Los cad¨¢veres buenos
En tiempos remotos hubo una guerra civil en la ciudad de Tebas. Muerto el rey Edipo, sus hijos Eteocles y Polinices acordaron reinar alternativamente. El trono le correspondi¨® primero a Eteocles, que se neg¨® a entregarlo a su hermano Polinices. ?ste reuni¨® entonces un ej¨¦rcito guiado por siete grandes jefes y atac¨® su ciudad.
En el ataque a Tebas, Eteocles y Polinices se aniquilaron mutuamente. Finalizada la guerra, el nuevo rey, Creonte, concedi¨® todas las honras militares al cad¨¢ver de Eteocles, y orden¨® que el de Polinices fuese pasto de los perros.
Como para los antiguos griegos la falta del respeto debido a un cad¨¢ver era uno de los mayores sacrilegios, Ant¨ªgona -hermana de Eteocles y Polinices- deposit¨® un pu?ado de polvo sobre el cad¨¢ver de Polinices. As¨ª se le pudo considerar ritualmente enterrado. Entonces Creonte conden¨® a Ant¨ªgona a morir de hambre encerr¨¢ndola en una cueva. Pero antes de entrar en ella, Ant¨ªgona le dijo: "Yo nac¨ª para el amor, no para el odio". La historia no acab¨® bien para Creonte. Los griegos cre¨ªan que hay una serie de leyes no escritas que no se pueden violar. Ni siquiera en la guerra. Esas leyes se refer¨ªan al tratamiento de los vencidos y al enterramiento de los ca¨ªdos.
La Ley de Memoria Hist¨®rica deber¨ªa llamarse de reparaci¨®n de las v¨ªctimas de la Guerra Civil
En Espa?a hubo, no hace tanto, una guerra civil en la que el odio, a veces de las dos partes, y el desprecio del derecho, la honra y los sentimientos humanitarios por parte de los vencedores fueron muy notorios. En esta guerra civil, parcialmente inspirada en parte por un odio teol¨®gico, los vencedores alcanzaron extremos de crueldad, injusticia y falta de dignidad. Nunca reconocieron la dignidad de sus rivales ni en el campo de batalla ni, mucho menos, en el campo pol¨ªtico y de las ideas.
Se ha aprobado la Ley de Memoria Hist¨®rica, que deber¨ªa llamarse en realidad Ley de reparaci¨®n de las v¨ªctimas de la Guerra Civil. A cuenta de esta ley asistimos a un obsceno espect¨¢culo. Unos pol¨ªticos quieren otorgarse el papel de redentores de esas mismas v¨ªctimas, otros que creen que afirmar la existencia de una v¨ªctima es predicar el odio y algunos historiadores oportunistas dispuestos a hacer curr¨ªculum acad¨¦mico investigando el tema, dejando de lado a las v¨ªctimas, que son las ¨²nicas que pueden explicar unos sufrimientos que los historiadores casi nunca vivieron, y que a veces parecen no ser muy capaces de comprender.
En realidad, si lo que pretendiesen nuestros pol¨ªticos fuese hacer justicia, los protagonistas de esta ley deber¨ªan ser los jueces que la aplicar¨ªan a las v¨ªctimas o a sus descendientes. La ley deber¨ªa permitir descubrir y enterrar los cad¨¢veres desaparecidos, devolver los bienes robados y reparar la honra y la dignidad de todos aquellos que sufrieron el odio, el rencor y el desprecio de unos triunfadores inmisericordes que proclamaron su victoria en nombre de Dios. S¨®lo las v¨ªctimas y los jueces deber¨ªan hablar, para que los da?os quedasen reparados. Por respeto a ellos, muchos pol¨ªticos y algunos historiadores deber¨ªan estar callados.
En el a?o 1936 viv¨ªa en A Coru?a una moza llamada Amelia. De una familia de izquierdas y relacionada con el nacionalismo gallego, vio morir a muchos de sus parientes, asesinados o en el frente. Su vida qued¨® truncada. Pas¨® hambre tras la guerra y nunca pudo lograr que se reconociese la honra y dignidad de su familia. Pese a ello Amelia, como Ant¨ªgona, nunca odi¨® a nadie.
Hoy Amelia est¨¢ muerta y enterrada en el Cemiterio de San Amaro. Cerca de su tumba reposa un militar que organiz¨® el golpe en A Coru?a, al que se consider¨® un h¨¦roe de guerra y al que la ciudad de A Coru?a todav¨ªa le dedica una calle. Quiz¨¢ la Iglesia pueda pensar que est¨¢ en el cielo. El viento del Atl¨¢ntico sopla sobre las dos tumbas, pero nunca nadie llegar¨¢ a saber qui¨¦n fue Amelia. Por eso le dedico este art¨ªculo.
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