Alejandro ante el or¨¢culo
Maniobra pol¨ªtica o inter¨¦s personal. La leyenda acompa?a al conquistador en su misteriosa parada en el oasis egipcio de Siwa
Del templo del or¨¢culo de Am¨®n, en el oasis de Siwa, s¨®lo quedan hoy escu¨¢lidos muros. Fue, como Delfos o Mileto, uno de los lugares m¨¢s famosos de la antig¨¹edad. Un lugar de peregrinaje anclado en un desierto feroz. El tiempo pasa y hoy se puede llegar a ¨¦l en autob¨²s de l¨ªnea, pero anta?o este viaje era arduo y penoso. ?Por qu¨¦ Alejandro Magno hizo un extra?o alto en su camino a Asia y quiso ir a consultarlo arriesgando una vez m¨¢s su vida?
Nunca habl¨® de sus razones. No confes¨® ni sus preguntas ni las respuestas, raz¨®n por la cual este viaje misterioso inspira siempre en sus biograf¨ªas un surtido ramillete de hip¨®tesis. La principal tiene que ver con la soberbia. Parece probado que Alejandro deseaba dar por cierto su origen divino. Quer¨ªa saber, entre otras cosas, si era hijo de Zeus, la deidad que se manifestaba en este or¨¢culo del remoto desierto l¨ªbico con el nombre de Am¨®n. El rey macedonio sigue desplegando ante nosotros una fascinaci¨®n intacta, como lo prueba la cantidad de t¨ªtulos sobre ¨¦l que se encuentran ahora en las librer¨ªas. Quiz¨¢ sea por la belleza de un esp¨ªritu en la infatigable exploraci¨®n de sus l¨ªmites.
Su periplo comienza en Menfis en el 331 antes de Cristo, donde fue coronado fara¨®n. Menfis hoy no tiene nada que ver con el esplendor que conoci¨® Alejandro en el lugar en el que hab¨ªan residido los faraones durante mil a?os. El pa¨ªs en ese momento se encontraba bajo dominio persa. Desde all¨ª naveg¨® hacia el norte por el Nilo y, explorando su delta occidental, dio con una bah¨ªa natural encajada entre el lago Mareotis y el mar, uno de esos lugares donde a uno le apetece levantar su propia ciudad, "un ombligo en medio del mundo civilizado".
La ciudad fundada por Alejandro presenta hoy una epidermis costrosa, pero no tan tupida como para ocultar el encanto y el refinamiento que tuvo hasta los a?os cincuenta del siglo XX. Aun as¨ª hace falta imaginaci¨®n para reconocer los lugares m¨ªticos y el aspecto rutilante de la Alejandr¨ªa modernista que vivieron el poeta de la ciudad, el griego Constantin Cavafis, y los escritores E. M. Forster y Lawrence Durrell.
Si se carece de imaginaci¨®n, si nunca se ha le¨ªdo el bell¨ªsimo poema ?taca de Cavafis ("Cuando emprendas tu viaje a ?taca / pide que el camino sea largo, / lleno de aventuras, lleno de experiencias..."), si no hemos tenido la oportunidad de mirar la ciudad con los ojos de Darley, Justine, Baltasar, Clea, Mountoulive, Nessim..., los personajes del Cuarteto de Alejandr¨ªa, de Durrell, mejor ser¨¢ dedicarle unos minutos a la exposici¨®n de fotograf¨ªas, grabados y dibujos sobre la antigua ciudad que, de manera permanente, se exhibe en el primer piso de ese hermos¨ªsimo y transparente edificio que es la nueva Biblioteca. As¨ª se puede comprender aquello que dijo Durrell sobre Cavafis: "Las personas son el resultado de su paisaje". Pero los peregrinos literarios se encontrar¨¢n el piso de techos altos donde vivi¨® Cavafis con apenas media docena de muebles originales, el caf¨¦ Pastroudis cerrado, el hotel Cecil en la Corniche afeado por una reforma vulgar y el restaurante Trian¨®n como un f¨®sil carcomido en el mismo edificio donde unos pisos m¨¢s arriba trabaj¨® el funcionario del Servicio de Riegos, el ciudadano Constantin Cavafis. Del palacio donde Cleopatra y Marco Antonio sellaron su t¨®rrido romance, mejor no hablamos. Ahora los arque¨®logos andan atareados rescatando algunas de sus piedras del fondo de la bah¨ªa.
