La voluntad y la fortuna
PRELUDIO
Cabeza cortada
De noche, el mar y el cielo son uno solo y hasta la tierra se confunde con la oscura inmensidad que lo envuelve todo. No hay resquicios. No hay cortes. No hay separaciones. La noche es la mejor representaci¨®n de la infinitud del universo. Nos hace creer que nada tiene principio, y nada, fin. Sobre todo si (como sucede esta noche) no hay estrellas.
Aparecen las primeras luces, y la separaci¨®n se inicia. El oc¨¦ano se retira a su propia geograf¨ªa, un velo de agua que oculta las monta?as, los valles, los ca?ones marinos. El fondo del mar es una c¨¢mara de ecos que jam¨¢s llegan hasta nosotros, y menos hasta m¨ª, esta madrugada.
S¨¦ que el d¨ªa va a derrotar esta ilusi¨®n. Y si ya nunca m¨¢s amaneciese, ?entonces, qu¨¦? Entonces creer¨¦ que el mar se ha robado mi figura.
El sol naciente se refleja en mis ojos abiertos. Mi cabeza ha dejado de sangrar. Un l¨ªquido espeso corre de la masa encef¨¢lica a la arena
La comida mexicana nos aproxima a la diarrea (...). S¨®lo la cocina mediterr¨¢nea asegura un equilibrio sano entre lo que entra por la boca y sale por el culo
El Pac¨ªfico es ahora un oc¨¦ano en verdad calmado, blanco como un gran taz¨®n de leche. Es que las olas le han avisado de que la tierra se aproxima. Yo trato de medir la distancia entre dos olas. ?O ser¨¢ el tiempo lo que las separa, no la distancia? Contestar esta pregunta resolver¨ªa mi propio misterio. El oc¨¦ano es imbebible, pero nos bebe. Su suavidad es mil veces mayor que la de la tierra. Pero s¨®lo escuchamos el eco, no la voz del mar. Si el mar gritase, todos estar¨ªamos sordos. Y si el mar se detuviese, todos morir¨ªamos. No hay mar quieto. Su movimiento perpetuo le da el ox¨ªgeno al mundo. Si el mar no se mueve, nos ahogamos todos. No la muerte por agua, sino por asfixia.
Amanece y la luz del d¨ªa determina el color del mar. El azul de las aguas no es m¨¢s que una dispersi¨®n de la luz. El color azul significa que el astro solar ha vencido la claridad de las aguas, dot¨¢ndolas de un ropaje que no es el suyo, que no es su piel, si es que el mar tambi¨¦n tiene piel... ?Qu¨¦ cosa va a iluminar el d¨ªa que nace? Quisiera dar una respuesta muy r¨¢pida porque me voy quedando sin palabras que contarles a ustedes, los sobrevivientes.
Si el sol naciente y la noche moribunda no hablan por m¨ª, no tendr¨¦ historia. La historia que quiero contarles a los que a¨²n viven. Creo que el mar vive y que cada ola que me lava la cabeza siente la tierra, palpa la carne, busca mi mirada y la encuentra, est¨²pida. O m¨¢s bien azorada. Incr¨¦dula.
Miro sin mirar. Tengo miedo de ser visto. No soy lo que se dice "agradable" de ver. Soy la cabeza cortada n¨²mero mil en lo que va del a?o en M¨¦xico. Soy uno de los cincuenta decapitados de la semana, el s¨¦ptimo del d¨ªa de hoy y el ¨²nico durante las ¨²ltimas tres horas y un cuarto.
El sol naciente se refleja en mis ojos abiertos. Mi cabeza ha dejado de sangrar. Un l¨ªquido espeso corre de la masa encef¨¢lica a la arena. Mis p¨¢rpados ya nunca se cerrar¨¢n, como si mis pensamientos siguieran empapando la tierra.
Aqu¨ª est¨¢ mi cabeza cortada, perdida como un coco a orillas del oc¨¦ano Pac¨ªfico en la costa mexicana de Guerrero.
Mi cabeza arrancada como la de un feto muerto que debe perderla para que el cuerpo ac¨¦falo nazca a pesar de todo, palpite por unos instantes y muera tambi¨¦n, ahogado en sangre, a fin de que la madre se salve y pueda llorar. Despu¨¦s de todo, la guillotina primero ensay¨® su eficacia cort¨¢ndole la cabeza, no a los reyes, sino a los cad¨¢veres.
Mi cabeza me fue cortada a machetazos. Mi cuello es un tejido que se deshebra a jirones. Mis ojos son dos faros de asombro abiertos hasta que la siguiente marea se los lleve y los peces se metan a mi cabeza por el orificio sacrificial y la materia gris se vuelque, entera, en la arena, como una sopa derramada, perdida en la tierra, para siempre invisible como no sea para abono de turistas nacionales y extranjeros. ?Estamos en el tr¨®pico, carajo! ?No se han enterado, ustedes que a¨²n viven o creen vivir?
