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Reportaje:

El desaparecido HGO (una historia argentina)

Manuel Rivas

En el lenguaje de El Eternauta, H¨¦ctor Germ¨¢n Oesterheld (HGO) cumple ahora 87 a?os. Hijo de padre alem¨¢n jud¨ªo y de madre vasco-espa?ola, HGO naci¨® en Buenos Aires el 23 de julio de 1919. No hay fecha para su muerte. En la historia dram¨¢tica de la humanidad, tal vez el eufemismo m¨¢s terrible es el de "desaparecido". El dictador argentino Videla es autor del siguiente aforismo: "No est¨¢n vivos ni muertos; est¨¢n desaparecidos". HGO es un desaparecido. El n¨²mero 7.546 (en la lista Conade, Comisi¨®n Nacional de Desaparecidos). Se sabe que en la Nochebuena de 1977, sus captores le dejaron cinco minutos de visi¨®n, sin capucha, que salud¨® uno por uno a sus compa?eros de cautiverio y que cant¨® con un joven detenido-desaparecido la canci¨®n Fiesta de Joan Manuel Serrat. De forma premeditada, sus hijas tambi¨¦n fueron hechas desaparecer, por este orden: Beatriz (19 a?os), Diana (23), Estela (24) y Marina (18). HGO es uno de los m¨¢s extraordinarios creadores de aventuras del siglo XX. Cambi¨® el perfil del h¨¦roe. El Eternauta, su principal creaci¨®n, una estremecedora ficci¨®n premonitoria, atraviesa las fronteras pol¨ªticas y de los g¨¦neros literarios y se erige en un cl¨¢sico para mayor n¨²mero de lectores cada d¨ªa. Una obra hom¨¦rica del c¨®mic que interpela al g¨¦nero humano.

Lo dijo El Negro

"Despu¨¦s de leer a Oesterheld ya no admitir¨ªamos leer cualquier cosa". No lo dijo cualquier cr¨ªtico boludo en un rapto magn¨¢nimo. Lo dijo El Negro. Lo dijo Roberto Fontanarrosa. Respetado por cualquier barra, canallas o bostas, y en cualquier cancha de f¨²tbol o literatura. Incluso al fondo y a la izquierda, en cualquier redacci¨®n, donde se suelen sentar los censores. Y los c¨ªnicos. Eso lo dijo Enrique Medina, lo del lugar donde se sientan los censores. Tuvo el valor de ir all¨ª, a la oficina de censura, justo antes del golpe, a preguntar por su libro Las hienas, qu¨¦ punter¨ªa. Y despu¨¦s recibi¨® una llamada de tel¨¦fono: "?Sos boleta!". Qu¨¦ man¨ªa con los eufemismos. El miedo que meten los eufemismos. Mejor que te digan: "Se te ha acabado el permiso del enterrador". Bueno, a lo que ¨ªbamos. Hay dos factor¨ªas maravillosas en la historia de Argentina: el f¨²tbol y la historieta. El Negro Fontanarrosa era un experto en ambas. Creo que el mejor cuento de f¨²tbol que le¨ª fue la historia de Carda?a, el n¨²mero 5 del Pe?arol, primero apodado El Hombre y m¨¢s tarde, con mayor precisi¨®n, El Hombre de Neanderthal. Carda?a, bruto y sentimental, va a visitar por caridad al hospital a un ni?o en estado grave y aquel hincha botija, con los d¨ªas contados, recibe al ¨ªdolo como se merece: "?Hijos de puta! ?C¨®mo pueden perder con esos chotos del Nacional?". As¨ª era El Negro escribiendo. No ced¨ªa ni un cent¨ªmetro. Ni una l¨¢grima gratis. Fue ¨¦l quien vino a decir: "Y despu¨¦s de Oesterheld, ?qu¨¦?".