Ciudad cosmopolita
Durante muchos siglos, Alejandr¨ªa fue, con exactitud, la ciudad cosmopolita y culta con la que so?¨® su fundador. Y eso que no la conoci¨®. Alejandro la dej¨® en manos del constructor Cle¨®menes y parti¨® hacia el oeste por la costa hasta la ciudad de Paretonio. Hoy es la moderna Marsha Matrub, final de etapa costera en esa interminable procesi¨®n de apartamentos playeros que la une desde que abandonamos Alejandr¨ªa.
En Paretonio se pertrech¨® Alejandro y su peque?o s¨¦quito para descender hacia el sur por el desierto hasta el legendario oasis de Siwa. Siglos despu¨¦s, el camino es el mismo. Y tambi¨¦n el viento persistente y cegador, junto a ese extra?o delirio que provoca el contemplar el desierto cubierto por una capa de fresca nata blanca que deposita la cal de yeso.
Despu¨¦s de esta traves¨ªa, a Siwa se llega con la misma impaciencia con la que entr¨® Alejandro en su fortaleza amurallada, pero tambi¨¦n con la boca abierta. La belleza de las ruinas carcomidas de la antigua ciudadela de Shali parecen m¨¢s bien obra de un escen¨®grafo posmoderno antes que del destrozo que en sus muros de adobe y kershef (un falso alabastro hecho de piedra y arcillas) dejaron las torrenciales lluvias de 1926. Siwa es la imagen de la enso?aci¨®n de todo oasis: abundantes y verdes palmerales, huertos y un cintur¨®n de agua azul coronando un milagro de vida en el autismo solitario con el que se expresa el desierto. Aqu¨ª no pod¨ªan entrar los extranjeros hasta hace unas pocas d¨¦cadas. Ahora s¨ª. El turismo ya es econom¨ªa necesaria y ha esparcido peque?os hoteles y restaurantes respetuosos con la est¨¦tica del lugar.
En su vuelta a Menfis, Alejandro descans¨® en el oasis de Bahariya, donde sobreviven las ruinas de su palacio-templo, que a¨²n contienen un desva¨ªdo sello en piedra con su retrato. Siwa, como Bahariya y la propia Alejandr¨ªa, fueron lugares de transici¨®n entre el Egipto de los faraones y el mundo greco-latino. Est¨¢n cuajadas de necr¨®polis que atestiguan en sus pinturas y representaciones simb¨®licas esta mixtura entre culturas, pero Bahariya cuenta adem¨¢s con una misteriosa extensi¨®n de tres kil¨®metros cuadrados llenos de momias por descubrir (se sabe la ubicaci¨®n de 350, pero podr¨ªa haber en total unas 10.000) y que corresponden al periodo final. Un peque?o hangar a modo de museo expone algunas de ellas.
?ste es m¨¢s o menos el per¨ªmetro donde arque¨®logos, curiosos, aficionados y hasta videntes han tratado de encontrar la momia m¨¢s buscada del mundo: la de Alejandro Magno. No est¨¢, como dijo en 1995 la arque¨®loga Liana Souvaltzis, en la necr¨®polis de Maraqui, cerca de Siwa; las informaciones m¨¢s fidedignas las tiene el arque¨®logo franc¨¦s Jean Yves Empereur, que desde hace veinte a?os dirige las excavaciones al oeste de la bah¨ªa de Alejandr¨ªa. Cualquier d¨ªa nos da una sorpresa.
Gu¨ªa
C¨®mo ir
? Alejandr¨ªa es la segunda ciudad de Egipto, situada a 220 kil¨®metros de El Cairo.
? Egypt Air (902 27 77 01; www.egyptair.com.eg) vuela a El Cairo, ida y vuelta, desde 390 euros m¨¢s tasas (unos 100 euros). Ida y vuelta entre El Cairo y Alejandr¨ªa, 61,75 euros, tasas incluidas.
? Iberia (902 40 05 00; www.iberia.com). Ida y vuelta entre Madrid y El Cairo, a partir de 467,74 euros, todo incluido.
? Viajes Aegyptus (902 49 49 40; www.viajesaegyptus.com y www.aegyptus-dmc.com); agencia especializada que ofrece viajes a medida y circuitos que incluyen, por ejemplo, los oasis de Siwa y Bahariya, entre otros lugares.
Informaci¨®n
? Oficina de turismo de Egipto en Madrid (915 59 21 21; www.egypt.travel). En la web se ofrece un listado de agencias y mayoristas especializadas con viajes a Egipto.
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