Juego abierto
Cuando la emergencia de China es un fen¨®meno irrefrenable; cuando Rusia, aupada en el petr¨®leo y las materias primas, resurge de las cenizas de la Uni¨®n Sovi¨¦tica e India suelta el lastre de su proteccionismo para hacerse la reina de la tecnolog¨ªa de la informaci¨®n, cuando la hegemon¨ªa de la hiperpotencia estadounidense se ve desafiada constantemente, Asia Central vuelve a convertirse en el escenario del Gran Juego, t¨¦rmino acu?ado por Rudyard Kipling en Kim. Situado en el coraz¨®n de Asia Central, Afganist¨¢n reaparece de nuevo como la encrucijada en la que se debaten los intereses de Oriente y Occidente. El Estado que la codicia de sus vecinos y el atraso de su poblaci¨®n no han dejado estructurar un pa¨ªs cuyo pecado m¨¢s imperdonable es estar habitado por pueblos ind¨®mitos que no gustan de doblar la cerviz ante los potentados que se reparten el poder en sus tierras.
Torneo de sombras. El gran juego y la pugna porla hegemon¨ªa de Asia Central
Karl Meyer y Shareen Blair Brysac
Traducci¨®n de Joan Sol¨¦
RBA. Barcelona, 2008
592 p¨¢ginas. 25 euros
No es de extra?ar que Karl Meyer y Shareen Blair Brysac decidieran escribir su trepidante cr¨®nica tras contemplar las cobrizas monta?as afganas desde el paso de Jyber. Adentrarse por el desfiladero paquistan¨ª que aboca al legendario paso supone experimentar el peso de la historia y no se puede explicar lo que hoy ocurre en las zonas tribales de Pakist¨¢n y Afganist¨¢n sin mirar al pasado. Ning¨²n periodista sale indemne del contacto con el rompecabezas past¨²n, la etnia guerrera por antonomasia cuyas tierras quedaron divididas por la L¨ªnea Durand y cuyas gentes pagaron injustamente el precio de la creaci¨®n de Pakist¨¢n (1947) al quedarse atrapadas entre dos pa¨ªses. Conocedores de que el lector actual est¨¢ m¨¢s interesado en las experiencias que en los entresijos del poder, los autores recurren con frecuencia a los diarios personales -tan de moda entonces- de muchos de los que jugaron un papel decisivo en el enfrentamiento entre Rusia y Gran Breta?a por el dominio de una zona que consideraron clave para la consolidaci¨®n de su poder futuro. En un relato ¨¢gil, ameno y equilibrado, desentra?an las gestas, las ambiciones y las mezquindades de exploradores, militares, esp¨ªas, pol¨ªticos, comerciantes o m¨¦dicos.
En la m¨¢s pura tradici¨®n anglosajona del periodismo narrativo, Torneo de sombras se acerca con un meticuloso respeto a los hechos y las personas que hicieron la historia y se detiene en detalles de la vida cotidiana para aproximar la realidad. As¨ª, se refiere al comercio de las tan preciadas pashminas, los chales que se elaboraban en Cachemira con la lana de la capra hircus, una cabra que habita en T¨ªbet y en la regi¨®n hermana de Ladakh, cuyos dirigentes proteg¨ªan el monopolio de la lana con la pena de muerte.
Con maestr¨ªa, los autores investigan y se adentran por los recovecos del temor brit¨¢nico a un avance ruso sobre India, la joya de la corona del imperio; por la obsesi¨®n que llev¨® a muchos a ver en el zar a un nuevo Gengis Jan, cuyas hordas amenazaban no s¨®lo Asia Central sino la misma Europa. Una pugna por la que Afganist¨¢n pag¨® el alto precio de dos guerras y la p¨¦rdida de un tercio del territorio past¨²n. De su traicionado emir, Sher Ali, se compadecen los autores: "En tres ocasiones en tres a?os busc¨® la amistad y la ayuda brit¨¢nicas, evitando una forma de vasallaje que ¨¦l insist¨ªa correctamente que su pueblo no aceptar¨ªa jam¨¢s. Se le imput¨® lo que hicieron sus acosadores vecinos, se le difam¨® como malvado y lun¨¢tico por el pecado de defender el derecho de su pa¨ªs a que lo dejaran en paz".
