Trece joyas de todos
Un hombre anda a pleno sol por un paraje desierto. La sed y el hambre han consumido sus energ¨ªas, y en su delirio cree haber estado en un lugar poblado de bosques, arroyos y manantiales. Sin embargo, no sabe si s¨®lo se trat¨® de un sue?o. Una noche se encuentra con un anciano y le pregunta si ese lugar existe. Y el anciano le dice que estuvo en uno as¨ª hace tiempo. Estaba junto a una monta?a, con hermosos bosques que recorr¨ªan arroyos de agua fresqu¨ªsima. Sobre esa monta?a siempre hab¨ªa una nube. Todos los anhelos y sufrimientos de los hombres, sus momentos de dicha y sus noches llenas de dolor, se condensaban en el aire creando una nube de la que flu¨ªa el agua que alimentaba la tierra. Por eso todos los hombres la buscaban, porque hab¨ªa nacido de sus corazones. Y, aunque ellos no se dieran cuenta, era esa b¨²squeda, y todas las esperanzas y tristezas que generaba, las que la segu¨ªan alimentando. As¨ª eran los hombres, siempre andaban de un lado para otro esperando que hubiera un destino. "Pero ?sabes lo que pienso yo?", le dijo el anciano, "que ese destino no existe".
Un personaje de Fanny y Alexander, la pel¨ªcula de Bergman, cuenta a los ni?os esta hermosa f¨¢bula. Su ense?anza es que ser hombre es andar perdido, no tener ad¨®nde ir; pero tambi¨¦n que hay lugares en la tierra poblados de hermosos bosques, manantiales y arroyos. Y eso nos dicen algunas ciudades, que todav¨ªa hay lugares misteriosamente comunicados con esos bosques antiguos donde se guarda la memoria de los anhelos, deseos y angustias de los hombres. Lugares por los que hemos paseado tantas veces, que creemos conocer y amar, pero en los que, como el joven de nuestra leyenda, apenas hemos llegado a detenernos. Y estas ciudades nos piden que lo hagamos.
Son trece en total y han sido declaradas patrimonio de la humanidad, lo que es lo mismo que decir que no pertenecen s¨®lo al pa¨ªs en el que est¨¢n, ni siquiera a los habitantes que viven en ellas, y que cualquiera puede reclamarlas como propias, con tal de que las visite de verdad. Son ciudades que han surgido en tiempos diferentes, alimentadas por culturas y religiones distintas, pero que tienen algo que hace posible que puedan aparecer ante nuestros ojos como si fueran una ¨²nica y misteriosa ciudad: la verdadera ciudad de los hombres. La ciudad que guarda la memoria de la nube. Eso nos dicen estas fotograf¨ªas, que ese lugar no se ha perdido. Que en otro tiempo hubo hombres que llegaron a ¨¦l, y que, a su regreso, construyeron palacios, torres y templos en cuyas pinturas, columnas y b¨®vedas se guardaba la memoria de lo que all¨ª vivieron. Hombres que trajeron con ellos el relato de lo que hab¨ªan visto, y que todo lo que hac¨ªan ten¨ªa que ver con ¨¦l, de forma que si eran zapateros o tallaban la piedra, en sus zapatos o esculturas era visible la dulzura de los prados, el canto de los p¨¢jaros y la belleza de los juncos que crec¨ªan bajo esa nube. Y en muchos sitios de la tierra crecieron ciudades donde se conservaba esa memoria, y que, por muy distantes que estuvieran unas de otras, todas ellas ven¨ªan a ser la misma ciudad. Y estas fotograf¨ªas hablan de esa ciudad ¨²nica, esa ciudad secreta, que surgi¨® del relato de la nube y de los bosques y arroyos que pueblan la lejana monta?a. Una ciudad que ya no es enteramente real, y que vive a la vez en la memoria y en los deseos de los viajeros; que no pertenece por tanto a aquellos que la habitan, ni a la lengua que hablan, sino a un reino universal donde todos los hombres tienen cabida, pues la historia de la nube que forman con sus esperanzas y penas pertenece a todos por igual.