Escribir como un loco

Cuando estudiaba geolog¨ªa en la universidad, ya trabajaba de corrector y escrib¨ªa historias como un loco. Cuando trabajaba como especialista en "oro y platino" para el Banco de Cr¨¦dito Industrial de la Rep¨²blica Argentina, hac¨ªa notas de divulgaci¨®n y escrib¨ªa historias como un loco. Cuando andaba por los montes y las llanuras como un Robins¨®n Crusoe escrib¨ªa historias como un loco. Le ofrecieron trabajar en Pato Donald y acept¨®, porque no era un apocal¨ªptico de la cultura y lo que le gustaba era escribir historias como un loco. Y escribi¨® literatura infantil, mucha con el seud¨®nimo de S¨¢nchez Puyol. Fue un tiempo de esplendor para el g¨¦nero en la Argentina de los a?os cuarenta y cincuenta, con Gatitos y Bolsillitos. Le gustaba escribir para la infancia. "Siempre al bebito se le trata como tonto". Ser¨ªa tambi¨¦n una edad de oro para la historieta argentina, cuando fund¨® con su hermano Jorge la editorial Frontera y con dos publicaciones peri¨®dicas que har¨ªan historia. Hora Certo y Frontera rondaban los 100.000 ejemplares. ?Y qu¨¦ hac¨ªa HGO metido en la industria cultural? Escribir como un loco. En treinta a?os, los guiones para al menos 150 series de historietas en los que colabor¨® con medio centenar de dibujantes. Siempre prol¨ªfico y exigente. ?Por qu¨¦ eligi¨® la historieta? ?Pod¨ªa haber sido un gran escritor? Es muy enriquecedor hablar con Mart¨ªn M¨®rtola y Fernando Oesterheld, sus nietos. "Quer¨ªa romper ese dilema tramposo de alta y baja cultura. No ten¨ªa prejuicios elitistas. Quer¨ªa llegar a la gente y no lo consideraba incompatible con la calidad. ?sa es otra de las lecciones de El Eternauta, una obra de vanguardia que lleg¨® a la gente, una gran aventura, y una literatura extraordinaria". Guillermo Saccomanno, en Escritura y memoria, plantea un sugerente paralelismo: "Si el Mart¨ªn Fierro, un poema criollo y popular, pudo plantarse como la gran novela fundadora de nuestra literatura, ?por qu¨¦ no tirar de la cuerda y afirmar lo mismo de esta historieta que se llam¨® El Eternauta?". Borges estaba cautivado por el universo Oesterheld. Adem¨¢s, HGO era un extraordinario suministrador de ciencia-ficci¨®n? Y no tan de ficci¨®n. "Le¨ªa las revistas cient¨ªficas m¨¢s avanzadas de todo el mundo", recuerda Elsa S¨¢nchez, su mujer. Llen¨® Argentina, y otros pa¨ªses, de gente interesante. Ray Kilt, Sargento Kira, Indio Su¨¢rez, Bull Rocket, Ernie Pike, Ticonderoga, Randall the Killer, Sherlok Time? Y el grupo, el h¨¦roe colectivo, de El Eternauta. Cuando pas¨® a la clandestinidad, y se sab¨ªa perseguido por Los Ellos, ?qu¨¦ hac¨ªa Oesterheld? "Escribir como un loco". Lo cazaron, lo hicieron desaparecer, lo chuparon. ?Qu¨¦ hac¨ªa Oesterheld? Ana Mar¨ªa Caruso, desde el cautiverio del centro clandestino de detenci¨®n llamado Sheraton, consigue escribir una carta que figura en el informe Nunca M¨¢s de la Comisi¨®n Nacional de Desaparecidos: "Ahora est¨¢ con nosotros El Viejo, que es el autor de El Eternauta y El Sargento Kirk. ?Se acuerdan? El pobre viejo se pasa el d¨ªa escribiendo historietas que hasta ahora nadie tiene intenciones de publicarle". Escrib¨ªa como un loco.

Barro en los borcegu¨ªes

Nadie que haya le¨ªdo El Eternauta admitir¨ªa leer despu¨¦s cualquier cosa. Le habr¨¢ cambiado la mirada. Es una de esas obras que responden a la demanda de Kafka, la de "morder en la estupidez". O a la de Cioran: "Un libro ha de ser un peligro".

-?Qu¨¦ hacer? ?Qu¨¦ hacer para evitar tanto horror?

?Qui¨¦n grita eso? Es el guionista, Oesterheld, al final de El Eternauta. No est¨¢ fuera, sino dentro, en una vi?eta. Una de las rupturas de Oesterheld fue implicarse en la obra como personaje. Un atrevimiento formal, que acabar¨¢ teniendo muchas implicaciones. Estamos en 1957. Francisco Solano L¨®pez (Buenos Aires, 1928) lo hace reconocible. Lo dibuja con sus trazos. Al comienzo de la trama, El Eternauta se le aparece al guionista en la buhardilla donde trabaja y le relata su historia de aventurero perdido en la eternidad. Al final, El Eternauta consigue regresar a su hogar, con su mujer e hija, que le reprochan haber tardado media hora en ir a buscar pan. ?Media hora? El guionista, es decir, Oesterheld, nuestro HGO, trata de disuadir a El Eternauta. ?Todo lo que le ha contado, todo lo que se avecina! La nevada mortal. La invasi¨®n dirigida por un poder oscuro, Los Ellos, que utilizan para sus prop¨®sitos a los monstruosos Cascarudos y a los inteligentes Manos, esclavos del miedo, que a su vez convierten a los humanos supervivientes en hombres-robot. Pero El Eternauta ya no reconoce al guionista. Ha perdido la memoria del futuro al volver al pasado. La memoria es transferida al guionista. ?Qui¨¦n es ahora El Eternauta?

Estamos en 1957. HGO grita desde el tebeo: "?Qu¨¦ hacer? ?Qu¨¦ hacer para evitar tanto horror?". Es en la primera versi¨®n de El Eternauta. En 1969 habr¨¢ una segunda versi¨®n, dibujada por Alberto Breccia, y en la que las coordenadas geopol¨ªticas son m¨¢s concretas. La publicaci¨®n resulta muy pol¨¦mica. La revista Gente fuerza el final. El Eternauta empieza a ser un personaje inquietante, demasiado veros¨ªmil. En 1976, con dibujo de Solano L¨®pez, se publica una prolongaci¨®n de la aventura, una segunda parte. Se trata de un proceso muy accidentado. Guionista y dibujante apenas se ven. A HGO le pisan los talones Los Ellos. Dicta cap¨ªtulos desde cabinas telef¨®nicas. Las ¨²ltimas veces que acudi¨® a la editorial R¨¦cord, donde iba a publicar El Eternauta II, siempre andaba a deshoras, como una silueta. S¨®lo lo delataba "el reguero de barro seco de sus borcegu¨ªes" en la alfombra. Y es que HGO, entre otros lugares, buscaba refugio en la isla de Tigre.

