El 'torpe' Pennac
La cita es en pleno Vercors, en las afueras del pueblecito, en su casa de veraneo. Y casa de escritura. Daniel Pennac (Casablanca, 1944) se refugia ah¨ª para descansar o para poner en solfa un nuevo libro. Y para pasear en bicicleta o a pie por ese valle y esas monta?as que, a finales de septiembre, ya pueden recibir las primeras nieves. Hoy, a almorzar, nos espera acompa?ado de otro escritor, Tonino Benacquista, novelista y guionista de quien Pennac dice: "As¨ª como la mayor parte de la gente escribe por haber escrito, Tonino escribe por escribir". O lo que es lo mismo, quiere hacer pel¨ªculas, no ser director de cine.
Pennac es otra cosa. A ¨¦l la literatura le salv¨® la vida. A Tonino puede que se la haya cambiado, pero no fue el salvavidas al que agarrarse cuando todo parec¨ªa perdido. Bueno, los salvavidas fueron la literatura y el amor. La primera en forma de profesor con una intuici¨®n genial, el amor en forma de chica que cree en ¨¦l, en el ¨²ltimo de la clase, en el m¨¢s torpe del pelot¨®n de los torpes, el cancre, como dicen los franceses. Ahora Mondadori publica en Espa?a Mal de escuela (Chagrin d'¨¦cole), el relato y las reflexiones que le inspiran ese rescate, un libro en cuya contraportada incluye un bolet¨ªn escolar de Pennac por el que aprendemos que el profesor de franc¨¦s le consideraba "un alumno alegre pero un triste alumno", el de matem¨¢ticas lamentaba que careciera de bases, mientras que para el de ingl¨¦s "habla mucho pero ni una palabra en ingl¨¦s". El de dibujo dice algo parecido: "Dibuja por todas partes excepto en clase".
"La escuela no tiene nada que vender. Imparte saber, algo que es necesario pero que raramente se desea"
"La imaginaci¨®n es una memoria al rev¨¦s. Es la ficci¨®n la que permite recordar. Es un psicoan¨¢lisis salvaje"
"No hay nada m¨¢s emocionante que ver c¨®mo un chaval descubre que la memoria no es cuesti¨®n de acumulaci¨®n"
"La escuela es el lugar de todas las violencias. Ense?ar es violento, es violentar al otro. ?Todo acto inici¨¢tico es violento!"
Mal de escuela podr¨ªa ser un libro sobre la ense?anza, los problemas de la ense?anza, un ensayo, pero no es eso porque "estad¨ªsticamente todo se explica, personalmente todo se complica". Y Pennac habla de ¨¦l, del cancre Pennac y de los cancres que ha conocido cuando, luego, ¨¦l pas¨® a ser profesor. "Que la palabra cancre no exista en castellano me recuerda ese viejo proyecto de hacer un diccionario universal de palabras que no existen en otros idiomas, un diccionario de palabras que no existen pero son imprescindibles. La realidad existe en todas las latitudes pero no siempre tiene la palabra adecuada. La saudade de brasile?os y portugueses tambi¨¦n nos alcanza a los franceses pero carecemos del t¨¦rmino exacto. Ustedes, en Espa?a, pueden adjetivar la verg¨¹enza y calificarla de ajena cuando provoca un efecto de empat¨ªa, pero eso en Francia no lo hacemos".
Hoy se r¨ªe de su pasado de alumno catastr¨®fico pero s¨®lo es divertido porque puede contarlo. "Sabe, un cancre no es un gandul, aunque puede serlo a consecuencia de su nulidad, de su incapacidad para comprender. Es alguien que no puede jactarse de lo que es -un gamberro s¨ª puede creerse autorizado a hacerlo- porque sufre o ha sufrido de ello. Como un asm¨¢tico que nunca se vanagloriar¨¢ de sus problemas respiratorios, el cancre tampoco lo har¨¢ de sus problemas de respiraci¨®n intelectual". La situaci¨®n se prolong¨® durante los primeros quince o diecis¨¦is a?os de su vida. ?Por qu¨¦? Un misterio. El padre, profesor de ¨¦lite; la madre, en casa ocup¨¢ndose de los hijos; los hermanos, alumnos brillantes. Menos Pennac. Daniel Pennacchioni para el registro civil o cuando pasaban lista en clase. "Esos a?os fueron terribles. Todo nace de una primera incomprensi¨®n, de un problema de inhibici¨®n, provocado por la timidez, el azar o cualquier otra causa. Y se acumula y se interioriza. Te dices a ti mismo que eres idiota, un cretino, que no hay nada que hacer contigo. Si te consideras idiota entonces quedas liberado de cualquier esfuerzo. Lo tuyo es irreparable. Luego, a partir de 1969, cuando empec¨¦ a trabajar como profesor de alumnos de bachillerato, nunca me top¨¦ con ning¨²n muchacho idiota. Los padres pueden, podemos ser idiotas, la televisi¨®n, los libros, los grupos, pero los chavales no lo son. Los hay m¨¢s vivos, m¨¢s atrevidos, m¨¢s r¨¢pidos, pero ning¨²n cancre es idiota".
