Tras el ¨²ltimo rinoceronte blanco
Todos los d¨ªas, nada m¨¢s caer la noche, un elefante se desliza silencioso hasta el centro de la plaza arbolada de la estaci¨®n de Nagero, en el parque nacional de Garamba, rodeada de decadentes y herrumbrosos edificios coloniales, y durante una media hora engulle goloso los mangos ca¨ªdos al suelo. Tras el banquete desaparece tan sigiloso y tranquilo como hab¨ªa llegado, ajeno a cualquier tipo de miradas o proximidades. Se vuelve a la sabana. La enorme silueta del elefante, atisbada en la penumbra entre los ¨¢rboles, es para el visitante una especie de ensue?o cinematogr¨¢fico. Como los hipop¨®tamos que poco despu¨¦s resoplan cerca de las tiendas de campa?a y el rugir de los leones que retumba hasta el alba.
Los elefantes siempre han sido protagonistas en el parque nacional de Garamba, un parque legendario situado en el noreste de la Rep¨²blica Democr¨¢tica del Congo, creado en 1938 en pleno colonialismo belga, y declarado patrimonio de la humanidad por la Unesco en 1980 (desde 1996 en la lista de patrimonio en peligro). Los elefantes y rinocerontes blancos fueron durante a?os sus grandes estrellas. S¨®lo que los elefantes que dieron fama al parque, uno de los pioneros de ?frica, no eran salvajes como el que ahora reclama su raci¨®n diaria de mangos, sino amaestrados. El siniestro y avaricioso rey Leopoldo de B¨¦lgica, propietario personal del Congo durante dos d¨¦cadas y autor del primer gran genocidio de la historia contempor¨¢nea (llev¨® a la muerte a cinco millones de congole?os), hizo traer los primeros elefantes desde India en una incre¨ªble odisea que todav¨ªa espera su pel¨ªcula.
En los buenos tiempos del parque, a mediados del pasado siglo, los turistas lo recorr¨ªan a lomos de elefante esperando atisbar el famoso y esquivo rinoceronte blanco norteafricano. Hoy, de los 150 elefantes domesticados que lleg¨® a tener, s¨®lo sobrevive Kiko, una hembra que ronda los 60 a?os y vegeta solitaria junto a sus cuidadores. Y los rinocerontes blancos est¨¢n al borde de la extinci¨®n. Tanto, que en el mundo s¨®lo quedan cinco ejemplares en libertad, los cinco en Garamba. Te¨®ricamente. El ¨²ltimo fue visto en noviembre de 2007. Pero el parque es grande, 12.427 kil¨®metros cuadrados con las tres reservas de caza o preparque m¨¢s o menos el tama?o de Asturias, y no resulta f¨¢cil atisbar en plena sabana a los due?os de los codiciados cuernos, pese a su nada despreciable tama?o.
Pero las campanillas de alerta han sonado en todo el mundo con un objetivo urgente y prioritario: salvar al rinoceronte blanco norteafricano (Ceratotherium simum cottoni). Por eso, en la segunda quincena de abril pasado, dos de los mejores expertos africanos en dicha subespecie, el veterinario Pete Morkel y el rastreador Jackson Kamwi, de Zimbabue, barr¨ªan a diario el parque en batidas a¨¦reas y terrestres intentando encontrar a alguno de los cinco supervivientes o, al menos, las huellas que denotaran su presencia. La intenci¨®n era colocarles un radiotransmisor en el cuerno y as¨ª tenerlos localizados en sus movimientos. El parque vive un momento crucial para su existencia. La mayor¨ªa de las poblaciones animales, a excepci¨®n del rinoceronte blanco, del que no se puede asegurar su supervivencia, pueden salvarse todav¨ªa. S¨®lo depende del grado de protecci¨®n que tengan a partir de ahora, asegura el bi¨®logo Luis Arranz.