La tecnolog¨ªa del infierno

Hab¨ªan llegado Los Ellos, como llamar¨ªa El Eternauta a los dictadores. En el pr¨®logo de Ernesto S¨¢bato para el informe Nunca M¨¢s, donde se documentan los horrores de la dictadura y la usurpaci¨®n del Estado por una mafia uniformada, se dice: "De nuestra informaci¨®n surge que esta tecnolog¨ªa del infierno fue llevada a cabo por s¨¢dicos pero regimentados ejecutores". Entre miles de desaparecidos, la "tecnolog¨ªa del infierno" se llev¨® a HGO y a sus cuatro hijas. Hab¨ªan pasado a la clandestinidad cuando comenz¨® la dictadura argentina, que se prolongar¨ªa durante siete a?os crueles (1976-1983). El ¨²nico cuerpo que pudo recuperar Elsa fue el de Beatriz. Ella, con 19 a?os, fue la primera v¨ªctima de Los Ellos. El 19 de junio de 1976 llam¨® a la madre y se citaron en una confiter¨ªa. Dos d¨ªas despu¨¦s, en un tren, camino del trabajo, un joven trajeado, muy nervioso, se acerc¨® a Elsa para decirle que su hija hab¨ªa sido secuestrada por una patota o "grupo de tareas" del Ej¨¦rcito. Elsa S¨¢nchez de Oesterheld comenz¨® el peregrinaje para recuperar a Beatriz. Pero, en verdad, hab¨ªa ca¨ªdo una "nevada mortal" sobre Argentina. Se encontr¨® con muros de silencio. Con conocidos que la desconoc¨ªan. Incluso un sobrino y sacerdote poderoso, Jorge Oesterheld, hoy portavoz de la Conferencia Episcopal argentina, prefiri¨® "mirar hacia otro lado". Elsa fue consciente tambi¨¦n de que se hab¨ªa convertido en un "peligro" para sus hijas. Todos sus movimientos eran vigilados para llegar a ellas y a HGO. De alguna forma, ella tambi¨¦n era una desaparecida en aparente libertad. El exterminio programado de la familia de HGO sigui¨® adelante. El 4 de julio de 1976, en Tucum¨¢n, cay¨® Diana, de 23 a?os, embarazada. El 27 de abril de 1977 fue secuestrado HGO. El 14 de diciembre del mismo a?o desaparece Estela, de 24 a?os. Su ¨²ltima carta lleva esa fecha. En ella dice: "Mamita: Marina hace un mes que no est¨¢ con nosotros". Significa: Marina ha desaparecido. Ten¨ªa 18 a?os.

La tortura metaf¨ªsica

Inspirados en el nazismo, el franquismo y la guerra argelina, Los Ellos, con sus patotas de Gurbos, Cascarudos, Manos y Hombres-Robot, aplicaron la tecnolog¨ªa del infierno a una escala industrial. Para hacer desaparecer los cuerpos utilizaron una variante diferente de la incineraci¨®n: los vuelos de la muerte. Quiz¨¢ calcularon que la desaparici¨®n submarina de miles de personas ser¨ªa inodora, inocua, imperceptible. El mayor detective de la historia, Sigmund Freud, hab¨ªa escrito: "Censurar un texto no es dif¨ªcil, lo dif¨ªcil es borrar sus rastros". Los verdugos ignoraban que el cuerpo humano es tambi¨¦n un texto. Y ¨¦sa es la verdad de fondo de El Eternauta, su potencia pasados tantos a?os. "La persistencia de El Eternauta es en s¨ª misma una pr¨¢ctica de la memoria", escribe Judith Filc. En el primer aniversario del golpe militar, el 24 de marzo de 1977, otro genial eternauta argentino, el escritor Rodolfo Walsh, compa?ero en muchos sentidos de HGO, env¨ªa por correo y distribuye clandestinamente la Carta abierta de un escritor a la Junta Militar, uno de los pasquines de denuncia m¨¢s estremecedores de la historia, en el que da a conocer al mundo la dimensi¨®n del genocidio, con 15.000 desaparecidos en aquel entonces. "Han llegado ustedes a la tortura absoluta, intemporal, metaf¨ªsica". La palabra metaf¨ªsica aqu¨ª, asociada a la tortura, pierde toda su abstracci¨®n para expresar lo inconmensurable del horror carnal. Una de las veces que registraron su antiguo domicilio, donde s¨®lo viv¨ªa Elsa, el oficial cascarudo al mando del "grupo de tareas" explic¨® que andaban a la caza de H¨¦ctor, El Jud¨ªo. Elsa replic¨® que era hijo de un estanciero alem¨¢n y madre espa?ola. A?adi¨®: "Y si es jud¨ªo, ?qu¨¦?". Entre los precedentes que inspiraron a Los Ellos para poner en marcha la "tecnolog¨ªa del infierno", la tortura y desaparici¨®n forzada de miles de personas como HGO y sus cuatro hijas, figuran m¨¦todos nazis como el decreto Nacht und Nebel, derivado de la orden de Hitler: "En la noche y en la niebla". El texto de este decreto, reconstruido en el tribunal de Nuremberg, desaconsejaba la entrega del cuerpo del eliminado a su familia. Se trataba de "diseminar el terror" para minar toda resistencia. En el tiempo en que fue detenido HGO, en 1977, el general Ib¨¦rico Saint Jean, gobernador de la provincia de Buenos Aires durante la dictadura, y bajo cuyo mandato se produjo la Noche de los l¨¢pices (desaparici¨®n y asesinato de un grupo de adolescentes), declar¨® en p¨²blico y esta vez sin eufemismos: "Primero mataremos a los subversivos; despu¨¦s, a sus simpatizantes, y por ¨²ltimo, a los indiferentes".