Francia o, mejor dicho, la Rep¨²blica Francesa ha confiado en la escuela durante cien a?os. El hecho de ser p¨²blica, gratuita y obligatoria, de ofrecer un nivel de calidad y exigencia uniforme para toda la poblaci¨®n le confer¨ªa legitimidad y la convert¨ªa al mismo tiempo en elemento b¨¢sico del llamado ascensor social. Era el s¨ªmbolo de la igualdad de oportunidades en marcha. Pennac cree haber visto morir esa escuela. "Alrededor de 1975. Mayo del 68 era un movimiento anticonsumista, pero cuando sus efectos fueron desvaneci¨¦ndose y la sociedad francesa adopt¨® formas m¨¢s liberales, entonces irrumpi¨® el consumo de masas tambi¨¦n en la escuela. Los ni?os y los padres pasaron a ser clientes y consumidores. Y la escuela no tiene nada que vender. Imparte saber, transmite conocimiento, algo que es necesario pero que raramente se desea. Hoy muchos chavales parecen un escaparate al servicio de diversas marcas. Los que tienen libertad de esp¨ªritu respecto a esa clientelizaci¨®n de la ense?anza son los que saben resistir mejor los espejismos del consumo".
El primer profesor que supo qu¨¦ hacer con el cancre Pennacchioni era el responsable de lengua francesa. Vio que ese alumno desastroso, incapaz de comprender las normas m¨¢s elementales de la gram¨¢tica y la ortograf¨ªa, era un lector compulsivo. "Me liber¨® de preguntas y ex¨¢menes pero me exigi¨® que escribiera una novela. Era una responsabilidad nueva y extraordinaria. De pronto ten¨ªa un estatuto propio dentro del universo escolar. Eso fue important¨ªsimo". Pero a¨²n debi¨® serlo m¨¢s el amor. "La gente dice que el amor te vuelve idiota. ?No se habr¨¢n enamorado nunca! El amor te hace m¨¢s inteligente: el pulso se acelera, la adrenalina sube y t¨², para seducir a la chica que te gusta, de la que est¨¢s locamente enamorado, inventas lo que haga falta. La chica y yo coincidimos en un curso de teatro, ensayando La doble inconstancia, de Marivaux. Yo era muy mal actor pero me entusiasmaba el teatro. Ella, que iba dos cursos m¨¢s adelantada que yo, contumaz repetidor, que ten¨ªa unas notas extraordinarias, que era bella e inteligente, me eligi¨® a m¨ª, al cancre. ?Alguien me llamaba por mi nombre y no era para ridiculizarme delante de los dem¨¢s, para poner en evidencia mi idiotez! Eso tambi¨¦n fue enorme para sacarme de la condici¨®n de cretino asumido".
La escritura comenz¨® a interesarle a los 13 o 14 a?os. Cambiaba redacciones por deberes de matem¨¢ticas. Y a los 18 a?os escribi¨® su primera novela de verdad y la envi¨® a las distintas editoriales, que se la devolvieron sin comentarios. S¨®lo un editor, Claude Durand, se comport¨® de otra manera. "Me devolvi¨® el manuscrito acompa?ado de una carta. Me dec¨ªa que no me publicar¨ªa porque el libro era muy malo. Y me detallaba el porqu¨¦ lo cre¨ªa as¨ª: los personajes son arquetipos, el estilo manido, la estructura mal concebida. Y me pon¨ªa ejemplos de cada una de sus aseveraciones. La carta acababa diciendo que, de todas maneras, cre¨ªa que yo ser¨ªa escritor y que si me decid¨ªa a escribir otras cosas no dudase en envi¨¢rselas. Tard¨¦ cinco a?os en terminar otro libro, esta vez contra el servicio militar".
