El funeral, arranque de 'El hospital de la transfiguraci¨®n'
BABELIA ofrece a sus lectores el arranque de El hospital de la transfiguraci¨®n Stanislaw Lem
El tren par¨® en Nieczawy solo un momento. Disimuladamente, Stefan se abri¨® paso a empujones entre la multitud hasta alcanzar las puertas, salt¨® justo cuando resopl¨® la locomotora y al instante oy¨® el estr¨¦pito de las ruedas a sus espaldas. Durante una hora hab¨ªa estado tan preocupado por bajarse all¨ª, que se hab¨ªa olvidado del objetivo mismo de su viaje. Y, por fin, respirando un aire tan puro que despu¨¦s de la mala ventilaci¨®n que hab¨ªa en el tren le resultaba cortante, caminaba con paso inseguro, con los ojos entrecerrados por el sol, liberado e indefenso al mismo tiempo, como si acabara de despertar de un sue?o profundo.
Aquel d¨ªa de finales de febrero el cielo estaba veteado de brillantes nubes de suaves contornos. La nieve, en parte derretida por el deshielo, se hab¨ªa acumulado en las hondonadas y en los barrancos, dejando al descubierto matorrales de broza y arbustos, ennegreciendo el camino de barro y obstruyendo las arcillosas laderas. En la blancura hasta ahora uniforme del paisaje irrump¨ªa el caos, presagio de cambios.
Absorto, Stefan dio un paso en falso y el agua se le col¨® en el zapato. Se estremeci¨® de asco. El jadeo de la locomotora se fue desvaneciendo detr¨¢s de las colinas de Bierzyniec; Stefan pudo o¨ªr un sonido escurridizo, semejante al chirrido de los grillos, que parec¨ªa llegar de todas partes; el ruido constante de la nieve derretida. Con su gab¨¢n de lana, su sombrero de fieltro y sus zapatos bajos, t¨ªpicos de la ciudad, Stefan era consciente de que ofrec¨ªa una imagen absolutamente fuera de lugar ante aquellas ondulantes colinas. Por el camino que sub¨ªa hacia el pueblo bailaban riachuelos deslumbrantes. Saltando de una piedra a otra, Stefan finalmente lleg¨® al cruce y mir¨® el reloj. Era casi la una. Aunque no hab¨ªan precisado la hora en que se celebrar¨ªa el funeral, conven¨ªa darse prisa. El ata¨²d, ya cargado con el cad¨¢ver, hab¨ªa salido de Kielce el d¨ªa anterior, as¨ª que estar¨ªa ya en la casa del t¨ªo Ksawery, aunque igualmente podr¨ªa encontrarse en la iglesia, puesto que el telegrama mencionaba algo, que no quedaba del todo claro, referente a una misa. ?O se refer¨ªa a las exequias? No lograba recordarlo, y el estar meditando sobre tales cuestiones lit¨²rgicas le molest¨®. La casa de su t¨ªo estaba a unos diez minutos andando, tan lejos como el cementerio, pero si el cortejo f¨²nebre daba un rodeo para entrar en la iglesia... Stefan se dirigi¨® hacia la curva de la carretera, se detuvo, retrocedi¨® unos pasos y volvi¨® a detenerse. Entre los campos vio a un anciano campesino caminando por el sendero cargando al hombro con la cruz que suele encabezar los cortejos f¨²nebres. Stefan quiso llamarle, pero no se atrevi¨®. Apretando los dientes, se encamin¨® al cementerio. El campesino alcanz¨® el muro del camposanto y desapareci¨®. No parec¨ªa que se dirigiera hacia el pueblo, de ah¨ª que Stefan, desesperado, se recogiera los faldones del abrigo y, levant¨¢ndolos como hacen las mujeres, echara a correr, saltando para evitar los charcos. El camino que llevaba al cementerio rodeaba una peque?a colina cubierta de avellanos. Sin achantarse por la nieve que entorpec¨ªa sus pasos y apartando las ramas que le golpeaban la cara, corri¨® hasta la cima. Los matorrales terminaban de manera abrupta. Stefan baj¨® al camino que hab¨ªa frente al cementerio. No se o¨ªa ni se ve¨ªa a nadie, y no hab¨ªa ni el menor rastro del campesino. Toda la prisa de Stefan se esfum¨® de inmediato. Examin¨® con resignaci¨®n sus pantalones manchados de barro hasta los tobillos y, con dificultades para respirar, se asom¨® por encima de la puerta. No hab¨ªa nadie en el cementerio. Cuando la empuj¨®, la puerta lanz¨® un espantoso chillido que fue apag¨¢ndose, transformado en un quejido de dolor. Sucias, las capas de nieve cubr¨ªan las tumbas y, en oleadas, formaban peque?os mont¨ªculos al pie de las cruces de madera que, dispuestas en filas, llegaban hasta una mata de sa¨²co. M¨¢s all¨¢ se encontraban las l¨¢pidas pertenecientes a los pr¨ªncipes de Nieczawy, y, al final, aislado y enorme, el sepulcro de la familia Trzyniecki, coronado por una enorme losa de granito negro sobre el que aparec¨ªan, grabadas en letras doradas, unas cuentas fechas y nombres junto a tres abedules. En la franja vac¨ªa que separaba el mausoleo del resto del cementerio, en aquella tierra de nadie, se abr¨ªa la fosa reci¨¦n cavada, una mancha de barro en la blancura. Stefan se par¨® en seco, sorprendido. Al parecer, el mausoleo estaba completo y hab¨ªa faltado tiempo o medios para ampliarlo, de manera que el viejo Trzyniecki ser¨ªa enterrado como cualquier otro vecino. Stefan intent¨® imaginarse c¨®mo se debi¨® de haber sentido su t¨ªo Anzelm al ordenar el traslado del cad¨¢ver, pero no hab¨ªa alternativa: desde que Nieczawy perteneciera a los Trzyniecki, ese era el lugar donde enterraban a todos sus muertos y, aunque solo quedara en pie la casa del t¨ªo Ksawery, se segu¨ªa manteniendo la costumbre. As¨ª, cuando alg¨²n pariente fallec¨ªa, de toda Polonia acud¨ªan representantes de cada una de las ramas de la familia para asistir al funeral.
Los car¨¢mbanos cristalinos que colgaban de los brazos de las cruces y de las ramas del sa¨²co goteaban silenciosamente horadando la nieve. Stefan se par¨® un rato ante la tumba vac¨ªa. Deber¨ªa ir a la casa, pero esa idea le resultaba tan poco atractiva que en lugar de ello se dedic¨® a pasear por entre las cruces del cementerio campesino. Los nombres, grabados sobre las tablas con un alambre candente, se hab¨ªan convertido en manchas negras; muchos hab¨ªan desaparecido del todo, y la superficie de la madera luc¨ªa totalmente lisa. Abri¨¦ndose paso entre la nieve que le helaba los pies, Stefan camin¨® por el cementerio hasta detenerse repentinamente junto a una tumba se?alada por una cruz enorme del abedul con una placa de hojalata sujeta con clavos. La inscripci¨®n, escrita con trazos caprichosos, dec¨ªa:
Hermano que pasas aqu¨ª al lado,
dile a Polonia
que aqu¨ª yacen sus hijos
que le fueron fieles hasta la muerte.
Y debajo aparec¨ªa una lista de nombres con sus respectivos grados. Al final, un soldado desconocido. Tambi¨¦n una fecha: septiembre de 1939.
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