Entre los miles de desaparecidos figuran cien poetas, escritores y guionistas de historietas. Otro de Los Ellos, un colega militar del general Ib¨¦rico, el entonces jefe del III Cuerpo, Luciano Men¨¦ndez, y responsable de la mayor quema de libros, efectuada el 29 de abril de 1976, declar¨®: "De la misma manera que destruimos por el fuego la documentaci¨®n perniciosa que afecta al intelecto y nuestra manera de ser cristiana, ser¨¢n destruidos los enemigos del alma argentina". Los Ellos, como Creonte, castigando m¨¢s all¨¢ de la muerte. Grit¨¢ndole a Ant¨ªgona, a las hijas de Oesterheld: "Si tu naturaleza es amar, ve entre los muertos y ¨¢malos. Mientras yo viva, no mandar¨¢ una mujer".

Torturar a Ernie Pike

Cuando cre¨® Ernie Pike, uno de esos grandes personajes que cambiaron el perfil del h¨¦roe, para hacer tipos complejos, de madera humana y no de palo, los primeros episodios los dibuj¨® Hugo Pratt. Y ¨¦l se qued¨® perplejo cuando vio la historieta: El rostro de Ernie Pike, corresponsal de guerra que siempre pone en duda las versiones oficiales, era el suyo.

Eso tambi¨¦n lo supieron ver los torturadores. Reconocieron en HGO a Ernie Pike. As¨ª que le pegaron duro a Ernie Pike.

Elsa S¨¢nchez de Oesterheld me cuenta otra historia que la dej¨® sin habla. Hace unos a?os, en 2002, al t¨¦rmino de un acto, se le acerc¨® una mujer que hab¨ªa estado detenida-desaparecida en la Esma (Escuela de Mec¨¢nica de la Armada, desde donde se calcula que se hicieron desaparecer cerca de 5.000 personas) y que hab¨ªa sobrevivido al cautiverio. Era m¨¦dica de profesi¨®n y le cont¨® que un d¨ªa Alfredo Astiz, oficial de la Esma, conocido como El ?ngel de la Muerte, sac¨® de un caj¨®n de su mesa un libro y le dijo, m¨¢s o menos: "Toma, lee esto. Es el mejor libro de Argentina". Se trataba de El Eternauta. All¨ª, uno de los personajes se lamenta: "Todos desaparecidos? como si no hubieran existido nunca".

Un encargo para HGO

Estamos en 2008. El 23 de julio, de vivir, H¨¦ctor Germ¨¢n Oesterheld habr¨ªa cumplido 87 a?os. Su condici¨®n terrenal es la de "desaparecido" forzado. Fue secuestrado por uno de esos eufemismos criminales denominados "grupos de tareas" y estuvo recluido en al menos tres c¨¢rceles clandestinas, es decir, no-lugares, Campo de Mayo, El Vesubio y Sheraton, donde se le conoc¨ªa como El Viejo. Los indicios, las evidencias circunstanciales, hacen suponer que HGO muri¨® a principios de 1978. No hay cuerpo. La negaci¨®n era la respuesta sistem¨¢tica a los miles de recursos de h¨¢beas corpus. Por lo que se sabe y va sabiendo, HGO, al principio, sufri¨® maltrato y tortura. Despu¨¦s, promovido por un militar, hubo un intento de implicarlo en la escritura de una biograf¨ªa del liberador San Mart¨ªn. Al fin y al cabo, Oesterheld hab¨ªa triunfado como bi¨®grafo. Ya en 1951, cuando hac¨ªa literatura infantil, Per¨®n quiso que le escribiera una biograf¨ªa. Supo decir que no. Su mujer, Elsa, piensa que desde que escribi¨® La vida del Che, ilustrada por Alberto Breccia y su hijo Enrique, HGO estaba marcado. Se public¨® en 1968, en plena dictadura de Ongan¨ªa. El editor le hab¨ªa propuesto que apareciese como obra an¨®nima, pero H¨¦ctor respondi¨®: "Un personaje como el Che no merece que su trabajo se haga a escondidas". Tuvo un ¨¦xito fulgurante. La primera edici¨®n se agot¨® en un mes. Pero la editorial fue allanada. Breccia y Oesterheld, amenazados de muerte. Luego ocurri¨® algo curioso. Una llamada desde la Embajada de Estados Unidos. Le propusieron algo similar, una biograf¨ªa de ese estilo, tan viva, tan directa, pero dedicada a John F. Kennedy. HGO declin¨®. Ya estaba preparada la de Evita. No se edit¨®. Se hab¨ªan acabado las biograf¨ªas. ?Y ahora en el cautiverio le vienen con San Mart¨ªn! No se sabe ad¨®nde lleg¨® ni qu¨¦ fue de las notas. ?La vida de San Mart¨ªn contada por Oesterheld? Los Ellos se habr¨ªan dado cuenta del desliz: de realizarse la biograf¨ªa, tendr¨ªan que hacer desaparecer a San Mart¨ªn. Las estatuas se pondr¨ªan a hablar. Tendr¨ªan que arrojarlas al fondo del mar.

