Esta absurda aventura
As¨ª como cae dentro de lo muy previsible que un editor acabe desesper¨¢ndose al ver durante a?os c¨®mo sus autores se llevan la mayor porci¨®n de gloria y de fama -que no de dinero-, y se lance a escribir, preferentemente memorias ensimismadas o vi?etas de los escritores que lo hicieron rico, es mucho m¨¢s raro que un novelista se meta a editor, y supongo que es por eso por lo que se me pide que hable aqu¨ª un poco de Reino de Redonda, seguramente la editorial m¨¢s peque?a y pausada del Reino de Espa?a, ya que publica tan s¨®lo dos t¨ªtulos al a?o, o a lo sumo tres. Adem¨¢s, no tiene sede m¨¢s que nominal, ni plantilla, ni equipo, ni colaboradores externos, ni encargado de prensa ni nada por el estilo. La formamos dos personas, una en Madrid, que soy yo, y otra en Barcelona, Carme L¨®pez Mercader, que es la encargada de las ediciones, es decir, de que los libros existan. La distribuidora ?taca me hace el favor de colocar algunos ejemplares en las librer¨ªas, y mi agente literaria Mercedes Casanovas me echa una generosa mano en la contrataci¨®n de derechos (cuando los hay). Y sin duda ha de ser la ¨²nica editorial que no hace cuentas: s¨¦ que es deficitaria, porque sus vol¨²menes est¨¢n cuidados, llevan muy buen papel y encuadernaci¨®n, y a los ocasionales traductores les pago el m¨¢ximo y, si lo desean, la mitad por adelantado, pues no en balde fui yo traductor en su d¨ªa y habr¨ªa deseado ese trato para m¨ª. Aun as¨ª ponemos a los libros precios razonables, y aun as¨ª no se venden mucho. La ¨²nica forma de no deprimirse en exceso y arrojar la toalla consiste en ignorar a cu¨¢nto ascienden las p¨¦rdidas anuales y generales (siempre he odiado saber cu¨¢nto gano y cu¨¢nto gasto). Me basta con comprobar que el Reino no se arruina por ello y sigo adelante, hasta que me canse, me aburra, o la excesiva indiferencia de los suplementos literarios me obligue a echar el cierre: si ni siquiera los lectores se enteran de la aparici¨®n de un t¨ªtulo, qu¨¦ sentido tiene.
Da lo mismo que uno lance a las librer¨ªas rescates fundamentales de autores fundamentales o textos desconocidos
Hasta la fecha Reino de Redonda ha publicado diecis¨¦is. El Cultural de El Mundo, por ejemplo, no se ha dignado -cuesta creer que no haya deliberaci¨®n- sacar rese?a de ninguno de ellos, a lo largo de ocho a?os. El ¨²nico suplemento que les suele hacer caso es Babelia, tal vez por la proximidad de mi firma, domingo tras domingo, en El Pa¨ªs Semanal (sea como sea, gracias mil). Los dem¨¢s acostumbran a ser r¨¢canos. Habituado a no incurrir en el mal gusto de solicitar cr¨ªticas y atenci¨®n para las obras que publico como autor, me cuesta hacerlo para las que saco como editor, y empiezo a pensar que si uno no da la lata, llama, promociona, ruega, amenaza e insiste, mal lo tiene para que su cat¨¢logo suscite inter¨¦s en los medios especializados. Da lo mismo que uno lance a las librer¨ªas rescates fundamentales de autores fundamentales (Isak Dinesen, Conrad, Hardy, Yeats, Sir Thomas Browne, el Capit¨¢n Alonso de Contreras o el gran Sir Steven Runciman) o que suelte textos interesant¨ªsimos desconocidos en espa?ol (Viaje de Londres a G¨¦nova de Baretti, los cuentos de Vernon Lee o los recuerdos del fusilero Harris que combati¨® en la Guerra de la Independencia). Si uno no hace relaciones p¨²blicas ni pide favores, ser¨¢ dif¨ªcil que alguien, en las redacciones, se moleste ni en echarles un vistazo.