El cerebro dej¨® de controlar los movimientos de un cuerpo al que ya no encuentra. Mi cabeza abandon¨® el cuerpo. ?Para qu¨¦ me sirve, sin cuerpo, respirar, circular, dormir? Aunque si ¨¦stas son las ¨¢reas m¨¢s viejas de mi cabeza, ?me esperar¨¢n nuevas zonas en la parte del cerebro que no us¨¦ en vida? Ya no tengo que controlar el equilibrio, la postura, la respiraci¨®n, el ritmo del coraz¨®n. ?Entro a una realidad desconocida, la que la parte inutilizada del cerebro va a revelarme dentro de poco?
Los guillotinados no pierden la cabeza enseguida. Les quedan unos segundos -acaso unos minutos- para mover los ojos desorbitados, preguntarse qu¨¦ pas¨®, donde estoy, qu¨¦ me espera, con una lengua que, separada del cuerpo, no deja de moverse, locuaz, idiota, a punto de perderse para siempre en el misterio de saber ad¨®nde fue a parar mi cuerpo trunco, en vez de fijarse con premura en el deber m¨¢ximo de una cabeza cortada, que consiste en recrear en la mente al cuerpo y decir: ¨¦sta es la cabeza de Josu¨¦, hijo de padres desconocidos, en busca de su cuerpo vivo, el que tuvo en vida, el que palpit¨® de noche y de d¨ªa, el que todas las ma?anas despert¨® con un proyecto de vida negado, ?c¨®mo no!, por la imagen del primer espejo de la jornada. Yo, Josu¨¦, cuya ¨²nica preocupaci¨®n en este instante es no morderse la lengua. Porque aunque la cabeza est¨¦ cortada, la lengua busca hablar, liberada al fin, y s¨®lo alcanza a morderse a s¨ª misma, morderse como se muerde una salchicha o una hamburguesa. Carne somos y a la carne regresamos. ?As¨ª se dice? ?As¨ª se ora? Mis ojos sin ¨®rbita buscan al mundo.
Fui cuerpo. Tuve cuerpo. ?Ser¨¦ alma?
PRIMERA PARTE
C¨¢stor y P¨®lux
Perm¨ªtanme presentarme. O m¨¢s bien dicho: presentar mi cuerpo, violentamente separado (esto ya lo saben) de mi cabeza. Hablo de mi cuerpo porque lo he perdido y no tendr¨¦ otra oportunidad de present¨¢rselo a sus mercedes, o a m¨ª mismo. Indico as¨ª, de una santa vez, que la narraci¨®n que sigue la dicta mi cabeza y s¨®lo mi cabeza, toda vez que mi cuerpo, separado de ella, ya no es m¨¢s que un recuerdo: el que aqu¨ª sea capaz de consignar y dejar en manos del advertido lector.
Bien advertido: el cuerpo es por lo menos la mitad de lo que somos. Sin embargo, lo dejamos escondido en un cl¨®set verbal. Por pudor, no nos referimos a sus inapreciables e indispensables funciones. Disp¨¦nsenme ustedes: hablar¨¦ con todo detalle de mi cuerpo. Porque si no lo hago, muy pronto mi cuerpo no ser¨¢ sino cad¨¢ver insepulto, ave de carnicer¨ªa, an¨®nimo lomo. Y si no quieren saber de mis intimidades corporales, s¨¢ltense este cap¨ªtulo e inicien la lectura, muy formales, en el siguiente.
Soy un hombre de 29 a?os de edad y 1,78 de estatura. Cada ma?ana me miro desnudo en el espejo de mi cuarto de ba?o y me acaricio las mejillas anticipando la cotidiana ceremonia: afeitarme la barba y el labio superior, provocar una reacci¨®n fuerte con el agua de colonia Jean Marie Farina en la cara, resignarme a peinar una cabellera negra, espesa y alborotada. Cerrar los ojos. Negarles a la cara y a la cabeza el protagonismo que mi muerte se encargar¨¢ de darles. Concentrarme, en vez, en mi cuerpo. El tronco que va a separarse de la cabeza. El cuerpo que me ocupa del cuello a las extremidades, revestido de una piel de color canela p¨¢lido y externado en u?as que siguen creciendo horas y d¨ªas despu¨¦s de la muerte, como si quisieran ara?ar las tapas del f¨¦retro y gritar, aqu¨ª estoy, sigo vivo, se han equivocado al enterrarme.
