que apart¨® la mirada -"cuando yo ataqu¨¦", dice el gallego que gan¨® el Tour de 2006, "era la zona de menos porcentaje, pero Ricc¨° sali¨® en lo m¨¢s duro. Imposible seguirle: que yo recuerde s¨®lo he visto a Armstrong hacer algo as¨ª"-, super¨® dejando clavados a un peque?o grupo de fugados, entre ellos a Arroyo, que se apart¨® como el corredor del encierro cuando siente al toro lanzado a toda velocidad a por ¨¦l, y continu¨® igual, esprintando un trecho, culo arriba, sentado otro. En un nada, dej¨® a todos a un minuto. En un menos, adelant¨® a Lang, el ¨²ltimo resistente de los fugados y se lanz¨® a tumba abierta hacia Bagn¨¨res de Bigorre. En el pelot¨®n, ya reducido a unos 50, dej¨® plantada una semilla de ciza?a, regalo envenenado de los campeones.
Poco despu¨¦s del ataque, Eusebio Unzue, un t¨¦cnico que est¨¢ experimentado con la tercera v¨ªa -c¨®mo ganar el Tour intentando ganar todas las etapas importantes-, puso a su equipo, el Caisse d'?pargne, el de Valverde y Pereiro, el m¨¢s numeroso del grupo, con cinco -Evans llevaba a dos gregarios, como Menchov y como Sastre-, y logr¨® congelar la ventaja de Ricc¨°. "Era una forma de invitar a los dem¨¢s a que entraran", dijo Unzue. "Pero no hicieron mucho caso".
Terminada la etapa, habl¨® Menchov, resumi¨® el pensamiento de los cardenales, que se aferran a su tradici¨®n pese a que los signos del cielo indican un cambio "No, Ricc¨° no ganar¨¢ el Tour", dijo el ruso de la escuela navarra. "Hoy en Hautacam
[punto final de la traves¨ªa pirenaica tras el Tourmalet], los grandes actuaremos de verdad. El Tour es muy largo, queda una contrarreloj de 50 kil¨®metros, Ricc¨° no llegar¨¢ muy lejos". Tambi¨¦n se dec¨ªa eso de Pantani en 1998, otro a?o en el que los ritos fueron destrozados por un diablo.
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