Distinguido cabaretero
Anoche fui con unos amigos al concierto de Alfonso Vilallonga y su banda The Cabaret Rose en la plaza del Rei. Una noche agradable, templada. Las bonitas canciones que o¨ª siguen resonando entre las paredes de mi cr¨¢neo y ba?ando mis neuronas y sinapsis con endorfinas a chorro. Empezaron con Vengo de lejos a modo de tarjeta de visita. La cantaba Alfonso con inflexiones vocales de mago, de hipnotizador cabaretero, que es lo que es. Dice: "Vengo de lejos,/ de aquel desv¨¢n a contraluz lleno de espejos/ donde desfilan bisabuelos a caballo/ donde uniformes de ni?era cobran vida/ para servirte de inmediato un rodaballo/ hecho a la sal/ y ¨¦ste te gui?a un ojo verde/ de cristal". Nada m¨¢s o¨ªr esta primera estrofa se reconoce la atm¨®sfera de la casa solariega de su familia, a dos minutos de la plaza del Rei, tal como la recreaba el difunto marqu¨¦s de Castellbell en su novela Un gentilhombre europeo y en otros escritos: la calesa en el patio, los antepasados de uniforme, los miedos infantiles, las sirvientas y criadas, los fantasmas en el desv¨¢n y el general Miguel Primo de Rivera que anuncia su visita... Todo lo contaba don Jos¨¦ Luis como denunciando un atropello del que disfrutase a rabiar: "F¨ªjate qu¨¦ malvados ¨¦ramos los ricos, qu¨¦ vidorra indecente nos pegamos". Va a cumplirse un a?o de su muerte.
Anoche Alfonso Vilallonga fue alternando canciones propias, canciones de La pata del flamingo, el disco que sacar¨¢ para Navidad, con piezas ajenas; entre ellas Take this waltz, de Cohen; Une valse ¨¤ mille temps, de Brel; Three cigarettes in an Ashtray, de Patsy Cline, la reina del country. Entiendo, querido lector, que la m¨²sica country te d¨¦ repel¨²s; pero ese melodrama donde amor y desamor se cuentan por el n¨²mero de cigarrillos encendidos que descansan en un cenicero -dos, correspondientes a la feliz pareja; tres, cuando aparece "el otro", y a rengl¨®n seguido, con brutal elipsis: "Now they are gone/ and I sit alone/ and watch one / cigarette burn away" (y ahora se han ido y me siento a solas, y miro c¨®mo se consume un cigarrillo)- es lo m¨¢s deliciosamente desmoralizador que imaginarse pueda, con permiso de Jos¨¦ Alfredo Jim¨¦nez. El hombre es una colilla, y la vida un cenicero. Dicen que esta idea rotunda, claramente perfilada, la compart¨ªa Julio Ram¨®n Ribeyro, gran escritor y fumador empedernido, que sali¨® al balc¨®n de su piso y al ver a sus pies la plaza ocupada por una manifestaci¨®n pregunt¨®: "?Qu¨¦ hace toda esa gente en mi cenicero?".
Vilallonga cant¨® Lib¨¦rame, otro estupendo tapiz de rimas: "Lib¨¦rame de mi mente, que da vueltas/ recogiendo notas sueltas/ que nunca ser¨¢n canci¨®n/ porque s¨¦ que no te tengo,/ solamente voy y vengo/ cual pelota de ping-pong". Le aporta al bolero, al bolero sentimental, una nota incr¨¦dula, un quiebro final autopar¨®dico, ping- pong, que desmintiendo el patetismo lo acrecienta. Es tan buen compositor como competente versificador, capaz de delirar en varios idiomas: primero en ingl¨¦s, luego en espa?ol, y ya veremos en catal¨¢n, pues en octubre se estrena Aloma, la versi¨®n teatral de Dagoll Dagom sobre la novela de Merc¨¨ Rodoreda, para la que ha escrito veintitantas canciones en esa lengua.
En aquel preciso momento, en la otra punta de la ciudad, por all¨¢ por el F¨®rum, estaba cantando Tom Waits, y Vilallonga simul¨® que le pod¨ªa o¨ªr desde la plaza del Rei y cantaba a d¨²o con ¨¦l ese himno de cementerio -de cementerio de cabaret- que es Innocent when you dream: "En el campanario hay murci¨¦lagos, en el p¨¢ramo, roc¨ªo..." y en la fila de detr¨¢s de m¨ª, mimetizado con el p¨²blico, estaba el alcalde Hereu, al que hasta entonces s¨®lo hab¨ªa visto en papel o en pantalla. Iba con corbata. Saludaba y sonre¨ªa. Se me hac¨ªa extra?o que fuese tridimensional, me pasa siempre en estos casos.
Vilallonga concedi¨® varios bises y los sigue concediendo "en mi mente que da vueltas/ recogiendo notas sueltas/ que nunca ser¨¢n canci¨®n".
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