Una extra?a visita

La mayor tortura a la que debieron de someter a Oesterheld, adem¨¢s del tormento f¨ªsico, fue mostrarle las fotos de sus hijas muertas. All¨ª estaban Los Ellos, al estilo Creonte, castigando m¨¢s all¨¢ de la muerte. Mostrando los cuerpos sucesivos de Ant¨ªgona. A Elsa s¨®lo le devolvieron el cuerpo de la primera eliminada, Beatriz, de 19 a?os. "La que m¨¢s se parec¨ªa al padre". Despu¨¦s cay¨® Diana, de 23 a?os, con su pareja, Ra¨²l. La tercera fue Marina, de 18 a?os. Sobreviv¨ªa Estela, la mayor, de 24 a?os. Existe un testimonio de cuando estaba cautivo en la c¨¢rcel clandestina del Campo de Mayo. Juan Carlos Scarpatti cont¨®: "Yo no lo conoc¨ªa personalmente y? bueno, me llam¨® la atenci¨®n. Lo vi, digamos, como golpeado, o sea, como con mucha angustia y? bueno, me acerqu¨¦, le pregunt¨¦ qu¨¦ le pasaba. Me dijo que le hab¨ªan mostrado las fotos de las hijas?muertas". Pero la noticia de la ca¨ªda de Estela y de su marido, tambi¨¦n llamado Ra¨²l, la tuvo cuando los carceleros del Sheraton le dijeron que ten¨ªa una visita especial. El hotel Sheraton, eufemismo del chupadero, el no-lugar, era otro centro de detenci¨®n clandestino, situado en un sector oculto de la comisar¨ªa de Villa Insuperable, dentro de la ciudad. Era el 14 de diciembre de 1977. La "visita especial" era de un ni?o de tres a?os. Su nieto Mart¨ªn. Ese d¨ªa hab¨ªan matado a los padres. El recuerdo de Mart¨ªn ahora es el de haber estado sentado horas con su abuelo "en un pasillo horrible con paredes de l¨¢tex azul brillante". No podemos dejar de verlo como un episodio de El Eternauta arrancado a la realidad. El Viejo y el nieto que apenas ha podido conocer, juntos en un no-lugar, en un chupadero de gente. Hay 800 ni?os robados en la ¨¦poca de Los Ellos, de los que s¨®lo 90 han podido ser devueltos a sus familias originarias. Otra ramificaci¨®n de la "tecnolog¨ªa del infierno". De hecho, dos nietos de HGO y Elsa, beb¨¦s de Diana y Marina, forman parte de los desaparecidos. La aparici¨®n de Mart¨ªn en el chupadero, el que alguien decidiera llevarlo con El Viejo, a quien se supon¨ªa muerto, tiene una interpretaci¨®n morbosa, pero tambi¨¦n se puede ver a la luz de El Eternauta. Tal vez fue cosa de un Mano. Los Manos, subalternos muy inteligentes de los Ellos, se hacen desobedientes cuando deja de funcionar la "gl¨¢ndula del horror". Por una vez, Oesterheld dio una direcci¨®n. La de los padres de Elsa. Y de all¨ª, Mart¨ªn fue llevado con la abuela. Ant¨ªgona, desde la muerte, enviaba una se?al.

El gorri¨®n peleador

Ana di Salvo, psic¨®loga, compa?era de cautiverio de HGO en el centro de detenci¨®n ilegal de El Vesubio, me cuenta que se manten¨ªa distante, desconfiado. Eso fue en mayo del 77, as¨ª que no hac¨ªa mucho que lo hab¨ªan detenido. "Nos dijeron: 'Va a venir El Viejo'. Yo, al principio, no sab¨ªa qui¨¦n era. No sab¨ªa la historia de El Eternauta. ?l ten¨ªa un problema en la piel, granos en la cara y en la cabeza. Hab¨ªa una doctora entre las chicas prisioneras y le ofrecimos una pomada. Pero ¨¦l no quiso. Desconfiaba. Una noche en que hac¨ªa mucho fr¨ªo, dorm¨ªa en un suelo de madera, le dimos una frazada. La acept¨®. Pero con desconfianza. Por la ma?ana se lo llevaban y lo tra¨ªan a la noche. Coment¨® que lo ten¨ªan haciendo una historia sobre San Mart¨ªn. Le habl¨¦ de mi hijo Luciano. Le ped¨ª un poema, una peque?a historia para ¨¦l. Pero no hubo tiempo. Despu¨¦s de estar desaparecida sin explicaciones durante 73 d¨ªas, me devolvieron a casa. Todo el tiempo pensando que te van a matar. Y en el trayecto, ante el paisaje, uno de los secuestradores comenta: 'Buen sitio para venir a cazar'. Y yo, no s¨¦ c¨®mo, le digo: 'Hay que respetar la veda'. Se qued¨® perplejo. Las cosas suceden as¨ª. Mi hijo Luciano, a la vuelta, me rechazaba. Pensaba que lo hab¨ªa abandonado a prop¨®sito. Un d¨ªa le compr¨¦ un cuento infantil titulado Chipi¨®, el gorrioncito peleador. A Luciano le gustaba mucho la cara de aquel pajarito. Aprendi¨® a leer con ¨¦l. Me reconcili¨® con ¨¦l. Yo no sab¨ªa que lo hab¨ªa escrito El Viejo. Usaba seud¨®nimo. Muchos a?os despu¨¦s, en una exposici¨®n sobre Oesterheld, le cont¨¦ la historia a Mart¨ªn, su nieto, y ¨¦l me dijo: 'En ese cuento estaba lo que mi abuelo escribi¨® para tu hijo".

