Defendiendo la imagen
Julio Iglesias pas¨® por Calella de Palafrugell. Y dos veces. El concierto que dio anoche en el festival de Cap Roig era uno de los m¨¢s esperados del verano en la Costa Brava. Como m¨ªnimo, el que m¨¢s polvareda hab¨ªa levantado previamente. Hace semanas, la organizaci¨®n de la cita anunci¨® un ¨²nico concierto, el de ayer. Pero como las entradas se agotaron en 48 horas, se program¨® una segunda actuaci¨®n -la de la noche del mi¨¦rcoles- que tambi¨¦n consigui¨® el lleno a unos precios por localidad que oscilaban entre los 60 y los 200 euros (lo m¨¢s caro de este festival y probablemente de toda la oferta musical en cartel). En la tarde del mi¨¦rcoles el movimiento alrededor de los jardines de Cap Roig era fren¨¦tico y un tanto ca¨®tico. Cerca de la entrada, la reventa se ofrec¨ªa a 500 euros.
Todo sonaba igual en la voz de Julio Iglesias, ya fuera un tango o un rock
Se esperaba a Julio Iglesias, pero la verdad es que su concierto no entrar¨¢ en los anales ni permanecer¨¢ en la memoria, aunque, eso s¨ª, content¨® a sus seguidores, como m¨ªnimo a los 2.034 fieles que en la noche del aterrizaje llenaban las gradas del recinto bot¨¢nico. Un p¨²blico, con una recurrente presencia de bronceados extremos y modelitos vistosos (a pesar del calor), que lleg¨® ya totalmente entregado a Cap Roig y dispuesto a dejarse seducir por cualquier cosa que les ofreciera el cantante. S¨®lo as¨ª se explican las calurosas ovaciones desatadas por los dos primeros temas cuando la sonorizaci¨®n era incre¨ªblemente peor que la de una barraca de feria y resultaba imposible entender nada. Daba igual: Iglesias pod¨ªa no haber cantado y el ¨¦xito habr¨ªa sido el mismo porque no se trataba de un concierto al uso, sino de una demostraci¨®n de mutua entrega: "?Julio, Catalu?a te quiere!", "Y yo quiero a Catalu?a", etc¨¦tera.
Lo mejor y lo peor que puede decirse del primer concierto de Iglesias en el festival Jardins de Cap Roig es que se mantuvo fiel a su propia imagen. Bueno porque es exactamente lo que su p¨²blico espera y malo porque en 40 a?os de carrera (anda celebrando esa efem¨¦ride) no ha evolucionado ni un ¨¢pice. As¨ª, defiende su elegancia particular con un aparatoso bronceado y trajeado para la ocasi¨®n (incluso con chaleco).
Est¨¢tico como de costumbre, con movimientos bruscos que pod¨ªan ser los de sus imitadores (si todav¨ªa los tiene), lanz¨® interjecciones a destiempo y peque?os discursos que iban de lo manido ("aqu¨ª obligamos a Nadal a ganar todos los partidos y cuando no gana...") a la espa?olidad. Incluso se hizo un l¨ªo hablando de lo mucho que le gustaban los "derechos administrativos" de Catalu?a y no qued¨® claro si era un chiste mal explicado o un arrebato anticatalanista, aunque en el ambiente brot¨® un discreto abucheo.
Por lo dem¨¢s, cant¨® con esa parsimonia que es su marca de f¨¢brica y se mantuvo dentro de unos arreglos que en ning¨²n momento pusieron en evidencia sus carencias: tanto daba que fuera un tango como un rock and roll, todo sonaba igual. Un septeto ajustado y tres coristas le secundaron con profesionalidad. Recorri¨® todos sus ¨¦xitos (de Galicia y Manuela a De ni?a a mujer) y se meti¨® en terrenos pantanosos (a punto de hacer aguas) cuando intent¨® versionar Caruso, Let it be me y Ne me quitte pas. R¨¢pidamente volvi¨® a su propio cauce y acab¨® (en realidad no qued¨® claro d¨®nde termin¨® el concierto y d¨®nde comenzaron los bises) poniendo a bailar (sin excesos) al respetable con Me va, me va.
Julio Iglesias lleg¨® a Calella para defender una imagen ganada a pulso y lo consigui¨®. Eso s¨ª: una imagen que poco tiene que ver con la de un cantante y se asemeja m¨¢s a la de una figura p¨²blica.
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