J¨®venes
Me cago en mis jefes, tronco. As¨ª, por la cara, porque me hacen trabajar el puto fin de semana. Qu¨¦ vacile, t¨ªo.
La columna empezaba as¨ª y segu¨ªa en este plan. Dediqu¨¦ todas mis vacaciones a pensarla y pulirla, con el ¨¢nimo de abrir con ella nuevos territorios period¨ªsticos y atraer hacia este rinc¨®n tan remoto al grueso de los lectores de prensa escrita, que, por lo que vengo deduciendo desde hace tiempo, son, en abrumadora mayor¨ªa, chavales en plena pubertad. Por desgracia, alguien se me ha adelantado en el experimento. Y en este mismo peri¨®dico. Mejor me rindo y lo dejo: otro se ha apuntado el ¨¦xito.
La tendencia, en cualquier caso, est¨¢ ah¨ª. Los adultos queremos conocer a nuestros hijos, descubrir qu¨¦ piensan, o¨ªr sus secretos. Que nos cuenten, a su manera y con sus propias palabras, esa vida suya tan interesante, y que nos digan, con total sinceridad, lo "pringaos" que somos. Evidentemente, preferimos escucharnos por delegaci¨®n, ahorr¨¢ndonos la pesadez de conversar con nuestros hijos de verdad, esos capullos con los que hablar es imposible. Puestos a escuchar una voz adolescente, que sea la de otro adolescente, no la del zoquete hostil con el que a veces nos cruzamos por casa.
Espero con ansia el estreno de Una c¨¢mara en mi casa, un docu-reality de la Sexta, anunciado para el 10 de agosto, en el que chicos de entre 9 y 14 a?os filmar¨¢n y comentar¨¢n "absolutamente todo" (eso anuncia la empresa) lo que ocurre en su hogar. Yo, como miembro de una de las generaciones m¨¢s bobas de la historia, esa generaci¨®n que fuma tabaco y canutos a escondidas de sus hijos, necesito saber qu¨¦ opinan los chicos. Y que me insulten. Por delegaci¨®n, faltar¨ªa m¨¢s: para eso est¨¢n sus viejos.
Ah, el ¨ªmpetu de la eclosi¨®n hormonal. Ah, la clarividencia de los chicos. Qu¨¦ envidia.
Por cierto, jefes, que lo del principio era una licencia po¨¦tica. Un arranque juvenil, digamos. Cosas de adolescente revenido. ?C¨®mo iba a meterme con vosotros, yo solo contra tant¨ªsimos?
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