La literatura de ficci¨®n ha tenido para Pennac otra funci¨®n que la de rescatarle del pozo del fracaso escolar. Recuerda que nunca fue capaz de llevar un diario personal "porque hubiera sido un ejercicio masoquista", pero tambi¨¦n que nunca tuvo problemas para inventar, para imaginar. "Y la imaginaci¨®n me ha servido de lugar de memoria. Es una memoria al rev¨¦s. En mis historias puedo encontrar lo que me pasaba aquel a?o". Eso tiene que ver con sus escasas dotes para memorizar. "No pretendo compararme con ¨¦l, pero me sucede lo que a Michel de Montaigne: no tengo memoria funcional. ?l, que era un hombre bien educado y cort¨¦s, era incapaz de recordar los nombres de sus sirvientes. Para lograrlo recurr¨ªa a trucos nemot¨¦cnicos, como asociar el apellido con la funci¨®n que desempe?aban o con el nombre del pueblo donde hab¨ªan nacido. Montaigne anotaba sus libros y luego no era capaz de recordar lo que significaba aquella anotaci¨®n, por qu¨¦ la hab¨ªa hecho. Hubo un momento en que intent¨¦ llevar un diario personal pero limit¨¢ndome a lo factual. Cuando lo rele¨ªa no recordaba ninguno de los hechos que hab¨ªa anotado. Es la ficci¨®n la que me permite recordar. Es un psicoan¨¢lisis salvaje".
En Mal de escuela nos explica c¨®mo se reconcili¨® con la memoria, con el hecho de almacenar conocimientos en el cerebro y tambi¨¦n c¨®mo logr¨® hacer part¨ªcipes de esa misma reconciliaci¨®n a sus alumnos. "La memoria no es una cuesti¨®n de acumulaci¨®n sino de comprensi¨®n. Cuando estudiaba hab¨ªa que aprenderse un poema de memoria cada semana. Y ¨¦ramos examinados sobre ese poema. Luego ven¨ªa otro que permit¨ªa olvidar el anterior. ?En realidad, te ped¨ªan que lo olvidases! Al final, cuando llegaba el momento de las pruebas de acceso a la universidad, le suger¨ªan al alumno que utilizase elementos de su cultura personal para construir un discurso. ?De qu¨¦ cultura personal pod¨ªa tratarse en esa l¨®gica cuantitativa y cronol¨®gica, en la que a cada semana le correspond¨ªa su poema y el olvido del anterior? Con los alumnos decidimos aprender a memorizar una serie de textos: de ensayo, poemas, chistes, pasajes de novelas. Pod¨ªa valer un aforismo de Woody Allen o una reflexi¨®n de Montesquieu. Lo importante era haber comprendido el texto, haber logrado amarlo. En vez de someterlo a esos an¨¢lisis de forense que acaban con cualquier deseo -?qui¨¦n quiere hacer el amor con un cad¨¢ver?-, se trataba de hacer propio el texto, de darse cuenta de hasta qu¨¦ punto aquello nos concern¨ªa. Hablar de bovarismo como concepto puede parecer abstruso, pero no lo es cuando recuerdas el pasaje de Emma Bovary mirando por la ventana. A final de curso nos acord¨¢bamos de todos, de los aprendidos las primeras semanas y de los que hab¨ªan llegado m¨¢s tarde. No hay nada m¨¢s emocionante que ver c¨®mo un chaval descubre que la memoria no es cuesti¨®n de acumulaci¨®n".