La ¨²ltima carta

Lleva por fecha el d¨ªa que la asesinaron, el 14 de diciembre de 1977. La ¨²ltima carta de Estela a su madre. Es breve, escrita con una intensa premura, pero sin desali?o, con una caligraf¨ªa que intenta no desfallecer. Cada carta, cada nota, en aquellos d¨ªas, ten¨ªa una textura nerviosa. Da la impresi¨®n de que la carta a Elsa es tambi¨¦n una carta necesaria que Estela se escribe a s¨ª misma. No es dif¨ªcil imaginarla murmurando hacia dentro, empujando el trazo para darle a Elsa la noticia de la muerte de Marina sin nombrar la muerte. Como en El Eternauta, el tiempo de la carta es un Continum 4, una especie de futuro del pret¨¦rito: "Marina ya no est¨¢ con nosotros y ese dolor ya no hay nada que lo pueda mitigar, pero quiero que sepas que muri¨® heroicamente como vivi¨®". Consonantes y vocales se api?an en un presente recordado: "Creo que tenemos que estar orgullosos de ella, como de Bi (por Beatriz), de Di (por Diana) y de Dad (por H¨¦ctor), y quiero que sepas que estoy orgullosa de vos (por Elsa)". Esta ¨²ltima afirmaci¨®n tiene mucho significado. Va m¨¢s all¨¢ de la cortes¨ªa filial. Todos los citados han desaparecido. La feliz camada de Beccar est¨¢ a punto de ser exterminada. Elsa, la madre, antiperonista, tan racional como intuitiva, "muy celta", dice ella, no les ha acompa?ado en su compromiso revolucionario. Ha discutido con dureza con HGO, con el hombre que ama. S¨ª, est¨¢ de acuerdo con ¨¦l. Es una juventud maravillosa. Culta, rebelde, linda. La mejor generaci¨®n que tuvo Argentina. Como H¨¦ctor, Elsa comparte su m¨²sica, salta de Mozart a Janis Joplin, ?por qu¨¦ no?, sus gustos art¨ªsticos, su estilo de vida libre, una sexualidad sin tab¨²es, su aversi¨®n a la injusticia. Todo eso, dice Elsa, lo compart¨ªa. Pero ella, la mujer que fue tan feliz en Beccar, en aquella casa que era a la vez como el taller del artista rom¨¢ntico, donde "todo bull¨ªa y cantaba", donde todos llegaban y nadie quer¨ªa marchar, nadie quer¨ªa apagar la luz, las chicas no quer¨ªan ir a fiestas ni a clubes, donde encontraban "gente tonta", no, no, quer¨ªan estar all¨ª, en Beccar, con sus amigos y los de los padres, dibujantes, m¨²sicos, artistas, escritores, gente que tra¨ªa historias; ella, que conoci¨® el para¨ªso, pudo distinguir bien el traqueteo de la maquinaria del horror que se acercaba. S¨ª, discuti¨® con HGO. No acababa de asumir aquella metamorfosis en el Oesterheld que quer¨ªa y admiraba, el hombre tranquilo, ilustrado, progresista y m¨¢s bien libertario, por la influencia de sus amigos anarquistas espa?oles exiliados, con esa mirada antidogm¨¢tica que es la de sus h¨¦roes. HGO no era nada elitista. Su propia opci¨®n literaria, el gui¨®n de historieta, lo demuestra. Pero denostaba el populismo peronista. HGO cambi¨®.

Su obra principal contiene tambi¨¦n las huellas de una biograf¨ªa subyacente. Entre el primer Eternauta (1957) y la segunda versi¨®n (1969) hay una revoluci¨®n ¨®ptica. Las referencias geopol¨ªticas se hacen muy concretas. Am¨¦rica Latina es abandonada a su suerte. Y Ellos, los oscuros poderes c¨®smicos, son las grandes potencias. HGO se radicaliz¨®, pero tambi¨¦n el suelo se mov¨ªa a los pies. Las hojas del calendario se ca¨ªan de miedo y asco. El golpe de Aramburu, en 1956, con la Operaci¨®n Masacre, que contar¨¢ de forma genial Rodolfo Walsh. El golpe de Ongan¨ªa, en 1966, con la noche de los bastones largos, cuando fueron cruelmente apaleados los profesores y alumnos de la Universidad de Buenos Aires, mientras eran conducidos a los coches celulares. El mandato de Lanusse, en 1972, con la masacre de Trelew. En todo este calvario de desdichados fastos y calamitosas salvaciones, el pa¨ªs vio una "chispa de esperanza" en la gran movilizaci¨®n c¨ªvica que arranc¨® con el cordobazo. A continuaci¨®n, y acudiendo a la oftalmolog¨ªa, podr¨ªamos decir que se pas¨® de un estrabismo divergente a otro convergente. Y el punto de convergencia fue otra vez Per¨®n. Gran parte de la izquierda argentina se injert¨® en el tronco peronista. Para muchos era la esperanza posible. Una alianza frente a Los Ellos. Y all¨ª estaba HGO con sus hijas. Elsa, no. Elsa manten¨ªa la distancia cuando de la m¨²sica se pasaba a las palabras. Y all¨ª estaba tambi¨¦n Rodolfo Walsh con sus hijas Vicky y Patricia. Casi siempre se cita A sangre fr¨ªa, de Truman Capote, como obra inaugural de la narrativa del "nuevo periodismo". Es por ignorancia hemisf¨¦rica. La primera fue Operaci¨®n masacre, de Rodolfo Walsh, en 1957, el a?o en que naci¨® tambi¨¦n El Eternauta. Walsh, de origen irland¨¦s, era entonces tambi¨¦n antiperonista. Prefer¨ªa jugar al ajedrez que la pol¨ªtica e incluso la literatura. Pero un d¨ªa, camino de casa, oy¨® el grito de un soldado moribundo: "?No me dej¨¦is solo, hijos de puta!".