Meyer y Blair Brysac ponen rostro a una serie de exploradores, que, guiados por el af¨¢n de aventuras, la b¨²squeda de la fama o la imperiosa necesidad de "rellenar los grandes blancos" que ten¨ªan los mapas de entonces, realizaron haza?as casi inhumanas para franquear algunas de las monta?as m¨¢s altas del planeta. La pasi¨®n de estos hombres no ten¨ªa freno: desobedecieron ¨®rdenes, se aprovecharon de la lentitud de los correos, se arriesgaron solos y huyeron hacia delante ante los obst¨¢culos sin tener en cuenta su propia vida. Tambi¨¦n aparecen muchos de los centenares de indios, tibetanos, gurkas o afganos casi desconocidos que fueron sus infatigables gu¨ªas, int¨¦rpretes, porteadores o medidores paso a paso de la distancia que recorr¨ªan para despu¨¦s cartografiarla.
El libro, con el aliento de una apasionante novela de aventuras, destaca el papel que jugaron la Royal Geographical Society (RGS) y la Sociedad Geogr¨¢fica Imperial Rusa para apoyar a sus respectivos exploradores y acrecentar la rivalidad existente entre Londres y San Petersburgo. E incluso se permite destacar el machismo imperante en la ¨¦poca que imped¨ªa a las mujeres ser miembros de la RGS, pese a que la reina Victoria era la patrona de ¨¦sta.
Gobernada por manch¨²es, una dinast¨ªa extranjera, China, anquilosada y empe?ada en aislarse de los vientos que soplaban en su contra, asist¨ªa sin saber c¨®mo hacerle frente al desgajamiento de su imperio. "Como guardi¨¢n de la India no puedo quedarme mirando c¨®mo la influencia rusa se impone en Lhasa, y he intervenido para impedirlo", contest¨® el virrey Curzon al explorador sueco Sven Hedin cuando ¨¦ste acus¨® a Gran Breta?a de "crueldad imperialista" por haber invadido T¨ªbet en 1903. Esa regi¨®n precisamente fue la que marc¨® el comienzo de la penetraci¨®n de los intereses norteamericanos en la zona. El explorador y diplom¨¢tico norteamericano William Woodville Rockhill (1854-1914), casi desenterrado del olvido por los autores, fue el primer estadounidense y uno de los primeros occidentales que se adentr¨® por las tierras tibetanas y vivi¨® en sus monasterios.
Lo que el libro pone de manifiesto, m¨¢s all¨¢ de las peripecias de la tropa de aventureros que lo pueblan y de la explicaci¨®n de los designios superiores a los que serv¨ªan, es que el "gran juego" sigue a¨²n abierto, aunque ni las estrategias ni los contendientes sean los mismos. La nueva batalla nace de la urgencia por apoderarse de los grandes yacimientos de petr¨®leo y gas de Asia Central.
En el siglo XIX, fue un torneo entre dos imperios: el ruso y el brit¨¢nico, este ¨²ltimo sustituido hoy en d¨ªa por Estados Unidos, receloso de las potencias emergentes que pugnan por su trozo del pastel de oro negro. Sedientas de combustible para las locomotoras de alta velocidad de sus desarrollos, China e India compiten por extender su influencia por los Tanes (Kazajist¨¢n, Uzbekist¨¢n, Turkmenist¨¢n, Kirguizist¨¢n y Tayikist¨¢n), los tres primeros por sus enormes reservas de hidrocarburos y los dos restantes, al igual que Afganist¨¢n, por su estrat¨¦gica situaci¨®n.
Sin embargo, mientras Afganist¨¢n se desangra, las antiguas rep¨²blicas sovi¨¦ticas gozan de su nueva libertad y se dejan cortejar por unos y otros para afianzarla, ante el desconfiado acecho del viejo patr¨®n y el engatusamiento del comandante de las barras y las estrellas. -
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