Hay dos tipos de ciudades. Ciudades en las que paramos y podemos alojarnos, pasear por sus calles y visitar sus tiendas y museos; y ciudades que guardan un secreto, una historia que ya nadie recuerda, pero que sigue viva, pidiendo a los viajeros que la escuchen. Ciudades para encontrarnos con lo que ya sabemos, y ciudades para preguntarnos por lo que nos falta. Las ciudades de la identidad, y las ciudades donde buscamos perdernos. A este segundo grupo pertenecen estas 13 ciudades. Todas nos piden que nos adentremos en sus calles, plazas y jardines como se hac¨ªa con esas ¨ªnsulas extra?as que asaltaban a los caballeros en sus aventuras. Son lugares detenidos entre el cielo y la tierra, en los que todo es signo de otra cosa, la puerta secreta que nos lleva a una realidad que desconocemos. Y basta con llegar a una de estas ciudades para percibir que es as¨ª, y que fue construida por alguna oculta raz¨®n que tal vez sus habitantes actuales ha olvidado. Ciudades no s¨®lo para vivir en sus calles, y acudir a sus mercados, palacios e iglesias, sino para preguntarnos por lo que importa: por qu¨¦ nacen los ni?os, por qu¨¦ existen los animales y los r¨ªos, por qu¨¦ la bondad no nos protege de la desdicha y la muerte, por qu¨¦ la justicia y la misericordia raras veces van de la mano. Ciudades que hablan de la futilidad de las cosas y del fracaso del amor, pero tambi¨¦n de sus delicadas estancias y sus ¨ªntimos anhelos. Ciudades del conocimiento, que nos obligan a preguntar qui¨¦n las fund¨®, qu¨¦ historias ocultan, si es posible en ellas la felicidad; y a las que esas preguntas de los viajeros rejuvenecen y hacen vivir otra vez. Porque es verdad que ser hombre es estar condenados a vivir sin entender, a vagar eternamente sin saber ad¨®nde dirigirnos, pero tambi¨¦n aventurarse por bosques y arroyos, levantar campamentos a la orilla del agua, entonar hermosas melod¨ªas al amparo de las hogueras, seguir las rutas de las caravanas y preguntarse por los misterios de grutas y fuentes. Preguntas que nunca nos cansamos de hacer y que ciertos lugares alimentan con su inesperada belleza. Una fruta que no nos atrevemos a tocar, un p¨¢jaro que levanta el vuelo cuando nos acercamos, eso es la belleza. El lugar de las preguntas que no pueden ser contestadas.
Hay una ceremonia muy hermosa en la Pascua jud¨ªa. La familia se re¨²ne en torno a la mesa y, en los postres, al m¨¢s peque?o le corresponde preguntar por lo que hacen all¨ª. Esa pregunta permite contar a sus mayores la historia de sus antepasados, de su salida de Egipto bajo las ¨®rdenes de Mois¨¦s, de la larga marcha por el desierto en pos de la tierra prometida. Y hablar de ese deambular eterno y su inevitable sufrimiento, tambi¨¦n es hacerlo de los encuentros venturosos que tuvieron lugar en ¨¦l. De la alegr¨ªa en torno a las hogueras, los cantos en los campamentos, los juegos de los ni?os y los nuevos amores entre los j¨®venes que les acompa?aban. Ha bastado la pregunta de un ni?o para que esas historias se recuerden y se compartan al tiempo que el pan, el cordero sacrificado y el vino. Y una de las m¨¢s hermosas es la del milagroso man¨¢: la ca¨ªda de la lluvia blanca sobre el poblado errante. Y tambi¨¦n esas ciudades que ahora visitamos parecen recorridas por un rastro as¨ª. Un rastro de copos blancos que obliga a los viajeros a detenerse y a llev¨¢rselo a escondidas a la boca. Y ¨¦sta es la raz¨®n de que en estas fotograf¨ªas haya siempre un lugar para esos viajeros, y que aparezcan en ellas entregados a algo que ocupa toda su atenci¨®n, como si estuvieran retirando de sus calles y jardines el alimento que necesitan. Porque estas ciudades est¨¢n lejos de ser tristes museos, s¨®lo aptos para visitas guiadas o manuales apresurados de historia, sino que piden al viajero que se deje llevar por lo que encuentra, como les pasa a esos ni?os que en los cuentos se pierden en los bosques. Y en estas fotograf¨ªas vemos vibrar estos caminos hechos de migas de pan.
