La lucha por la vida
Como pasa en la vida con todos los ni?os tambi¨¦n los prodigios de la m¨²sica se hacen mayores. Pero a diferencia de los infantes de a pie tienen que bregarse r¨¢pidamente en un terreno donde la competencia es feroz. Hace falta voluntad, resistencia, unos padres que no acaben destrozando la moral y la autoestima de sus hijos -a veces se parecen a los de algunos tenistas- y unos maestros conscientes del material sensible con el que trabajan.
No todo el mundo es Yehudi Menuhin -que a los siete a?os daba su primer concierto, hizo una carrera monumental y cuando le fallaron las facultades como violinista se dedic¨® a dirigir- o Alicia de Larrocha, que debutaba a los quince a?os ante un piano que, seg¨²n un cr¨ªtico de la ¨¦poca, parec¨ªa un transatl¨¢ntico, y que se retir¨® en plenitud. Daniel Barenboim diversific¨® su genio y por eso se le espera siempre al piano que le vio nacer m¨¢s que con esa batuta que lleg¨® m¨¢s tarde. Ejemplo m¨¢ximo de inteligencia es Martha Argerich, pianista de leyenda que empez¨® asombrando con diecis¨¦is a?os y hoy, a los sesenta y siete, y despu¨¦s de vencer la enfermedad, toca cuando y donde le da la gana. Alexis Weissenberg surgi¨® como un portento del piano hasta que se dio cuenta de que deb¨ªa parar su carrera si no quer¨ªa acabar con ella. Los h¨²ngaros crearon una generaci¨®n milagrosa del teclado moderno con Kocsis, R¨¢nki y Schiff, que supieron madurar y hoy, cincuentones los tres, son referencias indispensables. La rusa es escuela dura y el pianista Evgeni Kissin -que empez¨® a estudiar a los dos a?os- o los violinistas Maxim Vengerov y Vadim Repin han sabido salvar los escollos de la fama precoz. Como la japonesa Midori. Y el car¨¢cter de Anne-Sophie Mutter supo resistir la tantas veces peligrosa cercan¨ªa de Karajan.
Al lado del ¨¦xito anida la tragedia. Christian Ferras, tambi¨¦n en su momento ni?o prodigio del viol¨ªn, no pudo aguantar el ritmo -el mismo Karajan lo protegi¨® primero para desecharlo luego, cuando vinieron mal dadas- y, ya alcoholizado, se tir¨® por una ventana firmando una de las historias m¨¢s terribles de la m¨²sica como devoradora de sus propios hijos. A los cinco a?os daba su primer concierto la violinista Ginette Neveu y a los treinta desaparec¨ªa en un accidente de aviaci¨®n.
Entre esos que cayeron porque despu¨¦s de ser prodigiosos se murieron antes de tiempo hay tambi¨¦n unos cuantos pianistas: John Ogdon, Rafael Orozco, Yuri Egorov o Dino Ciani, herederos en su destino del gran Dinu Lipatti. Y luego est¨¢n los que se trag¨® la tierra, como el mexicano Agust¨ªn Anievas. En el violonchelo el paradigma es la enorme Jacqueline du Pr¨¦ -que muri¨® a consecuencia de una esclerosis m¨²ltiple-, cuya sombra cubre todav¨ªa todo lo que se mueve.
El relevo generacional -en una industria cultural que, adem¨¢s, precisa imperiosamente hacerse atractiva a un p¨²blico que es necesario renovar- es tan r¨¢pido que son muchos los que se van quedando por no poder, no saber o, simplemente, no querer arrostrar las circunstancias de una vida en la que constantemente hay que demostrar no ya que se es bueno sino mejor que los dem¨¢s.
En lo m¨¢s alto del escalaf¨®n puramente art¨ªstico est¨¢n los que despu¨¦s de sorprender supieron trabajar para quedarse. O los que vencieron los caprichos y los intereses de los jurados de algunos concursos que s¨®lo sirven para primar a quien da todas las notas sobre el que deja entrever que puede ser un m¨²sico verdadero. Duro, muy duro, ese camino que se sabe d¨®nde empieza pero nunca d¨®nde acaba. -
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