RAVENWOOD
Santi abri¨® el refrigerador, lo vio vac¨ªo y le dijo a su padre que ten¨ªa sed.
-?Quieres leche? -pregunt¨® Fernando-. ?Jugo de naranja? En un rato vamos de compras.
-Y cereales, tambi¨¦n. Los Lucky Charms, y los que tienen miel. ?Puedo tomar agua?
Fernando sac¨® un vaso de pl¨¢stico de la alacena y lo llen¨® con agua de la pila. Santi lo vaci¨® de un trago. Era verdad que ten¨ªa sed. Quiz¨¢ no hab¨ªa sido buena idea traerle al piso tan temprano; debi¨® haber esperado hasta la tarde, despu¨¦s de haberse dado una vuelta por el supermercado y Wal-Mart. Hab¨ªa una televisi¨®n, pero no un sof¨¢ donde verla; la mesa era aquella que Eli y ¨¦l hab¨ªan usado alguna vez cuando iban de pic-nic; cojeaba de una pata.
FERNANDO FINGI? FURIA Y SE ENFRENT? A SANTI COMO HAB?A VISTO QUE LO HAC?AN EN ' LA GUERRA DE LAS GALAXIAS'; EL SUYO ERA UN 'LIGHTSABER', Y ?L EL PADRE DE LA VOZ RONCA
-?Y ahora qu¨¦ hacemos? -pregunt¨® su hijo-. Ya s¨¦: ?espadas!
Santi sac¨® un par de espadas de pl¨¢stico de una caja de cart¨®n donde Fernando hab¨ªa puesto, a la r¨¢pida, juegos de mesa y otras cosas con las que pensaba entretener ese fin de semana a su hijo. Eli le hab¨ªa dicho que se llevara todo lo que quisiera, pero ¨¦l, entre apurado e inc¨®modo, no hab¨ªa escogido bien. Con la PlayStation 2 hubiera sido m¨¢s que suficiente. Quiz¨¢ deb¨ªa pasar por el centro comercial, ver si los GameCube segu¨ªan en oferta.
Santi le dio una de las espadas a Fernando y le dijo que ganaba el que tocara al otro cinco veces con la espada. Fernando le pidi¨® que fueran a la sala, hab¨ªa m¨¢s espacio all¨ª. Cuando lo hicieron, Santi se aproxim¨® al ventanal de la puerta corrediza y se?al¨® a un alce en medio del c¨¦sped del condominio. Ten¨ªa el pelaje marr¨®n y una de sus astas estaba quebrada; los miraba sin mirarlos.
-?Le sacamos una foto?
Fernando fue a la habitaci¨®n y busc¨® la c¨¢mara al lado del colch¨®n, en el suelo, donde hab¨ªa dormido la ¨²ltima semana. Al volver a la sala, vio el rostro radiante de su hijo -el cerquillo rubio, los ojos ver des-, y se sinti¨® mal de haberle dicho, hac¨ªa una semana, que a partir de ahora estar¨ªa mejor que sus compa?eros en el k¨ªnder, tendr¨ªa dos casas y dos autos, y que Fernando ten¨ªa que dejar la casa para ir a cuidar la casa y el auto nuevos. A Santi le hab¨ªa gustado la idea, adem¨¢s ahora podr¨ªa dormir todas las noches en la "cama grande", junto a su mam¨¢. Eli opin¨® que no era bueno mentirles a los ni?os: ellos entienden m¨¢s de lo que parece, pero al final no se opuso; tan dif¨ªcil, saber qu¨¦ era lo correcto con un ni?o. Lo ¨²nico que alegraba a Fernando era algo que le hab¨ªa dicho la psic¨®loga del colegio de Santi: si ocurre, mejor que sea entre los cuatro y los siete. A esa edad aceptan los cambios sin mucho cuestionamiento. Fernando no estaba seguro de que tuviera raz¨®n, pero estaba dispuesto a aferrarse a lo que ella hab¨ªa dictaminado.