La l¨®gica de Pennac tiene mucho que ver con la sensatez. ?l est¨¢ convencido de que las dificultades gramaticales se resuelven gracias a la gram¨¢tica, que las faltas de ortograf¨ªa desaparecen haciendo ejercicios de ortograf¨ªa, que el pavor ante los libros se arregla leyendo y que la incapacidad para comprender exige una inmersi¨®n en el texto. ?l, el ni?o para el que las matem¨¢ticas eran un idioma incomprensible, dice haberse encontrado un alma gemela en la persona de Stella Baruk, autora de un fenomenal diccionario de matem¨¢ticas (Dictionnaire des math¨¦matiques ¨¦l¨¦mentaires, Seuil). "En dos o tres d¨ªas logra que cr¨ªos que estaban re?idos con las matem¨¢ticas comprendan su lenguaje. A partir de ah¨ª, de la comprensi¨®n de lo que les hablan, todo cambia. Es una mujer prodigiosa".
No le gusta hablar de la crisis de la ense?anza. No se trata de negar los problemas pero s¨ª de evitar las generalizaciones. "Todo puede resumirse en esa frase mil veces repetida que afirma que el alumno carece de bases s¨®lidas. ?Es lo mismo que decir que la culpa no es m¨ªa! El profesor de primaria se queja de la guarder¨ªa y de que los padres no educan a los hijos, pero el de secundaria cree que el de primaria no ha hecho bien su trabajo. Cuando aprueban por fin el bachillerato siguen sin tener buenos cimientos y los catedr¨¢ticos de universidad se quejan de c¨®mo les llegan los alumnos a las aulas. Los padres creen que la culpa es de los profesores, ¨¦stos arremeten contra el ministerio, que se queja del Mayo del 68 o de lo que haga falta. ?La culpa siempre es de los otros! Es un proceso de chivoexpiaci¨®n global que impide hablar de nada y sobre todo intentar arreglar algo". Mientras habla, despacio, buscando cada vez la palabra adecuada, sin levantar la voz pero ri¨¦ndose a menudo, Pennac no puede dejar de referirse al proceso de un profesor castigado con 500 euros de multa por haber abofeteado a un alumno que le insult¨® gravemente: "?Usted cree que en un pa¨ªs de 62 millones de habitantes el tema de la bofetada merece la portada de un peri¨®dico? La dramatizaci¨®n sistem¨¢tica de los conflictos tambi¨¦n contamina la escuela".
Lamenta que gente como el fil¨®sofo Alain Finkielkraut, cuando hablan de la escuela, pierdan la raz¨®n. "Estoy de acuerdo en casi todo lo que dice. Sus programas de radio son, muy a menudo, espl¨¦ndidos, pero Finkielkraut tiene miedo, teme que la lengua francesa que ¨¦l maneja con tanta precisi¨®n sea destruida por esos hijos de emigrantes que se expresan de manera aproximativa, en un argot lleno de interjecciones y guturalidades. Recuerdo a los peque?os calabreses con los que jugaba de ni?o. ?Cuando era la hora de reclamar la merienda, de pronto, abandonaban su idiolecto! El argot de las barriadas es el lenguaje que hablan los pobres para hacerles creer a los ricos que les esconden algo. ?Pero no tienen nada que esconder, como no sean peque?os negocios miserables y una enorme desesperaci¨®n!". Ese miedo lo alimenta el poder, la prensa, la sociedad toda. Es importante tener culpables y en la escuela todos los escalafones encuentran su culpable: el otro.
"En cualquier caso, cuando se habla de violencia en la escuela no hay que olvidar que la escuela es, per se, el lugar de todas las violencias. Es el lugar donde se entrechocan el conocimiento y la ignorancia. Ense?ar es violento, es violentar al otro. ?Todo acto inici¨¢tico es violento!", concluye sin dejar de creer en que la violencia que el saber le aplica a la ignorancia est¨¢ justificada y que el aprendizaje es una forma de canalizaci¨®n de la violencia. Los cancres, escudados en su caparaz¨®n de nulidades, puede que sufran esa violencia m¨¢s que cualquier otro tipo de alumno. "El cancre, como todos los dem¨¢s, cuando tiene que responder a una pregunta, puede elegir entre una respuesta correcta, otra equivocada o la absurda. Acostumbra a elegir la absurda. Cuando sucede esto el profesor no puede calificarle, decirle que su respuesta es err¨®nea porque no lo es: es absurda, que es otra cosa. El cancre responde lo primero que le pasa por la cabeza porque a¨²n no ha salido de la l¨®gica infantil que hace que el ni?o crea que cuando el profesor pregunta es porque necesita una respuesta. El cancre responde para que le dejen tranquilo, para que quede claro que ¨¦l, el cretino, el idiota, cumple con las reglas del juego y contesta aunque sea un absurdo".