Luis Arranz, el espa?ol que desde enero pasado dirige el parque y se propone recuperarlo en todo su esplendor, lo que incluye numerosas especies algunas como la jirafa del Congo, tambi¨¦n amenazada de extinci¨®n, h¨¢bitat y turismo, no se anda por las ramas. Es directo y pragm¨¢tico. Si los rinocerontes aparecen, una soluci¨®n ser¨ªa cruzarlos con los que hay en dos zool¨®gicos, en la Rep¨²blica Checa y San Diego (EE UU), o con rinocerontes blancos surafricanos. Creo que es mejor tener un rinoceronte h¨ªbrido que nada. Si no aparecen, tenemos material gen¨¦tico suyo conservado en Sur¨¢frica y quiz¨¢ podr¨ªan clonarse como pretende la Universidad de Edimburgo. Como ¨²ltima soluci¨®n no lo veo mal, aunque si me dan a elegir entre gastar un mont¨®n de dinero en protegerlos o clonarlos, yo opto por la protecci¨®n. Me parece un poco triste que los ni?os acaben conociendo a los animales en los parques tem¨¢ticos o cibern¨¦ticos.
La experiencia africana de este bi¨®logo de 51 a?os, nacido en Canarias y recriado en Segovia (contratado por African Parks Foundation, la instituci¨®n holandesa a quien el Instituto Congole?o para la Conservaci¨®n de la Naturaleza encomend¨® en 2005 la gesti¨®n del parque), est¨¢ ligada a sus ¨²ltimos 28 a?os de vida. Pese a que en ellos tambi¨¦n flirte¨® con la conservaci¨®n en Latinoam¨¦rica, acab¨® volviendo a ?frica, una pasi¨®n que se inici¨® con un viaje por el S¨¢hara al acabar la carrera. No hay nada comparable a ver 800 elefantes juntos. Trece a?os en Guinea Ecuatorial con ECOFAC (UE), donde cre¨® y fue conservador del parque nacional de Monte Al¨¦n, y siete a?os en la direcci¨®n del parque nacional de Zakouma, en el sur de Chad, le avalan. Estos ¨²ltimos a?os fueron duros en la lucha contra la sequ¨ªa y los furtivos con un resultado evidente: situar Zakouma en las rutas tur¨ªsticas. Y ahora asume un reto, resucitar Garamba, abandonado a su suerte durante los ¨²ltimos cuarenta a?os por culpa de las sucesivas guerras civiles congole?as y las diferentes guerrillas. La ¨²ltima de ellas, la ugandesa Lord Resistence Army (LRA), a¨²n permanece enquistada en el norte del parque, en la parte fronteriza con Sud¨¢n, y lo mismo lanza granadas contra los camiones llenos de guardas que tirotea a la avioneta cuando se pone a tiro.
Lo primero es salvar el parque y darlo a conocer, que la gente vuelva a o¨ªr hablar de Garamba, repite Arranz, decidido a cumplirlo. Por el momento vive en una tienda de campa?a entre ¨¢rboles frondosos al lado del r¨ªo. Un lugar por donde los monos pululan de d¨ªa, y los hipop¨®tamos, de noche. Me parece algo normal, a todo te acostumbras Claro que con los hipop¨®tamos hay que tener cuidado, porque cuando salen a pastar por la noche son peligrosos, cargan cuando menos te lo esperas. Poca cosa, si recordamos que a la piscina de su casa de Zakouma se acercaban por la noche a beber, en ¨¦poca de sequ¨ªa, leopardos, leones y elefantes.
El ultraligero que pilota Arranz, y con el que a diario vigila el parque al amanecer, el mejor momento del d¨ªa, est¨¢ fuera de servicio por culpa de una tormenta, pero sobrevolar Garamba sigue siendo posible en la avioneta Cessna que pilota el franc¨¦s St¨¦phane Carr¨¦. Ma?ana y tarde, Carr¨¦, junto con el veterinario Morkel, escruta desde las alturas distintas zonas del parque en un intento de divisar los ansiados rinocerontes blancos, que, en contra de lo que puede pensarse, son de color gris claro (la confusi¨®n viene de una mala traducci¨®n de la palabra holandesa wijde, ancho, que describ¨ªa su labio recto y ancho, por la inglesa white). Carr¨¦, de 44 a?os, antes instructor de ultraligeros en Chartres, y un apasionado del vuelo la capacidad de volar en un espacio de libertad tan grande como ¨¦ste es imposible en Europa, es una de las personas que mejor conocen Garamba. La agudeza de su vista para distinguir animales desde el aire s¨®lo puede competir con la del veterano Morkel, que, pegado a la ventanilla del copiloto, parece tener ojos hasta en el cogote.