Fernando sac¨® la foto. El alce mantuvo la cabeza erguida un buen rato; luego se dio la vuelta y desapareci¨®. Mientras aproximaba el rostro a la ventana de la puerta corrediza, Fernando sinti¨® un golpe en las costillas. Era una estocada de Santi.
-Uno a cero, uno a cero, grit¨® su hijo.
Fernando fingi¨® furia y se enfrent¨® a Santi como hab¨ªa visto que lo hac¨ªan en La guerra de las galaxias; el suyo era un lightsaber, y ¨¦l, el padre de la voz ronca que luchaba con ese hijo que todav¨ªa no sab¨ªa que lo era. ?l era la encarnaci¨®n del mal, y su hijo, pobre, la luz que se dejar¨ªa corromper por ese padre imperfecto.
No, no estaba bien que pensara as¨ª. La culpa era un sentimiento valioso, pero no deb¨ªa dejarse dominar por ella.
Fernando corri¨® por la sala detr¨¢s de Santi. Uno a uno. Dos a uno. Era un piso grande, deb¨ªa haber alquilado el estudio, no estaba en condiciones de gastar mucho; el abogado le hab¨ªa dicho que todo esto, en t¨¦rminos econ¨®micos, le har¨ªa perder unos cinco a siete a?os. No quer¨ªa pensar en eso. Ravenwood estaba bien: ten¨ªa una piscina, un parque con columpios donde Santi podr¨ªa divertirse, y alces merodeando por el condominio. El d¨ªa que fue en busca de un lugar donde dormir, le hab¨ªa acompa?ado Santi; hab¨ªa dejado que Santi eligiera el piso, y cuando lo hizo, aunque pens¨® que el alquiler era caro, se dio cuenta de que no estaba en condiciones de negociar con Santi; o s¨ª lo estaba, pero no quer¨ªa hacerlo.
Tres a uno, ganaba Santi. Cuatro a uno. Cuatro a dos.
Fernando se detuvo al lado de varias cajas de libros en el suelo. Record¨® el dibujo de Santi que la psic¨®loga le hab¨ªa mostrado, hecho al tercer d¨ªa de que ¨¦l no durmiera en casa: all¨ª hab¨ªa una persona de sexo indefinido que lloraba. "Mommy", hab¨ªa escrito Santi en la parte inferior. Fernando pens¨® en Eli, en los ocho a?os transcurridos desde que la hab¨ªa conocido. ?En qu¨¦ momento la maravilla hab¨ªa dejado de serlo? ?D¨®nde estaban, qu¨¦ hac¨ªan, por qu¨¦ no se hab¨ªan dado cuenta a tiempo?
-?Cinco!-, grit¨® Santi.
Fernando se tir¨® al piso de alfombra gris de la sala, farfull¨® unas palabras de agonizante, puso una cara de dolor. Santi sonre¨ªa.
-?Jugamos con las cartas de Pok¨¦mon ahora?
Buena pregunta, se dijo Fernando entreabriendo los p¨¢rpados. ?Ahora qu¨¦?
Tirado en el piso mirando el techo blanqu¨ªsimo, sinti¨® el v¨¦rtigo, el miedo ante ese vac¨ªo que se abr¨ªa a sus pies. Se pregunt¨® si era m¨¢s f¨¢cil cruzar los puentes colgantes con los ojos abiertos o cerrados.
-Okey, Pok¨¦mon -dijo-. Pero te advierto que no me acuerdo de las reglas.
-No importa -dijo Santi-. Esta vez te voy a dejar ganar.
Perfecto, se dijo Fernando. Eso quer¨ªa. Que alguien le dejara ganar.
Deb¨ªa incorporarse, pero se estaba muy bien ah¨ª, en el suelo.
Se qued¨® ah¨ª, esperando que los segundos, los minutos, se estrecharan, que Santi tardara en encontrar las cartas de Pok¨¦mon en la caja de sus juguetes.
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