?sta es una consideraci¨®n puramente metaf¨ªsica, como lo es el terror en sus modalidades pasajeras y permanentes. Debo concentrarme en mi piel aqu¨ª y ahora: debo rescatar mi f¨ªsico, en toda su integridad, antes de que sea demasiado tarde. ?ste es el ¨®rgano del tacto que cubre todo mi cuerpo y se prolonga dentro de ¨¦l con travesuras anales m¨®dicas y permisibles si las comparo con las bromas mayores del g¨¦nero femenino, con su incesante entrar y salir de cuerpos ajenos (la verga del macho, notoriamente, y el cuerpo del ni?o, sagradamente), en tanto que de mi envoltura masculina s¨®lo salen el semen y la orina por delante y por detr¨¢s, igual que chez la femme, la mierda, y en casos de estre?imiento, la hostia profunda del supositorio. Canturreo ahora: "Caga el buey, caga la vaca, y hasta la ni?a m¨¢s guapa, echa su bola de caca". Amplias, generosas entradas y salidas de la mujer. Estrechas, avaras las del hombre: la uretra, el ano, la orina, la mierda. Claros y brutales los nombres. Oscuros y risibles los apodos: tubos de Bellini, asa de Henle, c¨¢psula de Bowmann, glom¨¦rulo de Malpigio. Peligros: anuria y uremia. Sin orina. Orina en la sangre. Los evit¨¦. Todo es al cabo evitable en la vida, salvo la muerte.
Sud¨¦. En vida sud¨® todo mi cuerpo, con excepci¨®n de los p¨¢rpados y el borde de los labios. Sud¨¦ limpio, salado, sin mal olor, aunque sudar y orinar fueron productos humanos, pero distinguibles por la calidad distinta del olor. Nunca necesit¨¦ de desodorantes. Tuve nobles y limpias axilas. Mi orina s¨ª oli¨® mal, a tugurio olvidado y a cueva sin luz. Mi caca vari¨® con las circunstancias, sobre todo dependiendo de la dieta. La comida mexicana nos aproxima peligrosamente a la diarrea; la norteamericana, al retortij¨®n; la brit¨¢nica, al estre?imiento. S¨®lo la cocina mediterr¨¢nea asegura un equilibrio sano entre lo que entra por la boca y sale por el culo, como si el aceite de oliva y el vinagre de M¨®dena, el producto de las huertas del Mediod¨ªa, los duraznos y los higos, los melones y los pimientos, supieran por adelantado que el gusto de comer debe compensarse con el gusto de cagar, muy de acuerdo con las prosas de Quevedo: "M¨¢s qu¨¦ quiero que una buena gana de cagar".
En todo caso -en mi caso-, la mierda es casi siempre dura y marr¨®nea, a veces enroscada con est¨¦tica como las de barro que venden en los mercados, a veces diluida y atormentada por los picantes nacionales: mierda m¨ªa. Y rara vez (sobre todo al viajar), reticente y mal encarada.
S¨¦ que con estas diversiones, mis queridos sobrevivientes, estoy aplazando lo m¨¢s importante. Llegar a mi cabeza. Contarles c¨®mo era mi cara tras dar a entender que las nalgas son, como es bien sabido, la segunda cara del hombre ?O ser¨¢ la primera? Ya indiqu¨¦, al peinarme, que tengo una buena mata india de pelo oscuro y m¨¢s enraizado que un maguey. Me falta indicar que mis ojos oscuros se hunden en las cuencas de un esqueleto facial casi transparente si no fuese por el disfraz moreno de la piel. (La piel morena esconde mejor los sentimientos que la piel blanca. Por eso cuando se manifiesta es m¨¢s brutal, aunque menos hip¨®crita). Resumo: tengo cejas invisibles, boca amable, delgada, casi siempre y sin raz¨®n alguna, salvo la de la cortes¨ªa, sonriente. Orejas ni grandes ni chicas, apenas adecuadas a mi rostro, en extremo flaco, la piel pegada al hueso, las ra¨ªces de la cabellera brotando como matorrales nocturnos que crecen sin luz.
Y tengo nariz. No una nariz cualquiera, sino una prob¨®scide grande, por fortuna delgada, pero larga y fina, como un periscopio del alma que se adelanta a la vista para explorar el paisaje y saber si vale la pena desembarcar o permanecer retra¨ªdo, debajo del mar de la existencia.
El gran sargazo de la muerte anticipada.
El mar que asciende en breves oleadas, oblig¨¢ndome a tragarlo antes de que llegue hasta los orificios de mi gran nariz, sobresaliente entre la playa y la marea del amanecer.
Soy cuerpo. Ser¨¦ alma.
Nariz¨®n. Nariguetas. Narigudo. Narizado. Pinocho. Tapir. Dumbo (a pesar de ser orejas normales). El alboroto del patio de la escuela no le daba preferencia a los ep¨ªtetos que me arrojaba la turba de mocosos id¨¦nticos en sus uniformes de camisa blanca y corbata azul siempre mal anudada, como si no usar el ¨²ltimo bot¨®n del cuello fuera el signo universal de una rebeld¨ªa dominada al cabo por la doble disciplina del maestro y la religi¨®n. Su¨¦ter azul, pantal¨®n gris. S¨®lo en las extremidades luc¨ªa esta pandilla escolar su desidia y su brutalidad.
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