A las siete de la ma?ana, las aguas del r¨ªo Dungu serpentean en una espiral de chocolate claro. En sus orillas, la masa verde oscura de los ¨¢rboles ofrece el panorama m¨¢s boscoso de la sabana herb¨¢cea. El d¨ªa est¨¢ claro, y el clima, tropical, permite a estas horas tempranas un respiro. La temperatura no supera los 24 grados, y la luz, suave, nos permite contemplar desde la avioneta, con toda nitidez, los primeros elefantes cerca del r¨ªo. Hay dos grupos, el mayor sobrepasa con creces el centenar de individuos. El otro, m¨¢s peque?o y estirado, una veintena de hembras y sus cr¨ªas, se desplaza parsimonioso en fila india como si desfilara ante John Wayne, al comp¨¢s de la m¨²sica de Mancini, en la m¨ªtica Hatari. Hasta 1960, el parque albergaba una poblaci¨®n de 70.000 elefantes y 1.000 rinocerontes. Hoy, despu¨¦s de a?os de un furtivismo codicioso de colmillos y cuernos, y de la gran matanza de 2004, que esquilm¨® el censo de elefantes y rinocerontes, quedan 3.900 elefantes.
No es f¨¢cil ya en ?frica contemplar centenares de elefantes juntos deambulando en estado salvaje. En Garamba es posible. Su situaci¨®n de frontera entre el bosque y la sabana hace que vivan en el parque animales de ambos territorios, selva y sabana, y tambi¨¦n h¨ªbridos (los primeros tienen los colmillos m¨¢s largos; los segundos son m¨¢s grandes y con colmillos m¨¢s gruesos). Nadie habla en los vuelos de reconocimiento. Morkel no despega la nariz de la ventanilla. De repente hace una se?a al piloto, y la avioneta gira r¨¢pida y vuelve a dar varias pasadas sobre un claro. Parece que ha visto algo. ?Rinocerontes? Falsa alarma. No creo que encontremos ejemplares, si acaso uno o dos, dice Morkel, que ha dejado en tierra el sombrero de alas anchas que proporciona a su f¨ªsico, enjuto y correoso, un aspecto a lo Clint Eastwood. Aunque encontremos los cinco, ser¨ªan insuficientes para recuperar la especie. Creo que el rinoceronte blanco del norte de ?frica est¨¢ muerto.
Morkel cree que se ha esperado demasiado. Se debi¨® actuar hace cinco a?os, cuando todav¨ªa quedaban 35 rinocerontes y era posible hacer algo. Como Arranz, es partidario, si se encuentran, de cruzarlos con los surafricanos. Aunque hay que ser realistas, por lo menos habr¨ªa que cruzar 10 para tener ¨¦xito. El experto recuerda que la primera vez que estuvo en Garamba, en 1992, cogieron 16 rinocerontes y les pusieron un transmisor. Aunque entonces no tuvo ¨¦xito, creo que es una buena idea. Tiene claro que la gran amenaza, que ha llevado a la extinci¨®n de la especie, radica en el uso de su cuerno por la medicina tradicional china, y no en sus supuestas, y publicitadas, propiedades afrodisiacas. Desde hace 50 a?os han perdido mucho h¨¢bitat en toda ?frica. Primero fueron las guerras; luego, los safaris, los pu?os de las dagas de los millonarios yemen¨ªes, y ahora, los f¨¢rmacos chinos En estos momentos hay en China mucho dinero, y muchos chinos en ?frica que son un peligro para los elefantes y rinocerontes.
La avioneta barre con sus pasadas una zona del parque en la que corretean algunas jirafas congole?as, preciosas y raras, de las que apenas quedan un centenar por culpa de sus preciadas colas. Los furtivos las cazan porque sus pelos se usan, en algunas etnias africanas, como amuletos de fertilidad. Un regalo cotizado. Con los pelos de la cola tambi¨¦n se hacen pulseras ¨¦tnicas que se venden en todo el mundo. Ahora mismo, si no disminuye su n¨²mero, vamos bien; el paso siguiente es tenerlas muy controladas. Lo bueno es que el h¨¢bitat del parque no est¨¢ desapareciendo porque est¨¢ protegido. Si logramos erradicar a los furtivos, la jirafa se recuperar¨¢, lo importante es que se sepa su situaci¨®n, repite Arranz como un mantra.