Pero la vuelta de Per¨®n, el gran d¨ªa de la resurrecci¨®n nacional, pasar¨¢ a la historia por la "matanza de Ezeiza". All¨ª, en el aeropuerto, se inici¨® el exterminio de la "juventud maravillosa". M¨¢s de treinta muertos y trescientos heridos en el que iba a ser el d¨ªa m¨¢s feliz. El halago se convirti¨® en condena: la "juventud imberbe". Per¨®n falleci¨® cuando se acercaba el d¨ªa de la "nevada mortal". El pr¨®cer hab¨ªa regresado con la momia de Evita y con un espectro de Evita, Isabel, manejado por un siniestro prestidigitador, el secretario L¨®pez Rega, organizador de la Triple A, que mezcl¨® la brujer¨ªa con la producci¨®n industrial de la muerte. Se multiplic¨® el doble empleo. Muchos que ejerc¨ªan de d¨ªa de jefes de polic¨ªa ejerc¨ªan de jefes de la Triple A de noche. Hasta que vino el gran eufemismo. El Proceso de Reorganizaci¨®n Nacional. Es decir, el golpe militar con toda su red de poderosas complicidades. Era el r¨¦gimen de Los Ellos. Y se puso en marcha, a pleno rendimiento, la "tecnolog¨ªa del infierno". Walsh denuncia: "Las 3 A son hoy las 3 Armas, y la Junta que ustedes presiden no es el fiel de la balanza entre 'violencias de distinto signo' ni el ¨¢rbitro justo entre 'dos terrorismos', sino la fuente misma del terror que ha perdido el rumbo y s¨®lo puede balbucear el discurso de la muerte". La carta de Estela a Elsa terminaba diciendo: "Hay mucho por dar todav¨ªa en esta vida y muchas razones para seguir adelante". Ese d¨ªa, despu¨¦s de enviar la carta, la cazaron.

Oesterheld,Hugo Pratt y Elsa

"?l escrib¨ªa a mano. Odiaba la m¨¢quina de escribir. Por eso aprend¨ª taquigraf¨ªa y mecanograf¨ªa. Para ayudarle. Despu¨¦s de casarnos, pasamos cuatro a?os en un departamento chico, en el barrio Desarrollo. ?l entonces investigaba minerales. Amaba la naturaleza ¨¢spera, dura. La estepa donde no hab¨ªa nada.

Cuando lo conoc¨ª era un mis¨¢ntropo.

Nacieron una tras otra las nenas. Ya dibujaba. 'Papu, dibujitos'. Les hac¨ªa monigotes todo el tiempo. Le¨ªa todo. Recib¨ªa revistas en alem¨¢n, italiano, ingl¨¦s, franc¨¦s. Ten¨ªa much¨ªsima informaci¨®n. Le interesaban los descubrimientos cient¨ªficos, todo aquello que se mov¨ªa en el l¨ªmite de la ciencia-ficci¨®n. A Borges le encantaba charlar con ¨¦l. Las chicas se enteraron. Un d¨ªa se fueron los cinco. Y all¨ª estuvieron con ¨¦l, en la penumbra de la Biblioteca Nacional.

S¨ª, ten¨ªa conocimientos extraordinarios, enciclop¨¦dicos. Un d¨ªa, Hugo Pratt le muestra muy ufano unos dibujos. Un nuevo h¨¦roe. Un soldado en la ¨¦poca de la conquista del Oeste. H¨¦ctor le dice: 'Est¨¢ muy bien, pero tendr¨¢s que volver a dibujarlo. No puede llevar ese tipo de arma. La culata no era as¨ª'. Hugo se sent¨®, suspir¨®, grit¨®: '?Lo mato, lo mato! Dime, H¨¦ctor Oesterheld, ?a qui¨¦n le va a importar c¨®mo era la culata?'. 'A m¨ª', respondi¨® H¨¦ctor.

Todo estaba lleno de libros. Tambi¨¦n el garaje. Todo. Le¨ªa sesenta o cien historias a la vez. As¨ª que H¨¦ctor se levanta. Va hacia el garaje. Un pandemonio. Cuando me pon¨ªa a arreglarlo, ¨¦l se desesperaba. Revuelve en la mara?a. Y al final vuelve con lo que buscaba en la mano. Se lo pasa a Hugo.

-Aqu¨ª est¨¢ -le dice-. As¨ª debe ser el arma.

Era muy deportista. Jugaba al tenis. El f¨²tbol le gustaba, pero para verlo. Ten¨ªa una fijaci¨®n con el estadio del River. Cuando iba al centro, siempre se pasaba por all¨ª. Y es en ese estadio donde transcurre una batalla decisiva de El Eternauta. Fue un tiempo id¨ªlico, un para¨ªso, la casa de Beccar. Eso ya lo cont¨¦, ?verdad?

Cuando llegaron los dibujantes italianos, eso fue antes, tambi¨¦n fue una ¨¦poca maravillosa. Entre ellos, Hugo Pratt. ?Medio locos, los tanos! Era un lindo muchacho. Ten¨ªa un carisma ¨²nico. Todos los d¨ªas se ca¨ªa por casa. Ven¨ªa con apetito. Le preparaba algo para cenar. Hab¨ªa amigas que me preguntaban: '?Vos no te enamor¨¢s de este chico?'. Todas se enamoraban?".

?Y?

Elsa, la Elsa que recuerda, tambi¨¦n est¨¢ ahora en la cocina preparando algo para cenar. Uno se imagina all¨ª, en el quicio de la puerta, en Beccar, a Corto Malt¨¦s, el m¨ªtico personaje de Pratt. Murmuro: "Tal vez era ¨¦l el enamorado". Elsa escucha en silencio. Y zanja la conversaci¨®n sobre amores con un gesto ir¨®nico, una interjecci¨®n trazada en el aire.