Por todo ello, y por la parsimonia del proyecto, en realidad no me atrevo a llamarme "editor". Me limito a recuperar maravillosos libros olvidados y a ofrecer algunos nuevos que en mi opini¨®n deber¨ªan ser conocidos en mi lengua o en mi pa¨ªs -es el caso de los art¨ªculos de Jorge Ibarg¨¹engoitia, el extraordinario autor mexicano muerto en Barajas hace ya muchos a?os, que aparecer¨¢n con pr¨®logo y selecci¨®n de Juan Villoro-. Todos los vol¨²menes, eso s¨ª, llevan su pr¨®logo o presentaci¨®n: algunos m¨ªos -qu¨¦ remedio-, otros de gente afectuosa como Mendoza, Savater, P¨¦rez-Reverte, Antony Beevor, Rodr¨ªguez Rivero o el Profesor Rico -bueno, ¨¦ste a¨²n me lo ha de escribir-. Todos ellos forman parte del jurado del Premio Reino de Redonda, que concede cada a?o a un escritor o cineasta extranjeros la editorial, a?adi¨¦ndose d¨¦ficit, para variar. Pese a que son tambi¨¦n miembros del jurado George Steiner, Almod¨®var, Coetzee, Rohmer, Alice Munro, William Boyd, Ashbery, a veces Coppola, Villena, Magris, Sir John Elliott, Lobo Antunes o Gimferrer, la cosmopolita prensa espa?ola apenas si se hace eco de ¨¦l, mientras llena p¨¢ginas con cualquier merienda de negros de cualquier editorial poderosa o instituci¨®n oficial.
?Y las ventas? A diferencia de los editores de verdad, no tengo reparo en hablar de ellas. Nuestro best seller es La ca¨ªda de Constantinopla 1453, que ha vendido cerca de cinco mil ejemplares, seguido a distancia por El espejo del mar de Conrad, Ehrengard de Dinesen y Vida de este capit¨¢n de Contreras, que van por la mitad. Los menos vendidos no llegan ni a mil ejemplares, y son, inexplicablemente, el mencionado Viaje de Londres a G¨¦nova, un divertido e inteligent¨ªsimo paseo por la Espa?a de Carlos III, La nube p¨²rpura de M P Shiel -primer Rey de Redonda-, la novela que inaugur¨® el subg¨¦nero "¨²ltimo hombre sobre la Tierra" que luego han copiado tantos, incluido el hoy famoso Richard Matheson de Soy leyenda, y los magn¨ªficos cuentos de El brazo marchito, de Hardy, que fueron mi primera traducci¨®n, all¨¢ por 1974. Tampoco los de Vernon Lee han alcanzado los mil lectores, quiz¨¢ por ser tan extra?a mujer como fue.
S¨®lo dos libros al a?o, a lo sumo tres, como he dicho. Y sin embargo cada uno lleva tanto trabajo -sobre todo a la encargada de la edici¨®n- que ahora admiro a los editores mucho m¨¢s que antes de iniciar esta absurda aventura, que desde luego trae m¨¢s sinsabores que ser autor. ?C¨®mo es posible que algunos saquen ochenta o cien t¨ªtulos anuales, si aspiran a hacerlo bien? Claro est¨¢ que la mayor¨ªa cuentan con equipos nutridos, plantilla fija y numerosos colaboradores externos a los que suelen explotar a fondo. Pero aun as¨ª. Quiz¨¢ es que demasiados -por lo que leo ¨²ltimamente publicado en nuestro pa¨ªs- han renunciado a hacerlo bien: textos lun¨¢ticos o p¨¦simamente escritos que nadie parece haber corregido, traducciones desastrosas o demenciales hechas por gente que no sabe la lengua de la que traduce ni la suya propia, erratas sin fin... "Productos podridos", los llam¨¦ una vez, ante los que sin embargo nadie protesta en esta ¨¦poca de defensa de los consumidores. Ni siquiera los cr¨ªticos, que pocas veces ya distinguen cu¨¢ndo un libro est¨¢ agriado. Lo que sale de Reino de Redonda es muy lento y modesto, pero al menos se puede tener la certeza de que est¨¢ en buenas condiciones. Supongo que el verdadero destino de estas publicaciones es convertirse, de aqu¨ª a unos a?os, en objeto de coleccionistas, los cuales acaso busquen desesperadamente el t¨ªtulo que les falte para completar su colecci¨®n. "Doy lo que sea por Browne", dir¨¢n. "O por Bruma de Crompton, o por La mujer de Huguenin". A eso quiz¨¢ se le llama trabajar para la posteridad. Les aseguro que en modo alguno era ¨¦sa mi intenci¨®n.
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