El vado del r¨ªo Dungu ha crecido con las primeras lluvias hasta el punto de hacerse intransitable. El agua llega casi a las ventanillas del todoterreno, y los cercanos hipop¨®tamos, que resoplan felices sumergidos hasta las orejas, no facilitan el paso. Hay que esperar que descienda su nivel para poder avanzar hasta los dominios de la pareja de leones que tiene su territorio a unos 20 kil¨®metros de la estaci¨®n. Desde la pista puede v¨¦rselos poco despu¨¦s de amanecer, tumbados y medio ocultos entre las hierbas. La leona ni se inmuta cuando oye el motor del coche. El le¨®n se incorpora poco a poco, perezoso y confiado, y planta su poderosa figura frente a los intrusos sin especial preocupaci¨®n. Simplemente observa. Son sus dominios y se entiende bien por qu¨¦ se ha ganado el apodo de rey de la selvaaunque en realidad es el rey de la sabana. Su potencia y majestuosidad es total. Cuando su curiosidad desaparece, nos da la espalda y se aleja despacio y solitario.
La ¨²nica pista practicable del parque est¨¢ bastante intransitable por la lluvia cuando vamos al encuentro de Jackson Kamwi, el rastreador de huellas que busca por tierra a los rinocerontes. Si existen, dar¨¦ con ellos, repite. Kamwi tiene 47 a?os y pocos fallos a sus espaldas. Desde muy joven se convirti¨®, en su aldea de Zimbabue, en uno de los mejores rastreadores de rinocerontes de ?frica. Me gustan m¨¢s los rinocerontes negros, son muy combativos. Una de sus piernas conserva una cicatriz como muestra de lo peleones que pueden llegar a ser sus preferidos. Intent¨¦ subirme a un ¨¢rbol, pero me embisti¨® con el cuerno.
A las 6.45, despu¨¦s de desayunar arroz con frijoles, la patrulla de seis guardas, armados con fusiles Kal¨¢shnikov y al mando de Atolobako Gasto, se pone en marcha. A la cabeza va Kamwi con una vara en la mano. Se encuentran a unos 70 kil¨®metros de la estaci¨®n principal del parque y han pasado la noche en unas viejas caba?as. Las hierbas de la sabana llegan casi a la cintura y est¨¢n todav¨ªa mojadas por el roc¨ªo de la noche. Al cabo de un rato, los pantalones acaban empapados. Kamwi camina en l¨ªnea recta, de claro en claro, siguiendo las peque?as sendas que van marcando los animales. Detr¨¢s, la patrulla. La b¨²squeda se hace en silencio. El rinoceronte tiene mala vista, pero un magn¨ªfico o¨ªdo y mejor olfato. De tarde en tarde, el zimbabuense se?ala: Esto es de una hiena, esto es de un elefante. Ni rastro del rinoceronte. Camina mirando hacia tierra y de vez en cuando levanta la cabeza y se fija en los bordes del sendero buscando una se?al que no aparece. Los guardas llevan radio, GPS, y no se separan del arma. Son gente curtida acostumbrada al calor y las duras marchas, pero en la sabana, adem¨¢s de animales salvajes, hay furtivos armados.
Se impone un descanso a la sombra de un imponente ¨¢rbol salchich¨®n (grandes frutos con forma de salchich¨®n cuelgan de sus ramas), especie abundante en el parque, junto con las acacias y los ciruelos negros. Hay que tener instinto de rastreador. A veces, cuando sigues una huella y el animal est¨¢ cerca, lo sientes, dice Kamwi, que conoce bien los h¨¢bitos de estos enormes herb¨ªvoros que pueden llegar a medir cuatro metros de longitud y pesar m¨¢s de 3.000 kilos. En general caminan en l¨ªnea recta, pero llega un momento en que empiezan a hacer eses y a moverse sin sentido porque buscan comida. Entonces es cuando hay que tener m¨¢s cuidado, pueden estar muy cerca de ti. En un momento dado, Kamwi se sube a un ¨¢rbol y, como un guepardo al acecho, otea la vista casi panor¨¢mica. Nada se mueve. A las diez de la ma?ana, el calor arrecia y se inicia el regreso. Otro d¨ªa m¨¢s sin rastro del rinoceronte. Nos hace falta una huella, una evidencia, se lamenta el rastreador.
