La larga noche de Bobby McFerrin
En el principio de los tiempos fue Lou Reed, que deb¨ªa haber sido la estrella del festival en su presente edici¨®n, o una de ellas, y no lo fue. Y es que, por alguna raz¨®n dif¨ªcil de explicar, el autor de Berlin decidi¨® a ¨²ltima hora no acudir a su cita en San Sebasti¨¢n, con lo que la organizaci¨®n se vio abocada a buscarle un sustituto a prisa y corriendo. El elegido fue otro cantante, aunque muy diferente: Bobby McFerrin. Con esta sustituci¨®n se pas¨® de pasear por el lado salvaje de la existencia, al inocente don't worry, be happy. Gustos aparte, el cambio le vino bien al festival donostiarra. Bobby McFerrin fue la estrella indiscutible del d¨ªa y un espect¨¢culo en s¨ª mismo.
Ensayos al margen, la jornada laboral del cantor comenz¨® a media tarde, cuando el susodicho hizo su aparici¨®n no anunciada sobre el escenario de c¨¢mara del Kursaal para saludar a su vieja amiga Dianne Reeves. Y lo que pasa en estos casos, que se comienza por un "hola, c¨®mo est¨¢s", y se termina improvisando un d¨²o sin palabras que dej¨® a m¨¢s de uno sin eso: sin palabras. O¨ªrlo para creerlo.
43 Heineken Jazzaldia
Bobby McFerrin + Orfe¨®n Donostiarra. Dianne Reeves. Diana Krall. Steve Coleman & Five Elements. Jueves, 24 de julio.
El espect¨¢culo, con el mar y el Kursaal iluminado al fondo, resultaba sobrecogedor
Todo ello sin desmerecer a la verdadera protagonista del asunto con y sin McFerrin, la mentada Dianne Reeves, una cantante que no se parece a ninguna de las cantantes de jazz de la posmodernidad. Lo explica su repertorio, gozosamente encarnado en los cl¨¢sicos del g¨¦nero, tanto como su voz luminosa y su honestidad sobre el escenario. Reeves es una cantante de jazz al viejo estilo, en el mejor sentido de la expresi¨®n. De lo que ya no queda.
De ah¨ª, el aficionado que pudo permitirse semejante dispendio pas¨® al escenario vecino del Auditorio, donde Diana Krall -pura posmodernidad- ofreci¨® su raci¨®n habitual de m¨¢s de lo mismo. Esta vez Bobby McFerrin no apareci¨® y hubo muchos asistentes que le echaron de menos, lo bien que hubiera venido.
Luego, la cosa se diversific¨®. Quien quiso, acudi¨® al teatro Victoria Eugenia para escuchar al saxofonista Steve Coleman y su conjunto Five Elements, en gala organizada por la revista Cuadernos de Jazz que result¨® un completo ¨¦xito. Otros aprovecharon el descanso entre conciertos para recobrar fuerzas antes de viajar hasta Zurriola, a la playa, para escuchar a Bobby McFerrin que, casualmente, pasaba por all¨ª. Ahora, al polifac¨¦tico artista le tocaba enfrentarse a una audiencia de varios miles de mel¨®manos envueltos en arena y mantas, que la noche andaba fresquita como para no tener alg¨²n cuidado.
Era ¨¦l solo y sin acompa?amiento de ning¨²n tipo, sentado al borde del escenario, y una canci¨®n, Smile, de Chaplin: el espect¨¢culo, visto desde la zona VIP reservada a invitados y autoridades, con el mar y el Kursaal iluminado al fondo, resultaba simplemente sobrecogedor. Sin embargo, no estaba solo del todo. Tras el cantante se encontraba el Orfe¨®n Donostiarra en pleno, ora sentados sus integrantes esperando el turno para intervenir, ora en pie, acompasando sus voces a las indicaciones sui generis de quien fue, por una noche, voz solista y director de la venerable formaci¨®n.
Y, entre una cosa y la otra, Dianne Reeves, de nuevo ella, saliendo a escena desde las profundidades de vip-landia para reencontrarse con su amigo del alma y cantar con ¨¦l un nuevo dueto, esta vez con m¨²sica y letra: Don't get around much anymore, de Duke Ellington, letra de Bob Russell. Lo que pudo escucharse en noche encapotada, frente al mar y gratis. Algunos lo celebraron zambull¨¦ndose en las aguas tal cual sus progenitores les trajeron al mundo con nocturnidad y alevos¨ªa. La ocasi¨®n lo merec¨ªa.
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