Un planeta en miniatura
Daniel Pennac ha sido profesor de ense?anza media y actualmente reside en Belleville, un barrio popular y multirracial de Par¨ªs. Simplemente estos dos datos nos sirven para encontrar una gran coherencia interna entre su labor literaria, su vida y su compromiso con la sociedad. De hecho, su ¨²ltima novela, Mal de escuela, el ensayo Como una novela y un buen pu?ado de libros infantiles revelan su gran preocupaci¨®n hacia la educaci¨®n. Y Belleville se ha convertido en el espacio po¨¦tico donde hacer vivir a la familia Malauss¨¨ne, compuesta de seres entra?ables que suelen encontrarse envueltos en extra?as y complicadas situaciones. Pero es su cautivadora voz narrativa, llena de sentido del humor y tensi¨®n, la que otorga un lugar de honor dentro de la novela negra a las obras que componen la saga: La felicidad de los ogros, El hada carabina, La peque?a vendedora de prosa, Los frutos de la pasi¨®n o El Se?or Malauss¨¨ne.
No hay que perd¨¦rselas como tampoco este Mal de escuela que toca en lo m¨¢s profundo, en la larga, largu¨ªsima ¨¦poca en que uno sale por la ma?ana de casa con la mochila llena de libros y regresa por la tarde despu¨¦s de haber vivido toda una vida. Los compa?eros, los profesores, las matem¨¢ticas, la lengua, el recreo, los ex¨¢menes, el complicado acoplamiento social con los iguales y el acoplamiento mental con quienes tratan de ense?arte cosas necesarias, que tendr¨ªan que interesarte, pero que, por alguna extra?a raz¨®n, se quedan revoloteando en el mundo de la tarima sin lograr ni siquiera rozarte.
?Qui¨¦n no ha pasado por alg¨²n periodo de distracci¨®n o de inadaptaci¨®n en su etapa escolar? ?Pueden m¨¢s los p¨¢jaros en la cabeza o las explicaciones del profesor, la atenci¨®n o el dulce no pensar en nada y dejar vagar la mirada por el planeta? La clase es un planeta en miniatura donde pr¨¢cticamente se concentran todos los ejemplares humanos y las emociones que nos vamos a encontrar m¨¢s adelante cuando nos sueltan por el mundo. A algunos ese ansiado momento de la libertad se les hace demasiado lejano y abandonan la escuela, la educaci¨®n, como el chico del relato autobiogr¨¢fico de Thomas Bernhard, El s¨®tano, que deja los estudios para trabajar de aprendiz en una tienda: "A los otros hombres los encontr¨¦ en la direcci¨®n opuesta, al no ir ya al odiado instituto sino al aprendizaje que me salvar¨ªa". Sentirse excluido es m¨¢s f¨¢cil de lo que parece, y excluirse a veces es una poderosa tentaci¨®n y ah¨ª en este momento es cuando la mano del docente, del maestro, es decisiva. ?Qu¨¦ dif¨ªcil es saber transmitir el simple gusto de saber! ?Qu¨¦ dif¨ªcil es comprender la indolencia del alumno y arrancarlo de ella!
?Qu¨¦ vagos e in¨²tiles son estos chicos! Pero no basta con quejarse de lo desastres que son y de que vienen mal preparados de otra parte, hay que hacerlos buenos o menos malos. La tarea se las trae, y Pennac lo sabe porque conoce el pa?o desde su faceta de profesor. Pennac no habla de memoria, le apasiona la ense?anza y al escribir este libro, lleno de humor y de vitalidad, de excelente literatura, nos est¨¢ ofreciendo una segunda oportunidad. Nos viene a decir que por muy echado a perder que est¨¦ ese infeliz adolescente escurridizo, hura?o u hostil, que nos trae de cabeza, dentro de ¨¦l se esconde su propia oportunidad, y s¨®lo hay que ayudarle a encontrarla.
Creo que yo misma padec¨ª el "mal de escuela" en alg¨²n grado y que por eso me he sentido en esta novela como pez en el agua. Me he divertido tanto que he ralentizado su lectura lo que he podido. Por supuesto me he acogido a los derechos que Pennac propone en Como una novela (1992), donde desacralizaba el acto de la lectura que, como el amor, s¨®lo tiene sentido si es placentero. Pero no hace falta haber llegado a tener un permanente nudo en el est¨®mago mientras se estaba sentado en el pupitre. Incluso los que disfrutaron con el duro entrenamiento de la infancia y adolescencia lo pasar¨¢n maravillosamente bien con las desventuras del entra?able y perdido Pennacchioni contadas por el propio Pennac, ya adulto, profesor y escritor, que vuelca la mirada sobre esa criatura casi como un padre. Y lo hace con un tono tan ir¨®nicamente desapasionado, tan natural, que nos obliga a que asumamos como nuestras las angustias del muchacho
Ning¨²n tratado sobre los problemas de la docencia, por muchas cifras y autorizadas opiniones que aporte, podr¨ªa competir con algo as¨ª, con algo contado desde las entra?as mismas del conflicto, desde el chaval que las sufre batallando a su modo por parecer normal. Y no deja de ser curioso que del desaguisado escolar hayan salido tan buenos escritores. P¨ªo Baroja, por ejemplo, confiesa en Juventud, egolatr¨ªa: "Como estudiante, yo he sido siempre medianillo, m¨¢s bien tirando a malo que a otra cosa. No ten¨ªa gran afici¨®n a estudiar, verdad que no comprend¨ªa bien lo que estudiaba". Daniel Pennac va m¨¢s all¨¢ y llama zoquete a Pennacchioni. Un simp¨¢tico zoquete que reaccionar¨¢ (los lectores descubrir¨¢n c¨®mo) hasta desarrollar un gran talento literario muy personal, que ahora nos entrega esta delicia llamada Mal de escuela.
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