Arranz, pese a que el tiempo corre en contra, no baja la guardia. Con o sin rinocerontes, ¨¦ste es un parque magn¨ªfico, un espacio salvaje de una belleza incre¨ªble dif¨ªcil de encontrar ya en ?frica, y con una fauna y flora variad¨ªsimas. Tiene agua todo el a?o, lo cruzan dos r¨ªos, el Garamba y el Dungu, afluentes y zonas pantanosas. Cierto, porque adem¨¢s de los famosos rinocerontes, elefantes, hipop¨®tamos y leones, Garamba alberga leopardos, b¨²falos, hienas, chacales, servales, diferentes tipos de ant¨ªlopes, facoceros y mangostas de cola blanca, entre otros. Y para que no falte de nada, seis especies de primates, entre ellos, babuinos. Y una poblaci¨®n de chimpanc¨¦s bastante desconocida y a la que deber¨ªa de prestarse m¨¢s protecci¨®n, dice Arranz. Por no hablar de las 340 especies de aves que pueden atraer a tantos visitantes como los grandes mam¨ªferos. Desde ¨¢guilas marciales y volatineras hasta el ibis sagrado, pasando por los coloristas abejarucos escarlata o de garganta roja, y el enorme gran c¨¢lao.
Pete Morkel, que conoce la pr¨¢ctica totalidad de los parques africanos, asegura que Garamba es un espacio maravilloso. Algunos parques africanos apenas tienen animales, pero eso no impide que la gente quiera visitarlos porque son enormes ¨¢reas de naturaleza intocadas. Garamba, adem¨¢s de los rinocerontes blancos, hipop¨®tamos, elefantes y leones, tiene muchas especies a conservar y es bueno que haya fondos para hacerlo, incluso si se pierden los rinos, porque su naturaleza es de una gran belleza.
El parque se mantiene ahora con aportaciones de la Uni¨®n Europea, su principal colaborador (tres millones de euros para tres a?os y la promesa de otros cinco millones), y una cantidad m¨¢s modesta (250.000 euros) de la Unesco. Pero tanto la Agencia Espa?ola de Cooperaci¨®n Internacional como el Ministerio de Medio Ambiente espa?ol se han comprometido a ayudar a la conservaci¨®n del parque y a mejorar las condiciones de vida de la poblaci¨®n de su entorno. Otras instituciones, como Parques Nacionales y FIDA, tambi¨¦n lo tienen en mente, dice Arranz. La cooperaci¨®n, insiste, hay que plante¨¢rsela a largo plazo, porque ?frica no va a cambiar en bastantes a?os. Opini¨®n que refuerza, sin disimulo, el representante del Gobierno congole?o en el parque, Paulin Tshikaya. En el Congo, todos los parques funcionan con ayuda internacional, no hay fondos del Estado. Lo m¨¢s importante, ahora que tenemos medios y colaboraci¨®n exterior, es que el Gobierno apoye seriamente la seguridad de las fronteras, y creo que con un poco de presi¨®n europea se conseguir¨¢.
Arranz, tenaz, y confiando en que la situaci¨®n pol¨ªtica de la zona contin¨²e tranquila, ha comenzado a construir 10 bungal¨®s, a los que seguir¨¢ un restaurante, con vistas a que el pr¨®ximo a?o puedan acoger turistas. Entre sus proyectos no descarta la posibilidad de volver a tener elefantes domesticados para uso de los visitantes. Es mucho m¨¢s natural y ecol¨®gico pasear en elefantes que en todoterreno, puedes atravesar los r¨ªos y los hipop¨®tamos no se molestan. Ya se hace en otros parques africanos y nadie se rasga las vestiduras. De momento, el parque tiene un problema general de infraestructuras. Hay pocas pistas y resulta complicado desplazarse por su territorio. El tener una buena red de pistas resulta fundamental para la seguridad, el turismo y los estudios que queremos hacer, dice el director.
?C¨®mo viven los congole?os que trabajan y habitan en el parque, unas 130 familias, su resurgir tras a?os del todo vale? ?Cu¨¢l es su reacci¨®n ante una pol¨ªtica de mano dura contra el furtivismo, que todos han practicado, que incluye c¨¢rcel? De vez en cuando, todav¨ªa hay furtivos que matan alg¨²n ant¨ªlope o b¨²falo, pero en general el furtivismo ha descendido bastante. El verdadero problema es la guerrilla, la LRA ugandesa, que cuando se topa con los guardas tira a matar, insiste Arranz, quien en Zakouma (Chad) tuvo que asistir a la muerte de varios guardas por disparos de furtivos. Ha sido lo m¨¢s duro, lo peor de mi trabajo en ?frica.
