El hombre que invent¨® el billete
Ciertas cosas parecen haber aparecido al tiempo que el mundo. Los billetes, entre ellas. Sin embargo, el papel moneda es un invento relativamente reciente para lo crucial que le ha resultado al planeta desde los albores del siglo XVIII. Entonces, un tal John Law (Edimburgo, 1671-Venecia, 1729) lo puso en circulaci¨®n.
Cuando este hombre singular se labraba su prestigio de memorable jugador por los tugurios de Londres a finales del siglo XVII, con interminables partidas que desquiciaban a sus adversarios, se pagaban las deudas con cofres de monedas pesadas, t¨ªtulos de propiedad y dem¨¢s pruebas de riqueza. Sin duda, ya entonces, Law agudizaba su sentido pr¨¢ctico.
Cualquiera corr¨ªa tambi¨¦n el riesgo de perder el honor y la vida a salto de espada cuando las cosas acababan en duelo y escaramuzas. Sobreviv¨ªa siempre el m¨¢s espabilado, el m¨¢s p¨ªcaro, el m¨¢s h¨¢bil, y John Law hab¨ªa salido de su Escocia natal con todas esas cualidades por explotar. Fue vividor, amante de la geometr¨ªa, las matem¨¢ticas y la magia, pero no pas¨® a la historia por sus indagaciones cient¨ªficas, sus conquistas o sus aventuras dignas del mayor donju¨¢n, sino por haber inventado un modo de intercambio que cambiar¨ªa la historia de la humanidad: el papel moneda.
Lo relata en El jugador (Salamandra), una novela bien ¨¢gil y divertida sobre la aventura de este personaje lleno de excesos, el escritor suizo Claude Cueni. Me fascin¨® la historia de este hombre arriesgado, vividor, que fue condenado a muerte, pero que se convirti¨® en uno de los m¨¢s ricos de su ¨¦poca, un matem¨¢tico genial y una estrella del mundo de las finanzas. Fue un cruce perfecto entre Bill Gates y Casanova, comenta Cueni.
Su vida corr¨ªa como una apuesta constante, con un desaf¨ªo a la autoridad en todas las escalas: desde la familiar hasta la de los reyes absolutos. Se encar¨® con su tiempo, con el poder, con todo lo que se le pon¨ªa por delante. Gan¨® y perdi¨®. Como cualquiera que adopta el riesgo por condici¨®n de vida. Pero tambi¨¦n se puede decir, sin temor a exagerar, que cambi¨® el mundo. Su idea es lo que hoy mueve todo, todav¨ªa comerciamos con lo que ¨¦l invent¨®, dice el autor.
Algo en los genes indicaba que John Law acabar¨ªa forjando grandeza en el mundo de las finanzas. Su padre, William, fue banquero. Pero su muerte, tras una operaci¨®n de ri?¨®n, en circunstancias previsibles por las estad¨ªsticas, que tanto fascinaban a su hijo, no impidi¨® que el heredero empezara sus andanzas de manera torcida. Menos mal que aquel hombre no lleg¨® a ver c¨®mo dilapid¨® su herencia en la mala vida. Aunque algunas cosas tempranas ya indicaban que John prefer¨ªa los goces terrenales a las promesas de salvaci¨®n eterna. Con 12 a?os se acostaba con las criadas y desde ni?o se hab¨ªa propuesto ser fiel al lema de su familia: Non obscura nec ima, ni oscuro ni peque?o.
Perfeccion¨® sus tretas en el juego cuando fue a parar a un internado. Poco le impresionaban las broncas e intimidaciones que el reverendo Michael Rob lanzaba a sus pupilos. Acab¨® conquistando a sus dos hijas gemelas y a ¨¦l, instruy¨¦ndole en los principios del cr¨¦dito p¨²blico y privado, en la estructura del comercio, los laberintos de la fiscalidad y en los secretos de un ramo que empezaba a crecer: los seguros. Poco ten¨ªa que ense?arle aquel cura hosco y torp¨®n. El John Law adolescente ya era un prometedor economista que hab¨ªa aprovechado al m¨¢ximo las ense?anzas de su padre.
En lo que no pudo frenarle su progenitor fue en su vicio por el juego. Si don William hab¨ªa empleado una vida en hacerse con una finca como la de Lauriston Castle, John perdi¨® su parte en una sola noche. El joven ve¨ªa en los naipes un reto a sus c¨¢lculos matem¨¢ticos que le obsesionaba hasta l¨ªmites peligrosos. Quer¨ªa conseguir hallazgos similares a los de Galileo, Chevalier de la M¨¨re o los Bernoulli, o a todas aquellas teor¨ªas que le¨ªa en manuales como La l¨®gica o el arte de pensar, de Antoine Arnauld, que versaba sobre la teor¨ªa del juego de los dados.
Cuando se qued¨® sin nada fue a parar a Londres. Otra de sus pasiones era la geometr¨ªa de los cuerpos femeninos, y la explot¨® a fondo. All¨ª se ense?oreaba por las tabernas en las que recalaban damas adineradas, para ver si sus tretas amorosas le aliviaban la mala suerte con las cartas. Entre las barras, las mesas y las calles con fango y niebla se cruz¨® con otro hombre eminente: Daniel Defoe, escritor, marinero y hombre con vista para los negocios, que fund¨® la primera compa?¨ªa de seguros navales de Londres.
