La indiferencia
Hay una tremenda foto del campo de concentraci¨®n de Buchenwald, uno de los mayores que instal¨® el ej¨¦rcito nazi en Alemania, donde aparece un prisionero apoyado en uno de los pilares del barrac¨®n. Junto a ¨¦l hay tres literas desde las que asoman sus cabezas una veintena de raqu¨ªticas personas. En esa fotograf¨ªa, que he visto muchas veces, aparece en la segunda fila de literas y en el s¨¦ptimo hueco contando desde la izquierda, Elie Wiesel, un jud¨ªo rumano que sobrevivi¨® a este campo de exterminio, se hizo luego escritor y obtuvo el Premio Nobel de la Paz en 1989. Wiesel dedic¨® toda su vida a escribir y hablar sobre los horrores del Holocausto. Su libro, La noche, forma parte de una trilog¨ªa de novelas donde relata la historia de este horror, que el comenz¨® a vivir con 16 a?os.
Buchenwald no era un campo de exterminio industrializado, como los grandes centros de internamiento de Polonia. All¨ª los prisioneros no fallec¨ªan gaseados, sino por las duras condiciones de trabajo o tras ser utilizados en experimentos m¨¦dicos. Eran infectados con tifus para probar vacunas. El hacinamiento convert¨ªa estos experimentos en epidemia y luego en muerte. El primer comandante de este campo apenas encontr¨® un hueco en la historia, pero si lo tuvo su mujer, a la que llamaban la puta de Buchenwald por la crueldad y la brutalidad con que trataba a los presos.
Elie Wiesel particip¨® en 1999 en un foro en Washington con una conferencia denominada Los peligros de la indiferencia. Era su propia historia, la de un chico jud¨ªo de una peque?a localidad de los C¨¢rpatos que un d¨ªa crey¨® que nunca volver¨ªa a ser feliz. Y la historia tambi¨¦n de un anciano que, 54 a?os despu¨¦s de ser liberado de la muerte, hab¨ªa dedicado toda su vida a intentar explicar que la indiferencia no s¨®lo era un pecado, sino tambi¨¦n un castigo. Por eso estaba convencido de que la indiferencia era una de las lecciones m¨¢s importantes que deb¨ªamos extraer los seres humanos de los m¨²ltiples experimentos que con el bien y el mal hab¨ªan tenido lugar en ese siglo.
"La indiferencia", dec¨ªa Wiesel, "no suscita ninguna respuesta. La indiferencia no es respuesta. La indiferencia no es un comienzo; es un final. Por tanto la indiferencia es siempre amiga del enemigo, puesto que beneficia al agresor, nunca a su v¨ªctima, cuyo dolor se intensifica cuando la persona se siente olvidada. El prisionero en su celda, los ni?os hambrientos, los refugiados sin hogar... No responder a su dolor ni aliviar la soledad ofreci¨¦ndoles una chispa de esperanza es exiliarlos de la memoria humana. Y al negar su humanidad, traicionamos la nuestra". Para este superviviente, la sociedad que le toc¨® vivir estaba compuesta por tres sencillas categor¨ªas: los asesinos, las v¨ªctimas y los que no hac¨ªan nada. Por eso, su ¨²nico y miserable consuelo fue creer que Auschwitz y Treblinka eran secretos muy bien guardados, y que los l¨ªderes del mundo no sab¨ªan lo que estaba pasando detr¨¢s de esos alambres de p¨²as. ?C¨®mo, si no, se pod¨ªa explicar la indiferencia de todos ellos?, se preguntaba.
La pasada semana el mar volvi¨® a escupir hambrientos y cad¨¢veres en las costas andaluzas. La ¨²ltima tragedia en una patera ha sido esta vez tan insoportable como siempre, pero un poco m¨¢s insoportable que nunca. Eran subsaharianos que salieron de Marruecos y viajaron seis d¨ªas a la deriva, abrasados por el sol y sin comida ni bebida. Durante la traves¨ªa, dos de ellos tuvieron que arrancar de los brazos de sus madres los cad¨¢veres de nueves ni?os de entre doce meses y cuatro a?os para arrojarlos por la borda. Wiesel termin¨® su conferencia sobre la indiferencia desde el ni?o preso que fue: "?Qu¨¦ hay de los ni?os? Inevitablemente, su destino siempre es el m¨¢s tr¨¢gico. Por cada minuto que pasa muere un ni?o debido a la enfermedad, la violencia o el hambre. Algunos de ellos, muchos, podr¨ªan, salvarse".
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