Quiz¨¢ por eso, Arranz no puede entender que la UE se niegue a financiar armas para los guardas. Es absurdo, dan fondos para todo menos para que los vigilantes defiendan su vida, no tiene sentido. Pero acabamos de sumar 50 guardas a los 137 que ten¨ªamos. Los guardas vigilantes van armados y patrullan el parque en grupos de 10 o 12. Un cami¨®n les deja en un punto del territorio, que recorren durante quince d¨ªas comunicando por radio cualquier novedad.
Las cuatro celdas del calabozo del parque est¨¢n al completo. Ocho furtivos cogidos in fraganti por los guardas, casi todos con piezas peque?as (ant¨ªlopes o jabal¨ªes). Pueden trabajar o permanecer en la celda, y la mayor¨ªa opta por trabajar al aire libre desbrozando caminos o cavando zanjas en la estaci¨®n. El de la c¨¢rcel es un tema que contrar¨ªa a Arranz. El problema principal de estos pa¨ªses es que a veces piensan que la cooperaci¨®n internacional se tiene que encargar de todo. Pretenden que te conviertas en Estado, que hagas de polic¨ªa, de m¨¦dico, de maestro, de obras p¨²blicas Yo no quiero ocuparme de la c¨¢rcel de furtivos, una herencia de tiempos pasados. De la seguridad tiene que ocuparse el Gobierno congole?o. El otro d¨ªa cogieron a un paramilitar que hab¨ªa matado un elefante para quitarle los colmillos. Lo trajeron aqu¨ª, y por la noche se presentaron sus colegas armados hasta los dientes a sacarle del calabozo Los guardas est¨¢n aqu¨ª para vigilar la naturaleza, pero no para jugarse la vida tontamente.
De momento, y en apariencia, la vida en el parque transcurre apacible. Los hombres corretean a diario con las flamantes motocicletas chinas que se han hecho con el mercado congole?o, y las mujeres muelen arroz en el tradicional mortero, a la puerta de las caba?as. Son abiertas, parlanchinas y parecen llenas de fuerza. Sorprende que s¨®lo hayan transcurrido unos pocos a?os desde las violaciones atroces de mujeres por todo el pa¨ªs un objetivo de guerra que dejaron en toda la RDC una terrible secuela de serpientes (miles de ni?os que todos repudian). Las mujeres de Garamba no parecen cohibidas, ni ante los extra?os ni ante sus hombres, a quienes abroncan con desparpajo. Son la base de la familia y parece que empiezan a serlo, t¨ªmidamente, de otro tipo de sociedad.
Entre los 187 guardas del parque hay tres mujeres. La m¨¢s veterana y pionera, Aim¨¦ Nagili, tiene 26 a?os y, tras cinco de guarda, es responsable de la armer¨ªa. Casada y con un hijo, estudi¨® primaria y decidi¨® vestir el uniforme para intentar cambiar la mentalidad de mi pa¨ªs. Siempre eran los hombres los que hac¨ªan este trabajo y quise tener la valent¨ªa de dar ejemplo a otras mujeres. Asegura que no ha tenido problemas con su familia o entorno. Al contrario, est¨¢n contentos. Nuestro salario es igual que el de los hombres y nos consideran como a ellos. No me importar¨ªa quedarme as¨ª 30 a?os. No le preocupa tener que utilizar las armas si es necesario. Estuve tres a?os de centinela de patrulla, pero cuando hubo problemas con los rebeldes decidieron que me quedara a cargo de la armer¨ªa.
No s¨®lo Aim¨¦ pisa fuerte. Sus colegas Cecile Anani, de 22 a?os, y Marie Giligu, de 20 casada y con dos hijos tambi¨¦n est¨¢n dispuestas a conquistar un terreno hasta ahora vedado. Si hay furtivos, no dudar¨¦ en utilizar las armas, me gusta el parque y quiero defenderlo, asegura Anani. Y Giligu apunta: Sabemos que es un buen trabajo. Todos creemos en la importancia para la regi¨®n de un buen parque con muchos animales. Sorprende que actitudes como ¨¦stas no provoquen el rechazo que cabr¨ªa esperar. Ahora las mujeres son m¨¢s fuertes y din¨¢micas que los hombres, pueden hacer patrulla lo mismo que nosotros sin perturbar al grupo ni ser un problema para la familia, dice Bradi Francas, de 66 a?os, jubilado el a?o pasado tras 35 a?os de guarda en el parque. Sentado delante de su caba?a, Francas sonr¨ªe con picard¨ªa: Si en Europa hay mujeres militares, ?por qu¨¦ no en el Congo?.