Eran los tiempos en que Europa sufr¨ªa un deslumbramiento franc¨¦s. Puro reflejo cegador del poder que emanaba del Rey Sol. A?os de ajetreo donde todo estaba por descubrir, si un mal paso no te apartaba del camino. Fue algo que estuvo a punto de ocurrirle a John Law. De gallo a gallo, el joven la tom¨® con un personaje como Beau Wilson, la mayor atracci¨®n en todos los salones de la ciudad. Un hombre engre¨ªdo y rico que dispon¨ªa de carruaje de seis caballos y manten¨ªa a m¨¢s criados que algunos parientes del rey. Su habilidad con las cartas era algo que tra¨ªa de cabeza al joven Law. Ni el hecho de haber tramado negocios alentado por ¨¦l impidi¨® que ambos acabaran bati¨¦ndose en duelo en Bloomsbury Square. En juego estaba el honor de una dama: Elisabeth Villiers. El padrino de Wilson fue el capit¨¢n Wightman; el de Law, Daniel Defoe.
El joven escoc¨¦s gan¨® la pelea. Pero los tribunales no perdonaban esos altercados y fue condenado a la horca. Se libr¨® despu¨¦s por considerar los jueces que era homicidio involuntario, y acab¨® huyendo a Amsterdam. En Holanda le esperaba otra vida m¨¢s ordenada. Estudi¨® a fondo. La disciplina acab¨® haciendo de ¨¦l un banquero prominente.
Fue un hombre cosmopolita, reflejo de los mejores cerebros e iconos de su tiempo: M¨¢s preocupado por las ideas que aportaba que por el dinero que ganaba. Para ¨¦l, todo lo que acumulaba no era m¨¢s que un medio que le permit¨ªa llevar a cabo su lucha contra la pobreza europea de aquel tiempo. Sobre todo fue un idealista y un visionario en plena era de las luces, define Cueni.
Su curiosidad y su ansia revolucionaria llegaron lejos: Cuestionaba y reinventaba todo, fue un radical nada conformista. Dise?aba sus propios trajes. Fue protestante, pero vivi¨® con una mujer cat¨®lica con la que tuvo dos hijos. Era un hombre de acci¨®n, agrega Cueni. Su vida turbulenta, sin aliento, sujeta a cambios y movimientos constantes, no le amilan¨®.
Si en Escocia, Inglaterra y Holanda forj¨® un tipo de leyenda, Francia le permiti¨® pasar a la historia. All¨ª lleg¨® a la muerte de Luis XIV, en 1715. El regente Felipe de Orleans deb¨ªa bregar con la herencia que le hab¨ªa dejado el Rey Sol. Comenzaba la cuesta abajo que llev¨® a la monarqu¨ªa y a la aristocracia hacia el cambio dr¨¢stico que supuso la Revoluci¨®n de 1789.
All¨ª, en ese contexto, en una corte por la que merodeaba el duque de Saint-Simon en cuyas memorias descubr¨ª al personaje, comenta Cueni, Law puso en pr¨¢ctica sus teor¨ªas m¨¢s arriesgadas. Con la connivencia de los nobles fund¨® el Banco General, que despu¨¦s ser¨ªa Real, y ten¨ªa el privilegio de emitir moneda para respaldar al Estado. Adem¨¢s puso en movimiento la Compa?¨ªa de las Indias Occidentales, cuyas acciones pod¨ªan pagarse con t¨ªtulos de deuda p¨²blica. Pero en 1720 llega la bancarrota cuando los accionistas quieren recuperar su oro que era equiparable al valor del papel moneda en masa.
La crisis afect¨® a todo el pa¨ªs y a Europa. Tuvo que salir de Par¨ªs a riesgo de que le descuartizaran si no lo hac¨ªa. Es m¨¢s, una turba le reconoci¨® en su carruaje y lo asalt¨®. Desde dentro se le ocurri¨® lanzar el dinero que guardaba debajo de su asiento. Cuando la multitud se lanz¨® a recoger las monedas del suelo, aprovech¨® para escaparse.
Seg¨²n Cueni, la gran bancarrota del sistema Law no fue el primer crack universal. Quiz¨¢s, ese m¨¦rito lo tiene lo que ocurri¨® en Holanda en 1630: la burbuja de los tulipanes. El precio por estas flores se dispar¨® tanto que produjo un colapso financiero. Del episodio franc¨¦s, todo un desastre para el continente, Law no debe ser considerado culpable, seg¨²n defiende el autor de El jugador: Sus teor¨ªas eran las correctas. El problema salt¨® ante la imposibilidad de frenar a toda la nobleza. Obligaron a emitir tanto papel para financiar sus extravagancias, que arruinaron todo el sistema.
D¨ªas despu¨¦s de ser asaltado por la muchedumbre en la calle consigui¨® salir del pa¨ªs. Lo hizo rumbo a Italia, con su hijo de 15 a?os, tres ayudantes de c¨¢mara y una escolta de 12 soldados. Sus ¨²ltimos a?os los pas¨® en Venecia, jugando a las cartas hasta que muri¨® en 1729, con 58 a?os.
Su renovado medio de vida le dio para mucho. Est¨¢ claro que Law fue un superviviente hasta el final. Los venecianos llegaron a admirarlo por haber conseguido convertirse en un coleccionista de arte con muy buen ojo. Tiziano, Rafael, Tintoretto, Veronese, Miguel ?ngel, Da Vinci o Canaletto, entre otros, colgaban de sus paredes. Las cartas financiaron buena parte de sus compras. El resto, insist¨ªan sus enemigos, llegaba del millonario tesoro de plata que le produc¨ªa jugosas rentas desde el extranjero.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.