Galicia/ Galiza
Hubo un tiempo (que yo entend¨ªa superado hace mucho) en que las ¨¦lites del galleguismo pol¨ªtico y cultural se desgarraron en la pol¨¦mica, a prop¨®sito de la normativizaci¨®n del gallego, entre reintegracionismo e independencia l¨ªng¨¹¨ªstica del idioma gallego (lusismo versus no lusismo, para entendernos). Era el inicio de la d¨¦cada de los 80 del siglo pasado y coincid¨ªa con una ¨¦poca especialmente traum¨¢tica e incluso esquizofr¨¦nica del galleguismo y de la izquierda nacionalista. Aquello se llamaba "desencanto" y estaba claramente motivado por las d¨¦biles rentas de las fuerzas pol¨ªticas gallegas en las primeras elecciones de la Transici¨®n.
Creo que no se dan ahora las mismas circunstancias pol¨ªticas y espero que la actual controversia por el nombre oficial del pa¨ªs (Galicia/Galiza) no nos retrotraiga a aquellos tiempos oscuros. Entre otras cosas, porque el fragor de aquella elitista disputa sobre la normativizaci¨®n ortogr¨¢fica y morfol¨®gica consigui¨® que la izquierda nacionalista ni le prestase atenci¨®n, sobre todo para reclamar su cumplimiento, a la reci¨¦n aprobada por unanimidad parlamentaria Lei de Normalizaci¨®n Ling¨¹¨ªstica que superaba con mucho, en reconocimiento de derechos ling¨¹¨ªsticos, a lo que el propio nacionalismo podr¨ªa hacer valer con lo apretada aritm¨¦ticamente de su representaci¨®m parlamentaria en aquellos momentos.
La pol¨¦mica actual evoca la que hubo en los a?os 80 sobre la normativizaci¨®n del idioma gallego
Aquella batalla de lusismo/no lusismo presentaba todos lo elementos pasionales y, como dec¨ªa, de la esquizofrenia. Las posturas se manifestaban con la vehemencia de lo que se expresa como lo que deber¨ªa ser as¨ª y lo era adem¨¢s desde siempre. Esto es, no se asum¨ªa que est¨¢bamos ante el desaf¨ªo ins¨®lito de acometer la normativizaci¨®n de un idioma en pleno final del siglo XX y, por tanto, no val¨ªan de forma absoluta los criterios ortogr¨¢ficos y morfol¨®gicos aplicados a las lenguas de nuestro entorno rom¨¢nico mucho tiempo antes. Yo era en aquel tiempo un err¨¢tico y repetidor alumno del genial Carballo Calero y tuve que aprenderme los sucesivos cambios de las diferentes ediciones de su gram¨¢tica (a cada cual m¨¢s reintegracionista).
El tiempo, con las suficientes dosis de pragmatismo y sentido com¨²n, fue amortiguando la pol¨¦mica. Las dos partes arrancaban de la evidencia de la com¨²n gen¨¦tica del gallego y del portugu¨¦s, pero teniendo que asumir que el ¨¢mbito ortografico era el territorio m¨¢s inadecuado para homogeneizar dos lenguas de origen com¨²n que, en la actualidad, presentan sistemas fonol¨®gicos y fon¨¦ticos muy distintos. La ortograf¨ªa es, no olvidemos, la representaci¨®n escrita de lo que se pronuncia.
La pol¨¦mica actual (Galicia/Galiza) parte de la aceptaci¨®n por parte de la Academia de la correcion ling¨¹¨ªstica de ambas formas pero estableciendo como oficial la segunda. No s¨¦ si la Academia tiene autoridad para esa decisi¨®n, pero s¨ª s¨¦ que los nombres de lugar en ling¨¹¨ªstica hist¨®rica est¨¢n sujetos a lo que se llama t¨¦cnicamente "etimolog¨ªa aberrante" (no siguen las leyes evolutivas de las otras palabras) y que la raz¨®n cient¨ªfica choca con el dogmatismo absurdo de las leyes no ling¨¹¨ªsticas que regulan las lenguas (nada tan parad¨®jico, por ejemplo, para la ciudadan¨ªa sordomuda como la expresi¨®n legal del deber de conocer una lengua). Algunos, tambi¨¦n, le quieren conferir simbolismo pol¨ªtico e ideol¨®gico a la forma Galiza. Yo prefiero Galicia, por uso y, si acaso, porque nunca olvidar¨¦ el lujo de unas clases de gallego a las que acud¨ªamos voluntariamente los alumnos de un instituto de Vigo en 1973 con Ferr¨ªn y que nos exlpicaba que si la influencia del castellano hubiera contaminado el nombre del pa¨ªs ser¨ªa Gallicia y no Galicia.
Eso es lo que yo prefiero, pero creo firmemente en el valor profil¨¢ctico del pluralismo porque siempre que no vaya contra la raz¨®n de la gente y la raz¨®n de la ciencia, el hablar (y escribir) no pueden tener tantas cancelas. Que las cuestiones puntuales de la normativizaci¨®n no nos hagan olvidar lo estrat¨¦gicamente decisivo, la normalizaci¨®n del idioma, y que no rebrote la esquizofrenia.
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