Pero los cambios son m¨¢s lentos de lo que parece. En la escuela de Nagero, el principal poblado del parque, donde viven unos 1.500 habitantes, ni?os y ni?as, vestidos con uniforme azul y blanco, se apretujan en las caba?as de adobe y paja en unos bancos inveros¨ªmiles que ellos mismos han tallado. Moko, baramoko, epesi moko, repiten en letan¨ªa los p¨¢rvulos recitando la tabla de multiplicar del uno. La primaria es obligatoria, pero los maestros reconocen que todav¨ªa hay muchas ni?as a las que sus padres no dejan asistir a la escuela porque tienen que trabajar en casa.
Jean Marie Mafuko se educ¨® en una escuela como ¨¦sta. Tiene 30 a?os y est¨¢ soltero y orgulloso de ser el m¨¦dico de un parque africano. Es la primera vez en el Congo. Mafuko, tres a?os en Garamba, se declara un ni?o de parque. Naci¨® en el de Virunga, donde su padre era conservador, y luego se traslad¨® a ¨¦ste. Conozco bien el medio y me gusta. Es dif¨ªcil vivir aqu¨ª sin buenas escuelas, comercios o tel¨¦fono, pero es importante tener una estructura capaz de hacer una medicina b¨¢sica, porque estamos en una provincia subdesarrollada. No hay cerca hospitales y las carreteras son malas.
Su consultorio, en el que le ayudan tres enfermeras, tiene un peque?o laboratorio donde puede hacer el test de la malaria, uno de los mayores problemas de salud de la zona, junto con las enfermedades respiratorias e intestinales. ?Y el sida?, el sida, dice Mafuko sin dejar de sonre¨ªr, es un gran problema Hay mucha promiscuidad sexual y tenemos un nivel alto de sida en los poblados y en el parque. Hombres y mujeres son promiscuos, y nadie quiere usar preservativos aunque los regalamos. Se niegan a aceptar el problema. Mafuko insiste en la importancia de dotarse de buenas infraestructuras y pistas. Tener un buen centro de salud es necesario para los habitantes de la zona y para los turistas.
Pasan los d¨ªas y ni rastro de los rinocerontes. Cuando apenas quedan 48 horas para que los expertos suspendan la b¨²squeda, por la temporada de lluvias, los nervios crecen a medida que disminuyen las expectativas de encontrarlos. El piloto Carr¨¦, entre pasada y pasada de avioneta, mantiene que no hay que perder los nervios. En la campa?a de recuento de 2006 hab¨ªamos trabajado 15 d¨ªas sin ver ni un rinoceronte, y el ¨²ltimo d¨ªa, en la ¨²ltima hora, cuando ya no esper¨¢bamos nada, sali¨® uno. Mientras tanto, el centenar de hipop¨®tamos afincados en La Maternit¨¨ retozan en el agua. De vez en cuando, los machos aburridos se pelean, chocan sus bocazas abiertas y empujan al contrincante en un gesto m¨¢s teatral que amenazador. Parecen inofensivos, pero ?cuidado! Hay que verlos al amanecer cuando vuelven al r¨ªo despu¨¦s de pastar toda la noche. Su vista es deficiente, pero si adivinan que hay alguien cerca, sus corpachones emprenden una carrera hacia el r¨ªo con una agilidad sorprendente. Entonces m¨¢s vale no interponerse en su camino. Esas moles de patas cortas simplemente embisten y aplastan. En ?frica, hipop¨®tamos y b¨²falos son los mayores causantes de muertes.
Termina abril en Garamba y, a diferencia del cuento de Augusto Monterroso, al despertar del sue?o, el rinoceronte no estaba all¨ª. Pero Arranz no quiere darse por vencido. Tenemos un margen hasta diciembre. Cuando pasen las lluvias seguiremos rastreando por tierra y aire, con la avioneta y el ultraligero, y si para entonces no aparece alg¨²n rinoceronte, los daremos por extinguidos. No podemos pasarnos la vida persiguiendo algo que quiz¨¢ ya no existe.
?Se ha extinguido el rinoceronte blanco norteafricano? Hasta diciembre queda alguna esperanza.
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