No se considera pesimista porque cree "en la posibilidad de la transmisi¨®n". Dej¨® la ense?anza cuando la literatura le permiti¨® ganarse la vida. "Soy un escritor que ha llegado un poco tarde a la notoriedad. Todo lo hago despacio. El ¨¦xito me lleg¨® a los cuarenta a?os". De su serie con el se?or Malauss¨¨ne como protagonista, con el barrio de Belville como el otro gran protagonista, se han vendido centenares de miles de ejemplares. De Mal de escuela, m¨¢s de 700.000. Su madre centenaria a¨²n no acaba de creerse que aquel reto?o tan poco dotado para los estudios haya sido un buen profesor y hoy un escritor de ¨¦xito, y piensa que todo es fruto de un equ¨ªvoco que no puede durar. ?l evoca en su libro ese escepticismo materno o el orgullo con que el padre pon¨ªa en las cartas que le escrib¨ªa, junto al nombre y apellido, el t¨ªtulo de "profesor". Y recuerda al mismo tiempo su incomprensi¨®n ante alumnos irreductibles. "Un chaval terrible. Cuando le vi pens¨¦ que acabar¨ªa en las p¨¢ginas de sucesos. Hab¨ªa en ¨¦l una violencia fr¨ªa, tremenda, que no necesitaba ni tan s¨®lo un enfado para manifestarse. Un d¨ªa detuve a tiempo su pu?o cuando estaba a punto de estamparlo en la cara de una chica. La directora del centro me llam¨® para advertirme de que el chico, en su casa, pegaba a su padre. Y mientras lo hac¨ªa, la madre rezaba. Hab¨ªa sido adoptado y el padre, para hacerse obedecer, le pegaba. Cuando ¨¦l cumpli¨® los 14 la situaci¨®n se invirti¨®. Se fue de la escuela. Dos o tres a?os despu¨¦s me par¨® en la calle. Repart¨ªa pizzas. Fuimos a tomar un refresco. Parec¨ªa equilibrado".
Entre las satisfacciones inesperadas del autor Pennac est¨¢ la acogida que mereci¨® Como una novela (Anagrama), un ensayo sobre la naturaleza de la lectura, sobre el placer que proporciona y c¨®mo ¨¦ste no puede ser obligatorio. "Cada curso me encontraba con alg¨²n alumno que me preguntaba, el primer d¨ªa de clase, si iba a ser obligatorio leer. Cuando te preguntan eso te est¨¢n diciendo otra cosa: no se trata de que no les guste leer, lo que no les gusta es que a continuaci¨®n les preguntes, que les pongas en evidencia en clase, aparecer ante los ojos de los dem¨¢s y los propios como un imb¨¦cil. ?Todo eso no tiene nada que ver con la lectura! ?Las preguntas no son la lectura! Desde hace d¨¦cadas esa situaci¨®n viene repiti¨¦ndose y el Ministerio de Educaci¨®n Nacional persiste en una t¨¦cnica que se ha revelado nefasta, al menos para un porcentaje importante de alumnos. Yo les le¨ªa en clase fragmentos, les acostumbraba a descubrir la magia del sentido. Al final me ped¨ªan los libros para poder acabarlos, para saber c¨®mo terminaba lo que yo les hab¨ªa comenzado". Pero si la idea general es buena para todos, la receta necesita de f¨®rmulas de aplicaciones personalizadas. Los chavales no llegan a la escuela en igualdad de condiciones. Por eso Pennac recuerda su caso y el de otros muchos que le hicieron ser feliz como profesor. Que a¨²n hoy hacen que vaya a menudo a los institutos y colegios para hablar con los alumnos. "Lo mejor es que muchos de ellos, que hablan un franc¨¦s lleno de tacos, me reprochan que en mis novelas tambi¨¦n los haya. ?Para ellos la literatura, la letra impresa, es sagrada y no merece ser contaminada por vulgaridades!".
Mal de escuela. Daniel Pennac. Traducci¨®n de Manuel Serrat Crespo. Mondadori. Barcelona, 2008. 256 p¨¢ginas. 20,90 euros. El libro se vender¨¢ a partir del pr¨®ximo viernes.
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