La larga noche
Reci¨¦n repuesta del sue?o, Madrid se despertar¨¢ ma?ana. Hoy, las calles vac¨ªas vivir¨¢n su ¨²ltima cabezada de tranquilidad, entre el asfalto ardiente, la ausencia de aire, el calor opresivo y el enga?oso cielo azul de lo que ha sido la siempre extra?a y larga noche de agosto.
Este mes de tregua, para quienes se quedan incluso a trabajar, es un descanso apacible, una dulce dormidera. Vuelan los ruidos a otra parte, las emisoras trasmutan su griter¨ªo en un leve susurro, desaparecen los tejemanejes y las fotos oficiales, se alarga la tregua para las decisiones importantes. Los coches han huido con los humos a otra parte o quedan convenientemente aparcados cubri¨¦ndose de polvo; el metro deambula vac¨ªo entre sus tripas y los autobuses se convierten en simples patrulleros; la polic¨ªa rellena crucigramas y las aceras se hacen transitables a la sombra. Los cines se convierten en refugios de fr¨ªo sin colas, aquellos caf¨¦s que quedan abiertos conviven con un extra?o silencio que ensimisma la mirada perdida de los camareros. El tiempo se para, el horario y la puntualidad se han relajado. Los relojes se deprimen.
Azca se ha quitado la corbata y ha dejado paso a los paletas para que hagan obras en las oficinas
La ciudad se acuesta en el espejismo de un sue?o que no est¨¢ libre de pesadillas. Por ella acecha el sobresalto que nos har¨¢ agitar las piernas. Nos despiertan con un golpe violento los accidentes y todos sus muertos carbonizados, record¨¢ndonos que todo es ef¨ªmero, tr¨¢gicamente absurdo. La violencia tampoco descansa y se ensa?a con quien la combate. Como le ha ocurrido a ese admirable Quijote llamado Jes¨²s Neira, que lucha entre la vida y la muerte por haber afeado a un troglodita su asquerosa agresi¨®n a una mujer en plena calle.
Los parques apenas conservan su sentido para aquellos ancianos solitarios que matan sus ¨²ltimas horas en silencio. Tambi¨¦n para los ni?os de todos los colores que no han podido visitar sus ra¨ªces. Hasta los p¨¢jaros se asustan del silencio y cantan sin ganas. Las piscinas disfrutan su calma chicha, rota ocasionalmente por alg¨²n chapuz¨®n furtivo que sobresalta la siesta de los socorristas.
Las terrazas del centro se rellenan con turistas que hacen un alto en el itinerario para consultar las gu¨ªas y comer unas tapas t¨ªpicas. Los cuadros y las esculturas de los museos relajan su tendencia al exhibicionismo. Ya agudizar¨¢n su coqueter¨ªa y sacar¨¢n partido a sus colores cuando comience el oto?o, que se presenta, como siempre, duro. Chueca no se levanta de su resaca, el barrio de Salamanca y Azca se han quitado la corbata y han dejado paso a los paletas para que hagan obras de reforma en las oficinas.
Pero ma?ana todo volver¨¢ a su ser. Regresaremos los veraneantes con el estr¨¦s posvacacional, nos meteremos en un atasco y prescindiremos sin traumas del aire y la brisa del mar. Probablemente nada nos sorprender¨¢ en este "templo de la eternidad", como calificaba a Madrid el gran Julio Camba -magn¨ªfica su selecci¨®n de art¨ªculos en Maneras de ser espa?ol (Luca de Tena Ediciones)-, volveremos al caf¨¦ inmutable... "Con los mismos divanes, con los mismos camareros, con los mismos clientes, con el mismo men¨², con las mismas ideas, con el mismo humo, con los mismos dramas y con los mismos cangrejos".
Bendita rutina, gloriosa parsimonia de las costumbres. Aunque ya no resulta aquello del todo cierto. Del runr¨²n fatigoso y lapidario que el maravilloso cronista de principios del XX detectaba cada vez que regresaba de sus viajes por el extranjero a Madrid, quedan pocos resquicios. Cuando volvemos de unas vacaciones intensas a reencontrarnos con esa m¨¢quina que hace repetir sin emoci¨®n el ritmo de nuestra vida, muchos se ven inevitablemente atrapados en el d¨ªa de la marmota. Pero desde hace unos a?os, cada septiembre, la ciudad ha cambiado mucho.
?Lo reconocer¨ªa Julio Camba? Quedar¨ªa asustado del ba?o cosmopolita que ha espabilado sus calles desde hace unos a?os. La gen¨¦tica abierta de esta villa lo ha hecho posible. Hoy es ese templo que se ha jugado a las cartas aquella eternidad que la anquilosaba por una mortalidad que la mantiene mucho m¨¢s viva. La pasi¨®n de los elfos que no se resignan ha podido con su condena. Quiz¨¢s hoy nos sorprenda al despertarnos del sue?o en que hemos estado acunados durante esta larga noche de agosto. A ver.
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