Ciudades comestibles como aquella casita de chocolate que H?nsel y Gretel encontraron en el bosque y de la que hasta paredes y tejas se pod¨ªan comer. Pero ciudades tambi¨¦n en las que inevitablemente habremos de encontrarnos con la desdicha. Ciudades donde acudimos para preguntarnos por la muerte, c¨®mo es su reino, si acaso el que lo visita puede regresar. Donde un noble construy¨® un precioso mecanismo que le permit¨ªa detectar su presencia. Una terrible epidemia asolaba los barrios y el noble vio a la muerte recorriendo el suyo con una larga lista con los nombres de los condenados. Su nombre estaba entre ellos y, en el ¨²ltimo momento, se las arregl¨® para escapar. La muerte le asegur¨® que volver¨ªa en su busca, pero el noble logr¨® construir un peque?o artefacto que ten¨ªa la propiedad de activarse cuando estaba cerca, y que llevaba siempre consigo. La muerte se disfrazaba de muchas maneras, pero le bastaba aproximarse a ¨¦l para que el mecanismo emitiera un suave tintineo que le permit¨ªa burlarla. As¨ª pasaron los a?os, y un d¨ªa, en que se celebraba su 80? cumplea?os, se reunieron a su alrededor disc¨ªpulos, amigos y familiares. Entre ellos estaba su nieta, que le llam¨® desde el patio para entregarle una rosa. El noble corri¨® conmovido a buscar su regalo, olvidando, con las prisas, el mecanismo en su despacho, y eso caus¨® su destrucci¨®n, pues la muerte se hab¨ªa escondido en la flor y muri¨® al oler su perfume.
Estremece pensar que una rosa y una ni?a, s¨ªmbolos de inocencia y de vida, puedan ser el cebo que la muerte tiende a sus v¨ªctimas. Pero ?no est¨¢ el mundo lleno de trampas as¨ª? Las flores carn¨ªvoras ofrecen al insecto corolas de irresistibles colores; las ara?as, la geometr¨ªa perfecta de sus telas y sus centros vertiginosos, y las mantis religiosas, la arboladura gr¨¢cil de sus cuerpos, haciendo que libaciones, contemplaci¨®n o c¨®pula terminen en un macabro fest¨ªn. Y acudimos a estas ciudades para escuchar historias en que hasta la belleza puede ser la compa?era de la muerte. Ciudades donde habremos de enfrentarnos a lo que desconocemos y en que, al inclinarnos sobre un rostro adorado, tal vez terminemos descubriendo que en la rosa de sus labios se esconde la muerte. Ciudades que hablan de nuestra extra?a vida; donde se cuenta que vivi¨® una princesa que ten¨ªa el poder de iluminar tejados y calles con la luz que desprend¨ªa de su cuerpo a causa del amor que sent¨ªa por su hermano; donde los amantes muertos se acercan a los viajeros y, tras contarles la historia de su desdicha, les dicen que no dudar¨ªan en volver a hacer lo que hicieron; donde las muchachas encuentran ni?os en cestos que flotan entre los juncos del r¨ªo, aunque nadie las crea cuando lo cuentan; y las estatuas de los hombres ilustres reviven por las noches gracias al olvido de lo que fueron. Ciudades en cuyos escudos hay torres, acueductos, pel¨ªcanos que dan a beber a sus polluelos su propia sangre, p¨¢jaros de dos cabezas, manos cortadas y corazones llenos de pu?ales.