La memoria

Marcelo Brodsky, el artista y fot¨®grafo creador del parque de la Memoria de Buenos Aires, se enter¨® de la desaparici¨®n de su joven hermano Rub¨¦n en una llamada desde una cabina telef¨®nica. ?l estaba en Espa?a, exiliado. El universo tuvo, de repente, la dimensi¨®n de una cabina. "La ausencia de un desaparecido nunca termina. ?C¨®mo se les cuenta a las nuevas generaciones? ?C¨®mo se narra semejante horror? En el parque de la Memoria, cada recorrido es una nueva forma del recuerdo. Caminamos entre estelas que se apoyan, que se sostienen, donde lo colectivo es un entrelazamiento".

A la hora de hablar del hermano, Brodsky jur¨® que lo har¨ªa como si estuviera oyendo a Julio Fusik, en el Reportaje al pie del pat¨ªbulo: "Que la tristeza no sea nunca asociada a mi nombre".

La eternauta

Cuando Elsa y H¨¦ctor se casaron, ¨¦l trabajaba para aquel banco de cr¨¦dito minero, analizando muestras de metales preciosos. Gran parte de su trabajo lo hac¨ªa sobre el terreno. Le gustaba andar. Recorrer solitario los grandes espacios. El viento patag¨®nico en la cara. "Es un trabajo duro, puede ser destructiva esa soledad del ge¨®logo, conoc¨ª gente que se alcoholiz¨®", dice Elsa. "Pero ¨¦l amaba esa relaci¨®n solitaria con la naturaleza. Amaba todo en la naturaleza. Los caracoles nos com¨ªan las rosas y yo le dec¨ªa que les pusiera veneno, pero H¨¦ctor exclamaba: '?Tambi¨¦n ellos tienen derecho a vivir!'. Yo le dec¨ªa: 'Oye, que la celta pante¨ªsta soy yo, pero no quiero que me coman las rosas'. Le ofrecieron un buen trabajo, pero eso significaba la separaci¨®n. Y fue cuando se decidi¨® por el mundo editorial".

Elsa naci¨® en Buenos Aires, en una familia de emigrantes gallegos llegados de una peque?a aldea, Lo?o, cerca de Santiago. Cuando Elsa pas¨® por Lo?o, en 1983, se fij¨® en el h¨®rreo de madera del que tanto le hab¨ªa hablado el padre. Esperaba algo m¨¢s monumental. "Qu¨¦ pasa?", le pregunt¨® su t¨ªo. "Est¨¢ despintado". "Es que tu abuela no quiso que lo tocaran. Que lo dejaran tal como lo hab¨ªa pintado el hijo".

El hijo era el padre emigrante de Elsa. HGO pas¨® por aquella aldea en 1962, en un "desv¨ªo" de un viaje a Alemania. Hay una foto en la que se le ve retratado como el Robins¨®n que era, camuflado en la hierba de campesino segador. En Argentina, los padres de Elsa laburaron duro para salir adelante, pero ten¨ªan otro rasgo: amaban la m¨²sica con locura. La ¨®pera y la cl¨¢sica. Escuchaban cada concierto en la radio de galena. El t¨ªo Pedro llevaba siempre una flor en el ojal. La madre de Elsa le¨ªa a Lorca. Lo hab¨ªa visto en un teatro bonaerense, abarrotado, recibido por una multitud en la calle de Corrientes. "Yo me parezco mucho a pap¨¢. Soy Vicente S¨¢nchez en mujer, tremendamente impulsiva. Yo era un marimacho. El var¨®n equivocado de la familia. Tuvimos un golpe terrible. Muri¨® mi hermana mayor cuando yo ten¨ªa 12 a?os. Estudi¨¦ m¨²sica. Y danza cl¨¢sica. Y samba. Es verdad que todos quer¨ªan bailar conmigo. No, H¨¦ctor no era muy bailar¨ªn. Yo ten¨ªa 17 a?os y ¨¦l 24 cuando nos enamoramos".

Elsa habla y habla como un cuerpo abierto, que contiene su vida y la de otros. Su mirada corre m¨¢s que la flecha del tiempo. Desde el apartamento bonaerense se escucha cada poco el paso de un convoy ferroviario. Los trenes, la luz cambiante del d¨ªa, todo parece esforzarse para seguir la velocidad, la intensidad del recuerdo de Elsa, que estaba hablando feliz de su adolescencia bailarina, danzando con las palabras, y de repente se gira y dice: "Hasta los psic¨®logos se estremec¨ªan. Toda la experiencia psicol¨®gica no serv¨ªa para enfrentarse a nuestro caso. Me preguntan c¨®mo he resistido, c¨®mo estoy viva. No lo s¨¦. Estoy aqu¨ª por una extra?a obligaci¨®n. Yo ya he gastado todo el miedo del mundo".

A la altura de nuestros ojos, en un estante del mueble librer¨ªa, hay una foto que nos mira. Son ellas. Las cuatro. En la casa de Beccar. En la hora azul. Las cuatro chicas Oesterheld. Toda la belleza del mundo.

H¨¦ctor Germ¨¢n Oesterheld, con su esposa  y sus cuatro hijas: Estela, Marina, Diana y Beatriz, todas desaparecidas en 1976 y 1977, cuando contaban entre 18 y 24 a?os.
H¨¦ctor Germ¨¢n Oesterheld, con su esposa y sus cuatro hijas: Estela, Marina, Diana y Beatriz, todas desaparecidas en 1976 y 1977, cuando contaban entre 18 y 24 a?os.?lbum familiar de los Oesterheld y de Vicente Curtis

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