Ciudades con mercados de esclavos donde los desdichados acuden gustosos a venderse, pues ?de qu¨¦ les ha servido la libertad si por su causa fueron infelices? Ciudades donde se guardan los relatos de los viajeros, como aquella donde el rey Antinoo escuch¨® las aventuras de Ulises. Ciudades donde un poeta vio al despertar la rosa que hab¨ªa tomado en el jard¨ªn de sus sue?os, y donde todos los a?os, al llegar la primavera, hay fiestas y bailes en honor de esa rosa so?ada. Ciudades cuyos habitantes esperan en las puertas al viajero para declararle su rey, aunque no sepan qui¨¦n es. Ciudades flotantes, suspendidas entre el cielo y la tierra, entre la verdad y la ficci¨®n. Ciudades que han crecido solas, como bosques que nadie cuida; donde los ni?os andan libres por las calles, como los animales, sin obedecer a nadie ni sentir verg¨¹enza. Ciudades donde el viajero no deja de pedir. A las vidrieras, visiones; a los templos, objetos milagrosos; a las estatuas, el temblor de la carne; a los tapices, un mundo de peces y calamares de oro. Ciudades que visitan unicornios, p¨¢jaros que hablan; que tienen fuentes de miel y ¨¢rboles cargados de ofrendas. Ciudades donde basta mirar algo para que en su borde brote una llama; donde hay un cuarto en que se cumplen los deseos m¨¢s rec¨®nditos, aunque casi nadie lo visite, pues ?acaso sabemos cu¨¢les pueden ser? Ciudades donde hay hombres que se refugian en los parques o en la orilla de los r¨ªos, y permanecen inm¨®viles tanto tiempo que hasta los p¨¢jaros llegan a confundirlos con los ¨¢rboles y a hacer en sus brazos y hombros sus nidos. Ciudades donde las golondrinas que regresan siempre son las mismas que nos visitaron el a?o anterior. Ciudades donde los cines siguen abiertos, y todos los que acuden a sus salas las abandonan llorando. Donde los amantes, cuando se abrazan, piensan en corderos, granadas, higos, campos de azucenas y montoncitos de grano. Donde hombres y mujeres se aprenden de memoria los libros que aman y se los cuentan a escondidas por las calles como ni?os que se cambian los cromos. Donde los cisnes se enamoran de las barrenderas, y junto a las murallas viven ancianas diminutas que conocen la lengua de los p¨¢jaros. Ciudades de los ladrones, que ofrecen a los viajeros su bot¨ªn, un bot¨ªn que, sin embargo, ¨¦stos no podr¨¢n llevarse a su marcha porque pertenece a los muertos. Donde hay ni?os hu¨¦rfanos capaces de mover los objetos con sus pensamientos, aunque eso no mitigue su infinita desdicha...
La memoria de los hombres est¨¢ llena de historias que hablan de un tiempo donde cosas as¨ª eran posibles. Pero ?siguen si¨¦ndolo hoy? ?Quedan lugares donde a¨²n pueden suceder? Estas ciudades son la prueba. Un viajero se ha paseado por ellas y ha dejado en nuestras manos este pu?ado de im¨¢genes que hablan de lugares de visi¨®n, de ciudades sin nombre que permanecen escondidas en el coraz¨®n de las otras, los que todos conocen y visitan. Son im¨¢genes que nos ense?an a ver, que nos llevan a lugares antiguos donde tales historias se siguen escuchando. En una de ellas vemos una ciudad amurallada bajo una nube que se dir¨ªa una emanaci¨®n de su propia vida inasible. Estas 13 ciudades descansan cada atardecer bajo una nube as¨ª. Es la nube que aparece en el relato que el anciano de la pel¨ªcula de Bergman les cuenta a los ni?os. La nube que, en esa mansi¨®n tenebrosa que tantas veces es el mundo, han ido formando los pesares, los sue?os y los anhelos de felicidad de los hombres. S¨®lo ella, nos dice nuestro viajero, puede "ofrecernos el olvido y la inocencia que la vida necesita para continuar".
El libro 'Trece ciudades para el mundo', de Navia, est¨¢ editado por La F¨¢brica y el Grupo Ciudades Patrimonio de la Humanidad de Espa?a. La exposici¨®n de las fotograf¨ªas se inaugura en ?vila el d¨ªa 17 y viajar¨¢ despu¨¦s a las dem¨¢s ciudades.
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